viernes, 26 de febrero de 2010

CINCO MITOS SOBRE EL ANARQUISMO

La mayoría de las personas al escuchar la palabra anarquismo, la relaciona con ideas negativas como violencia, destrucción, desorden, irrespeto, vagancia y caos, lo que demuestra que conocen muchos mitos pero nada de la doctrina anarquista.

Veamos algunos de esos mitos sobre la Idea.

1. mito: El anarquismo promueve la violencia.
Una de los mitos más difundidos es el que considera que el pensamiento anarquista es una doctrina que simplemente promueve la violencia. Esto, en parte se debe a que en general se conocen más las acciones de algunos lumpen (autodenominados anarquistas), o la historia de personajes como Necháyev, pero nada de los planteamientos teóricos de los autores anarquistas en sus diversas vertientes.

El anarquismo plantea claramente su contraposición contra el Estado (en cualquiera de sus formas, ya sea pontificio, racional-legal, dictatorial) y cualquier forma de coacción “coerción externa, sea de orden gubernamental, ético, intelectual o económico”. Sin embargo, las vías -que han planteado los diversos autores- para llegar a la desaparición de la coacción institucional han variado en el tiempo, según el contexto en que los autores han planteado sus ideas.

Así por ejemplo, Bakunin, Kropotkin y Malatesta, son claramente más agresivos que otros anarquistas como Tucker o Thoreau en cuanto a cómo luchar contra el Estado, puesto que desarrollan sus planteamientos bajo un régimen zarista autocrático y claramente represivo.

Pero incluso estos autores, rechazaban la violencia “irracional” de personajes como Necháyev. En este sentido, veían la violencia como una forma de defensa en relación a la acción represora del Estado y no de agresión gratuita.

Por otro lado, los anarquistas individualistas o filosóficos como los de la tradición estadounidense como el ya mencionado Tucker, promueven el pacifismo, rechazan la conscripción militar por considerarla una forma de esclavitud y no creen en la revolución violenta como método para llevar a cabo los cambios sociales.

Lo anterior se debe a que la contraposición anarquista a cualquier forma de coacción se sustenta en la defensa de la autonomía del individuo y la libertad como un derecho natural. De esto, deriva el denominado axioma de no agresión –defendido por anarco capitalistas y mutualistas- que plantea que la sociedad es libre cuando no existe coacción sobre los sujetos, y por tanto pueden llevar a cabo libres acuerdos sin interferencia alguna.

Este principio sin embargo, no descarta el castigo hacia quienes agreden la propiedad de otro, por tanto defiende la legítima defensa y la libre asociación para ello. Así, autores claramente anarquistas como Warren, Spooner y Tolstoi defienden estos principios pacifistas. Gandhi seguía el mismo principio.
Por eso es un error garrafal catalogar de anarquista a cualquier extremista o lumpen, cuando lo más probable es que éstos ni siquiera hayan leído a Benjamín Tucker, Lynsar Spooner.

2. mito: El anarquismo promueve el desorden social.
Un gran número de personas relaciona al Estado y sus órganos con el orden, la seguridad y la paz. Creen que es lo único que puede reprimir las pasiones perversas de la naturaleza humana. Incluso los conservadores –vulgo liberales- aún cuando plantean reducir el Estado, siempre se compungen cuando se les plantea reducir o eliminar el aparato militar del Estado.

En el fondo, la mayoría tiene una concepción hobbesiana del ser humano, imaginando que sin Estado, todos nos convertiríamos en lobos, entrando en un estado de naturaleza violento y agresivo. Por eso mismo y debido a que el anarquismo plantea la supresión del Estado, muchos consideran que sólo promueve el caos y el desorden social.

Lo cierto es que los teóricos del anarquismo no plantean el caos social al proponer suprimir el Estado, sino su reemplazo por formas de organización voluntaria y no coactiva como las mutuales y cooperativas de Proudhon o las ideas de Kropotkin.

Lo que deslegitiman es la autoridad impuesta bajo amenaza del uso de la fuerza y sobre todo su concentración y monopolio en pocas manos, sea en las de supuestos descendientes de los dioses, legisladores, ricos mercaderes, guerreros, sacerdotes, intelectuales, líderes revolucionarios, patriotas iluminados, obreros, la ley, la asamblea, etc.

