viernes, 24 de octubre de 2008

El derrumbe de otro dogma

La década de los 90´comenzó con el derrumbe del último vestigio de un dogma totalizante, que hipervaloraba la omnipresencia del Estado como panacea de todos los males sociales. Hoy parece producirse la caída de otra ortodoxia, aquella que hipervaloraba la autosuficiencia del Mercado, también como pócima mágica para resolver todos nuestros pesares.
En los últimos doscientos años, dos ideas simples pero convertidas en dogmas, el Mercado y el Estado, se han transformado en el eje central de la toda la discusión social, política y económica en las sociedades contemporáneas.
En base a ambos conceptos se han configurado -con diversos matices- doctrinas, creencias y rituales de todo tipo. Es decir, se han constituido dos ideologías: La del Estado y la del Mercado.
En este sentido, en ambos casos, podemos apreciar que estos paradigmas se constituyen como:
1) Doctrina, es decir como un complejo de ideas, teorías y procedimientos diversos que los sujetos plantean y siguen.
2) Creencia, cuando la doctrina es asumida como verdad única y como certeza manifiesta en la realidad, es decir como un orden natural e inmanente.
3) Ritual, cuando se internalizan prácticas y procedimientos en las diversas dimensiones de la vida, que se hacen parte de la “experiencia espontánea” de los sujetos, y que se convierten en los mecanismos que la reproducen.
En ambas ideologías, siempre existe el riesgo de la pretensión extrema de someter cada aspecto de nuestras vidas y existencias, a las lógicas que plantea una u otra concepción. Es decir, a una racionalidad técnica específica.
Por lo mismo, en ambos dogmas está la visión absolutamente excluyente del otro concepto. Para los dogmáticos de uno u otro lado, no pueden convivir e interactuar ambas racionalidades, por lo tanto, o sólo hay Mercado; o sólo Estado.
Aunque algunos lo nieguen o no lo aprecien, en ambas nociones existe la clara pretensión de aplicar la ingeniería social y la planificación centralizada, ya sea por parte de una vanguardia, los elegidos, una aristocracia, los mejores, los más competitivos, los empresarios, etc. y así transformar totalmente la sociedad y llevarla a un "estadio superior".
Por lo mismo, y ante esa posición dogmática, los matices y conjunciones que se plantean en torno a la relación entre Mercado y Estado, generalmente son despreciados por aquellos fanáticos que abrazan alguno de estos dogmas. Ahí radica la semilla y el sustento de quienes -de uno u otro lado de la vereda- acusan de revisionismo capitalista, de socialdemocracia, de comunismo, de extremismo, de irracionalidad, de ignorancia, etc.
Estos dogmáticos se esconden tras etiquetas diversas, se declaran liberales, pero claman acabar con las religiones, y aplican a destajo la censura u otro tipo de recursos contra las opiniones diversas; se declaran democráticos, pero propician lógicas oligárquicas en el ámbito político y decisional. En ambos casos, estamos ante lobos disfrazados de ovejas.
La caída de la Urss marcó probablemente el fin del dogma extremo del Estado, aquel que concebía al mundo vida (en clave habermasiana) sometido en su totalidad a la racionalidad formal del sistema estatal; y que permitió el surgimiento de otros proyectos que se sustentaron en éste, como el Nazismo o el Facismo.
Probablemente, y sin haberlo pensado o ideado, Fukuyama se refería a la ideología extrema del Estado y no al marxismo que también plantea el fin del Estado, cuando hablaba del Fin de la Historia en clave hegeliana.
En este sentido, la crisis económica actual no implicaría el fin del mercado como espacio de intercambios entre los sujetos, ni el fin del emprendimiento, o la propiedad privada, sino más bien el fin de un dogma que ha dominado las políticas económicas en los últimos años, y que al igual que el dogma del Estado, aún pretende someter todas las dimensiones de la vida a la racionalidad procedimental y técnica que concibe como única, natural, verdadera e inmanente.
Tal como plantea Joseph Stiglitz, "Todo el mundo dirá ahora que éste es el final del fundamentalismo del mercado. En este sentido, la crisis de Wall Street es para el fundamentalismo del mercado lo que la caída del muro de Berlín fue para el comunismo: le dice al mundo que este modo de organización económica resulta insostenible. Al final, dicen todos, ese modelo no funciona. Este momento es señal de que las declaraciones de liberalización del mercado financiero eran falsas."
Otro que empuja el castillo de naipes es Alan Greenspan, quién declaro ante el comité de supervisión de la Cámara de Representantes que: "que su gran error estuvo en "presuponer" que las instituciones financieras se vigilarían entre ellas, para preservar sus intereses y el de los accionistas. "Aún no puedo entender cómo pasó". Esta falta de regulación voluntaria, dijo, provocó que se derrumbara el edificio".
Es el inicio del derrumbe de otro dogma.

