martes, 28 de diciembre de 2010

EL FIN DEL MITO DEL GOBIERNO DE LOS MEJORES

La solicitud de Ximena Ossandón de reabrir el concurso de Alta Dirección Pública para mantener su cargo, y las dudas del gobierno ante ésto, revelan que “el gobierno de los mejores” y la “nueva forma de gobernar” son un mito.

Platón creía que el mejor gobierno era el de los sabios. Esa idea, aunque ilusa e impracticable, se ha mantenido por siglos en las mentes humanas, bajo diversas denominaciones, donde las personas se vuelven devotos de sus líderes, atribuyéndoles cualidades que no tienen, creyendo que están llenos de virtudes y se encuentran libres de los vicios del poder.

En Chile, en la última campaña presidencial una de las promesas claves fue formar un “gobierno de los mejores” en base a competencias, y no en base a prebendas políticas y nepotismo.  Una nueva forma de gobernar.

Varios cayeron redonditos ante tan linda promesa. Nada de raro, tomando en cuenta que los gobiernos anteriores de la Concertación no habían sido ejemplos de virtud en el último tiempo.

Pero como decía Honoré de Balzac: Todo poder es una conspiración permanente”.

Así, la solicitud –sin sonrojarse- de Ximena Ossandón de reabrir el concurso de Alta Dirección Pública para mantener su cargo en la Junji, y las dudas del gobierno ante esa petición, tomando en cuenta que el Presidente Piñera tiene hace tres meses a cuatro candidatos seleccionados, revelan que “el gobierno de los mejores” es un mito.

Un cuento que ha sido derribado de forma contundente, no por la oposición, sino por el diputado UDI Gustavo Hasbún, quien en un ataque de sinceridad (¿inconsciente?) ha dicho: "¿Pero por qué se va a ver mal? A la larga estos son cargos políticos…”. Eso sin mencionar que defiende el viejo subterfugio de declarar desierto el concurso, para mantener en su cargo, a la hermana del alcalde de Puente Alto.

Fin del mito. La nueva forma de gobernar es siempre la misma forma de gobernar.

miércoles, 22 de diciembre de 2010

SOCIEDAD ABIERTA Y ATMÓSFERA CONSERVADORA

En Chile se vive una extraña atmósfera conservadora, que no tiene relación con pertenecer a determinados sectores políticos o religiosos, sino más bien con un modo de debatir dogmático.

Una sociedad abierta es aquella donde existe pluralismo en todo sentido, con una constante actitud crítica y abierta a puntos de vista diversos, donde se parte de la premisa que el conocimiento humano es falible y provisional, y que por tanto, no hay una verdad absoluta, lo que implica el respeto mutuo y la tolerancia.

En Chile, la sociedad parece más abierta, pues los individuos exigen mayores espacios para tomar decisiones personales, la mayoría se declara tolerante, y  discuten temas diversos antes considerados tabúes. No obstante, si se analiza el modo en que esos temas se discuten, más bien parece seguir siendo una sociedad cerrada y conservadora.

La atmósfera conservadora se aprecia en la mayoría de los individuos, los cuales argumentan como si fueran a priori poseedores de una verdad absoluta, no en términos lógicos, sino en términos dogmáticos.

En base a eso, no argumentan en términos individuales, sino que siempre apelando a entelequias colectivas, como la patria, el pueblo, la nación, los hijos de dios, los creyentes, las minorías sexuales, etc. Como si los respaldara una racionalidad colectiva infalible.

Siempre creen que sus ideas son “más colectivas”, y por tanto más válidas que otras, por lo que también se presumen moralmente superiores al resto y se tornan intolerantes.  

Así, surgen sectarismos de diversas índole, siempre autoritarios, ya sea de la mano de prejuicios, intereses, o privilegios, que suprimen el diálogo de manera imperceptible.

En lo anterior radica el problema esencial. Esa atmósfera conservadora transversal a nivel de ciudadanos, se puede traducir irremediablemente en una excesiva confianza en la autoridad y el poder. La sociedad abierta entonces tiene el riesgo de comenzar a cerrarse.

Surge una especie de religión política, una mentalidad de feligrés en torno a gobernantes afines, a los cuales se les concede una confianza prácticamente ciega para imponer valores. En este sentido, el culto a la personalidad (o las personalidades) no es exclusivo de las izquierdas, y se encuentra muy latente en las derechas también.

Esa fe ciega puede dar paso rápidamente al autoritarismo camuflado de diversas formas, en orden, vigilancia, protección, igualitarismo. Siempre traducido en poderes discrecionales según los objetivos supuestamente defendidos por el gobernante.

Cualquiera sea el caso, bajo la atmósfera conservadora, a las personas les importa más quién gobierna, y no qué limitaciones deben existir para quien gobierna, sea quien sea.