No cuestionan el liderazgo, el acuerdo y la organización a nivel local, de pequeñas federaciones, sino que el monopolio y rigidez que pretenden ejercer ciertas organizaciones y grupos sobre la vida de las personas en general, a través de la religión (con el derecho divino) o las leyes (con constituciones irreformables). Esto incluso lo desconocen muchos autodenominados anarquistas.

Estos cuestionamientos se basan en la noción del libre acuerdo y de que todos los pactos son libres y revisables, no son hereditarios y por tanto ninguna autoridad es permanente. Por eso se oponen al derecho divino y cuestionan la idea del contrato social.

3. mito: El anarquismo es lo mismo que el marxismo.
Como la mayoría de los anarquistas consideran que el Estado es un instrumento de coerción a favor de ciertos intereses (y algunos autores anarquistas como Bakunin se oponen a la propiedad privada -cuestión que en sí es compleja-) muchos ligan erróneamente el pensamiento ácrata con el marxismo. Lo cierto es que ambas doctrinas difieran en varios puntos.

En primer lugar, debido a que el anarquismo en general defiende la autonomía del individuo en todo sentido y como base esencial del avance humano, se opone al autoritarismo marxista que planteaba una férrea organización en el proceso revolucionario. Por lo mismo, Bakunin, un contemporáneo de Marx en la 1° Internacional, planteaba que el proceso de cambio debía ser espontáneo y no dirigido por unos cuantos, pues de lo contrario, se impondría un nuevo elitismo con base en el partido, lo que significaría un simple reemplazo de un autoritarismo por otro, sin solucionar nada.

En segundo lugar, el anarquismo de manera coherente con su rechazo al autoritarismo, rechaza la dictadura del proletariado propuesta por Marx, pues la vía propuesta es una revolución violenta que consideran, no traerá mejoras sino nuevas miserias a los sujetos. Lo mismo piensan de las guerras por el motivo que sean (véase el punto uno).

Por otro lado, como son anti autoritarios y antidogmáticos, consideran que no se puede forzar a nadie a creer en algo. Consideran que es un acto criminal, lo cometa el Estado capitalista, socialista, la mayoría, una iglesia, una corporación, un rey, o un presidente.

En tercer lugar, si bien los anarquistas rusos rechazan la propiedad privada* y promovían un lógica comunista como lo hacía Kropotkin, otros anarquistas como Tucker plantean que la autonomía del individuo está ligada a la defensa de la propiedad privada, entendida como derecho a la auto posesión y al fruto del trabajo.

En el fondo, promueven que cada trabajador sea dueño de su trabajo sin ninguna clase de intermediario o planificador estatal o burocrático. Por lo mismo, se oponen al planteamiento marxista de estatizar (aunque éstos le llaman socializar) los medios de producción.

*Hay una discusión en torno a eso, pues probablemente el rechazo de Bakunin y Proudhon, apuntaba a que el principio legal de propiedad privada permitía proteger la propiedad de los zares, cuya legitimidad y origen era cuestionada. Léase Nozick.

4. mito: El anarquismo promueve destruir la familia y es antirreligioso
Este es quizás uno de los mitos menos difundidos pero que en más de una ocasión he oído decir. Probablemente se relaciona con la promoción del amor y la unión libres que hacen la mayoría de los autores y autoras anarquistas (Mary Wollstonecraft, Emma Goldman) además de su oposición a las jerarquías en el matrimonio, los prejuicios sexuales o la ingerencia del Estado o la Iglesia en las relaciones personales.

Lo cierto es que autores y autoras como desde Bakunin, Armand, hasta Emma Goldman, basados en la defensa de la autonomía del individuo, promueven no sólo el amor libre sino la igualdad entre hombre y mujer, y la libertad de terminar “el acuerdo” cuando se requiera. Esto claramente genera rechazo en sectores conservadores y religiosos, además de acusaciones de feminismo extremo.

Sin embargo, lo anterior no implica que los anarquistas promuevan la destrucción de la familia, sino que éstas se sustenten en la expresión máxima de libertad individual, que es el amor mutuo. Según los anarquistas que han abordado estos temas, el ser humano cuando es libre, manifiesta de forma más clara el amor incondicional al prójimo, sobre todo en el seno de la familia.

Por otro lado, si bien la mayoría de los anarquistas son ateos, y hacen fuertes críticas a la religión, como forma de sumisión y adoctrinamiento a favor del autoritarismo de las elites y el Estado, esto no implica que sean necesariamente antirreligiosos.

