martes, 31 de agosto de 2010

ANARQUISMO: ACLARANDO CONCEPTOS

La detención de 14 personas en llamada Operación Salamandra, acusadas de colocar bombas durante 7 años, ha provocado un debate público sobre el significado del anarquismo.

En términos teóricos, este debate ha dejado en evidencia el desconocimiento de la prensa, las autoridades y los supuestos cultores de tradiciones socialistas y libertarias. Bajo ese desconocimiento, de un lado, a priori catalogan de anarquista cualquier grupo antisocial; de otro, defienden la violencia por ser supuestamente inocua.

El anarquista individualista Benjamín Tucker, decía que “existe una forma muy fácil de darse cuenta de quién es Anarquista y quién no lo es. Una pregunta lo decidirá rápidamente: ¿Cree o acepta usted alguna forma de imposición por la fuerza sobre los humanos? Si acepta alguna, usted no es un Anarquista. Si no acepta ninguna, usted es un Anarquista”.

En esa pregunta, Tucker trae al tapete simultáneamente dos conceptos claves del anarquismo individualista –que en lo personal considero el único coherente-: el de anarquía como ausencia de dominio; y el de acracia como ausencia de coacción (agresión). Es decir, reconoce la autonomía y soberanía individual (autoposesión) como principio esencial de la ética libertaria.

El reconocimiento de la autoposesión implica la existencia de individuos soberanos, con capacidad para autogobernarse, dueños de su trabajo y lo que producen con éste (lo que implica el reconocimiento de la propiedad privada y la libre disposición del producto de éste, es decir el libre mercado). De esos principios surge la contraposición contra toda forma de dominación, la autoridad y el Estado –en cualquiera de sus formas monárquica, eclesiástica y política racional legal- en cuanto forma monopólica de dominación y agresión.

En esto coincide Emile Armand, quien dice “puede considerarse como anarquista a todo el que después de una reflexión seria y consciente, rechaza toda coerción gubernamental, intelectual y económica, o sea toda dominación” (El anarquismo individualista qué es y qué no). Tucker y Armand siguen la línea de Proudhon, quien definía la anarquía como “gobierno de cada uno por sí mismo -en inglés: self-government- un orden social fundado sólo en transacciones e intercambios” (El principio federativo).

Bajo esa idea, la sociedad se concibe como libre cuando no existe coacción sobre los individuos, lo que sería una acracia, y por tanto pueden llevar a cabo libres acuerdos sin interferencia alguna, lo que no descarta el castigo hacia quienes arremeten contra la vida y la propiedad de otro, por tanto defiende la legítima defensa y la libre asociación para ello.

Pero ¿Qué se desprende de lo anterior en cuanto al tema de los bombazos?

Algo más importante aún. Que desde el punto de vista del credo libertario, bien estudiado y entendido, cualquier forma de agresión sobre el individuo, para forzarle a pensar o actuar de determinada forma y en nombre de lo que sea (dios, el rey, la patria, el pueblo, el estado, la libertad, la igualdad y un largo etc) es ilegítimo. Benjamín Tucker era claro en decir que la misión de los anarquistas “en el mundo es la abolición de la agresión y de todos los males que de ella se derivan”.

Si reconocemos el principio de autoposesión de cada uno (raro es que alguien lo haga, pero los hay), ninguna persona -ni autoridad- es dueña de la vida de otro ser humano, ni de sus creencias, ni de su trabajo. En definitiva, nadie puede agredir a otro arbitrariamente, excepto si es en defensa propia.

En otras palabras, la violencia contra otro o su propiedad, por motivos que van más allá de la legítima defensa, nunca es válida, sean cuales sean los justificativos o los fines que se defiendan.

Por eso, los anarquistas individualistas -como los de la tradición estadounidense a la que pertenece Tucker y Spooner- promueven el pacifismo, rechazan la conscripción militar por considerarla una forma de esclavitud legalizada, y cualquier pretensión de tutela que implica la intervención de colectividades y sus mandatarios en la vida de los individuos, como la tutela moral, política o económica.

Por lo mismo, se oponen a la protección y privilegios que da el Estado a los monopolios (del dinero, la tierra, los aranceles y las patentes según Tucker) y grandes poderes económicos en cualquiera de sus formas (como Mercantilismo; Capitalismo -que algunos confunden con libre mercado-; o Socialismo de Estado).

