lunes, 18 de marzo de 2013

PAPISTAS POR TODOS LADOS


La muerte de Chávez, la elección del Papa y la llegada de Michelle Bachelet tienen algo en común: la presencia clara de la nefasta idea monárquica y divina del poder.
 
“Nosotros sabemos que nuestro comandante ascendió hacia esas alturas y está frente a frente a Cristo, alguna cosa influyó para que se convoque a un Papa suramericano”.

La frase de Nicolás Maduro, insinuando la influencia celestial de Hugo Chávez en la elección del nuevo Papa, fue la culminación del proceso de “beatificación” y divinización (incluida una fallida momificación) del recientemente fallecido líder venezolano. Chávez ahora ejercería su influjo en la tierra y en el cielo.

Con la muerte de Chávez afloraron aquellos aspectos religiosos que quienes han tenido el poder político han ejecutado por siglos de manera subrepticia. El culto a la personalidad, la pretensión de inmortalidad del líder, el carácter hereditario y divino de la autoridad, se hicieron claros desde el día de su muerte.

La idea de embalsamar al líder para la eternidad, que estaría sentado cerca de dios en el cielo, de que Maduro es su hijo, y que “todos son Chávez”, no es otra cosa que la pretensión de darle un carácter teocrático –y por qué no decirlo fetichista- al ejercicio del poder político, que adoptaría un cariz divino y hereditario. Como decía Rudolf Rocker con justa razón: “Todo sistema de gobierno, sin diferencia de forma, tiene en su esencia un cierto carácter teocrático”.

En ese sentido, el carácter que está tomando el ejercicio del poder en Venezuela de la mano de Nicolás Maduro, no es muy distinto del que existe desde hace siglos en el estado teocrático llamado Vaticano, y en otras naciones autocráticas como Corea del Norte donde el gobernante es considerado un semidios. El derecho divino en su máxima expresión.

Así, la palabra sagrada del líder fallecido, la Biblia bolivariana, sería el Plan de la Patria, que dejó escrito Chávez, y que para su yerno Jorge Arreaza, otro heredero del poder (designado “por su hermano Nicolás” como vicepresidente ejecutivo) es “un manual para las próximas décadas, incluso para este siglo”.

La política dando paso a la religión y el milenarismo. ¿Dominación racional legal; o dominación carismática y tradicional?

En ese sentido, Maduro ha asumido el rol de Pedro, al decir que es hijo de Chávez, el santo sentado junto a dios (y probablemente “sacrificado en nombre de la humanidad”), y por tanto, heredero legítimo de su poder y autoridad incuestionable en la tierra como representante del pueblo.

Un claro símil del culto fetichista al Cristo en la cruz (también muerto por la Humanidad), que el catolicismo ha explotado por siglos para generar adhesión irrestricta al Papa, la autoridad infalible con conexión directa con dios (la única), donde sus acólitos son –o eran hasta hace poco - vistos como semidioses.

¿Quién entonces podría cuestionar la autoridad designada por un líder ahora fallecido, que está sentado cerca de dios? Sólo un hereje víctima de dioses falsos; o alguien víctima de la ideología. En ambos casos, un blasfemo.

El principio monárquico es más que evidente. El retorno del derecho divino absolutista disfrazado de democracia popular está a un paso.

En torno a la llegada de Bachelet, la idea monárquica del poder también está presente, pero como una especie de césaro-papismo. Así, muchos de sus promotores presumen que su elección como presidenta será la solución a todos los males verdaderos y supuestos. No es raro entonces que el presidente del PS Osvaldo Andrade haya dicho que: “Bachelet es la solución a este mal paréntesis". Ni pensar en cuestiones institucionales, esto es personalismo puro.

Es decir, como diría Gramsci, Bachelet representa para sus adeptos: “la solución arbitraria, confiada a una gran personalidad, de una situación histórico-política caracterizada por un equilibrio de fuerzas de perspectivas catastróficas".

Y entonces, como sería la solución, Andrade no ha dudado en exigir fidelidad absoluta hacia la persona de Bachelet, a los parlamentarios electos para “representar a la ciudadanía” en el Legislativo. No duda en exigirles conformar “un parlamento para Bachelet”.

El principio monárquico que concentraba el poder en una sola persona, la del monarca absoluto, se intenta imponer y emular con el disfraz de la democracia, por sobre el principio democrático clave de la separación de poderes.

Entonces, el Congreso no es considerado el órgano para representar a los ciudadanos y sus diversos intereses, sino que es considerado un brazo en función del poder ejecutivo y sus intereses. El presidente hecho rey.

Entonces “el representante de la soberanía estatal es el supremo sacerdote del poder, que encuentra su expresión en la política, como la encuentra la veneración divina en la religión”. Rudolf Rocker.