La mayoría de los anarquistas -como Bakunin- consideran que el Estado y la religión van asociados y son las principales formas represivas en la sociedad. De alguna u otra forma consideran que ya sea Dios o el Estado, se tornan credos dogmáticos que atentan contra la libertad de los individuos.

Claramente su anticlericalismo se explica pues se oponen a toda clase de dogmatismo o imposición moral, pues ven que son la base para sustentan el poder y autoritarismo –en este caso del clero o los reyes cuando se escudaban en el derecho divino-.

En ningún caso se oponen a la libertad de creencia de los sujetos, pues defienden la autonomía de éstos y su libertad de pensamiento. Así por ejemplo, Stirner proponía la máxima libertad de pensamiento, mientras que Tolstoi promovía un anarquismo de carácter cristiano.

5. mito: El anarquismo es doctrina de analfabetos y promueve la pereza
En la prensa frecuentemente se muestra como jóvenes anarquistas a sujetos que se dedican a beber, vestir de manera estrafalaria, piden dinero por las calles, pernoctan en diversos lugares -con o sin permiso de sus dueños-, no trabajan ni estudian. Claramente, está imagen ha creado el mito de que el anarquista no es más que un perezoso.

Lo cierto es que la mayoría de los autores anarquistas valoran y consideran esencial la educación y el trabajo como instrumentos para lograr la libertad y autonomía del sujeto con respecto a cualquier modo de dominio o coerción.

Así por ejemplo, uno de sus principios generales es la autogestión en la producción, donde se defiende el libre acuerdo entre los trabajadores, los cuales dueños de sus medios de producción, podrían organizar asociaciones libres e independientes. Por tanto, se rechaza cualquier pretensión de intervención o planificación económica centralizada como ocurre con el mercantilismo (actual capitalismo crony) o con el marxismo. Por tanto, ven que el trabajo, el derecho a la propiedad y la iniciativa personal como esenciales para fortalecer la libertad de cada persona y fomentar la ayuda mutua.

lunes, 22 de febrero de 2010

LA VIDA DE LOS OTROS

La propuesta antidelincuencia, de constituir una red de 50 mil informantes civiles en los barrios, podría pasar a llevar derechos civiles básicos de la ciudadanía, y podría convertir a Chile en un Estado Policial o una sociedad orwelliana.

El uso de informantes no es algo nuevo en la historia, sino una vieja práctica llevada a cabo por gobiernos de diversa índole, en distintos lugares, momentos y propósitos. Su eficacia sigue siendo dudosa.

En la ex RDA existían alrededor de 180.000 informantes voluntarios y pagados al momento de caer el muro, y en Colombia hoy aún se utiliza como método.

Pero hay algo más de fondo. Lo cierto es que el uso de informantes voluntarios, al entregar a civiles -sin capacitación, formación ni experiencia- atribuciones de vigilancia, puede pasar a llevar derechos civiles básicos de otros ciudadanos, como la libertad de circulación, de expresión, de pensamiento y sobre todo el derecho a la privacidad.

Porque ¿Quién establece el criterio y el margen de acción de estos informantes? ¿Cómo evitar que éstos voluntarios no deriven en miembros de una Stasi comunal o una Policía del Pensamiento a lo 1984? ¿Cómo evitar que estos informantes mal utilicen sus atribuciones para obtener beneficios en desmedro de sus vecinos, o incluso sus familias?

Por otro lado ¿Bajo qué criterio se seleccionará a los informantes? ¿Por qué período de tiempo? ¿Con qué atribuciones? ¿Serán testigos de fe al igual que los agentes policiales del Estado? ¿Qué podrán denunciar? Y sobre todo ¿Qué tendrán que informar?

Se supone, que se les dotará de celulares, para que avisen la presencia de delincuentes prófugos u otros delitos. ¿Cuáles delitos? ¿Estudiarán la ley antes?

Si analizamos bien, llamar para denunciar es algo que hoy día cualquier vecino puede hacer. La única diferencia sería que al informante se le garantice protección policial permanente, pero esto claramente nos genera otro problema.

¿El gobierno garantizará protección policial exclusiva a 50 mil ciudadanos en desmedro de otros tantos? ¿Cómo evitar que esos informantes sean cooptados por organizaciones delictivas para obtener esa protección policial?