Lo anterior implica claramente que algunos -que se dicen tolerantes, pluralistas o demócratas- acepten y justifiquen de forma soterrada y peligrosa, la imposición por fuerza o ley, de determinadas valoraciones, en base a algún dogma, moral, religioso o ideológico.

jueves, 16 de diciembre de 2010

CUANDO ROBAR ES UN TRABAJO

Las cárceles seguirán atestadas y probablemente se seguirán construyendo más en los próximos años, porque nadie se ha preocupado de los códigos del Hampa.

Los altos índices de reincidencia y la alta presencia de menores en actos delictivos, tiene relación con la poca atención a los aspectos informales que operan en la comisión de un delito.

Es claro que el marco institucional -formal e informal- determina las pautas de acción de todo individuo en un campo de actividad específico.

En el caso de la delincuencia como campo de acción, se produce una dualidad -una pugna- entre un marco formal amplio y totalizante, que es la legalidad del Estado de Derecho, y un marco informal, "los códigos del hampa" al que los sujetos que delinquen se someten individual y contextualmente.

ROBAR ES UN TRABAJO
Frecuentemente, las políticas anti-delincuencia se centran mayoritariamente en acciones posteriores a la comisión de un delito, y poco a prevenir éstos.

Se plantea aplicar con fuerza el marco formal del derecho sobre el cuerpo de los sujetos -la prisión, la detención- pero muy poco se hace en torno al marco informal en el que la mayoría de éstos fueron educados, se criaron, desarrollaron y se desempeñan en el medio libre.

Dicho marco informal es el que prevalece por sobre el respeto al marco formal legal, y la aplicación por parte del Estado del mismo mediante la privación de libertad, lo que se ve reflejado en la poca reinserción social y los altos índices de reincidencia delictiva.

Los bajos índices de escolaridad –no sólo por la ineficiencia estatal en ese ámbito- es un reflejo de esa pugna, con las prácticas del entorno social delictivo, internalizadas desde la infancia por los niños en riesgo social, que terminan por ser aceptadas y muchas veces naturalizadas por los sujetos en su vida adulta.Robar es un trabajo.

Es decir, el gobierno físico de los sujetos, su control mediante el marco institucional legal, se vuelve de corto alcance tanto en la reclusión y como en el medio libre, donde el campo delictual –el habitus- es hegemónico, debido a la existencia de un marco informal que gobierna psicológicamente las prácticas, intereses, acciones y contextos.

No es extraño entonces, que delincuentes encarcelados, aprovechando los vacíos e incongruencias del sistema penal, sigan delinquiendo a través de diversos medios que les permiten romper las barreras físicas de la prisión, como celulares, familiares, etc. Tampoco es infrecuente, que una vez cumplidas sus condenas, retomen sus actividades delictivas y se "reinserten a sus medios delictuales libres".

Lo anterior incide, en que el marco informal que se desarrolla en torno a actividades delictivas -que en definitiva lo son por ser contrarias al marco legal imperante- se conviertan en el marco formal que sustenta la instauración de una verdadera moral delictual.

Se produce entonces una especie de dimensión paralela a los espacios simbólicos donde el Derecho impera y donde la mayoría trata de desenvolverse.

CARCÉL, LA MORAL DELICTUAL FORMALIZADA
Bajo el punto de vista anterior, la cárcel se vuelve un espacio material donde las instituciones informales de la delincuencia se vuelven formales, y se convierten en ley interna para los reclusos e incluso de los agentes del Estado insertos en ella, como los gendarmes. En las cárceles impera la ley del hampa, la moral delictual, por sobre el Estado de Derecho.

La prisión se vuelve entonces, una especie de isla, donde la pugna entre la institucionalidad del Estado es vencida por la institucionalidad informal del hampa, que encuentra un espacio para expandirse, naturalizarse, fortalecerse y sobre todo reproducirse.

La cárcel deja de ser el lugar donde se pretenden transformar o eliminar las prácticas que son base del comportamiento delictual.

Con eso se rompen definitivamente los principios básicos de la cárcel, como lugar punitivo y de reinserción.

PD: ¿Cuán viable es un Política Pública que considera la utilización de la masa penal como mano de obra a concesión a empresas, mediante la racionalización del uso de la cárcel tanto para procesados como para condenados?

Es decir, cuan viable sería crear cárceles industria. 

jueves, 2 de diciembre de 2010

DEFENSA DEL VOTO VOLUNTARIO DESDE EL AXIOMA DE NO AGRESIÓN

Desde la libertad como no agresión, el voto obligatorio hace que el Estado disponga de mi voluntad obligándome a votar bajo amenaza del uso de la fuerza. Eso es antiliberal. Por eso, separar libertad de acción de libertad política es errado. Si una dictadura me lleva encadenado a votar, eso no me hace libre políticamente.