viernes, 17 de octubre de 2008

El inicio de una crisis permanente

Desde un punto de vista neofrankfurtiano, la crisis económica parece indicar el inicio de una crisis permanente de lo algunos llaman el capitalismo tardío (monopólico), el que irremediablemente parece necesitar del Estado para afrontar los crecientes desequilibrios generados por la economía especulativa.
La crisis actual parece dar luces y validez a este planteamiento, pues el Estado ha sido utilizado como un elemento de equilibrio para organizar los desajustes generados por las corporaciones financieras en una economía caracterizada por crecientes estructuras oligopólicas.
Algunos teóricos de la Escuela de Frankfurt, entre ellos Jurgen Habermas, planteaban que en un momento de su desarrollo, el capitalismo tardío, debido a sus irremediables tendencias a la crisis, necesitaría introducir la regulación estatal para asegurar su continuidad, adjudicando los beneficios económicas al mercado y las pérdidas al Estado, que se vuelve “agente planificador del “capital monopólico” unificado. (Habermas, Problemas De Legitimación En El Capitalismo Tardío).
Es decir, desde este punto de vista, la crisis actual estaría marcando el inicio de una posible crisis permanente del sistema capitalista, debido a la gradual incapacidad de éste para responder a las progresivas y diversas necesidades de la creciente población y la imposibilidad de ésta última, para adaptarse a los cambios de la economía globalizada.
Lo anterior se vería acentuado por el “reacoplamiento del sistema económico al sistema político, que repolitiza en cierto modo las relaciones de producción” (Habermas, Problemas De Legitimación En El Capitalismo Tardío), que en definitiva constituiría el paso de un capitalismo competitivo a un capitalismo monopólico.
En este sentido, el capital financiero estaría yendo en contra de la lógica del antiguo capitalismo industrial, puesto que “el sistema financiero de los EE.UU., al engrasar las ruedas de la economía real, ha estado absorbiendo un asombroso 30 por ciento de los beneficios empresariales y el 10 por ciento de los salarios. Así, pues, a diferencia de lo sucedido en el decenio de 1930, los EE.UU. afrontan un sistema financiero hipertrofiado.” Kenneth Rogoff (Profesor de Economía y Política Pública en la Universidad de Harvard y fue economista jefe del FMI).
En este sentido, no es menor considerar que la crisis actual está enmarcada por grandes índices de desigualdad económica, que parecen indicar que los sistemas financieros han sido ineficientes pues han dejado de promover el crecimiento en la economía real, y que “tampoco el capitalismo liberal el mercado cumplió por sí solo las funciones de la socialización en el sentido de la integración social” (Habermas, Problemas De Legitimación en El Capitalismo Tardío), dando paso a la actual fase de capitalismo monopólico.
Se produciría entonces una falencia en cuanto a “la adaptación del individuo no sólo en su integración social, sino especialmente en su integración sistémica” (Blanca Muñoz, Teoría de la Crisis). Es decir, la crisis permanente tiene la potencialidad de convertirse en un conflicto existencial, no sólo de cada individuo, sino del sistema mismo.
La crisis permanente, se sedimenta en base a lo que Habermas llama desplazamiento, de la crisis económica al sistema político, y a todos los campos de la sociedad. “El desplazamiento hacia lo político es la lógica consecuencia de la imposibilidad de solucionar la crisis económica con medios de carácter económico ya que no es posible transformar el sistema de apropiación privada del beneficio” Blanca Muñoz, Teoría de la Crisis).
Es probable entonces que, desde el punto de vista de los planteamos frankfurtianos, se produzcan crisis de legitimidad en el sistema social en general. Tomando en cuenta lo planteado por Habermas, se produce entonces un cuestionamiento a la estructura del sistema de la que habla Claus Offe, y que tiene su origen en la dificultad de establecer una clara separación del sistema económico con respecto al sistema político.