Probablemente, entre las personas se crearán crecientes incentivos perversos para ser informante, y entonces muchos comenzarán a acusarse mutuamente, o simplemente el número de informantes aumentará irremediablemente.

De una u otra forma el sistema se saturará en desmedro de los derechos civiles básicos. ¿A quién le creerá la policía si un informante es denunciado de un delito por un ciudadano común?

viernes, 12 de febrero de 2010

Cuando calienta el sol...

David Gallagher: "no le bastan cuatro años para enmendar el rumbo del país, y porque necesita por tanto generar potenciales sucesores a Piñera. Éstos en la DC abundan".

WTF? Más que demostrado que la clase política, las elites en general, son una sola y el cuento derecha-izquierda es sólo para engañarnos...

martes, 9 de febrero de 2010

¿QUIÉNES DEBEN GOBERNAR?

Si hoy -cuando el presidente electo haga público su gabinete- preguntamos ¿Quiénes deben gobernar? Probablemente la respuesta más inmediata será “los mejores”. Otra quizás será “el pueblo”. Lo cierto es que ambas respuestas son totalmente inútiles.

Por siglos, y de manera fútil, el problema fundamental de la política ha girado en torno a ¿Quiénes deben ejercer el poder y su voluntad?

Las respuestas han sido variadas durante siglos; que los valientes, que los sabios, que los filósofos, que los brujos, que los clérigos, que los reyes, que los jueces, que los arios, que los revolucionarios, que los obreros, que los intelectuales, que los empresarios, la “voluntad general”, que “el gobierno de la ley”, “el proletariado”, el “pueblo” y un largo etc.

Por defender cada una de estas respuestas, los seres humanos se han matado en centenares, han hecho guerras brutales y han arrasado pueblos enteros, sin obtener nada bueno. Porque tal como decía Karl Popper “cualquiera de estas respuestas, por convincente que pueda parecer –pues ¿quién habría de sostener el principio opuesto, es decir, el gobierno del “peor”, o “el más ignorante” o “el esclavo nato?” –es, como trataré de demostrar, completamente inútil”.

Extrañamente –y aunque la historia completa demuestra que no hay grupo, clase o raza infalible o superior moralmente a otra, y que los gobernantes no siempre son sabios y buenos- las personas siguen creyendo en la posibilidad de establecer un gobierno de los mejores. Y otros siguen prometiéndolo.

Sin embargo y erróneamente “suponen tácitamente que el poder político se halla esencialmente libre de control” (Karl Popper). Ilusamente las personas creen que el gobernante –sobre todo el de su preferencia- está lleno de virtudes y se encuentra libre de los vicios del poder y entonces dicen cosas como: “es muy rico así que no robará”; o “es parte del pueblo así que no lo traicionará”, etc…

Esta forma de razonar en cuanto al poder político -que Popper llama la teoría de la soberanía- “la adoptan implícitamente aquellos escritores modernos que creen, por ejemplo, que el principal problema estriba en la cuestión: ¿Quiénes deben mandar, los capitalistas o los trabajadores?” (Karl Popper).

Lo cierto es que este modo de abordar la cuestión política, de confiar ciegamente en los gobernantes y sus promesas (aún cuando quieran cumplirlas), deja de lado varios aspectos importantes relativos al modo en que se desenvuelve el poder.

EL MITO DEL GOBIERNO DEL MÁS SABIO
Los que creen en el gobierno de los más sabios o mejores, olvidan por ejemplo, que cualquier gobernante –desde el más sabio al más inepto- está expuesto a las presiones (ambiciones y vicios) de sus subalternos, viéndose obligado a dar concesiones, pagar favores, etc. En otras palabras, no toman en cuenta que “aún el tirano más poderoso depende de su policía secreta, de sus secuaces y de sus verdugos” (Karl Popper).

En este sentido, Popper es claro en decir que “debemos siempre prepararnos para lo peor aunque tratemos, al mismo tiempo, de obtener lo mejor” y agrega que “me parece simplemente rayano en la locura basar todos nuestros esfuerzos políticos en la frágil esperanza de que hayamos de contar con gobernantes excelentes o siquiera capaces”.

Irónicamente y en base a esta creencia, hasta nuestros días, la mayoría de las personas –sea cual sea su posición ideológica o política- adopta una posición religiosa frente a sus líderes, atribuyéndoles todas las cualidades posibles, incluso las que no tienen realmente. Se auto inventan el mito del gobierno de los mejores y entonces los santifican.

