jueves, 25 de marzo de 2010

PIÑERA, CUBA, RARAS RELACIONES ENTRE ÉTICA Y POLITICA

La discusión en torno a la relación entre política y la ética, y si es que éstas están ligadas o separadas definitivamente ha vuelto al tapete con la condena al régimen cubano por parte del presidente Piñera.

La crítica al régimen cubano por parte del gobierno chileno más bien parece ser mero recurso para distraer la atención en torno a la demora del presidente Piñera en desligarse de LAN, y no es una sincera lucha por la defensa de derechos civiles básicos en la isla.

Lo anterior, sobre todo considerando que en 1995 el actual mandatario, siendo senador, viajó a la isla con fines empresariales (Piñera y Cueto evaluaban una fórmula para construir dos hoteles en unos cayos vírgenes de propiedad estatal, con una inversión de entre 20 y 25 millones de dólares.) y que el actual Presidente chileno se reunió con Fidel Castro en el año 1995, donde entre otras cosas dijo: “En honor a la verdad, Chile debió reestablecer relaciones con La Habana a comienzos del Gobierno del Presidente Patricio Aylwin".

Es decir, en 1995, para el actual presidente, la libertad política y los derechos civiles no eran necesarios para poder evaluar si llevar a cabo negocios o no en la isla.

En otras palabras, la libertad política importaba menos, porque lo que vale es la estructura económica. La misma fórmula fue la que postularon en Chile durante la dictadura de Pinochet, cuando la libertad política era menos importante que el modelo económico.

Lo interesante de todo lo anterior, es que la misma lógica aplican quienes apoyan el régimen cubano. La libertad política de los ciudadanos importa menos, lo que vale es el modelo económico que se defiende.

En ambos casos, el Estado debe concentrar el poder, restringir la libertad política y los derechos civiles e imponer su criterio económico a los ciudadanos, sea este el criterio de los Castro o los Chicago Boys. ¿De democracia? Nada. De poder, todo.

Por eso el punto importante es, desde que enfoque hacemos nuestro análisis cuando juzgamos la relación entre ética y política en estos casos. Veamos qué ocurre desde el punto de vista de la filosofía política moderna.

Si tomamos en cuenta la noción de Maquiavelo en cuanto a la política, entonces debemos desligarla de cualquier tipo de cuestiones éticas. Lo que importa en este caso es cuan efectivo se es en cuanto a preservar el poder y cumplir los objetivos trazados por el Estado o el Príncipe. Cualquier otro miramiento carece de sentido pues entorpece el éxito del gobernante.

Si tomamos un punto de vista kantiano, entonces las cuestiones éticas juegan un rol importante en la actividad política, puesto que aún siendo gobernantes, la razón nos indicaría como obraría cualquier persona en una circunstancia dada. En términos burdos algo así como no hagas a otro lo que no te gustaría que te hagan.

La primera postura claramente antepone la razón particular del gobernante –que es quien ejerce el poder y la fuerza- por sobre la voluntad del individuo. La razón de Estado, que en realidad es la razón individual de una persona, el príncipe, se traduce como decisión colectiva. El bien común lo determina el gobernante. Algunos hablan del representante del pueblo y otros del padre de la patria. Ambas son burdas ficciones.

La segunda postura, la kantiana, trata de resguardar el espacio moral de cada individuo en cuanto a la razón del gobernante, expresada en la legalidad y la coacción estatal. Es decir, reconoce que la razón del gobernante también es individual y por tanto el ciudadano puede contraponerse a ésta, aún cuando niega el derecho a rebelión como otras doctrinas plantean, y sólo defiende el derecho a criticar al gobierno. El imperativo categórico kantiano es válido para todos los individuos y por ende para el gobierno y sus funcionarios. Eso habría olvidado Piñera, si es que efectivamente cometió evasión de impuestos con la venta de LAN.

No obstante, en general las personas tienden a intercambiar estos dos tipos de posturas (la de Maquiavelo y la de Kant) según el tema sobre el cual opinan. Así por ejemplo, tenemos gente que en algunos casos y no en todos, cuestiona ciertos comportamientos políticos o determinado régimen, según el ethos que defiende.

En otras palabras, vemos una dualidad a la hora de defender la libertad y dignidad de las personas, según el sujeto y el ethos que se defiende contextualmente y paradigmáticamente.

Entonces, tenemos gente que defiende dictaduras de izquierda y otras que defienden dictaduras de derecha, aún cuando en ambos casos siguen siendo lo mismo, dictaduras.

