miércoles, 24 de agosto de 2011

ALLENDE Y PIÑERA



Para muchos sonaría ilógico y descabellado intentar encontrar similitudes entre Allende y Piñera. Muchos apelarían a las diferencias más visibles y tangibles: uno empresario, de derecha; otro médico, de izquierda. O a cuestiones más subjetivas como que uno gobierna para los ricos y el otro para los trabajadores. Pero, si uno analiza los antecedentes y los contextos que marcan sus elecciones y el proceso que viven sus gobiernos, las similitudes contextuales no dejan de ser importantes, sobre todo para quienes valoran la Democracia.

Allende y Piñera, ambos son presidentes electos democráticamente en medio de crecientes críticas a las élites políticas y el orden democrático imperante, y altas expectativas ciudadanas, en torno a la idea de cambio o transformación.

Bajo ese contexto, ambos no tardan en encontrarse con gobiernos bajo alta presión (por parte de detractores y adherentes), con oposiciones férreas, y el surgimiento de discursos con claras tendencias a la polarización política, que se suman o aprovechan las crecientes y diversas demandas ciudadanas.

Salvador Allende, es electo en medio de un proceso creciente de aumento de expectativas sociales, económicas y políticas -que viene desde el gobierno de Frei Montalva y su Revolución en Libertad- y un ambiente que involucra claras críticas al orden democrático vigente y la clase política, que venían manifestándose desde principios de los 60´.

Sebastián Piñera, es electo después de veinte años -sin interrupción- de gobiernos de la Concertación, en un contexto donde la ciudadanía en general -y eso lo demuestran las encuestas- se muestra reacia a los principales sectores dominantes del sistema político, lo que se refleja en alta desafección y desconfianza en el sistema político, mientras sus demandas (sociales, políticas y económicas) parecen ser crecientes.

Es notorio en ese sentido que en medio de tales escenarios y como parte esencial de sus candidaturas, ambos se muestren como ajenos a las clases políticas y el orden vigente, del cual no obstante, ellos mismos surgen. De ahí que no sólo se muestren como agentes de cambio, sino que prometan dar prioridad a las demandas ciudadanas por sobre cualquier presión, a favor de cambios profundos y nuevas formas de gobernar, como clara contraposición al orden político y democrático imperante que critican indirectamente.

Esto, claramente aumenta las expectativas ciudadanas, sobre todo en un escenario de descontento creciente con las clases políticas y el orden político. Así, consciente o inconscientemente, cada uno opone la figura presidencial -su figura en cada caso- al orden político vigente en su totalidad (aunque ambos valoran el cargo como una institución republicana). Craso error que no considera las propias limitaciones del cargo.

Tanto Allende como Piñera, con sus promesas –debido al personalismo- sumadas al descontento ciudadano con el orden vigente, los dejan en medio de un dilema casi insalvable: entre cumplir las altas expectativas generadas entre los ciudadanos (que comienzan a desbordar los ámbitos democráticos); o respetar el orden democrático imperante en el cual fueron electos, que se muestra anquilosado e incapaz de absorber las demandas.

Y aquí entramos en el punto clave de esta reflexión, que en definitiva es en torno a la Democracia y lo necesario de advertir sobre los riesgos de la polarización. Y entonces hay que distinguir entre aquellos argumentos que plantean tales riesgos en base al valor que se da a la Democracia como idea y actuar ético, de aquellos otros discursos que: o buscan agudizar la polarización para justificar acciones radicales “revolucionarias” o “reaccionarias” (generalmente violentas); o que buscan desprestigiar posiciones a favor del cambio o contra éste.

Cualquiera de estos discursos, coloca en tela de juicio el orden vigente. Pero el problema no es ese, sino los limites que se auto imponen tales discursos en términos éticos en cuanto a la acción política. Entonces, algunos pueden llegar a plantear la ruptura total para imponer un nuevo orden “más justo”, y otros plantear la ruptura para frenar “el desenfreno democrático”. En ambos casos, el fin justifica los medios, y entonces estamos mal encaminados.

Eso fue, nada más y nada menos lo que ocurrió durante la crisis institucional de 1973. Diversas fuerzas, de extrema derecha, de extrema izquierda, comenzaron a arrinconar paulatinamente al sistema democrático, dando paso a una polarización donde los argumentos y discursos que se impusieron fueron los anteriormente descritos, sobre todo el uso de la fuerza.

Lo peor, la Democracia como idea y como base ética del actuar político, queda aprisionada y en riesgo total, sobre todo cuando aumenta la polarización política (de detractores y adherentes), ejerciendo presión de diversas formas, sobre el sistema democrático mismo, haciendo que el debate político quede atrapado en medio de dos posiciones polares e intransigentes:

  • Aquellos (no sólo ciudadanos sino actores políticos) que en medio del aumento de las expectativas, consideran al sistema democrático vigente -defectuoso y todo- como una traba inútil, que debe ser prácticamente abatida de raíz, incluso por fuerza o presión constante (irónicamente para imponer más democracia).

  • Aquellos -sobre todo aquellos que flirtean con ideas autoritarias como si fueran democráticas- que consideran a la democracia como un mal necesario y como causa importante del aumento de las demandas y el “desorden social”, haciendo referencia al exceso de democracia o la necesidad de tutelarla (de manera autoritaria).

Y acá está el detalle. El riesgo no es que la ciudadanía exija cambios de manera pacífica y plantee demandas legítimas, el riesgo es que se impongan discursos y con ello posiciones que justifiquen el uso de la violencia, ya sea para propiciar cambios o para frenarlos.

Y ese riesgo, lamentablemente, aún cuando los tiempos sean otros, siempre es latente, para cada individuo y para la Democracia.

La experiencia nos muestra que ninguna de estas posiciones polares, da paso a más Democracia, sino que al autoritarismo, la violencia, y el crimen. Da lo mismo quien logre finalmente apropiarse del monopolio de la fuerza, que es lo que en fondo siempre se disputa.

Que Piñera no tenga el mismo destino de Allende. Porque para mejorar la Democracia no es necesario matarla… 

lunes, 22 de agosto de 2011

MITOS POLÍTICOS


La política es una actividad que siempre se pretende racional, y sus actores presumen de tener eso. No obstante, la mayoría de las veces, el debate político –sobre todo a nivel lego- se sustenta más en mitos discursivos que en argumentos racionales. Digámoslo claramente, muchas veces se sustentan en slogan sin base (del lado que sea).

En un asado familiar, surgió el tema estudiantil (que la educación está en crisis es un hecho, el diagnóstico es indudable, pero falta la discusión profunda y abierta en torno a las propuestas de solución). Como era esperable, varias cosas se discutieron: qué se iba a plebiscitar; qué significaba poner fin al lucro, etc. En todas surgió como argumento algún mito. Quiero mostrar algunos (el orden es aleatorio):

Primer slogan: No puedo elegir el colegio, no tenemos democracia
Se discutía qué implicaba el fin del lucro en la educación: si implicaba evitarlo haciendo cumplir la ley vigente respetando el sistema mixto, o si significa poner fin a la educación privada a todo nivel para dar pie a un monopolio estatal. (En eso no hay claridad en las demandas).

