La política chilena parece estar cada vez más dominada por los estrechos contornos de las nimiedades de sus actores hegemónicos y de sus propias fuerzas centrípetas, mientras los ciudadanos comunes, aquellos alejados de los placeres del poder, aún tienen fe en ellos y esperan cambios que sin su propia acción nunca llegarán.
En temas de política, extrañamente el ciudadano chileno confía más en el actuar de otras personas -en los personajes de turno- que en su propia determinación. Es decir, no confía en su propia capacidad como sujeto político y de cambio, y por eso siempre es pasivo, delega, espera pacientemente y confía eternamente en el actuar de otros. Puede reclamar mucho, vociferar quejas, pero generalmente se comporta como un polizonte (freerider).
Lo anterior en parte se debe a que a los ciudadanos chilenos nos han convencido –o nos han tratado de convencer- que pensar y actuar políticamente es peligroso para sí mismo y para el resto. Le han persuadido por más de una generación de que pensar en política es algo subversivo y riesgoso para la estabilidad, el orden y la democracia.
En definitiva, les han convencido que el universo político debe y es accesible sólo para algunos, no para todos, y que por lo tanto, debe estar bajo llave.
Y entonces, el ciudadano ha asumido que su único rol y nexo en cuanto a lo político es asumir una disposición apolítica constante, que se reduce a tirar una línea cuando se abre la cerradura y le dicen: vote.
El cierre del universo político se ve reflejado en que en Chile, el sujeto político no existe a nivel de sociedad civil. Cuando han existido atisbos de ello, han sido atomizados o acallados de diversas formas.
Las organizaciones civiles no-partidarias no tienen la suficiente fuerza para romper dicho cerrojo, para ejercer influencia en la toma de decisiones políticas y situarse a la par de los partidos políticos que, paradojálmente en muchos casos, son y se han vuelto funcionales a dicho trinquete y por ende a esa política de despolitización, que sea dicho de paso, está institucionalizada e internalizada en la mayoría de los sujetos.
El cierre del universo político se ha estructurado bajo la premisa y desconfianza a la vez, de que el ciudadano común es irracional y no sabe decidir, y que fue fundamento para la constitución de un sistema político tutelado (sí, el sistema político y electoral chileno es tutelado).
Se potencia la dicotomía en cuanto al sujeto como ciudadano versus consumidor, entonces como consumidor puede decidir muy bien qué comprar, pero como ciudadano se desconfía de él, pues no sabe qué tipo de política quiere.
Esto conlleva algo más profundo, complejo y oculto; la negación a priori del cambio social mismo a partir de lo político, y sobre todo, a partir de los propios ciudadanos.
Bajo esa lógica -del cierre del universo político- la política se anquilosa, se mantiene estática y obstruida a todo nivel (discursivo y práctico) y entonces se reduce a ser espacio para reproducir una promesa constantemente incumplida, de una “vida cada vez más confortable para un número cada vez mayor de gentes que, en un sentido estricto, no pueden imaginar un universo del discurso y la acción cualitativamente diferente, porque la capacidad para contener y manipular los esfuerzos y la imaginación subversivos es una parte integral de la sociedad dada” (El hombre unidimensional).
En base a esto, los actores políticos hegemónicos del poder institucionalizado –aquellos que desde dentro sustentan y mantienen cerrado el universo político para el resto- construyen espejismos de discusión y cambio profundo, para los ciudadanos comunes.
En dicho discurso, dichos cambios son sólo posibles desde dentro del aparataje político hegemónico que sustenta el cierre del universo político –ya sea del gobierno de turno o de su oposición- y del que se excluye a la mayoría de los ciudadanos. Lo cierto es que dentro del cierre del universo político, no existe debate de fondo y menos ideas o pretensiones de cambio sustancial. La discusión política de los actores dominantes se reduce a niñerías como hemos visto con las discusiones entre Piñera, Vidal y Moreira.
En este sentido, la mayoría de los ciudadanos, parecen no captar que las estructuras, los marcos institucionales, los proyectos y los actores políticos hegemónicos –los que están dentro del universo cerrado- son en esencia los mismos.
Así, “aquellos cuya vida es el infierno de la sociedad opulenta son mantenidos a raya con una brutalidad que revive las prácticas medievales y modernas. En cuanto a otros, menos desheredados, la sociedad se ocupa de su necesidad de liberación, satisfaciendo las necesidades que hacen la servidumbre agradable y quizá incluso imperceptible, y logra esto dentro del proceso de producción mismo” (El hombre unidimensional)..
La mayoría parece no preguntarse si ¿Es posible propiciar cambios desde adentro cuando la estructura del sistema parece petrificada en su propia lógica y cerrada a otros actores y ciudadanos?
Hoy el escenario político actual es lejos uno de los más turbulentos –no en sentido negativo sino positivo- de los últimos tiempos. Esto, porque a pesar de las camisas de fuerza que aún operan y que tanto la Concertación como la Alianza parecen mantener, la política parece abrirse más allá de las lógicas centrípetas e “egocéntricas” de las fuerzas dominantes, haciéndose algo más centrífuga.
Es tiempo de que los ciudadanos rompan el cierre del universo político, que es más grande de lo que les han hecho creer.
En temas de política, extrañamente el ciudadano chileno confía más en el actuar de otras personas -en los personajes de turno- que en su propia determinación. Es decir, no confía en su propia capacidad como sujeto político y de cambio, y por eso siempre es pasivo, delega, espera pacientemente y confía eternamente en el actuar de otros. Puede reclamar mucho, vociferar quejas, pero generalmente se comporta como un polizonte (freerider).