En ambos casos también, buscan explicaciones y subterfugios diversos para justificar tal defensa acérrima, recurriendo generalmente a ciertas nociones consecuencialistas para justificar cualquier brutalidad.

Lo anterior es muy coherente con la idea de que el fin justifica los medios, ya sea para “reestablecer el orden”, “proteger la patria de algún cáncer”, “defender la revolución”, “lograr la justicia”, etc.

Esa dualidad o subjetividad, rebela que en el fondo, son casi todos mayoritariamente maquiavélicos (sin culpar al italiano de nada), puesto que en sus valoraciones anteponen lo que ellos –como súbditos o gobernantes- consideran lo que es el bienestar general, ya sea bajo la nomenclatura de la patria, el pueblo o cualquier otra entelequia.
En ambos casos, anteponen la lógica de la razón de Estado –y con ello su brutalidad- por sobre la dignidad básica del individuo, desvalorizándolo finalmente.

Es decir, vuelven subjetiva la noción kantiana de que el ser humano es un fin en si mismo, digno en sí.

Por eso, si uno analiza los argumentos que da la gente para justificar dictaduras (de derecha o izquierda) ve que sea cual sea el caso, sólo son dignos algunos individuos. Sólo son dignos de derechos aquellos que calzan con la noción que consideran válida para simbolizar lo que entienden por bien general. Cualquier que se antepone o critica los fines propuestos por el príncipe, que puede ser un hombre o una ideología, no tiene dignidad.

Lo interesante y más irónico es que en ambos casos, plantean que su objeto es liberar al individuo porque valoran su libertad.

sábado, 20 de marzo de 2010

LOS GOBERNADORES DEBEN SER ELEGIDOS DEMOCRÁTICAMENTE

La elección a dedo que se hace de los gobernadores, sigue demostrando que las elites político-corporativas desconfían del criterio de los ciudadanos. La democracia sería más sana si estas “autoridades locales” fueran electas por los propios habitantes de la región.

La baja en el nombramiento de José Miguel Stegmeier como gobernado de la provincia del Bio Bio, debido a antecedentes que lo ligaban a Paul Schaefer supuestamente desconocidos para la nueva administración, aún cuando éste fue propuesto por su amigo, el senador y secretario general de la UDI, Víctor Pérez, nos indica varias cosas.

Primero, que la dedocracia y el amiguismo, a pesar del supuesto cambio de personas y criterios siguen operando sin problemas.

Segundo, que la pulcritud tan profusamente publicitada falló, pues si no es por la denuncia de un medio nadie se entera.

Tercero, que las elites políticas desconfían del criterio de los ciudadanos para elegir a sus autoridades locales.

Cuarto, que el centralismo del Estado, o el gobierno central, en desmedro de la mayor independencia de las regiones, lo defienden moros y cristianos.

No es pretensión de esta reflexión analizar el caso particular de Stegmeier, pues partimos de la base de que es claro que ninguna autoridad ni sector o gremio político, religioso, o de cualquier índole es infalible. El punto es otro y tiene relación con los ciudadanos y su supuesta soberanía sobre el Estado, el gobierno y sus funcionarios.

Hay en las elites políticas y en general, sin distinción alguna, una lógica de desconfianza en los ciudadanos comunes o de a pie (aunque ahora también tienen cuatro por cuatro y autos “enchulados), que se ha transmitido de generación en generación. Desde los tiempos de Portales, tal como Cristián Warnken lo hace notar en su última columna. Todos son autoritarios y centralistas.

Es cierto que el ciudadano de a pie también ha aportado a esa idea elitista en cuanto a la ausencia de virtud en el vulgo chilensis, pero la cosa no es tan sencilla. En el fondo, el argumento ha sido una simple justificación para el autoritarismo estatal -promovido por las flojas elites de turno y casi siempre justificado por los ciudadanos- desde los tiempos de la independencia.

Porque lo cierto es que esas elites, que han detentado el poder, no se han dado nunca el trabajo de educar a los “desvirtuados” sino que han adoptado la lógica más perezosa de todas, de decirles a esos faltos de virtud -cada cierto tiempo para que no se den cuenta- que como carecen de virtud, mejor que ellos no decidan nada y se sometan a la autoridad. Una clara retroalimentación.

La lógica es simple. Convencemos al tipo de que está loco y es peligroso, y le decimos que el cuerdo somos nosotros, y nada podemos hacer por él, más que amarrarle con camisa de fuerza. Entonces el pobre ignorante, convencido de su padecimiento y desconfiando de si mismo, cede toda su voluntad al déspota de turno.