Entre medio, uno de los argumentos contra el sistema mixto, fue que en Chile no hay libertad para elegir dónde estudiar, y por tanto no tenemos democracia. Que vivimos una dictadura (presumo, aunque no se dijo, “del mercado”). Pero esa afirmación, que liga la idea de monopolio estatal en educación con libertad de elección y mayor democracia, mal entiende el concepto mismo de Democracia.

La Democracia es un concepto relativo al ejercicio y control del poder político. Implica esencialmente una institucionalidad que garantiza la libertad y el derecho para cambiar a los gobernantes (e idealmente en incidir en las decisiones políticas), y para ejercer diversos derechos civiles y políticos, lo que implica la existencia contrapesos al poder mismo y la democracia misma (de lo contrario una mayoría podría votar democráticamente a favor de tener una dictadura o un déspota).

Hay dos detalles esenciales:
1) Un sistema educacional donde el Estado tiene el monopolio total de la educación (sin opción particular o privada), tampoco permite elegir dónde estudiar. Es más restrictivo aún que un sistema mixto, porque el Estado –según los gobernantes- no sólo asigna tal decisión sino que impone lo que se aprende –pasando a llevar la libertad de enseñanza- sobre todo si la escolarización es obligatoria.

2) Dicho sistema monopólico educativo no necesariamente convierte a un régimen político en uno democrático. El sistema educacional puede ser usado para mantener el dominio de una clase despótica, para perpetuar sus privilegios, o para concientizar a los ciudadanos a favor de tal poder dominante.

Podemos tener una dictadura –como ocurre en algunos países- donde los mismos gobernantes llevan décadas en sus cargos y donde el Estado tiene el monopolio educativo y donde claramente, las personas no tienen todas las opciones para elegir.  ¿Sistema más libre y democrático? Lo dudo.
Es claro que lo que en Chile llamamos “democracia” no cumple en muchos aspectos con el ideal, y en muchos aspectos es una plutocracia partitocrática, pero esas notorias fallas no la convierten en una dictadura. Sí, pueden llevarla a ello.

Y es que la Democracia tiene una cualidad que otros regímenes políticos no tienen, es perfectible en diversos niveles. La Democracia permite tener la noción de que es posible mejorar sus aspectos. Por ejemplo, se puede cuestionar el modelo educativo y plantear otras alternativas para mejorarlo. ¿Se podrá hacer eso en otras supuestas mejores democracias?

Segundo slogan: Educación gratuita y estatal garantiza la Igualdad
Ligado con el mito anterior, se desligó otra falacia, que es creer que un sistema educacional de monopolio estatal ofrece más calidad y garantizará resultados finales igualitarios a nivel social. En otras palabras, que garantizas la Igualdad. Pero eso no ocurre ni dentro de una familia que educa a sus hijos en un mismo colegio, con el mismo acceso a bienes y el mismo capital social.

En ello, hay una confusión entre la necesaria igualdad de oportunidades que debe garantizar el sistema educativo (que todos puedan recibir educación de calidad para determinar sus destinos según esfuerzos e intereses, sin depender de su capacidad de pago); y la supuesta Igualdad de resultados a nivel social, que podría generar un sistema educacional de monopolio estatal, que es más bien mítica.

Lo cierto es que ni el sistema más “igualitario y equitativo” de monopolio estatal en educación, garantiza igualdad de resultados sociales futuros. Los destinos individuales son infinitamente variables en ese sentido, no sólo por las inmanejables circunstancias, sino porque las preferencias personales cambian y varían.

No obstante, decir todo esto, no implica no cuestionar un sistema educacional como el chileno, que no sólo no ofrece igualdad de oportunidades para todos de manera equivalente y sin importar origen o capacidad de pago, sino que sustenta y naturaliza privilegios que nada tienen que ver con el mérito y el esfuerzo.

Tercer slogan: Con plebiscito llega la solución
Cuando se planteó que hablar de plebiscito en educación implicaba determinar primero qué se plebiscita en específico, y por tanto, un debate previo abierto sin presunciones de verdad precedente, hubo diversas respuestas. Unas lo santificaban como una panacea desde la cual se resuelve todo, y otros lo demonizaban como una especie de debacle y signo de decadencia.

Lo cierto es que el plebiscito es un mecanismo más y como tal, puede ser utilizado de buena o mala manera, o de forma utilitaria por quienes tienen  o quieren poder -ya sea para aumentarlo, mantenerlo o debilitarlo-. Por tanto, beatificarlo o demonizarlo a priori, es errado en ese sentido.

No obstante, si bien el plebiscito es una medida, no es la panacea. Antes de plebiscitar slogans, lo que se requiere es un debate profundo y democrático en torno a la educación (no para establecer un diagnóstico que ya es claro, ni menos para imponer supuestas soluciones o trabas sacadas del manual ideológico o desde supuestas posiciones de superioridad moral, histórica o numérica) para establecer y poner sobre la mesa, con toda claridad, diversas propuestas y enfoques, determinando sus diferencias y coincidencias, sus pro y contras. Sólo así, podemos hablar de decisiones razonadas y consensuadas. De decisiones democráticas.

Como dijo Carlos Peña el domingo “La democracia exige un esfuerzo de deliberación, es decir, un esfuerzo por examinar las razones del otro, pesarlas, oponerse a ellas para ver hasta dónde resisten y sólo al final darle la razón a la que subsista o a la que, luego del debate, concite para sí la adhesión de la mayoría”.

jueves, 18 de agosto de 2011

RIESGOS AUTORITARIOS


Muchos pensadores, que en momentos álgidos de la historia, cuando las sociedades viven cambios y procesos de transformación, y entran en lógicas centrípetas y centrífugas, han advertido sobre los riesgos que se ciernen sobre las personas, los individuos, en relación a las disputas de poder. Generalmente han sido catalogados de promotores del miedo, reaccionarios, defensores del stato quo, o fantasiosos incluso. Muchos podrían nombrarse.

Cuando las sociedades sacuden sus lastres, la generalidad de las personas tiende a limitar sus apreciaciones, hasta que finalmente visualiza el mundo desde una dicotomía reducida, dual. Así, para muchos, sus lecturas de la realidad se reducen a los buenos y malos, los civilizados y bárbaros, los creyentes y herejes, los liberales y absolutistas, los revolucionarios y reaccionarios, los proletarios y  burgueses, los marxistas y fascistas, los cristianos y musulmanes, y un largo etc.

Bajo esa reducción, creen haber descubierto –auto engañándose- los sentidos ocultos de una trama histórica, social, política, económica, y finalmente humana. Creen haber encontrado respuesta objetiva y final a prácticamente todos los asuntos humanos y con ello caen en la soberbia de tenerla en sus manos. Y entonces, todo matiz, todo análisis más allá de las dicotomías discursivamente imperantes y en disputa, son vistas como parte de alguna de éstas mismas.