jueves, 16 de octubre de 2008

Siempre negativa, nunca positiva

A mediados del pasado año, en la revista Esprit, un especialista en el tema comentaba que "las personas que hoy se identifican como religiosas son menos creyentes que antes y los sin religión son menos ateos que antaño".
Es muy probable que este diagnóstico sea globalmente certero, aunque a mí -por deformación ideológica, sin duda- lo que más me llama la atención sea su segunda parte. En efecto, ya no quedan ateos como los de antes o "increyentes", como se denomina a sí mismo Francisco Fernández Buey en un curioso artículo escrito junto al teólogo González Faus (¿Dios en Barajas?, EL PAÍS, 11-IX-08).
En esa pieza escatológica se lamenta que los ideales ilustrados hayan desembocado en el relativismo posmoderno, dictamen papal ya conocido, y se recuerda que antaño, cuando se suponía que la muerte era paso a una vida mejor, accidentes trágicos como el de Spanair en Barajas causaban menos desolación.
Supongo que por eso aún sigue siendo recomendable persignarse cuando el avión comienza a correr por la pista de despegue: por si fallan los alerones y hay que alcanzar el cielo por vía estrictamente sobrenatural...
Entre los nuevos increyentes (por no hablar de los creyentes "cultos") la excepcional estatura intelectual de Benedicto XVI se ha convertido en un acrisolado dogma de fe. Su reciente visita oficial a Francia ha provocado rendidos ejercicios de admiración.
El ex director de Le Monde, Jean-Marie Colombani, en su artículo La inteligencia política del Papa (EL PAÍS, 16-IX-08) no sólo elogia su habilidad diplomática -que después de todo responde a una larga tradición vaticana- sino que le proclama "un intelectual de altura que disertó sobre la diferencia entre la teología monástica y la teología escolástica ante un auditorio de personalidades del mundo intelectual y cultural reunidas en París, muchas de las cuales fueron incapaces de seguirle".
Hombre, francamente, dado que estamos, si no me equivoco, en el siglo XXI, cierta incapacidad para seguir con interés y aplicación disquisiciones como la mencionada puede no demostrar inferioridad especulativa sino salud mental.
Por lo demás el resto de las afirmaciones papales en su jornada galicana, sosteniendo que "la búsqueda de Dios y la disponibilidad para escucharle sigue siendo aún hoy el fundamento de toda verdadera cultura" y que "una cultura meramente positivista (...) sería la capitulación de la razón, la renuncia a sus posibilidades más elevadas y consiguientemente una ruina del humanismo, cuyas consecuencias no podrían ser más graves" no pasan de ser proclamas obligadas y conocidas de su oficio, aliñadas de vez en cuando sin duda con cierta pedantería parroquial.
De igual modo, y a mi entender, con mejor fundamento otros pueden afirmar que la renuncia al soborno celestial es el comienzo del verdadero pensamiento moderno y que los humanistas recibieron su nombre precisamente cuando dejaron de ocuparse de la teología. Por no hablar de posteriores afirmaciones papales como las hechas en el sínodo de obispos sobre que las "naciones antes ricas en fe van perdiendo su identidad por culpa de la influencia nociva y destructiva de la cultura moderna", o, respondiendo a la crisis económica, que "el dinero aparece y desaparece, pero Dios permanece" (supongo que por eso se muestra remiso a aparecer).
Sin quitarle méritos a Benedicto XVI, en mi escala intelectual lo tengo decididamente más abajo que a Nietzsche, Freud, Bertrand Russell o Sartre, que mantenían sobre casi todo criterios diferentes a los suyos.
Sin embargo, para los laicos -creyentes o "increyentes", tanto da- el verdadero problema no es el papa Ratzinger, que dice y hace aquello para lo que fue elegido, sino el presidente Sarkozy. Hace tiempo leí a un historiador que, hablando de los primeros cristianos, decía: "Esperaban la llegada inminente del Mesías y llegó la Iglesia".