Lo cierto es que esa devoción hacia los gobernantes y esa falta de desconfianza en el poder, ponen en riesgo nuestra propia libertad y nos coloca a un paso del dilema de la libertad -que Platón planteara muchos siglos atrás- en cuanto a que una mayoría podría libremente someterse al gobierno de un tirano.

LAS INSTITUCIONES Y LAS PERSONAS
Debido a lo que explicábamos anteriormente, la mayoría de las personas creen que los problemas y vicios de la política se resuelven simplemente cambiando personas. En ningún caso analizan cuáles son las instituciones mediante éstas actúan. Lo cierto es que “El principio del conductor o líder no reemplaza los problemas institucionales por problemas de personas, sino que crea, tan sólo, nuevos problemas institucionales” (Karl Popper).

Así por ejemplo y extrañamente, una dictadura para unos u otros, es buena o mala según quién sea el dictador, o los resultados qué generó, o lo que se espera genere. Es decir, que definen la dictadura no según las instituciones que está suprime sino que según la persona que la ejerce.

En otras palabras, una institución como la libertad política, para algunos vale según quién la suprime. Y esa ironía la podemos ver en quienes han apoyado dictaduras tanto de izquierda como de derecha.

Como podemos ver, ese modo de razonar que es transversal, elimina “el problema del control institucional de los gobernantes y del equilibrio institucional de sus facultades. El mayor interés se desplaza, así, de las instituciones hacia las personas, de modo que el problema más urgente es el de seleccionar a los jefes naturales y adiestrarlos para el mando” (Karl Popper).

Para quienes –al igual que Popper- no creemos en el gobierno de los mejores, ni en grupos, clases o razas infalibles para gobernar, la pregunta importante no es ¿Quién debe gobernar? La pregunta importante es ¿En qué forma los ciudadanos podemos organizar las instituciones políticas a fin de que los gobernantes malos o incapaces no puedan ocasionarnos demasiado daño?

Porque “si deseamos efectuar progresos, deberemos dejar claramente establecido qué instituciones deseamos mejorar”. (Karl Popper). Y eso lo debemos hacer todos no unos cuantos iluminados de turno o elegidos a dedo.

*Citas extraídas de LA SOCIEDAD ABIERTA Y SUS ENEMIGOS (1945)

martes, 2 de febrero de 2010

LOS FALSOS DEFENSORES DE LA LIBERTAD PARTE III

“¿Se educan a propósito nuestras disposiciones para que seamos creadores, o se nos trata puramente como criaturas cuya naturaleza no admite más que la doma?” Max Stirner.

La pregunta del filósofo Max Stirner –algunos dicen que es la influencia de Nietzsche- apunta a un claro y central dilema: la educación, o es un espacio para promover la libertad o para promover la sumisión de las personas.

Cuando la enseñanza es libre, amplia y variada (ecléctica) no sólo derriba mitos sino que sirve para formar personas creativas, libre pensadores y ciudadanos pacíficos (Así lo creían los ilustrados); cuando es doctrinaria, sesgada y dogmática, sólo sirve para formar individuos uniformes, soeces, intolerantes y autoritarios, pero además serviles a los mitos dominantes de turno.

La primera forma de formación podemos llamarla claramente educación, entendida como la formación para pensar libremente; la segunda podemos llamarla adoctrinamiento, entendida como la formación para pensar disciplinada, limitada y uniformemente.

La primera, fomenta el afán por el saber y el pensamiento crítico, y por tanto es enemiga de la censura y defiende la libertad de expresión; la segunda restringe el afán de conocer y defiende el pensamiento único, y por tanto es amiga de la censura y enemiga de la libertad de expresión.

De lo que llamamos educación depende la autonomía individual y por ende la sociedad civil activa y plural en cuanto a su independencia del gobierno y el Estado; del segundo modo –el adoctrinamiento- ha hecho usufructo el absolutismo monárquico y religioso, el despotismo político, además de las dictaduras y totalitarismos de cualquier tipo e ideología.

Como Bertrand Russell planteaba, el paso de la barbarie a la civilización ha dependido de estas diferentes formas de enfrentar la realidad y el conocimiento. Así, Giordano Bruno o Galileo son ejemplos de la pugna entre estos modos, pues ambos rompieron y se enfrentaron con la lógica doctrinaria, y por ello fueron condenados, el primero a la hoguera y el segundo a la cárcel.