En Chile esa reducción del entorno a una dualidad se manifiesta de manera progresiva y clara en la discusión en torno a la educación. A partir de ella se despliega en toda discusión sobre asuntos que nos conciernen, por tanto en toda discusión política, que implica establecer juicios morales y éticos -aunque algunos lo nieguen en pro de lo técnica (el discurso de la eficiencia) o la praxis política (el discurso de la acción)-.

El detalle es que mediante esa reducción a dos polos, se comienza a producir una tensión creciente entre los fines y los medios proclamados y aceptados por los actores en disputa. Y con ello, se produce una tensión entre los medios propuestos y la ética misma, su universalidad. Como respuesta a la contraparte, en base a nociones prácticas o utilitarias, se corre el riesgo de extremar los límites que la ética establece. Entonces, el fin justifica los medios y el individuo deja de ser un fin en sí mismo.

Esas tensiones, que en principio parecen ser discursivas, en algún momento se tornan prácticas, lo que implica un problema mayor en cuanto a la disputa del poder:

La Democracia como idea de régimen de gobierno éticamente reconocido por todos para propiciar la transferencia pacífica del poder, bajo la reducción del mundo a una dicotomía, no sólo pierde legitimidad en cuanto representación de múltiples pluralidades, sino que queda en medio de un fuego cruzado entre dos posiciones ante el cambio:

  • Los que apelan a un radicalismo democrático claramente heredero de Rousseau y el jacobinismo, al filo de la dictadura de mayorías (oclocracia) en base a la idea ficticia de voluntad general, donde cualquier opinión contraria a la “voluntad general” (y con ello cualquier contrapeso al poder) es vista como una herejía que debe ser suprimida o censurada.

  • Y los que apelan a una defensa acérrima del stato quo vigente, apelando a un discurso claramente vulgo liberal, mientras tienen claros flirteos con una noción autoritaria del Estado, donde la democracia es vista como un lastre necesario, a lo más como un instrumento eficaz de control a favor de ciertas élites, sus intereses y privilegios, es decir del nepotismo mercantilista y la plutocracia.

Lo interesante es que en esa disputa, el Estado sigue siendo visto como el instrumento eficaz para llevar a cabo una u otra cosa. Y entonces, la libertad individual se concibe como el sometimiento irrestricto del ser humano al Estado según el molde que éste le impone, en base a quienes lo controlan.

El poder del Estado se vuelve el hacha de Procusto, mediante la cual, quien detenta el poder pretende moldear al ser humano, según su moral personal, civil o confesional. El riesgo autoritario, e incluso totalitario, a manos de mercantilistas o demagogos, en cualquiera de las opciones es claro. Entonces, la Democracia como idea de pluralidad, diálogo y tolerancia, con contrapesos al poder político y con ello al económico, queda derrotada. Por quien sea.

Entonces, los demócratas y por qué no decirlo, los libertarios, en medio de ese fuego cruzado deben defender los principios esenciales de todo orden democrático, partiendo por las libertades y derechos individuales; la idea de contrapesos y controles institucionales; la libertad política y económica; el pluralismo asociativo con una sociedad civil activa, plural y tolerante, donde mayorías y minorías puedan expresarse pacíficamente y con libertad sin temor al Estado, sea quien sea que lo controle.

Porque si les das más poder al poder…tarde o temprano más duro te van a venir a joder. 

miércoles, 17 de agosto de 2011

NO TODOS SOMOS COMUNISTAS


En su última columna en El Dínamo, Max Pavez plantea que el odio se impuso en el movimiento estudiantil y expone cinco tesis para explicar aquella idea. Interesantes planteamientos, pero con ciertas falencias.


Su primera tesis –que en lo personal considero resume a las otras- es que “la izquierda nunca ha dejado de hacer la pega”. Según él, en eso radicaría el origen de las movilizaciones estudiantiles –y otras varias-. Para complementar esa relación causal, agrega que el comunismo, “fracasó administrando el poder, pero no sembrando el odio”. Ergo, las movilizaciones estudiantiles serían la cosecha, luego de años de faena de la izquierda.

Pero esa tesis olvida algo esencial e importante, preguntarse ¿Por qué esa ideología encuentra campo fecundo para su siembra y posterior cultivo como plantea el autor?

Como crítico del marxismo -sobre todo en sus versiones no eruditas- dudo que la respuesta sea por la mera enseñanza de éste o por su lógica superior con respecto a otros paradigmas. Max Pavez olvida que el marxismo -al igual que las religiones incluido el cristianismo- cunde de manera fácil entre las multitudes apelando a la emotividad, relativa a ciertos temores o aspiraciones. Irónicamente, el marxismo se basa en lo mismo -Nietzsche lo llamaba resentimiento- que usaba el cristianismo en sus inicios.

Al obviar eso (por insinceridad o desprolijidad) olvida -al igual que la mayor parte de la clase política y las élites- elementos de carácter más concreto que la ideología, a nivel social, político y económico (basta analizar índices y datos), que pueden indicar o explicar de mejor forma el por qué existe ese supuesto caldo de cultivo. Como decía Bastiat: “¿qué demandan hoy las clases sufrientes? No demandan otra cosa que lo que han demandado y obtenido los capitalistas y los propietarios de bienes raíces”.

Pero hay algo más interesante. Max Pavez cae en la trampa discursiva de la lucha de clases y la reproduce en todo su análisis. Considera todo en clave de lucha de clases marxista. Para él, todo aquel que plantea la existencia de una crisis en la educación (aunque ésta se viene manifestando desde antes de 2006); o de representación; o del sistema político electoral binominal; u otras demandas, no es más que parte del eje de la izquierda comunista. Pavez ve todas las demandas como el resultado del trabajo de “la izquierda”. Y con eso, les da demasiado crédito a los comunistas con sus tesis, y le resta importancia a los hechos.

Entonces no duda en decir: “Racionalmente no hay relación causal entre las reivindicaciones de los funcionarios públicos y la de los estudiantes…”. Y se responde (y se miente): “hay un sentimiento de causa común en demandas y estilos que son comunes en función de la permeabilización de las actitudes de las ideas de izquierda”.

Pero surge la duda ¿Acaso Pavez da por sentado que todos los funcionarios públicos están permeados por las ideas de izquierda? ¿Acaso cree que los funcionarios públicos no se endeudan para educar a sus hijos para no mandarlos a escuelas municipales, o para que asistan a la universidad?

Al parecer, para Pavez todos los funcionarios públicos serían de izquierda o estarían permeados por el comunismo. Claro sesgo de clase. En ningún caso considera otros factores que podrían incidir en la relación causal entre el apoyo de funcionarios públicos a las demandas estudiantiles como el simple hecho de tener hijos estudiantes y estar endeudado.