El mayor problema de nuestros tiempos sigue siendo el de todos los tiempos, la creencia nefasta en la infalibilidad de la autoridad. 

lunes, 11 de marzo de 2013

LA FAMILIA NO ES UN MEDIO


En su respuesta a mi interlocución a su artículo "El error liberal y la politicidad de la familia", Gonzalo Letelier por fin aclara el punto central de toda su elucidación: no todo es familia. Por tanto, “se trata de proteger las familias reales y concretas tal como son”, lo que implica que las políticas sociales deben centrarse en “el bien social que constituyen los hijos y los padres” en tanto familias.

Su crítica a la subsidiariedad negativa liberal centrada en el individuo como agente moral, apunta esencialmente a que ésta obvia que la sociedad también es una entidad moral que tiene fines, sin los cuales no se constituiría como tal, y donde la familia sería el medio necesario para aquello. Soslayar esto, descompondría el concepto de familia tradicional o convencional, entendido como hijos y padres.

Letelier se centra en dos supuestas afirmaciones mías para construir su respuesta. Primero, que “los liberales creen que las sociedades son sólo eso: relaciones libres entre individuos”; segundo, que “las sociedades no tienen inteligencia ni voluntad”.

La primera alusión es incorrecta, pues en ningún caso afirme aquello, sino que: la familia es un espacio surgido de la libre interacción entre individuos (excepto si alguien es obligado a convivir con otro para “formar familia”), que compete exclusivamente a sus componentes. La familia es una institución que al igual que el lenguaje, surge en el proceso constante y espontáneo de interacción entre personas, sujetos o individuos. 

Los liberales tienen claro que en la sociedad existen relaciones de dominación que no necesariamente surgen de la libre interacción sino de la coacción o la amenaza en el uso de la fuerza. De hecho, luchan contra éstas, promoviendo la mayor cantidad de relaciones originadas de mutuo acuerdo –lo que implica el respeto y cumplimiento de los mismos-.

Lo anterior no significa necesariamente que los liberales crean que la sociedad surge de un contrato social, donde supuestamente los individuos atomizados constituyen la sociedad al dejar su estado de naturaleza. En general el contractualismo es visto por los liberales como un mecanismo, y no como un hecho histórico.

No obstante, tienen claro que muchas instituciones y convenciones sociales en realidad han surgido del proceso espontáneo de interacción entre los sujetos. Como la familia, que seguirá existiendo “y flotando”. Y eso no se debe ni deberá a un acuerdo o elección de la sociedad.

En cuanto al segundo punto: Si como Letelier -aceptando el punto de vista liberal- dice: “las sociedades no tienen inteligencia ni voluntad”. Surge la duda ¿Cómo entonces las sociedades definen sus fines como él plantea? ¿Cómo eligen y actúan sin inteligencia y voluntad como él afirma?

Decir que algo no tiene inteligencia ni voluntad pero elige como un todo, es un oxímoron.

Letelier plantea que “las sociedades existen porque muchos quieren lo mismo y deben ponerse de acuerdo en cómo obtenerlo. Esos acuerdos no pertenecen a cada uno de los miembros en particular, sino al todo como tal”.

En este punto, Letelier parece contradecirse su crítica inicial al contractualismo. Extrañamente también, al mismo tiempo que cuestiona la idea de voluntad general de Rousseau –siempre dudosa en cuanto a la libertad- plantea una especie de supuesta voluntad colectiva, pues dice que hay “decisiones colectivas cuyo sujeto es la sociedad y que, por lo tanto, son vinculantes para todos sus miembros”.

Según Letelier, esas decisiones vinculantes para todos, estarían ligadas con los fines de la sociedad, sin los cuales la sociedad no podría constituirse, por lo que la neutralidad estatal que promueve el liberalismo es impracticable. Por tanto, Letelier afirma que “ninguna sociedad puede ser realmente neutral respecto de los fines por lo que existe ni respecto de los medios necesarios para conseguirlos”.

Pero hay un detalle. La neutralidad que promueven los liberales refiere al Estado, el monopolio de la fuerza organizada, y no a la sociedad, que es el conjunto de interacciones entre sujetos. Estado y sociedad no son lo mismo.

Como no son lo mismo, entonces la neutralidad estatal se hace necesaria. Sobre todo en sociedades –ya constituidas- cuya interacción es tan compleja, que han cruzado el umbral de la primitiva homogeneidad tribal. Es decir, en sociedades abiertas donde sus miembros particulares (personas individuales de la especie humana) actúan en función de fines propios, muchos y diversos; comunes o contrapuestos a los de otros sujetos. La neutralidad estatal entonces es necesaria y viable.

Como Estado y sociedad no son lo mismo, el liberalismo no considera a la familia un instrumento, menos “un medio necesario para todo fin realmente social”. Pues eso sería finalmente instrumentalizar a la familia y sus componentes, en función de supuestas decisiones colectivas, que en realidad son decisiones tomadas por sujetos que ejercen el monopolio de la fuerza, en nombre de la patria, el pueblo, la voluntad general o el bien común. 