Parafraseándole podríamos ahora afirmar que los partidarios del laicismo esperábamos desde mediados del pasado siglo la llegada de la auténtica libertad de conciencia institucional y lo que parece venir es la laicidad positiva. Aunque ese centauro ideológico no sea un invento del presidente francés, el bullicioso mandatario parece haberlo tomado en adopción. "Prescindir de las religiones es una locura, un ataque contra la cultura", dijo ante el Papa, que asentía con la cabeza (y quizá sonreía para sus adentros, aunque menos que Carla Bruni).
Pero... ¿qué es la "laicidad positiva"? Pues aquella fórmula institucional que respeta la libertad de creer o no creer (en dogmas religiosos, claro) porque ya no hay más remedio, pero considera que las creencias religiosas no sólo no son dañinas sino beneficiosas social y sobre todo moralmente. "La búsqueda de espiritualidad no es un peligro para la democracia", asegura triunfal Sarkozy. ¡Claro que no!
Pero ¿quién le ha dicho que la espiritualidad hay que buscarla prioritariamente en la fe o la religión? Más aún: ¿quién le ha ocultado que la crítica de los dogmas y la denuncia de las iglesias proviene de quienes buscaron -y buscan- realmente una espiritualidad que no se pare en barras... ni en reclinatorios?
Entre otros se lo recuerda Jean Baubérot, que es profesor emérito de historia y sociología de la laicidad en la Escuela Práctica de Altos Estudios (no, no es ateo sino protestante), en un libro interesante y divertido: La laicidad explicada al Sr. Sarkozy... y a quienes le escriben los discursos (ed. Albin Michel).
Para Baubérot, la llamada "laicidad positiva" no es sino una forma de neoclericalismo, confesional pero no confeso. Y eso porque un Estado realmente laico no sólo no puede dejarse contaminar por ninguna religión, ni privilegiar ninguna de las existentes sobre las demás, sino que tampoco puede declarar preferible tener una religión a no tenerla.
El lema que hoy trata de imponerse es: "crea en lo que quiera, pero tenga religión; siempre es mejor tener una religión que carecer de ella; a quien tiene religión no le sobra nada, mientras que a quien no tiene siempre le falta algo".
La tentación viene de antaño y ya fue entonces denunciada. A mediados del siglo XIX, el gran erudito y pensador liberal Wilhelm von Humboldt prevenía contra cualquier posición activa del Estado en materia religiosa, aunque no fuera más que apoyando los sentimientos religiosos en general: "siempre entraña hasta cierto punto la dirección y el encadenamiento de la libertad individual".
Tomo la cita de la imprescindible obra Difícil tolerancia (ed. Escolar y Mayo), de Yves-Charles Zarka, quien glosa así el pensamiento de Humboldt: "Toda acción del Estado en materia de religión, ya consista en dar protección a una religión determinada o a partidos religiosos o incluso a los sentimientos religiosos en general, transforma el Estado en una instancia más o menos opresiva. Evidentemente, la opresión es mayor en el caso de una religión determinada; pero incluso cuando pretende favorecer el sentimiento religioso en general, el Estado se interesa de hecho por una opinión determinada y se propone como meta asegurar la primacía de la creencia en Dios contra la incredulidad o el ateísmo".
La laicidad (que en buen castellano se llama laicismo) no necesita apellidos que la desvirtúen: "laicidad positiva" pertenece a la misma escuela que "sindicatos verticales" o "democracia orgánica".
Pero su funcionamiento es siempre efectivamente negativo, porque rechaza cualquier injerencia de lo público en las creencias inverificables de cada cual... y de las creencias en las funciones públicas.
Funciona en ambos sentidos: por ejemplo, el titular de EL PAÍS calificando al juez Dívar de "muy religioso" nos hizo respingar a bastantes por su clericalismo, aunque fuera del convento de enfrente. Pero algo más que respingos tuvimos que dar al ver al cardenal Rouco en la inauguración del año judicial o saber que sigue habiendo en el Ejército generales que son a la vez obispos... Lo único positivamente claro sobre la laicidad de nuestra democracia es su insuficiencia.