Así, entrampado en la idea de lucha de clases que él mismo critica, Pavez considera a cualquier organización de la sociedad civil que plantea demandas, como parte de lo que llama “sub giros de la izquierda” o grupos intermedios politizados. En el fondo, los considera a todos comunistas en sentido estricto.

Pero si uno analiza, los gays no son todos comunistas, hay liberales, derechistas incluso. Es más, los comunistas de antaño (aunque ahora lo nieguen) eran homofóbicos. Pero como Pavez está entrampado en la lucha de clases, olvida que las demandas gays son más bien liberales y no tienen relación con Marx o Lenin.

Dudo que los consumidores demandando a la Polar por la usura aplicada, sean “sub giros de la izquierda comunista”, o parte de grupos intermedios “politizados”, contrarios al retail o las tarjetas de crédito. Es gente enojada porque le cobraron demás. Es más, son gente defendiendo la idea de propiedad privada, su propiedad privada, su dinero, de la descarada metida de manos a sus bolsillos, por parte de una corporación.

En resumen, lo que ha ocurrido efectivamente es que diversos sectores, incluidos de izquierda, se intentan apropiar de lo que la teoría del discurso llama significantes vacíos, que están dando vueltas entre las diversas demandas ciudadanas en diversos ámbitos, pero sin significación concreta. Y claro, le dan un uso utilitario, sobre todo los sectores con ambiciones políticas y electorales.

Pero lo clave es que esas demandas no sólo se vienen desarrollando hace tiempo, sino que son diversas y se encuentran dispersas, no están articuladas por un grupo político específico (aunque es claro que algunos intentan hacerlo para obtener dividendos).

Por tanto, la clave de las claves de Max Pavez: que toda la revuelta se debe a que “ahora quien gobierna es la Derecha”, es un tremendo error.

Probablemente si Frei fuera presidente, estaría viviendo una situación similar. Porque hay un detalle esencial, los ciudadanos, comunistas o no, ya no creen en la clase política y sus modos de gobernar, que en realidad siempre son el mismo.

En ese sentido, las quejas de la gente tienen más relación con ideas liberales en cuanto al actuar del poder político y sus amigotes (sobre todo con el actuar indolente y desprolijo de las clases políticas) que con alguna siembra ideológica. Tampoco son una toma de conciencia de clase, como algunos tratan de decir en base a las tesis marxistas.  Aunque claro, algunos quedan a merced del canto de sirenas y comienzan a creer eso.     

martes, 16 de agosto de 2011

TODOS HABLAN DE EDUCACIÓN ¿Y DE LOS FINES DE LA VIDA?


En las últimas semanas, leyendo diversas reflexiones y artículos en torno al tema educacional, se constata que la discusión en general, se mantiene en un nivel “superficial”, donde los interlocutores parecen saldar temas claves como la “igualdad”, la “libertad” o la “justicia”, incluso la “felicidad” o el concepto mismo de educación, en base a ideas –maquetas- que dan por sentadas como más eficaces o mejores en todo sentido. Así, todos dan sus fórmulas mágicas, para cambiar cosas o para frenar  cambios.

Para algunos entonces, todo pasa y se reduce a eliminar el lucro (sin aclarar qué implica eso realmente); para otros todo pasa por centralizar la ingerencia estatal; para otros tantos, todo pasa por hacer un plebiscito (sin aclarar qué se plebiscita); para otros varios, todo pasa por cambiar la constitución; para otros más, por cambiar el modelo (sin decir por cuál); para otros, por inyectar cierta cantidad de dinero simplemente; para otros por dejar las movilizaciones y darles paso a los legisladores; para otros incluso pasa por no hacer nada, para no perder el año.

Y claro, en todas esas soluciones hay posiciones ideológicas –incluso de quienes se oponen a la “ideologización” y que en el fondo sancionan las ideas igual que aquellos que consideran toda idea distinta a la propia, como ideología en cuanto falsa idea. Y entonces, la discusión en cuanto a la educación, que es quizás uno de los actos humanos más trascendentales se vuelve un simple botín.

Porque moros y cristianos deben reconocer que hay dimensiones del tema que parecen no ser abordadas por ninguno de sus opinantes, ya sea porque parecen darlas por sentadas, o porque no lo consideran importante según su paradigma.

Por ejemplo, cuál de ellos se ha preguntado ¿Qué buscamos con educar? ¿Buscamos formar personas que amen el conocimiento y lo busquen de manera libre según sus intereses individuales; o personas instruidas en ciertas técnicas simplemente, listas a seguir órdenes del poder de turno; o autómatas –supuestamente virtuosos- acordes al modelo impuesto por los “planificadores” de turno?  ¿Y la libertad, o la igualdad donde quedan? ¿La Justicia?

Me pregunto ¿Qué proponen enseñar –o educar- moros y cristianos realmente? ¿Aceptarán incluir en los programas que proponen lecturas y teorías que contravienen y derrumban sus propias ideologías o credos? ¿Permitirán que los educandos lean a un Max Stirner que pregunta si se educa para ser libre o para ser domado a favor de quienes ejercen poder?

Leyendo elogio de la ociosidad de Bertrand Russell, quien se pregunta ¿Qué es el trabajo? Me pregunto ¿Qué es la educación realmente? ¿Aceptarán –moros y cristianos- que en las escuelas se lea a ese genial intelectual subversivo de Russell, que ponen en tela de juicio el paradigma mismo de escuela, que en el fondo defienden en conjunto, moros y cristianos?

Porque si analizamos bien y más allá de las superficialidades, moros y cristianos defienden el mismo paradigma educativo, el de disciplinar las mentes según ciertos intereses, mediante la escuela. Porque moros y cristianos pretenden con ella forjar al ser humano según sus particulares concepciones, ya sea al ciudadano ideal o al feligrés ideal. Irónicamente, moros y cristianos dicen querer hacerlo libre.

El revoltoso de Russell decía algo muy importante “dos hombres que difieran acerca de los fines de la vida no pueden esperar llegar a un acuerdo sobre educación”.

Y entonces me pregunto ¿Han discutido moros y cristianos cuáles son los fines de la vida, como para acordar algo sobre la educación, a las que pretenden someter a las futuras generaciones, que aún no definen cuáles serán sus propios fines en la vida? 

viernes, 12 de agosto de 2011

QUÉ DIRÍA RUDOLF ROCKER SOBRE NUESTRA DEMOCRACIA


La obra del escritor e historiador, Rudolf Rocker (1873-1958), no es muy conocida por la generalidad del público. Como libre pensador, se opuso -siempre con argumentos sólidos- a todo tipo de dogmatismo y absolutismo. Así, fue uno de los primeros ácratas en criticar de manera contundente las ideas de Marx. No por nada, una de sus obras más importantes Nacionalismo y Cultura, ha sido elogiada por intelectuales como Einstein, Thomas Mann, Bertrand Russell y Octavio Paz.