A quienes se consideran liberales o siguen sus preceptos, les interesa la familia, por una razón más importante que considerarla un tema público. Les interesa la familia porque todos nacemos y hemos crecido en familias, en las cuales nos vamos constituyendo como personas únicas -fines en sí- libres de formar nuevas familias.

martes, 5 de marzo de 2013

LOS LIBERALES Y LA FAMILIA


En un artículo escrito por Gonzalo Letelier, El error liberal y la politicidad de la familia, se plantea que los liberales, debido a su supuesto atomismo, pondrían en riesgo a la familia como núcleo de la sociedad, al obviar su politicidad como eje de todos los asuntos. No obstante, el escrito –que se acerca a las críticas comunitaristas- parte de algunas premisas un tanto dudosas en cuanto al Liberalismo.

Efectivamente, los liberales son metodológicamente individualistas. Pero al contrario de lo que plantea Letelier, no niegan la existencia de relaciones y vínculos entre los individuos que interactúan. De hecho, reconocen en ese proceso de interacción, constantes influencias recíprocas en cuanto a valores y objetivos. Por lo mismo, los liberales plantean la posibilidad de llegar a establecer criterios justos de aplicación mutua, de manera cooperativa, voluntaria y pacífica. De ahí la promoción del axioma de no agresión, la autonomía personal, y la defensa de los libres intercambios entre las personas, individuos o como quiera denominarse al ser humano.


Como bien explica Rothbard (Seis mitos sobre el liberalismo): “El liberalismo, es una teoría que afirma que cada individuo debe estar libre invasiones violentas, debe tener derecho para hacer lo que quiera excepto agredir a otra persona o la propiedad ajena. Lo que haga una persona con su vida es esencial y de suma importancia, pero es simplemente irrelevante para el liberalismo”.

Como se puede apreciar, el liberalismo se refiere a los límites que debe tener el ejercicio del poder político en cuanto monopolio de la fuerza, no a los fines o valores que cada persona y sus familias respectivas, tienen y determinan en la vida. Es una teoría política, no moral.

En base a lo anterior, los liberales consideran que la familia, como espacio conformado y originado en la interacción voluntaria y cooperativa entre sujetos concretos con morales particulares, no puede estar supeditada ni sometida a lo que los líderes, la “sociedad” o el Estado, dicten como moral o modus vivendi colectivo en un momento dado.

Para los liberales, la familia sería el espacio de mayor autonomía y libertad para las personas. Ahí radica la idea liberal de neutralidad estatal, surgida en medio de las guerras de religión, en relación a súbditos organizados en diversas familias con creencias diversas. Tal principio plantea que ningún gobernante puede imponer -menos por fuerza- sus credos particulares. Por ende, no debe imponer de manera arbitraria un modus vivendi en base a una particular noción del bien común.

El principio de neutralidad es coherente con la idea de no intromisión del Estado en nuestra vida privada, en cuanto a qué rezamos, qué vemos, qué leemos, qué comemos, qué escribimos, con quién nos reunimos, qué hablamos y qué pensamos. Por ende, también en cuanto a cómo y con quién llevamos adelante nuestra vida –nuestra primera posesión- en definitiva. Es decir, es coherente con el principio de autonomía individual.

En ese sentido, Letelier olvida que son sujetos autónomos en acuerdo con otros sujetos  autónomos, lo que conforman familias de forma libre y voluntaria en base a sus intereses, deseos y creencias comunes. Sobre todo, en base a sus personales sentimientos mutuos. Las personas no conforman familia en base a los dictámenes de una mayoría, una colectividad, una élite, la sociedad o el Estado.

Como Letelier no toma en cuenta este detalle, no es raro que considere que el liberalismo es contrario a la familia y su politicidad. Es decir, a su particular concepción de politicidad familiar, que estaría ligada con la idea de “familias sanas” en función de que “cada sociedad cumpla por sí misma sus fines propios”.

En la concepción de Letelier, sólo las familias sanas estarían acordes a  los fines de de la sociedad. Sólo éstas estarían llevando a cabo su plena politicidad.

Pero ¿Cuáles son los fines propios de la sociedad?¿Qué es una familia sana? ¿Cómo promueve el Estado una familia sana?

Aquí hay un detalle importante, cualquier familia considerada “insana” –por no se sabe quién- sería contraria a los valores de la sociedad o el bien común. Por tanto sería anti-política. Y ya sabemos lo que surge del hecho de concebir a ciertos grupos o individuos como contrarios a los valores –de turno- de la sociedad o el bien común.

Contrario a lo que dice Letelier, los principios liberales son promotores de la familia y su eticidad, en mayor medida que aquellas sociedades tribales, tradicionalistas o fundamentalistas. Lo son al defender la libertad de asociación de los sujetos, en base al apoyo mutuo, sin depender de principios morales, ideológicos o de cualquier otra índole, sino en base a su condición de personas individuos, o seres humanos.