Fernando Savater es catedrático de Filosofía de la Universidad Complutense

sábado, 11 de octubre de 2008

Los norteamericanos a los que nadie rescata

El presidente Bush estuvo días atrás muy activo, tratando de convencer al Congreso de Estados Unidos para que aprobaran el plan de respuesta a la catástrofe financiera. Su principal argumento era que, de esa manera, se estaban evitando males mayores a las comunidades locales y a los ciudadanos. Lo cierto es que nadie quería comprar los fondos "tóxicos", y la gran operación de rescate trataba de asegurar que fueran los contribuyentes los que lo hicieran.
Pero ese plan no va a resolver los problemas estructurales de fondo que han generado el pánico financiero; tan sólo terminó encontrándose una manera de aprobar los fondos públicos de rescate, apoyar una pistola en la sien de cada congresista: "O votas el plan, o los ciudadanos (tus votantes) van a pasarlo mal, muy mal".
El mensaje era diáfano: las irresponsables aventuras de Wall Street han de ser rescatadas por la gente de Main Street, la Calle Mayor, los ciudadanos de a pie, porque, si no, vamos al caos. Pasamos del laissez faire, laissez passer al laissez nous faire, laissez nous passer.
Mientras, en Nueva York y otras ciudades estadounidenses, hubo concentraciones de personas que respondían a ese acuerdo entre élites económicas y políticas poniendo de relieve el cinismo del sistema. "Hasta hace poco nos decían que 6.000 millones de dólares eran demasiados para proteger la salud de nueve millones de niños estadounidenses que no tienen cobertura sanitaria. Y ahora, lanzan la casa por la ventana para salvar el culo a sus amigos", afirmó Arun Gupta, periodista de Indypendent, un medio de prensa alternativo de Nueva York (www.indypendent.org).

Lo cierto es que el nivel de protección social de la sociedad norteamericana no es precisamente para lanzar las campanas al vuelo, por lo que sorprende aún más que todo el esfuerzo gubernamental se concentre en recomponer el maltrecho sistema financiero, sin reconocer que mucha gente lo está pasando realmente mal en ese país.
El eslogan utilizado en la campaña para la aprobación del plan de Henry Paulson ha sido Reinvest, reimburse and reform (Reinvertir, reembolsar y reformar), lo que de alguna manera recuerda el que se utilizó tras la gran crisis de 1929: Relief, reform and reconstruction (Alivio, reforma y reconstrucción). Pero esta vez el alivio es sólo para unos pocos, los de Wall Street. Socialismo para los bancos, neoliberalismo conservador para la gente.
Es significativo que la mayor organización de defensa de los intereses de las familias con bajos ingresos, ACORN (www.acorn.org), que articula más de 400.000 familias en 110 ciudades en todo EE UU, haya lanzado una campaña con el significativo título de Bail Out Main Street Not just Wall Street (Rescatar a la Calle Mayor, no sólo a Wall Street).

En esa campaña se pide algo tan simple como que cada institución financiera que haya sido beneficiada por el plan de Paulson deba, automáticamente, reducir la carga financiera de las hipotecas que estén a su cargo, favoreciendo así la capacidad de pago de los propietarios hipotecados. Al mismo tiempo, se solicita que las instituciones financieras que no tengan a su cargo hipotecas, se vean obligadas a poner en marcha planes de ayuda para las comunidades más necesitadas. Y, además, se exige que se limiten los sueldos de los ejecutivos, vinculándolos de manera clara a los resultados reales de sus empresas.

Una de las campañas de ACORN que está teniendo más impacto, y a la que se han ido sumando otras organizaciones con sus propias iniciativas, ha sido la relacionada con la defensa de las familias norteamericanas que pueden perder sus casas en los próximos meses, al no poder cumplir sus obligaciones hipotecarias.
Se calcula que más de dos millones de hogares pueden estar en esa situación en breve tiempo, ya que precisamente ése era el objetivo de las hipotecas subprime: convencer a los NINJA (No Income, No Jobs, no Assets; sin rentas, sin trabajos, sin patrimonio) de que ellos podían también acceder a una vivienda.