En lo anterior radica el hecho de que tampoco creen en la violencia como herramienta política ni como método para llevar a cabo cambios sociales porque implican una lógica autoritaria. Por eso se oponen a cualquier pretensión de instaurar una dictadura proletaria, por considerarla otra forma de invasión y agresión, que implicaba el mero reemplazo de unos dominadores por otros. Haciendo alusión a los comunistas de Chicago, Tucker decía: “su comunismo es otro Estado, mientras mi cooperación voluntaria no es, en absoluto, un Estado”.

En este sentido, Armand es claro en decir que: “Aunque los monopolios y los privilegios sean trasladados de las grandes asociaciones capitalistas a la comuna, el individuo se halla igualmente desnudo de recursos que antes. En lugar de hallarse dominado económicamente por la minoría capitalista, lo es por el conjunto comunista. Nada le pertenece, es un esclavo”.

¿A qué va todo ésto, dirán algunos?

A que la mayoría de los autoproclamados “anarquistas” no conocen el principio de autoposesión ni el derecho de propiedad o posesión, y por tanto no entienden que la agresión o la disposición a ella, son el primera gran mal que existe en las sociedades actuales.

Erróneamente, en base a su confusión conceptual básica, creen que –siguiendo lineamientos más bien autoritarios que libertarios- el ejercicio de la violencia contra lo que denominan “el capital, el Estado, la propiedad, el libre mercado” sirve para “agudizar las contradicciones sociales y cambiar las bases de la sociedad, liberándola de su esclavitud”.

Joseph Proudhon, aunque sea conocido por decir “la propiedad es un robo”(queriendo decir que los privilegios de la propiedad causan las condiciones de explotación), también dijo que “la propiedad es libertad” en el sentido de que el hombre sólo es libre cuando es el único propietario de lo que posee y lo que crea” (Per Bylund).

Por eso, contrario a lo que piensan estos falsos anarquistas, sus acciones violentas contribuyen a aumentar los espacios donde el Estado interviene, dándole argumentos a quienes detentan el poder, para justificar sus acciones coactivas y el crecimiento de sus aparatos policiales.
Su actuar no es libertario, sino funcional al autoritarismo.

miércoles, 25 de agosto de 2010

EL DERECHO A SER HIPPIE DE MIERDA

En torno a la discusión sobre Punta de Choros, ha quedado manifiesto el desconocimiento de principios democráticos -tanto de gobernantes como gobernados- como el derecho de la sociedad civil a disentir con el poder, y la necesidad de desconfiar siempre de los gobernantes electos y sus promesas.

El que una funcionaria del Estado, del gobierno, se refiera a otros ciudadanos que se oponen a una medida gubernamental, como “hippies de mierda”, denota una clara distorsión en cuanto a qué es la democracia.

Lo que diferencia a la democracia del viejo orden monárquico son tres elementos ideales claves:

  1. La ciudadanía elige a sus gobernantes, y por tanto tiene el derecho a exigirles cumplir lo prometido.
  1. La ciudadanía puede mirar con recelo al gobierno, sin importar incluso si es de su preferencia, teniendo presente que los gobernantes no son infalibles ni iluminados por dios, sino simples seres humanos. Esto porque “el Estado hace las leyes y, a menos que haya una opinión pública muy atenta en defensa de las libertades justificables, el Estado hará la ley a su propia conveniencia, la cual puede no corresponderse con el interés público” (Bertrand Russell).
  1. La ciudadanía tiene el derecho a disentir de las decisiones del gobierno, y de oponerse de forma legal y pacífica, sí así le parece, excepto si el gobierno entra en un plano agresor. Como decía Bertrand Russell, “si se quiere que la ley sea respetada, debe ser considerada digna de respeto”.
No obstante, en torno a la discusión sobre Punta de Choros, ha quedado manifiesto el desconocimiento de dichos principios democráticos claves, tanto por parte de gobernantes como gobernados.

En primer lugar, la gente se muestra impactada -e incluso traicionada- ante el eventual no cumplimiento de campaña por parte del Presidente, aunque conocida es la anécdota –que refleja muy bien la lógica electoral de promesas a destajo- donde el político promete un puente para un pueblo, y luego que un campesino le dice que no hay río, el político “honorable” le dice: le hacemos el río también…

No es extraño que los políticos de todos lados prometan muchas cosas para luego no cumplirlas, y que luego los ciudadanos digan impactados: “pero si lo prometió…”.