Bajo esa idea, no es rara la cita claramente elitista y autoritaria de Portales que menciona Warnken: “La democracia, que tanto pregonan los ilusos, es un absurdo en países como los americanos, llenos de vicio y donde los ciudadanos carecen de toda virtud, como es necesario para establecer una verdadera república”. Y sigue “Entiendo la república para estos países como un gobierno fuerte, centralizador, cuyos hombres sean verdaderos modelos de virtud y patriotismo, y así enderezar a los ciudadanos por el camino del orden y las virtudes. Cuando se hayan moralizado, venga el gobierno completamente liberal”.

Lo último es lo que no han hecho jamás las elites gobernantes. Porque lo que han llamado educación cívica más bien ha sido simple chauvinismo y feligresía patriotera. Un disciplinamiento hacia el autoritarismo y el centralismo máximo del poder estatal, pero poco de civismo y autogobierno se ha enseñado. Y ese es el problema.

Por eso, las elites, conscientes de su histórica pereza –lo que denota su poca virtud hereditaria- siguen desconfiando de lo que consideran el vulgo. Saben que no han hecho nunca nada por hacerlo cívicamente viable, sino solamente obediente y sometido.

A la vez, lo que podemos llamar el vulgo desconfía de si mismo y con razón, pues sabe no ha sido educado más que para obedecer mediante coacción.

La elite aún confía en si misma, Warnken lo demuestra en sus palabras: “me deja perplejo que una parte de la elite, que debiera ser nuestro modelo de virtud republicana y probidad”. Erróneamente el vulgo también.

viernes, 19 de marzo de 2010

REFLEXIONES SIMPLES SOBRE LA EXISTENCIA

El sentido de la vida ha sido una pregunta constante desde hace siglos. Ayer, viendo a Hard day´s night, pude constatar que esa pregunta es siempre sobre la vida de uno mismo y esta ligada con la duda –no la necesidad- de la trascendencia.

En otras palabras, las dudas en torno al sentido de la vida no buscan más que dirimir si debemos o no buscar la trascendencia, y cuáles deberían ser las formas de encontrarla según lo que de ella entendamos.

La duda sobre la trascendencia en cuanto a esa dualidad, a simple vista podría parecer una contraposición entre una lógica espiritual versus una lógica material. La pugna entre desarrollar nuestro mundo metafísico, el alma, o aprovechar nuestros recursos empíricos sensibles, el cuerpo.

Algunos dicen que sólo se logra desarrollando el mundo metafísico, el alma, el espíritu, el intelecto, ya sea a través de fórmulas religiosas, ideológicas, académicas, etc. Esa generalmente es la forma más aceptada por el común de la gente. Eso obviamente no quiere decir que por eso sea la correcta.

Por eso, la mayoría piensa que aquellos que dan más espacio al goce de sus sentidos inmediatos, se alejan de la trascendencia, a riesgo de pasar “sin pena ni gloria” por la vida como meros gozadores y ociosos.

Y justamente ayer también, pero mucho antes de relajarme viendo cantar a Los Beatles en su época de jóvenes e irónicos (y pensar que dos ya están muertos pero seguían vivos ahí en la pantalla) vi un papel ordinario donde se invitaba a “personas cultas y de credo” meditar sobre distintas elucubraciones varias.

El texto estaba lleno de esas mezclas verbales llenas de pirotecnia que hacen los que supuestamente ven el futuro o los que escriben libros de autoayuda, que en el fondo son simples enlaces y juegos de palabras sin mucho fondo.

Se llamaba a discutir sobre cosas extrañas y algo ridículas como la metafísica del superfluo introspectivo; o el conocimiento del yo bajo su propio prisma. O sea, algo que en lenguaje simple podemos llamar como análisis del ser humano común.

Porque aunque a algunos les duela, todos somos en parte superfluos y también introspectivos. Nadie es ciento por ciento espiritual como ese papel presuponía.

Y la comparación no tardó en llegar entre Los Beatles trascendiendo de la manera más simple que pueda pensarse, y el mensaje de un anónimo sectario con pretensión de supremo metafísico.

Pude visualizar que no necesariamente el desarrollo del mundo metafísico permite la trascendencia, sino que nos hace perder el tiempo cuando se vuelve un exceso en desmedro de la existencia más básica. Y entonces aquellos seres, llamémoslos metafísico, se crean imágenes erradas y ficticias de la vida y de sus propias vidas. No viven sus propias vidas, no las trascienden, tratando de decirles a otros como trascender.