Históricamente, quienes han tenido el poder –sea político, religioso o económico- siempre se han optado por el segundo modo de enseñanza, y por ende siempre han sido favorables al adoctrinamiento de las personas. Porque así “nacido y criado en la esclavitud, heredero de una larga progenie de esclavos, el hombre, cuando ha comenzado a pensar, ha creído que la servidumbre era condición esencial de vida: la libertad le ha parecido un imposible” Malatesta.

Por eso, un individuo consciente e informado más allá de lo permitido, es peligroso para cualquier poder porque, como el mismo Stirner decía: “La educación proporciona la superioridad y convierte en señor: por eso en aquella época de señoría constituía un instrumento para el desempeño del poder. Tan sólo la revolución fue capaz de echar a pique la economía de señores y siervos, instaurando el principio vital: ¡Que cada cual sea su propio señor! A ello iba ligada la necesaria consecuencia de que la educación…”

Quienes tienen el poder o lo quieren para sí, saben que éste se sustenta en mitos y subterfugios diversos, el derecho divino, la infalibilidad, la sangre, la raza, la conciencia, etc. Quienes por cualquier motivo dejan en evidencia estos rasgos comunes y frecuentes del poder –sea cual sea- y más aún los muestran al resto de los incautos, es claramente persona non grata.

Por eso siempre han tratado de monopolizar y limitar la educación, de mantenerla en los márgenes del adoctrinamiento y la uniformidad, como modo de disciplinamiento o mera instrucción, y no como modo de liberación del pensamiento. La lucha por el monopolio del adoctrinamiento fue la base de la pugna entre la educación religiosa y la estatal durante los procesos de secularización.

LOS DEFENSORES DE LA IDIOCRACIA
En la antigua Grecia, quienes participaban en la política eran los ciudadanos, quienes no lo hacían eran llamados idiotez, que según Fernando Savater se utilizaba para referir “a quien no se metía en política, preocupado tan sólo en lo suyo, incapaz de ofrecer nada a los demás”. En términos estrictos, describía a quién no le interesaban los asuntos de la polis.

Sin embargo, no bastaba con hacer acto de simple presencia, además, había que argumentar y persuadir a otros en los debates. Por eso mismo, estos primeros políticos recurren a los -hoy denostados- sofistas, quienes les instruyen para convencer en estas discusiones. Es decir, los educaban, los hacían pensar. Quizás ahí surge la derivación de la palabra idiotez hacia algo relativo a la falta de racionalidad y lógica.

Por lo mismo, hasta varios siglos después, y tal como Stirner plantea “una educación popular se consideraba impropia pues el pueblo debía permanecer, frente al señor culto, en la casta de los laicos, admirando y venerando el señorío ajeno”.

Hoy en la democracia moderna la lógica sigue siendo la misma. Quienes tienen cualquier tipo de poder, consideran que el pueblo no debe saber ni entiende muchos de los asuntos que conciernen la toma de decisiones, aún cuando las mismas les puedan afectar directamente. Quienes tienen el monopolio de la educación, tampoco se esfuerzan porque entiendan o se eduquen más allá de lo establecido. “Se conforman con educar gente razonable, pero no se proponen formar hombres racionales” Max Stirner.

Porque “si a los efectos naturales de la costumbre se agrega la educación recibida del mismo patrón, del sacerdote, del maestro, etc. -interesados todos en predicar que el gobierno y los amos son necesarios, y hasta indispensables…se comprenderá cómo el cerebro poco cultivado de la masa ha logrado arraigar el prejuicio de la utilidad y de la necesidad del amo y del gobierno”. Malatesta.

Lo cierto es que un pueblo más informado y con mayor conocimiento probablemente no estaría de acuerdo con muchas decisiones y reclamaría para sí otras, atomizando y descomponiendo cualquier forma de poder centralizado. Y en realidad, probablemente se opondrían a cualquier imposición de poder.

adoctrinamiento con límites bastante claros y reconocibles. Como dice Toni García, el Breviario de campaña electoral, donde Quinto (hermano de Cicerón) detallaba como hay que embaucar al pueblo para ganar las elecciones, debería ser leída en todas las escuelas. Probablemente en ninguna se lee.