En el capitulo décimo de dicha obra, titulado Liberalismo y Democracia, no sólo hace una notable distinción entre ambos conceptos, sino que plantea una tesis central de profunda importancia, basada en una paradoja: que la lucha por la libertad y la democracia, llevada a cabo inicialmente por los jacobinos bajo las consignas revolucionarias –libertad, igualdad y fraternidad- contra el Antiguo Régimen, dio paso a un nuevo dogma religioso de carácter secular, la religión del Estado Nación.

En los últimos días, los planteamientos de Rocker se vuelven bastante útiles para entender las disputas subterráneas que existen en torno a ciertos temas candentes como la Educación, sobre todo en base a los discursos y proclamas que se extienden en el debate público.

Según Rocker, con el surgimiento del Estado Democrático, sólo se produjo el reemplazo de un absolutismo por otro, manteniendo el principio de la gracia divina de los gobernantes, que primaba en la monarquía. Se reemplaza de manera abstracta, la soberanía del rey por la soberanía del pueblo.

Pero hay algo más interesante en esa idea, que tiene relación con que ese reemplazo se basa en una noción religiosa de la política, que atribuye una cierta divinidad o santidad, ya no al monarca absoluto, sino que a un nuevo ente abstracto –la voluntad general- y también al legislador que la representa.

Esa idea está muy arraigada aún en estos tiempos. Lo interesante es que  se ve reflejada en los debates políticos actuales, donde la mayoría de los actores, tradicionales y no tradicionales se disputan la posesión de tal providencia política. Las élites políticas en conjunto, y la ciudadanía de manera relativamente organizada –aunque no en su totalidad en partidos o grupos-  se disputan esa supuesta omniperfección.

Nada más riesgoso para el ideal democrático y la libertad que ese engaño, que es un claro artificio. Porque dice Rocker “la voluntad general de Rousseau no es algo así como la voluntad de todos, que se produce adicionando a cada voluntad individual con las otras y llegando, de esa manera, a la concepción abstracta de una voluntad social”…y agrega: “la idea de Rousseau nace de una imaginación religiosa que tiene su raíz en la noción de providencia política, y como tal está provista del don de la omnisapiencia y de la omniperfección, y por eso no puede apartarse nunca del verdadero camino. Toda objeción personal contra la intromisión de semejante providencia equivale a una blasfemia política”.  

Nada más contrario a la democracia y la libertad que una democracia sustentada en un dogma de fe que considera cualquier opinión contraria a la “voluntad general” como una herejía. Ya sea de las mayorías silenciosas o las mayorías protestando. Algo similar parece haber sufrido Sócrates, no por antidemócrata como algunos lo muestran, sino por exigir más libertad a la democracia y cuestionar el pensamiento monopólico.

La supuesta infalibilidad de la voluntad general es muy similar a la idea marxista –distorsionada por sus cultores- de la conciencia de clases, donde supuestamente, por sus condiciones materiales, los proletarios, se librarían en algún momento de la ideología –falsa idea- quedando libres de cualquier mala interpretación de la realidad. Así, la apelación a las mayorías, sin cuestionamiento alguno, parte del supuesto de que la voluntad general no se equivoca nunca.

No es extraño entonces que Rousseau rechace cualquier asociación particular dentro del Estado, pues sería contraria a la voluntad general. Esto claramente se opone a los planteamientos liberales que valoran la libre asociatividad en la sociedad civil como contraposición al poder político del Estado. Rocker es claro en decir que: “Los jacobinos, siguiendo esas huellas, amenazaron con la pena de muerte ante los primeros ensayos de los obreros franceses para agruparse en asociaciones profesionales, y declararon que la representación nacional no podía soportar un Estado dentro del Estado, pues, con esas alianzas, sería perturbada la expresión pura de la voluntad general”.

Rocker dice: “Así nació de la idea de la voluntad general una nueva tiranía, cuyas cadenas son tanto más consistentes cuanto que se han adornado con los oropeles de una libertad imaginaria, la libertad roussoniana, tan inerte y esquemática como su famosa concepción de la voluntad general” y agrega: “Frente a la soberanía ilimitada de una voluntad general imaginaria, toda independencia del pensamiento se convirtió en crimen”. Esa fórmula la han repetido moros y cristianos por varios siglos dependiendo de su control del Estado.

 Así, Rocker plantea sin tapujos que “el autor intelectual” de este (auto) engaño democrático, de esta nueva religión política, no es otro que Rousseau y su idea de la voluntad general. Quién no sólo se muestra contrario a la máxima de Protágoras, de que el ser humano es la medida de todas las cosas, sino que pretende moldearlo a medida del Estado. “La democracia en el sentido de Rousseau, no puede marchar sin los hombres, los ata primero en un lecho de Procusto, para que adquieran el formato espiritual que requiere el Estado”.

Y entonces, la libertad se concibe como el sometimiento irrestricto del ser humano a las leyes y al Estado según el molde que éste le impone, en base a quienes lo controlan. La ley se vuelve el hacha de Procusto, mediante la cual, el legislador pretende moldear al ser humano, según su moral personal. La ley se eleva a instrumento sagrado, mediante el cual “Se creía poder curar todos los males de la humanidad mediante leyes y fueron echados así los cimientos de una nueva creencia milagrosa en la infalibilidad de la autoridad”.

Esa supuesta infalibilidad expresada en la ley, se disputan quienes ejercen o quieren ejercer el poder político. Aún se impone lo que Rocker planteaba: “La creencia nefasta en la omnipotencia de las leyes y en la misión poco menos que sobrehumana del legislador”.

Detrás de eso, se esconde un riesgo claramente autoritario porque “se confío el bien y el mal de millones a la intervención superior de una corporación central, cuyos representantes se consideraban como maquinistas de la máquina” y porque en base a aquello el legislador se concibe omnipotente, asumiendo “el papel de un supremo sacerdote político, investido con la santidad de su ministerio”.

Por eso Rocker dice: “el que no ve en la libertad otra cosa que el deber de obedecer a las leyes y de someterse a la voluntad general, no puede ver nada aterrador en el pensamiento de la dictadura; ha sacrificado interiormente hace mucho el hombre a un fantasma y carece de comprensión para la libertad del individuo”.

Paradojalmente, no sólo el legislador, sino también el ciudadano común ha asumido esa omnipotencia sin cuestionamiento alguno en cuanto al legislador y sus propias limitaciones humanas. Por eso Rocker decía: “Así como el creyente no reconoce en el sacerdote al hombre y lo ve rodeado del nimbo de la divinidad, del mismo modo aparece también el legislador al simple ciudadano con la aureola de la providencia terrestre, que tiene la misión de resolver sobre el destino de todos”.

La religión política se impone entonces en las mentes de todos, y como dice Rocker: “Así como la voluntad de Dios ha sido siempre la voluntad de los sacerdotes que la transmitían y la interpretaban para los hombres, así también la voluntad de la nación sólo podía ser la voluntad de los que tenían en sus manos las riendas del poder público y estaban, por eso, en condiciones de interpretarla a su manera”.