Porque aquellos que están tratando de encontrar sólo en el mundo metafísico varias respuestas a la trascendencia y el sentido de sus vidas, sólo pierden el tiempo de aprovechar su vida sensible y por ende de vivir su vida realmente. Malgastan su propia trascendencia.

Entonces vi que aquellos que gozan del mundo sensible, de los placeres mundanos, los placeres de la carne, probablemente tienen más oportunidad de ver los caminos a la trascendencia de su propia vida.

Porque no se encierran en mundos irreales y ficticios de su mente, ni pretenden dar cátedra a otros sobre como vivir la vida sino que captan la esencia de la vida misma, que en definitiva es sólo su propia y única vida, con su placer, su dolor, con sus olores y superficies, con sus profundidades.

Y entonces, les es más valioso apreciar lo importante para ellos como individuos realmente vivientes, y para quienes les rodean. Aprecian su vida como algo real y presente, no como una entelequia. Porque quizás el hijo de aquel sujeto recuerda más un juego de fútbol que un tratado sobre la metafísica del yo complejo que éste mismo escribió.

Lo cierto es que viendo a los Beatles y su trascendencia simple pero profundamente sólida y extensa, pude visualizar que la trascendencia de la existencia no tiene sentido si olvidamos existir como somos. Porque en el fondo es una preocupación de los vivos, debido a su temor a no vivir lo suficiente y haber hecho poco. No es preocupación de los muertos.

Sobre todo, que importa muy poco buscarla en un sentido estricto porque es más probable que se la encuentre viviendo al máximo todo lo que podamos.

En el fondo, la trascendencia de un muerto, la miden los vivos, aún cuando al muerto ya le importe un carajo. ¿Ven algún sentido en eso?

martes, 16 de marzo de 2010

LA HORA DEL MUTUALISMO

Si de algo debe servir el terremoto sufrido hace algunos días, es para hacer presente la necesidad de organizaciones ciudadanas diversas, independientes y eficientes a nivel local. La forma en que se lleve a cabo la reconstrucción dependerá de lo activos que se tornen los ciudadanos en torno a ésta.
En los momentos más álgidos de cualquier catastrofe los individuos, las personas, sólo tienen a sus más cercanos inmediatos, familiares, amigos y vecinos como soporte para enfrentar la adversidad.
Las organizaciones centralizadas como el Estado -los políticos y funcionarios- las corporaciones empresariales y las iglesias aparecen mucho después para ofrecer auxilio.
Lo cierto es que la primera ayuda siempre es profundamente local, mutualista y anárquica. Nadie pide permiso para ayudar, ni escatima recursos, ni debe firmar papeles para repartir alimentos. Simplemente se ayuda libremente y sin mirar a quien. Obviamente, al hacer esta apreciación, descartamos de plano la acción lumpen de ciertos individuos que se aprovechan de la situación de vulnerabilidad para atentar contra otros ciudadanos.
Por eso, el terremoto demostró que ninguna organización centralizada -sea el Estado o una Corporación empresarial- es capaz de medir los riesgos y dar respuesta satisfactoria e inmediata a problemas suscitados en varios puntos a la vez, como ocurre con un sismo.
Algunos pensarán en Bomberos. Sin embargo, a pesar de ser una organización central, en el fondo es una organización profundamente localista y federal en su funcionamiento, debido a su caracter voluntario.
Por eso, si de algo debe servir el terremoto sufrido hace algunos días, es para hacer presente la necesidad de organizaciones ciudadanas diversas, independientes de cualquier órgano centralista y eficientes a nivel local. La forma en que se lleve a cabo la reconstrucción dependerá de lo activos que se tornen los ciudadanos en torno a ésta, sin depender de lo establecido por el gobierno.
Los obreros, pescadores y los campesinos podrían asociarse a todo tipo de organizaciones, cajas de resistencia, cooperativas de vivienda, de consumo y de producción, escuelas, radios, pequeñas y medianas empresas, etc.
Porque se debe tener claro que son los ciudadanos los que deben poner las condiciones y no el Estado en cuanto a cómo se reconstruyen sus pueblos y ciudades. De lo contrario, entonces deben organizarse y autogestionar sus propias obras, empresas, intercambios y ayuda mutua a nivel local con mayor fuerza.
Como dice Roderick Long: "los colegios públicos deberían ser disueltos, y los colegios barriales o comunitarios transformados en cooperativas de consumidores directamente controladas por alguna combinación de profesores y padres de alumnos. Los hospitales públicos deberían ser transformados en instituciones genuinamente públicas: cooperativas participativas gobernadas por representantes de los pacientes, de los médicos y del personal de enfermería, y otro personal hospitalario".

martes, 9 de marzo de 2010

CHILE, HERMOSA FACHADA CON FALLAS ESTRUCTURALES

Como a los edificios nuevos y supuestamente antisísmicos, que mostraron tras sus hermosas fachadas sus fallas estructurales, el terremoto en Chile derrumbó la fachada simbólica que escondía una estructura social profundamente desigual.