El axioma como no agresión implica estar libre de coacción –salvo legítima defensa-. Entre otras cosas tiene relación con la autoposesión, con disponer de mi voluntad siempre.

En general se ha argumentado que la obligatoriedad se justifica pues sería un resguardo a la libertad política y “la responsabilidad del ciudadano con la comunidad”, expresada en el voto. En base a esto, quienes defienden el voto obligatorio plantean que la defensa de la libertad requiere ciertas restricciones, dando ejemplos algo irrisorios, como el uso del cinturón de seguridad.

Pero el error central en el argumento de los defensores de la obligatoriedad es que separar libertad de acción de libertad política. Craso error cuando dicen “Es bien diferente decir que el voto obligatorio afecta mi libertad de acción que decir que afecta mi libertad política –tendemos a pensar en la libertad política como una libertad fundamental-“.

Craso error porque la libertad política depende de la libertad de acción del individuo, es decir, de disponer de tu voluntad sin riesgo de coacción, de la autoposesión. De lo contrario, una dictadura podría obligar –llevando con esposas- a sus disidentes, y así legitimarse. Eso no los hace libres políticamente.

Por eso, el otro error es creer que la libertad política consiste en “elegir libremente entre las distintas opciones disponibles para ejercer el poder del Estado”.

Lo cierto es que la libertad política implica incluso, expresar rechazo incluso a un sistema electoral o político, no votando. De lo contrario, el mismo ejemplo anterior en cuanto a una dictadura se aplica nuevamente.

El voto voluntario respeta la voluntad del ciudadano y además le permite ejercer su libertad política de forma amplia. Nadie le impide ir a votar si así lo desea, y nadie lo obliga a hacerlo si no quiere.

Lo anterior implica algo más importante, permite al individuo ejercer su derecho y elegir de forma verdaderamente libre ¿Por qué verdaderamente libre? 

Porque ninguna acción bajo amenaza del uso de la fuerza es libre y racional.  

miércoles, 1 de diciembre de 2010

SI LE DAS MÁS PODER AL PODER

Las noticias de las últimas semanas, en diversos temas, tienen un factor común, los ciudadanos parecen mostrarse sorprendidos ante el poder, olvidando que ellos mismos alimentan sus propios Leviatán.

Las revelaciones de Wikileaks, no deberían causarnos mucho impacto. Es sabido que los Estados se espían mutuamente, de diversas formas, y que siempre buscan conocer detalles íntimos de sus adversarios (no existen los amigos en las RRII), sus gobernantes y ciudadanos.

En este sentido, el realismo en las Relaciones Internacionales –la pugna por monopolio del poder- sigue siendo el principio rector.

La lógica del poder no es otra que su preservación, lo que implica su concentración. Por eso, diversas formas de poder (eclesiástico, político, corporativo, militar) a lo largo de la historia, siempre han tendido a concentrarse en busca del mayor monopolio posible, para extenderse e imponerse sobre los individuos en todo sentido. Sea cual sea el carácter y la tendencia ideológica de quienes lo detentan, tiene el riesgo de abrirse paso como un monstruo.

Para cumplir tal propósito, se ha sustentado en entelequias como la palabra de dios, la razón de Estado, el bien común, la voluntad popular, la patria, o lo que sea, adoptando en todos los casos una filosofía pragmática, que como diría Rothbard, es su inclinación natural.

Se revela entonces una fuerza brutal al servicio del poder en sí, que pasa a llevar toda lógica moral, ética e incluso espacial y temporal en desmedro de los individuos.

Pero ¿Quiénes concentran el poder?
La paradoja se hace evidente como una ironía, porque la respuesta no es otra que, nosotros.

Irónicamente, las personas tienden a favorecer la concentración del poder, en vez de propiciar la atomización de éste. Con eso, a largo plazo le conceden todo el poder al poder mismo.

En general las personas pidiendo más policías, o más regulación, o más ejércitos, o más impuestos, o más leyes, y en definitiva más control, fortalecen a ese monstruo, que luego monopólico e indómito, los impacta en algún momento, y dispone de ellos como si fueran simples instrumentos suyos.

Y los golpea más aún, cuando el impacto del poder rompe con esa extraña e ilusa adoración y confianza, que las personas en general tienen en ciertos detentadores del poder, a los que convierten primero en sus príncipes y luego en sus Leviatán.

Aún cuando despojados de todo poder, desnudos ante el poder concentrado, para los individuos “no hay libre ejercicio, ni de juicio ni de sentido moral, sino que se colocan en el mismo plano que la madera, la tierra y las piedras; y quizá se pudieran fabricar hombres de madera que sirviesen tan bien a ese fin”. Henry David Thoreau.

En este sentido, todos somos maquiavélicos.