“Surgió un nuevo sacerdocio: la moderna representación popular, con la misión de transmitir al pueblo la voluntad de la nación, como el cura le había transmitido la voluntad de Dios”.

¿No es acaso así como opera nuestra democracia, al arbitrio de quienes ejercen poder político –o lo buscan- como si fueran semidioses guiando a un grupo de ovejas?

jueves, 11 de agosto de 2011

EDUCACIÓN: REUNIÓN ENTRE IGNORANTES


Luego de la última marcha estudiantil y los actos de violencia, diversas opiniones invitan a los estudiantes a abandonar las movilizaciones para dar paso al debate de los expertos y los representantes, que el sistema político establece. Parece algo lógico, pero no lo es tanto, pues contraviene al diálogo democrático mismo.

Y no lo es, tomando en cuenta que hace menos de 5 años -cuando los estudiantes iniciaron la llamada Revolución Pingüina, y luego hicieron lo mismo que hoy se les pide (dejar las decisiones en manos de expertos y políticos)- se formó una comisión de nombre rimbombante, con expertos en educación, pero cuyo saldo no es otro que la sensación de que finalmente no pasó nada de nada. No se solucionó nada.

No es raro entonces que tras esa experiencia, hoy los estudiantes –y los ciudadanos en general- se muestren desconfiados de las comisiones y grupos de expertos, pero sobre todo de los políticos sin distinción alguna. No sólo por el ejemplo de 2006, sino también porque visualizan que los expertos, en distintas áreas operan en función al poder e intereses políticos, y no en función del problema que les compete como tales. El viejo dilema del conocimiento al servicio del poder y no al servicio del saber.

La desconfianza en ese sentido, por parte de los ciudadanos –incluidos los estudiantes- es tremendamente entendible, pero llega a un punto en que no es razonable, pues lleva a los estudiantes a una posición que contraviene la ética de la argumentación. 

Lo interesante es que esa misma lógica -basada en la notoria desconfianza endógena que muchos miembros de la clase política tienen con respecto a la ciudadanía en general- hace que políticos (y sus intelectuales asociados) se coloquen frecuentemente en una posición de superioridad en cuanto a cualquier otro interlocutor proveniente de espacios políticos no tradicionales, en el debate de diversos temas.

Así, se queda en una posición donde cada cual dice: Nosotros sabemos más que ustedes sobre esto, ya sea porque soy un experto estudioso del tema, o porque lo vivo en carne propia diariamente. El conflicto estudiantil no escapa a esa lógica, y entonces, al diagnóstico de los estudiantes, se les coloca como respuesta el saber de los expertos.

Pero el error de eso, es que eso se intenta imponer como freno a su diagnóstico (reflejado en sus demandas), y no como complemento para abordar el problema. En el fondo se les dice “ustedes no saben por qué reclaman, nosotros sí”. Craso error político y de lectura del entorno, porque eso agudiza la frustración estudiantil y la falta de acuerdos.

El diálogo entonces se trunca pues nadie -en base a su posición dentro de la sociedad- considera al otro un interlocutor válido para establecer e intercambiar argumentos, menos para llegar a acuerdos y soluciones, y mucho menos para establecer una noción de justicia. La política deliberativa como eje mediador, se rompe.

Se hace necesario entonces, por parte de políticos, estudiantes, profesores y expertos, un ejercicio teórico, pero no menos importante y práctico: Definir qué entendemos por Justicia, y establecer un consenso. Que todos se coloquen en lo que Rawls denominaba la posición original en base al velo de ignorancia. Esa es la tarea del gobierno, los legisladores, y también de los estudiantes, profesores, apoderados, y la sociedad en general.

En otras palabras, que se establezca una reunión entre ignorantes, no sólo de su posición real en la sociedad, sino en cuanto a sus saberes y experiencias. Porque lo cierto es que los expertos pueden saber mucho de educación, tener Ph.D., y publicaciones con datos duros sobre el tema en prestigiosas revistas, pero no conocen la real situación en las aulas –públicas y pagadas- en sectores menos favorecidos, ni aprecian con real magnitud la falta de capital social que incide en el aprendizaje.

Lo mismo pasa con los estudiantes e incluso con los profesores, conocen muy bien la situación en las escuelas, muchos viven en carne propia el hecho de estudiar o enseñar en condiciones difíciles, precarias, pero no necesariamente conocen los resultados de otras experiencias en cuanto políticas educacionales, ni las formas en que se pueden implementar.

La única forma en que el diálogo se establezca de manera clara, es que tanto el gobierno como los estudiantes, profesores y expertos, abandonen sus posiciones de superioridad moral, académica o de cualquier tipo, y se reconozcan como interlocutores válidos mutuamente. Que se sienten todos a la mesa. Y para ello –para discutir sobre lo Justo- deben dejar de lado los regateos políticos y el cálculo de intereses utilitarios, ya sean corporativos, sindicales o sociales.

Podrían partir por definir que la Educación es para todos un bien primario. Es deseable por todo ser racional. Nadie podría decir que no le interesa la educación -ya sea como depositario directo o que alguien como sus hijos lo sea-. Pero además, es un bien social, en cuanto valor social.

Una sociedad educada es una sociedad más libre, cooperativa y pacífica, respetuosa del individuo y sus derechos básicos. Una sociedad educada es una sociedad menos tribal, más dialogante y por tanto una sociedad más abierta. 

lunes, 8 de agosto de 2011

¿MÁS CALLE Y MENOS TWITTER?


En estos días de constante debate político y marchas ciudadanas, se ha dado mucho énfasis a la acción, a la gestión, la política pública aplicada -idea que ahora se refleja en una frase recurrente y cliché “más calle y menos Twitter”-.

Así, la mayoría de las veces, en debates y conversaciones –virtuales y no- ese énfasis en la acción -donde todos proponen fórmulas para solucionar diversos problemas y para hacer feliz al ser humano- viene de la mano de un notorio legalismo (como si la felicidad y el bienestar se impusieran por mero decreto) y de un fuerte desprecio por el debate a nivel de ideas más abstractas o conceptuales.

En ese sentido, hay un marcado argumento de descrédito en cuanto a lo “que dice la teoría”, que se traduce en desprecio al análisis y debate desde las ideas, sobre todo cuando colocan en duda ciertas concepciones políticas generales, que muchos dan por sentadas en cuanto a cuestiones prácticas.

Entonces, cuando se plantean cuestionamientos éticos desde la conjetura, en relación a asuntos de la contingencia, se dice con cierto desdén y pretendiendo dar por terminada el debate: esa discusión es pura filosofía.

Lo interesante es que ese mensaje de desdén lo repiten frecuentemente “moros y cristianos” para presumir una cierta condición pragmática en cuanto a ciertos asuntos, que no obstante esconde una presunción de verdad a priori. Y eso en el fondo esconde una evasión, la de emitir juicios éticos claros con respecto a las propias ideas y lo que se propone o defiende.