Antes del día 27 de febrero de 2010, las expectativas políticas, económicas y sociales en Chile giraban en torno a la celebración del Bicentenario. En todas partes parecía haber un optimismo enorme, pues se consideraba que estaban todas las condiciones políticas y económicas para derrotar definitivamente aquellos aspectos irresueltos, que nos recordaban que aún seguimos siendo un país en desarrollo.

De madrugada, la naturaleza con un golpe certero, derrumbó aquel frontis de optimismo y soberbia, dejando visible los verdaderos y debilitados cimientos sobre los que se ha sustentado la sociedad chilena en los últimos años. Un modelo crony capitalista, marcado por la desigualdad social sedimentada, y un Estado (incluidos sus órganos y aparato legal y normativo) estupefacto, confundido e indispuesto ante algo que de “inesperado” tenía poco.

Probablemente ahora es menos perceptible tal apreciación del derrumbe de la fachada simbólica detrás de la cual se esconde la debilidad estructural chilena, debido a la gran cobertura periodística y la acción publicitaria del gobierno y las grandes empresas en torno a la ayuda a los damnificados. Sin embargo, se hará notoria cuando el espíritu de la reconstrucción comience a bajar la intensidad.

Se hará aun más visible cuando las elites políticas sientan que su acción de ayuda no es necesaria, que ya no hay dividendos políticos por ella y vuelvan a sus disputas partidarias electorales; y cuando por otro lado las empresas vean que el efecto publicitario de su ayuda ya no surte el efecto deseado sobre los consumidores. Entonces probablemente no habrá más ayuda como la vista hasta ahora. Y llegará el invierno, el frío y la lluvia.

Entonces se hará notorio el verdadero derrumbe social que provocó el terremoto. Las miles de personas sin casa cuyas viviendas obtenidas con enorme esfuerzo y enorme endeudamiento –en su mayoría sin seguros- fueron destruidas por el terremoto, el tsunami o están a punto de derrumbarse por la negligencia a de inmobiliarias y constructoras inescrupulosas (lo que genera un problema a nivel de confianzas pues si la fiscalización es ineficiente y el vendedor inescrupuloso, comprar un departamento es simplemente un acto de fe).

Se hará visible la indefensión de muchos individuos que hoy están en la calle simplemente con lo puesto, que perdieron sus casas o fuentes de trabajo, y que probablemente ya pasado bastante tiempo después del terremoto, aún estarán con una vivienda de emergencia básica, mientras el gobierno de turno les pide paciencia y las grandes corporaciones miran para otro lado pues su situación ya no es rentable.

Algunos probablemente aún estarán gastando dinero en largas batallas legales contra quienes les vendieron edificios fuera de norma, de cartón y alambre fino, como si fueran indestructibles; otros permanecerán de allegados o en sus viviendas básicas pues se les hará difícil obtener créditos para comprar una nueva vivienda.

Se hará visible cuando miles de chilenos queden sin atención de salud porque los hospitales públicos se derrumbaron en varias ciudades y el sistema de salud públic no tenía un registro de sus pacientes, los cuales además, no serán aceptados en el sistema privado (Isapres) pues bo cuentan con dinero suficiente o tienen enfermedades que dichas entidades no aceptan.

Probablemente en un tiempo más a muchos se les olvidará que el terremoto no sólo fue un sismo de tres minutos, sino que algo que altero toda la fisonomía del país, porque tendremos más campamentos que antes del 27 de febrero.

Esa es quizás la falla estructural principal. La sociedad civil débil. Porque el terremoto reflejó que se hace necesaria una sociedad civil mucho más rica y organizada a nivel local, más exigente e independiente, que no penda del Estado central y sus organismos -que se mostraron improvisadores- y tampoco de la posterior solidaridad efímera, sobre publicitada y oportunista de las grandes corporaciones.

viernes, 5 de marzo de 2010

EL PUEBLO TRAICIONÓ AL PUEBLO

Los actos de pillaje y saqueos de electrodomésticos, sólo demostraron que esa entelequia que algunos llaman "pueblo", atentó contra si mismo en un momento de máxima necesidad.