Lo anterior refleja una de las falencias de la democracia moderna, el problema del agente-principal, donde los electores, una vez electos los candidatos, no cuentan con más herramientas para sancionar a los gobernantes, y deben esperar a la próxima elección para premiarlo o castigarlo con su voto, si es que además tienen buena memoria para hacerlo.
Lo cierto es que los ciudadanos no tienen forma de exigir el cumplimiento de esas promesas (sobre todo si el nivel de agregación es mayor), por tanto es clave desconfiar siempre de los candidatos y gobernantes.

No obstante y en segundo lugar, e irónicamente en relación a lo anterior, la mayoría de las personas en nuestra democracia parece seguir el viejo principio monárquico, divinizando a los candidatos y gobernantes que les gustan, sus ídolos políticos del momento, suprimiendo en torno a éstos cualquier juicio crítico o desconfianza. Confían en ellos en una lógica religiosa, como si se tratara de extraterrestres o seres divinos.  

En tercer lugar, y este creo es el punto más importante, el apelativo de “hippies de mierda” y la posterior actuación policial en cuanto a las expresiones de descontento en cuanto a Punta de Choros, es reflejo de la suma de los dos puntos anteriores y muestra la reducción -por parte de los gobernantes- de la democracia al mero acto simbólico electoral cada cierto tiempo; y de los ciudadanos a meros votantes.

Todo lo anterior, trae consigo una clara visión autoritaria y despótica de la democracia y del gobierno en cuanto a los ciudadanos, que no es exclusiva de un sector político sino que es transversal a la clase política en general.

Así, ven a los ciudadanos como un rebaño ignorante al que deben guiar desde arriba y no como individuos racionales capaces de decidir y disentir con ellos.

Bajo ese prisma, no es raro –pero sí profundamente lamentable- que en la eventual decisión en cuanto a Punta de Choros, claramente no se considera a la sociedad civil ni a otros ciudadanos como agentes válidos en discusiones que afectan a una comunidad entera.

Y es que en definitiva, los tres principios antes mencionados son claves si  se tiene presente que –tal como decía el sabio de Russell- “la democracia, aun cuando mucho menos susceptible a los abusos que la dictadura, no es en absoluto inmune a los abusos de poder por parte de la autoridad o de intereses corruptos”.

Bertrand Russell: "La desobediencia civil y la amenaza de guerra nuclear"

martes, 17 de agosto de 2010

TERMOELÉCTRICA CAMPICHE: UN EJEMPLO DE CAPITALISMO DE AMIGOTES

Como era de esperarse, en el caso de la Termoeléctrica Campiche, y tal como dice Roderick Long “el favoritismo del Gobierno asume la irresponsabilidad de las grandes empresas con el medio ambiente. Por ejemplo, los contaminadores a menudo gozan de la protección contra demandas, a pesar de que la contaminación es una violación de los derechos de propiedad privada.”

En junio de 2009, la tercera sala de la Corte Suprema decidió acoger un recurso de protección contra la aprobación ambiental del proyecto Termoeléctrica Campiche, por parte de la Comisión Regional del Medio Ambiente (Corema) de Valparaíso.

Lo anterior implicó la suspensión de las obras de construcción de la termoeléctrica en la comuna de Puchuncaví-Quintero, pues el permiso otorgado por la COREMA no cumplía con las normas legales. Eso sin mencionar que la zona Puchuncaví-Quinteros fue declarada, en 1993, zona saturada por las emisiones de anhídrido sulfuroso y material particulado y que la empresa AES Gener comenzó a edificar sus instalaciones sin contar con todos los permisos municipales.

Un año después, con fecha 10 de agosto, la dirección de obras del municipio ha otorgado el permiso de construcción.
EL GOBIERNO, SUS AMIGOS Y LOS CIUDADANOS
Los nexos entre grandes corporaciones y altos funcionarios políticos que favorecen a los primeros en desmedro de ciudadanos comunes y corrientes no es algo nuevo en la historia, y es transversal a todo tipo de gobiernos, de derechas e izquierdas. En el caso de la Termoeléctrica Campiche en las comunas de Puchuncaví y Quintero, de la empresa AES Gener, éstos se hicieron ver rápidamente desde que se inicio la pugna entre los habitantes de las zonas y la empresa.