La frase “más calle y menos Twitter” es claramente un reflejo y resumen de ese desdén en cuanto a las ideas -muy sintonizado con el viejo desprecio marxista por los filósofos.

¿Pero cuán innecesaria es la “Filosofía” en las discusiones contingentes de la actualidad? ¿Cuán importantes son las ideas y la ética que sustentan nuestras opiniones y acciones, sobre todo políticas? Más aún ¿Por qué es importante el debate de ideas para definir nuestro actuar?

Sin duda, muy necesarias y muy importantes. Tan necesarias como para decir, que sin ellas, el marco de acción práctico de los individuos y la interacción y efectos que ello conlleva, no tiene límites éticos de ninguna clase. Y la historia así lo indica. El paso a la barbarie se confunde con caminar entre rozas hacia un ideal cualquiera.

Por tanto, no hay que olvidar que el descrédito generalizado por las ideas sin distinción, siempre conlleva un alto riesgo ético. ¿Por qué? Porque las ideas que todos tenemos y defendemos –consciente o inconscientemente- siempre traen consigo una concepción ética de las cosas y sobre todo, una concepción ética del ser humano. Como decía Rothbard: “lo cierto es que, apenas alguien esboza cualquier sugerencia política, por reducida o limitada que sea, está emitiendo, lo quiera o no lo quiera, un juicio ético”.

Así, el desprecio por el debate a nivel de ideas -que es un debate ético- en favor de la mera acción –en base a nociones utilitarias, tecnocráticas o ideológicas- puede dejar abierto el camino para la puesta en práctica de ideas muchas veces nefastas, autodestructivas, totalitarias y criminales. Las cuales, siempre se imponen no por su mayor valor ético, sino por su capacidad de penetración o convocatoria, es decir, la fuerza. Las malas ideas a nivel ético se derrotan con ideas éticas. Y para ello es necesaria la discusión “filosófica” libre y constante.

La discusión en torno a la educación tampoco ha escapado a ese sesgo que otorga supremacía total a la acción (aún cuando algunos planteen basarse en una idea específica de educación, desarrollo y ser humano). Otros podrían decir que eso no es así, y que las demandas esconden conceptos éticos en cuanto a la educación de carácter definido, y por tanto, una idea profunda del mismo.

Pero, aún si es así, hay un problema, ese concepto se da por sentado como definitivo, total y superior a cualquier otro, sin discusión alguna. Sin debate de ideas, se impone entonces un pensamiento, que luego, se refleja en las propuestas, en la práctica.

Y entonces, vemos que la discusión en cuanto a la educación se centra y reduce principalmente en cuestiones de gestión desde el Estado –cómo financiar, cómo distribuir, qué permitir, qué prohibir, qué leyes implementar, qué hacer, qué no-.

Pero, dónde está la discusión ética en cuanto a preguntas esenciales como ¿Cuál es el sentido de la educación? ¿Qué entendemos por educación; o para qué nos educamos; en qué debemos hacerlo; qué es ser educado? ¿Qué sentido político, económico y social debe tener la educación? ¿Debe tenerlo realmente o no? ¿Cómo se liga educación con igualdad y libertad? 

jueves, 4 de agosto de 2011

EDUCACIÓN, UNA PARADOJA CLÍNICA

El problema educacional se ha vuelto un problema endémico, crónico. Se ha naturalizado el hecho que cada cierto tiempo, cada cuatro años incluso (si constatamos regularidades), los estudiantes salgan a las calles a reclamar, protesten, denuncien las fallas del sistema, exclamen y comuniquen su mala educación y se enfrenten con otros, de uniforme, que son producto de la misma. Mientras, las autoridades, los gobernantes, se acostumbraron a responder con medidas “dentro de lo posible”, a decir que efectivamente el sistema presenta fallas, que es una vergüenza, que los datos y los “especialistas” ya lo decían, y un extenso bla bla bla. Así viene haciéndose desde hace tiempo.

Y entonces vemos que el tema educacional -no el problema, porque como decía Borges, hablar de problema puede ser “vaticinar (y recomendar) las persecuciones, la expoliación, los balazos, el degüello…”- se ha vuelto una paradoja clínica. Un enfermo, desnutrido, anémico, con fiebre y convulsiones cada cierto tiempo, asiste al médico general, para que lo cure. El facultativo de turno, que hace rato conoce el diagnóstico, primero le dice “que no está mal, que sólo es hipocondría, que se relaje, que todo está bien”, y le da un placebo.

Pero la fiebre y las convulsiones se han tornado más frecuentes en el crónico paciente, y más intensas a medida que la enfermedad aumenta con el tiempo y se torna claramente de carácter autoinmune. El enfermo vuelve donde el médico y le insiste: “estoy enfermo. Mi sistema está mal”. Y el doctor, que se cree uno de los mejores, insiste en su idea anterior y el placebo. Pero el enfermo, de sopetón le vomita el impecable delantal blanco que luce el facultativo. Y entonces, el galeno recién dice: “Vaya, parece que realmente estás enfermo. Hagamos exámenes”.

“¿Exámenes?” -Pregunta el enfermo. Y agrega: “pero y todos los especialistas en mi enfermedad, que me revisaron el 2006 y dieron cátedra de conocimiento, cuando hicieron su junta médica ¿No le dieron un diagnóstico general?”. El galeno dice: “Sí, pero no estoy convencido.  Creo que puede ser un tema mental, una locura, una idea tuya, quizás estás ideologizado”.

Entonces, cuando el enfermo vuelve a vomitar las paredes, y cae al piso de la consulta, botando bilis, mientras su cuerpo convulsiona descontrolado y claramente no se puede autogobernar…el médico reacciona y le dice: “Te daré una receta, una mejora, un remedio”. Algunos otros, ante el escándalo, sin tener idea, comentan que se trata de un loco, de un antisocial, un desadaptado.

Al llegar a casa, luego de toda una mañana de convulsiones y fiebre. El enfermo crónico mira la receta y ve que los medicamentos son prácticamente los mismos químicos que les dio otro facultativo hace cuatro años, junto a un grupo de amigos supuestamente encargados de mejorar cosas. Pero sólo cambian los nombres. Es una receta –otra más- para calmar sus convulsiones, pero no es el remedio a éstas. El enfermo, siente un poco de decepción, un poco de rabia. Se siente mal, desahuciado. Mañana iré a hablar con el doctor de nuevo, piensa. Quizás me escuche.

Al otro día, esperando en la consulta, el médico se niega a atenderlo. Una secretaria le dice con aires de superioridad –no se sabe de dónde- y con voz un tanto chillona: “el doctor ya le dio sus remedios y dice que no sea porfiado. Que se los tome y todo mejorará”. Entonces, el enfermo crónico entra en cólera y le dice a la secretaria: Cállese, quiero hablar con el médico, usted no tiene idea de nada”. La rabia lo hace tener pequeños estertores y nauseas…pero está furioso. El médico, refugiado en su consulta, llama a unos funcionarios del psiquiátrico y les dice: “Por favor vengan, acá hay un hombre que insiste en que está enfermo, es un desadaptado”.