En 2006 casi el 50% de las hipotecas basura fue a parar a hispanos de bajos ingresos, y son ellos, precisamente, los más vulnerables en esta nueva fase. Medio millón de hispanos han perdido sus empleos en EE UU desde inicios del 2007, y la situación se agrava por momentos. Es evidente que los 12 millones de "sin papeles" de ese país van a ser los primeros en ser despedidos y/o deportados.
En Estados Unidos el salario mínimo por hora era hasta el año pasado de 5,15 dólares hora (3,70 euros). Una resolución del Congreso acordó que, en tres años, ese salario-hora mínimo debería pasar a 7,25 (5,25 euros).
Se calcula que en estos momentos hay 13 millones de norteamericanos que cobran estrictamente ese mínimo. Pero, en 13 Estados de la Unión, el salario mínimo o no está establecido o incluso está por debajo del acuerdo federal.
Los datos apuntan asimismo que la mitad de los trabajadores del país, casi 60 millones, no tienen cubiertos salarialmente los días de enfermedad, y ello provoca muchos problemas de presencia de personas enfermas o con mermas significativas de sus facultades en sus lugares de trabajo.
Es evidente que el tema afecta sobre todo a las personas que trabajan por horas o a los de salarios más bajos.

Por otro lado, hay muchas Main Street en el mundo que ven también con alarma los efectos que sobre sus comunidades va a tener la crisis financiera.
La tradicional tacañería norteamericana en relación a la ONU o a otros organismos de cooperación y ayuda internacional, o su intransigencia en lo concerniente a la deuda externa de los países en desarrollo, se ve ahora dramáticamente en entredicho al comprobar la generosidad con que se abordan los problemas de los classmates, los colegas de los tiempos universitarios.
"El dispendio con Fannie Mae and Freddie Mac", afirma Alex Wilks, director del European Network on Debt and Development, "representa cuatro veces la deuda pública externa de todos los países en vías de desarrollo". Evidentemente, desde esos países el temor es creciente en relación a un futuro en el que Estados Unidos socializa con el mundo sus pérdidas, mientras refuerza los privilegios de sus élites. Ahora entendemos cuáles son las ventajas de la globalización.

En un país que ha visto crecer la desigualdad y la vulnerabilidad en los ocho años de Administración republicana, resulta escandaloso que suenen todas las alarmas sólo cuando los afectados son los sectores más privilegiados del establishment económico-político-financiero. Algunos de los centenares de grupos movilizados en las últimas semanas contra el plan de rescate sólo para algunos, entienden que es precisamente esta escandalosa situación la que va a constituir una importante oportunidad para modificar no sólo el sistema financiero estadounidense, sino también para influir en otra manera de entender la política y sus relaciones y connivencias con las élites económicas.
El problema es que para muchos de los que peor lo pasan las elecciones y el sistema político no han ofrecido hasta ahora esperanza alguna. Si la comunidad hispana con derecho a voto representa el 15% del electorado, sólo el 6,5% usó esa prerrogativa en las últimas elecciones presidenciales.
Quizá para que nos hagan caso y no dejen de nuevo el futuro en manos de los de siempre podríamos recordar las palabras de Adam Smith en su clásico La Riqueza de las Naciones: "Cualquier nueva ley o regulación del comercio que provenga de los directamente beneficiarios de los negocios ha de ser asumida sólo tras larga y cuidadosa comprobación. Provienen de un tipo de personas cuyo interés nunca es el de la gente, y que más bien pretende decepcionar sus esperanzas y seguir oprimiéndola".

Joan Subirats es catedrático de Ciencia Política de la UAB.

miércoles, 1 de octubre de 2008

Crisis Mundial, todos los extremos son malos

Con la crisis, ahora mundial, el debate en torno a las causas se ha reducido a si hubo mucha o poca intervención del Estado. En ningún caso se ha considerado que tanto el Mercado como el Estado funcionan imbricadamente y que probablemente el rescate propuesto por Bush es para salvar sus propias acciones en la Bolsa.

Las causas de la crisis económica financiera –al borde del debacle real- han sido muy discutidas en el último tiempo y como era de esperar, las posiciones se han polarizado entre aquellos que reclaman mayores intervenciones del Estado en el mercado, y aquellos que promueven ojalá ninguna intervención gubernamental en las lógicas económicas.

El debate entre los economistas y otros especialistas está que arde y los argumentos a favor y en contra de alguna de estas posiciones siguen apareciendo en diversas publicaciones. También aparecen los discursos deslegitimadores que tienen más carácter ideológico que técnico. Aunque a estas alturas, la técnica parece sobrepasada por una crisis que ya es. La técnica falló en algún punto.

Por otro lado, al debate ahora se suman las eventuales y posibles soluciones al problema, entre las que destacan el plan de rescate del presidente Bush y que aún sigue en negociaciones en el Congreso estadounidense.