Dicho decreto (Decreto Supremo Nº68/2009) firmado también por el ministro del Interior de la época, Edmundo Pérez Yoma, claramente arbitrario y que estableció que los terrenos podían tener un uso industrial, según la propia Corte Suprema, debía ser dictado por orden de la Presidencia de la República. Viendo lo que pasó, claramente, y como dice Long, el favoritismo del gobierno se hizo notorio.

Y no sólo eso. En esa lógica de favoritismo buró-empresarial, el Intendente de ese momento, el DC Iván de la Maza, fue más allá y consideró que lo expresado por la tercera sala de la Corte Suprema era mera opinión. Así, no es raro tampoco que la ministra de Vivienda en ese momento, Patricia Poblete, declarara que “la única salida para Campiche es modificar el plano regulador de Puchuncaví”. Y así lo hicieron, transformando la legalidad, favoreciendo a la empresa.


Al parecer, a los emprendedores de la zona afectada, como agricultores y pescadores, nuestra Constitución no les protege en nada, porque los fallos de otros poderes del Estado, las grandes empresas, las corporaciones, pueden revertirlos gracias a sus nexos con altos funcionarios del ejecutivo, de los gobiernos de turno.

Tampoco sus supuestos representantes locales defienden sus intereses, porque el municipio llegó a un acuerdo extrajudicial con la empresa Aes Gener, a cambio de una millonaria inversión en obras sociales, que probablemente terminará en algunos bolsillos o financiando alguna futura campaña electoral. Eso, aunque el actual alcalde de Puchuncaví, Agustín Valencia dijo lo que siempre se dice, que “se decidió celebrar un acuerdo que permitiría a la comuna recibir de AES Gener una serie de beneficios económicos, que estarán enfocados, principalmente, a buscar soluciones a diversos problemas de índole social y comunitaria”.

Por eso mismo como dice Roderick Long, “el poder corporativo y el libre mercado son actualmente antitéticos; la competencia genuina es la gran pesadilla de las grandes empresas”. Y los gobiernos sus mejores aliados.

miércoles, 11 de agosto de 2010

INTOLERANCIA TOLERABLE

La tolerancia y su defensa se han convertido en un asunto trascendente en la mayoría de las discusiones actuales en diversos ámbitos. No obstante, la defensa de la tolerancia siempre conlleva el riesgo de volverse intolerante.

El rayado de un muro del Jardín Infantil del Instituto Hebreo con consignas antisemitas, ha generado en los espacios virtuales -como twitter- una serie de respuestas de rechazo (claramente entendibles) con llamados a las autoridades a actuar enérgicamente, incluso para que evite que se inscriba el partido nazi (que supuestamente estaría a 100 firmas para lograrlo).

Pero entonces surge la pregunta, ¿Podemos ser intolerantes para defender la tolerancia?

Como primero respuesta, me atrevo a decir que no. Algunos dirán que Karl Popper planteaba que “si concedemos a la intolerancia el derecho a ser tolerada, destruimos la tolerancia”. Explicaré el por qué eso no es tan cierto.

La defensa de la tolerancia se hace cada vez más manifiesta y necesaria en sociedades abiertas y extensas, donde deben convivir diversos individuos con cosmovisiones y modos de vida variados, e incluso antagónicos. Dicho resguardo implica respetar la libertad de pensamiento, culto y por tanto proteger derechos civiles básicos como la libertad de expresión y reunión de los individuos. Incluso de aquellos, cuyas ideas les hacen considerar –erradamente- que los grupos –generalmente entelequias- a los que pertenecen son más valiosos e importantes que otros, y que consideramos profundamente erradas o nocivas, según nuestro punto de vista.

Así, algunos dirán: como hay ideas -y con ello grupos e individuos- que fomentan el odio, la discriminación o el enfrentamiento y por tanto, y “por el bien de la sociedad” deben ser proscritos.

Pero entonces surge una duda metódica ¿Y quiénes definen cuál es ese bien y por tanto qué grupos o ideas se deben prohibir?

La mayoría nunca se hace esa pregunta, ni siquiera algunos proclamados defensores de la tolerancia. No obstante, cualquiera sea la respuesta, siempre se cae en el riesgo de demonizar a priori a ciertos grupos en base a diversos criterios, a veces profundamente dudosos. La defensa de la tolerancia entonces se vuelve intolerante.