Esto es lo que deben sacar, no los televisores” decía un hombre con tarros de leche en sus manos, ante la cámara de televisión. Su apelación era clara, el saqueo de televisores era injustificado.

Lo que en el fondo pedía desesperadamente el hombre era que “el pueblo” no se traicionara a sí mismo en ese momento. Que no traicionara la lógica colectiva y de cooperación que posiblemente él pensaba que existía y que se hacía tan necesaria. Pero, así lo hizo una parte de éste, saqueando, quemando supermercados, saqueando lo que estuviera por delante y tratando de asaltar a los bomberos que ayudaban a otros.

Parte de ese “pueblo” (hay que individualizarlos en todo caso y no hablar de entelequias para no confundir a un anciano pobre con un flaite roba lavadoras) hizo que poblaciones enteras, ante los ojos de las autoridades civiles y militares, quedarán sin distinción alguna como barrios de lumpen, sufriendo un castigo posterior poco considerado, ser los últimos abastecidos. Como dicen por ahí: Pagaron justos por pecadores. El pueblo se traicionó a sí mismo.

En otras palabras, una parte de ese colectivo abstracto traicionó a otra, anteponiendo sus ambiciones personales más básicas y superfluas. Se traicionaron por plasmas, por LCD, por cervezas. Por eso, para el hombre con los tarros de leche, ese hurto era injustificado, incluso con la desigualdad social de base que probablemente él también reconoce.

Esa ambición superflua -ni siquiera instintiva, porque un LCD no se digiere bien- y la incapacidad de autogobierno, se sumó a la ineficiencia estatal para garantizar la integridad de las personas durante las primeras horas después del terremoto.

Los saqueadores -hurtando plasmas, intentando asaltar bomberos, llenando sus camionetas con sacos de harina para probablemente después especular con el pan- no arremetían contra el sistema, ni por revancha a la desigualdad, ni por necesidad “del pueblo”. Tampoco lo hacían como una forma de igualar la mentalidad de consumo capitalista, como algunos han tratado de justificar, sino por mera ambición y egoísmo personal. Por mero gusto individual.

Ningún daño le hacían a la propiedad privada “de los ricos” al saquear los grandes negocios pues todo eso está asegurado. Sí contra la propiedad privada de otras personas, al pretender saquear a los pequeños propietarios de negocios como bazares o quioscos.

Porque el lumpen -no satisfecho con “robar a los ricos”- las emprendió contra sus propios vecinos (personas en igual condición de pobreza y necesidad, pero más dignas) lo que develó que algunos que se escudan en “el pueblo” para ciertas cosas, se vuelven los lobos del mismo. La acción lógica de los vecinos (pudientes y no pudientes) -ante la incapacidad del Estado de garantizar su seguridad- fue devolver el uso de la fuerza a sus manos y organizar la autodefensa de sus barrios y sus cosas, muchas o pocas, pero sus cosas. Y este es el punto central del desdén.

Cuando en la ciudad prácticamente no había autoridad impuesta, y se hacía posible y necesaria la acción libre y cooperativa de los ciudadanos. El “pueblo unido…”no existía. Por eso, la acción del lumpen (roba TV) no tuvo ningún trasfondo contra la autoridad impuesta sino todo lo contrario. La reforzó.

Porque el saqueo y la amenaza no sólo se cernían sobre grandes tiendas y supermercados, sino también sobre almacenes y pequeños negocios, cuyos propietarios –porque ellos también tienen propiedad privada- con esfuerzo y trabajo habían logrado tener.

Por eso es errado lo que algunos han planteado, en cuanto a que las autoridades protegían más la propiedad privada por sobre la vida de las personas, aún cuando es claro que los saqueadores no sólo estaban poniendo en riesgo la propiedad privada de grandes empresas en el centro de la ciudad de Concepción, sino también la poca propiedad de personas humildes, trabajadores, ancianos. En definitiva de parte del “pueblo”. Ponían en riesgo sobre todo su integridad, su máxima propiedad, la vida.

Ese pueblo saqueando no tenía conciencia de sí ni para sí. No debemos confundir el hambre con la ambición y con aprovecharse del pánico. Sabemos que la desigualdad social existe, pero eso no justifica que algunos que se llaman y consideran el pueblo terminen comiéndose al mismo pueblo.