Días después, nadie se acuerda del enfermo. Aunque en el fondo, ya todos lo estaban. En una habitación del psiquiátrico, el enfermo, se siente agonizante, lo sedaron, incluso en algún momento lo amarraron. Algunos desquiciados, realmente locos, plantearon matarlo para “calmar su mal estar”, que en realidad era el suyo. Les molestaba ese loco, les molestaba que les dijera que estaba enfermo.

Han pasado años de aquel episodio. Muchos especialistas examinan al enfermo, hablan de él en foros, escriben libros sobre su caso, plantean soluciones. Incluso ganan dinero o prestigio hablando de él en distintos lugares. Pero ninguno le ofrece una cura.

Al parecer todavía no nace aquel que se enfrente de verdad a su enfermedad. 

martes, 2 de agosto de 2011

LA SOCIEDAD ABIERTA Y TODOS SUS ENEMIGOS

El filósofo Karl Popper, define la sociedad abierta como aquella donde los individuos tienen la necesidad y libertad de tomar decisiones personales; y la distingue de las sociedades tribales o cerradas, que serían aquellas caracterizadas por una “actitud imbuida de magia o irracionalidad hacia las costumbres de la vida social, y la correspondiente rigidez de estas costumbres”…cuya vida “transcurre dentro de un circulo encantado de tabúes inmutables, de normas y costumbres que se reputan tan inevitables como la salida del sol”. Popper es claro en decir que es en la antigua Grecia donde si inicia un largo camino –aún no terminado- desde el tribalismo hacia el humanitarismo. Hacia una sociedad abierta.

En el debate en torno al matrimonio gay, podemos ver varios aspectos donde se aprecia claramente la tensión que menciona el filósofo austriaco, entre diversos resabios de tribalismo colectivo “donde las instituciones no dejan lugar a la responsabilidad personal” (Popper), versus espacios abiertos donde el individualismo puede desarrollarse y es valorado.

Dicha tirantez se aprecia en dos aspectos esenciales de la discusión en torno al matrimonio gay y desde “ambos bandos”: en cuanto al carácter -natural o artificial- de las normas y su legitimidad en base a aquello; y en cuanto al nivel de tolerancia que se acepta en una sociedad -que define su nivel de apertura-. Es decir en cuanto al derecho de los individuos a expresar ideas libremente. Que no es otra cosa que el dilema de Sócrates en cuanto a la democracia misma.  

En ese sentido, los discursos reivindicativos de ambas marchas –ya sea por la igualdad o por la familia- aunque parecieran mostrarse proclives a la libertad, muchas veces –por no decir casi siempre- se tornan enemigos claros de la idea misma de una sociedad abierta, pues finalmente siempre parecen apelar a un tribalismo solapado, que se opone a la autonomía del individuo.  

En la Sociedad Abierta y sus enemigos, Popper dice que la falta de distinción entre leyes naturales y leyes normativas (monismo mágico), característico de las sociedades tribales, ha llevado a muchos por siglos, a argumentar que ciertas normas jurídicas concuerdan con la naturaleza humana, en tanto otras serían contrarias a ésta. Lo contrario, entender esa distinción, sería el dualismo crítico.

Paradojalmente, el monismo mágico -y sus diversas vertientes- ha sido usado históricamente, tanto para promover la igualdad (podríamos incluir a Rousseau) como para promover el anti-igualitarismo (Platón). Cualquiera sea el caso, lo colectivo, lo tribal en definitiva se opone e impone al individualismo. Lo interesante es que la discusión sobre el matrimonio gay no ha escapado a ese influjo.

Así por ejemplo, tanto opositores como defensores del matrimonio gay aluden a cuestiones naturales para defender o rechazar cierta norma en discusión. Los primeros dicen que lo natural es el matrimonio entre hombre y mujer, a la vez que plantean que el gay se hace o es producto de una alteración de la naturaleza (aludiendo a la idea de enfermedad); Los segundos, dicen que la condición homosexual surge naturalmente y no es una elección personal, o que es parte de una evolución natural.

Si uno analiza los diversos argumentos a favor o en contra, la discusión se mantiene dentro del monismo mágico (falta de distinción entre leyes naturales y leyes normativas), ya sea –en base a la distinción de Popper- como naturalismo biológico; como positivismo jurídico; o como naturalismo psicológico o espiritual (que sería la mezcla de los primeros).

Si somos honestos, tal como dice Popper “la naturaleza no nos suministra ningún modelo, sino que se compone de una suma de hechos y uniformidades carentes de cualidades morales o inmorales” y agrega “somos nosotros quienes imponemos nuestros patrones a la naturaleza y quienes introducimos, de este modo, la moral en el mundo natural”.

Es decir, tanto defensores como opositores al matrimonio gay estarían cayendo en la misología. En otras palabras, se están oponiendo –de manera consciente o inconsciente- a la posibilidad de la reflexión racional acerca de estos asuntos. Lo peor es que eso, además, lo asumen como una cuestión colectiva, no individual. Lo que nos lleva al dilema socrático como segundo eje del problema. 

El rechazo mutuo a cualquier expresión de disidencia tanto a favor o en contra es visto no como una opinión personal –y por tanto con derecho a ser expresada- sino como una especie de guerra tribal entre bandos irreconciliables. Y entonces surgen atisbos de intolerancia, no sólo de quienes se presume menos tolerantes, sino de quienes se esperaría mayor tolerancia. Como vemos, en ningún caso se defiende la autonomía personal o individual sino posturas colectivas que se presumen, superiores moralmente a otras. Algo muy característico de una sociedad tribal o cerrada, y también de sociedad totalitarias. 

Entonces, un detalle más interesante es que ambos sectores, juzgan el individualismo –que es ejercer opiniones libremente- como un “impío acto de injusticia”. En ambos casos, el colectivo –la entelequia que valoran- es todo y el individuo, la persona es nada. Para ninguno somos fines en sí mismos realmente. Y con ello, hay un riesgo, que es que la apelación a sentimientos humanitarios y morales algunas veces en la práctica deriva en actos inhumanos. Ya sea en nombre de la familia o de la diversidad. Sobre todo cuando se hace desde un punto de vista tribal.

Popper plantea que “entre las leyes del Estado por un lado, y los tabúes que observamos habitualmente por el otro, un campo se ensancha día a día, correspondiente a las decisiones personales”. Claramente eso es lo que está ocurriendo hoy en día.


Y entonces tenemos un desafío, como sociedad, pero sobre todo como individuos. Donde, o elegimos volver al tribalismo; o a seguir propiciando una sociedad abierta. Parafraseando a Popper, si queremos seguir siendo humanos, el único camino es la Sociedad Abierta.