Lo anterior en parte se debe a que a los ciudadanos chilenos nos han convencido –o nos han tratado de convencer- que pensar y actuar políticamente es peligroso para sí mismo y para el resto. Le han persuadido por más de una generación de que pensar en política es algo subversivo y riesgoso para la estabilidad, el orden y la democracia.
En definitiva, les han convencido que el universo político debe y es accesible sólo para algunos, no para todos, y que por lo tanto, debe estar bajo llave.
Y entonces, el ciudadano ha asumido que su único rol y nexo en cuanto a lo político es asumir una disposición apolítica constante, que se reduce a tirar una línea cuando se abre la cerradura y le dicen: vote.
El cierre del universo político se ve reflejado en que en Chile, el sujeto político no existe a nivel de sociedad civil. Cuando han existido atisbos de ello, han sido atomizados o acallados de diversas formas.
Las organizaciones civiles no-partidarias no tienen la suficiente fuerza para romper dicho cerrojo, para ejercer influencia en la toma de decisiones políticas y situarse a la par de los partidos políticos que, paradojálmente en muchos casos, son y se han vuelto funcionales a dicho trinquete y por ende a esa política de despolitización, que sea dicho de paso, está institucionalizada e internalizada en la mayoría de los sujetos.
El cierre del universo político se ha estructurado bajo la premisa y desconfianza a la vez, de que el ciudadano común es irracional y no sabe decidir, y que fue fundamento para la constitución de un sistema político tutelado (sí, el sistema político y electoral chileno es tutelado).
Se potencia la dicotomía en cuanto al sujeto como ciudadano versus consumidor, entonces como consumidor puede decidir muy bien qué comprar, pero como ciudadano se desconfía de él, pues no sabe qué tipo de política quiere.
Esto conlleva algo más profundo, complejo y oculto; la negación a priori del cambio social mismo a partir de lo político, y sobre todo, a partir de los propios ciudadanos.
Bajo esa lógica -del cierre del universo político- la política se anquilosa, se mantiene estática y obstruida a todo nivel (discursivo y práctico) y entonces se reduce a ser espacio para reproducir una promesa constantemente incumplida, de una “vida cada vez más confortable para un número cada vez mayor de gentes que, en un sentido estricto, no pueden imaginar un universo del discurso y la acción cualitativamente diferente, porque la capacidad para contener y manipular los esfuerzos y la imaginación subversivos es una parte integral de la sociedad dada” (El hombre unidimensional).
En base a esto, los actores políticos hegemónicos del poder institucionalizado –aquellos que desde dentro sustentan y mantienen cerrado el universo político para el resto- construyen espejismos de discusión y cambio profundo, para los ciudadanos comunes.
En dicho discurso, dichos cambios son sólo posibles desde dentro del aparataje político hegemónico que sustenta el cierre del universo político –ya sea del gobierno de turno o de su oposición- y del que se excluye a la mayoría de los ciudadanos. Lo cierto es que dentro del cierre del universo político, no existe debate de fondo y menos ideas o pretensiones de cambio sustancial. La discusión política de los actores dominantes se reduce a niñerías como hemos visto con las discusiones entre Piñera, Vidal y Moreira.
En este sentido, la mayoría de los ciudadanos, parecen no captar que las estructuras, los marcos institucionales, los proyectos y los actores políticos hegemónicos –los que están dentro del universo cerrado- son en esencia los mismos.
Así, “aquellos cuya vida es el infierno de la sociedad opulenta son mantenidos a raya con una brutalidad que revive las prácticas medievales y modernas. En cuanto a otros, menos desheredados, la sociedad se ocupa de su necesidad de liberación, satisfaciendo las necesidades que hacen la servidumbre agradable y quizá incluso imperceptible, y logra esto dentro del proceso de producción mismo” (El hombre unidimensional)..
La mayoría parece no preguntarse si ¿Es posible propiciar cambios desde adentro cuando la estructura del sistema parece petrificada en su propia lógica y cerrada a otros actores y ciudadanos?
Hoy el escenario político actual es lejos uno de los más turbulentos –no en sentido negativo sino positivo- de los últimos tiempos. Esto, porque a pesar de las camisas de fuerza que aún operan y que tanto la Concertación como la Alianza parecen mantener, la política parece abrirse más allá de las lógicas centrípetas e “egocéntricas” de las fuerzas dominantes, haciéndose algo más centrífuga.
Es tiempo de que los ciudadanos rompan el cierre del universo político, que es más grande de lo que les han hecho creer.
3 comentarios:
Jorge:
¿Qué piensas de la Red de independientes creó Cristina Bitar junto con otros jóvenes, que quieren emular a Expansiva? Pura técnica.(despolitización)Incluso leí por la red, que presentaron a Pérez Yoma una serie de reformas al Estado, que no necesitan del Parlamenta para hacerlas.
La izquierda lo tiene más claro el asunto de las ideas que la derecha.
Independientes en Red es otro intento desde dentro del sistema. Ya sabes desde la elite, que controla y hace usufructo del campo político -sobre todo el central- y cuyo propósito es mantener y proteger la estructura institucional y discursiva que sustentan dicho control.
Ellos proponían oxigenar la política. No sé si te acuerdas cuando escribí que Sí la (P) política está enferma, no hay que oxigenarla, hay que desahuciarla.
Eso apuntaba a que la política hay que ampliarla a espacios civiles, a una poliarquía y no dejarla en manos de las elites.
http://teoriaspoliticasparalatinoamerica.blogspot.com/2007/12/s-la-p-poltica-est-enferma-no-hay-que.html
Gracias
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