Todo gira en torno a aspectos superficiales o netamente económicos del problema, pero nada apunta a un elemento esencial que en la discusión parece no considerarse, la relación entre política y dinero en cuanto al mercado y el estado. Más aún, parecen no considerar como la intervención estatal fue claramente usada para favorecer intereses económicos privados sin tomar en cuenta el paso del tiempo. El tema central es que el Estado no se debe volver un nicho para favorecer intereses corporativos o empresariales, es decir convertir a la sociedad en una plutocracia.
http://www.project-syndicate.org/commentary/stiglitz11/Spanish (Capitalismo Amiguista al Estilo Americano).

En este sentido, para muchos, la intervención estatal es la gran culpable del desastre financiero actual, debido a la promulgación de leyes como la Ley Gramm-Leach-Bliley, firmada en noviembre de 1999 por el presidente Clinton, o la ley federal de 1995, la Community Reinvestment Act (CRA).

Sin embargo, nadie ha tomado en cuenta que dichas resoluciones fueron aprobadas por un congreso y un gobierno, cuyos componentes probablemente también tenían enormes intereses económicos involucrados para estar a favor de dichas leyes.

En este sentido, la primera ley puso fin a la prohibición –o regulación- que tenían los holdings bancarios de poseer otras compañías financieras, y que separaba la banca de inversión de la banca comercial.

Lo anterior, “permitió que una misma entidad desarrollara una banca comercial y de inversión, propiciando fusiones y un crecimiento desmesurado de muchas entidades” (http://www.elobservatodo.cl/admin/render/noticia/11818).
Nadie -de los beneficiados en ese momento- se quejó de la intervención estatal, que en definitiva permitió la ampliación de sus mercados. Y también de sus ganancias.

Sin embargo con ello también se abrió la puerta para el surgimiento de gigantes financieros proclives al monopolio y al alto riesgo financiero, pues surgieron los incentivos para que “fondos privados de inversión (hedge funds) inyectaran grandes cantidades de dinero sin tener que pasar por el ojo de un ente regulador (ellos no están obligados a hacer pública la información financiera relevante).
Mucha vs. Poca Regulación (http://xavierserbia.com/b2evolution/blogs/index.php?blog=1&p=114&more=1&c=1&tb=1&pb=1)

Probablemente más de algún senador tenía intereses creados en alguna entidad financiera, que favorecieron la aprobación de dicha ley, que parece tiene un claro carácter de una intervención que desrregula.

Por otro lado, la segunda ley establecía la prohibición a bancos y otras entidades, de otorgar créditos sólo a los más acomodados en el mercado, sino que los obligaba a ofrecerlos a todos los grupos sociales. Es decir, se promovía –aunque “obligadamente”- ampliar el espectro del mercado y también –aunque nadie lo dice- se obligaba al endeudamiento a quienes en realidad no podían endeudarse. Probablemente a muchos racionales les dijeron: ¿Eres idiota o qué, por qué no tienes casa?

Por lo mismo, con la segunda ley no tardaron en aparecer “organizaciones sin fines de lucro con poder político que reciben miles de millones de dólares por parte de la banca privada para llevar financiamiento a potenciales dueños de casa y dueños de pequeños negocios.” (http://xavierserbia.com/b2evolution/blogs/index.php?blog=1&p=114&more=1&c=1&tb=1&pb=1).

En este caso, claramente los intereses económicos corporativos se imbricaron con los políticos. Todos estaban ganando y nadie se quejaba en ese momento. El Estado y el Mercado eran una sola entidad. Eso no debe ocurrir jamás, porque entonces estamos ante una plutocracia.

Es en este punto donde juegan un rol clave las hipotecas de empresas con garantía estatal (government sponsored enterprises) como Fannie Mae y Freddie Mac. Cualquier empresa querría tener como aval las arcas del Estado, más aún el estadounidense.

En este caso, tampoco nadie se quejó de la intervención, menos cuando existían ganancias cuantiosas para dichas empresas y sus ejecutivos.

Probablemente ahora, si interviene el gobierno de Bush con su plan de rescate a Wall Street, tampoco se quejen aquellos que se lleven grandes indemnizaciones a costa de los ciudadanos que sin embargo, seguirán endeudados.