Por eso, y haciendo la misma pregunta que se hacía Max Stirner “¿De qué nos lamentamos, pues, cuando nos referimos a los defectos de nuestra actual formación escolar? De que nuestras escuelas se asienten todavía sobre el viejo principio del saber sin voluntad”.

EDUCADOS PERO DÓCILES
La ilustración y su idea de una educación universal rompieron con el exclusivismo que existía en el orden feudal, religioso y absolutista, donde sólo los señores se educaban mientras el resto de las personas permanecía sumido en la ignorancia y el temor. La idea era “iluminar las mentes” de los seres humanos para permitirles abandonar los miedos y lograr desarrollarse.

Sin embargo, lo que en principio se planteó como un proceso liberador, derivó en una nueva lógica de adoctrinamiento y servidumbre en servicio de otros nuevos intereses, ya sea la “unidad nacional”, el “bienestar general”, la “patria”, el “orden”, entre otras cosas.

Así “la masa de los trabajadores no reciben más educación científica que sus abuelos, y, además, se ven privados de la poca que podían adquirir en los pequeños obradores, mientras que sus hijos, tanto varones como hembras, estando condenados a vivir en la mina o la fábrica desde la edad de trece años, pronto olvidan lo poco que aprendieron en la escuela” Kropotkin.

Así, hasta el día de hoy “la educación para la vida práctica no forma más que personas de principios, incapaces de pensar y actuar sino en función de máximas, pero no forma hombres principales. Tan sólo forja espíritus legales, pero no libres”. Max Stirner.

La enseñanza, de instrumento liberador como se planteó en la ilustración, ha pasado a convertirse en instrumento domador, según los requerimientos de los poderosos de turno. “En cuanto a los que han tenido la relativa buena suerte de recibir alguna más educación, fatigamos su inteligencia con un trabajo excesivo, les privamos concientemente de toda educación, fatigamos su inteligencia con un trabajo excesivo, les privamos concientemente de toda posibilidad de hacerse productores, y bajo un sistema de educación cuyo objetivo es la «utilidad», y los medios la «especialización», hacemos trabajar hasta el aniquilamiento a los pobres maestros que toman a pecho su labor” Kropotkin.

Ahora el poder, ya «no destruye las voluntades, pero las ablanda, las doblega y las dirige; rara vez obliga a actuar, pero se opone sin cesar a que se actúe; no destruye, pero impide nacer; no tiraniza, pero mortifica, reprime, enerva, apaga, embrutece y, al cabo, reduce a toda la nación a rebaño de animales tímidos e industriosos, cuyo pastor es el gobierno» Alexis de Tocqueville.

Por eso, los falsos defensores de la libertad, con el propósito de imponer su propia voluntad, han pretendido en diversas ocasiones adoctrinar a diversas generaciones en un ciego respeto a la autoridad (la que ellos consideran como tal) sea del tipo que sea.

Entonces, “pueblos enteros aran con el mismo arado que sus antecesores medievales, viven en la misma incertidumbre respecto al mañana, negándoseles igualmente con empeño la educación también; y si quieren reclamar su derecho a la vida, tienen que marchar con sus mujeres y sus pequeñuelos contra las bayonetas de sus propios hijos, como hicieron sus abuelos ciento y trescientos años atrás”. Kropotkin.

En Chile, el denominado flaite es la expresión social de ese proceso de (des)educación -como lo llama Noam Chomsky- llevado a cabo desde hace varios años y desde varias dimensiones por parte de las élites y de quienes tienen poder.

Este nuevo “ciudadano” (que en realidad es un idiotez en el modo griego) producto de ese proceso (des)educador y despolitizador es “incapaz de preservar por sí sólo su libertad” como también planteaba Tocqueville, pues aún cuando algunos ejercen una violencia irracional e ilegítima ante ciertos estímulos, ninguno es capaz de darse cuenta del dominio sobre ellos y menos dejar de ser dóciles a éste. “Sólo somos libres interiormente (una libertad a la que por nada debemos renunciar), mientras que exteriormente podemos seguir siendo, con toda nuestra libertad de conciencia y de pensamiento, esclavos en la servidumbre” Max Stirner.

De la misma forma en que el vasallo feudal no se rebelaba contra su señor por ignorancia y temor a dios, este “ciudadano” permite a las elites (y en esto no hay diferencias entre sectores políticos) componer una estructura de poder casi imposible de transformar.