Esta defensa intolerante de la tolerancia es apreciable en distintas discusiones actuales que se llevan a cabo, sin que los propios interlocutores la aprecien, incluso aquellos que enarbolan el discurso de la tolerancia. No es raro entonces que –en defensa de la tolerancia- en algunos países se prohíba y sancione legalmente expresar ciertas opiniones relativas a diversos temas. Esto no fomenta la tolerancia sino que la debilita. La opinión y el pensamiento deben ser absolutamente libres.

Por eso, la proscripción o prohibición de ciertas ideas, símbolos, opiniones o mensajes, en defensa de la tolerancia y basada en la prohibición en base a temores remotos, puede terminar siendo un acto de profunda intolerancia, que conlleva el riesgo de convertirse en una inquisición religiosa o una purga ideológica.

Sólo es legítimo actuar y responder con fuerza, cuando esos individuos -organizados en grupos- arremeten contra la vida o la propiedad de otras personas. Es decir, cuando amenazan o hacen uso la fuerza.

Lo anterior, no significa que la defensa de la tolerancia implique pasividad ante el dogma y el fanatismo de cualquier índole, pero sí, y tal como decía Popper, un pluralismo crítico, que combata en el plano de las ideas, aquellas que fomentan la agresión, que incitan a las personas unas contra otras, que fomentan el racismo o cualquier otra bobada. Siempre teniendo presente nuestra propia falibilidad, ignorancia, y que no existe una verdad última.

La única ética clave de la tolerancia es la de Schopenhauer que Popper parafraseaba: No perjudiques a nadie, sino que ayuda a todos lo mejor que puedas. El axioma de no agresión.

miércoles, 4 de agosto de 2010

HAPPY FEET O LA NATURALEZA HUMANA

La apelación a la naturaleza humana, generalmente parece ser un argumento que cierra cualquier discusión. No obstante, siempre hay que desconfiar apriori de dicha apelación –antigua por lo demás- porque frecuentemente sirve de soporte para el más viejo de los modos de dominación, el miedo a lo desconocido.

En la película Happy Feet, una comunidad de pingüinos emperadores, está regida por una gerontocracia, que dicta las normas que rigen las relaciones entre los miembros de su especie. El dogma de dichas reglas, basado en la naturaleza, es que todo pingüino debe cantar bien para encontrar pareja.

En base a ese credo –que se impone como verdad revelada- esos líderes hacen que toda la comunidad de devotos pingüinos rechace a un joven pingüino llamado Mumble, que no puede cantar, pero sí bailar muy bien.

Según esos viejos pingüinos autócratas, el don del baile de Mumble es antinatural, extraño, aberrante y un riesgo para la sociedad y valores de la colonia. Por eso, también lo culpan de la escasez de peces, pues su aberrante actitud estaría enfureciendo a su dios.

¿Les suena todo eso conocido?

Probablemente. Esa la táctica del miedo a la que apelan algunos para generar dominación. Generalmente se basa en mitos, ficciones o temores remotos, que se vuelven verdades incuestionables, como la apelación a una determinada naturaleza. Por ejemplo, Hobbes constituye así su apelación al Leviatán, en base al miedo a otros hombres -otros lobos- y al mismo Estado.

Esa apelación a la naturaleza humana como instrumento para infundir miedo es siempre cuestionable, puesto que en base a ella, antiguamente se decían cosas hoy irrisorias, como que sin la monarquía absoluta -primero del Papa y luego de otros- entraríamos en una anarquía destructiva, que volveríamos a la barbarie. Se decía que la secularización traería corrupción social, o que la democracia iba a colapsar si la mujer votaba. Todo ello adornado con la frase llena de pretensión: la sociedad no está preparada.

Bajo la misma idea del miedo basada en la apelación a la naturaleza humana, se decía que la sociedad, los valores, se iban al tacho de la basura si los esclavos eran libres, que hijas e hijos se corromperían si los “negros” se casaban con blancos o si iban a las mismas escuelas, y por tanto había que alejarlos de los barrios, iglesias, y un largo, etc. Y reitero, todo ello adornado con la frase: la sociedad no está preparada.

¿Se imaginan que Martín Luther King o Gandhi hubieran esperado a que la sociedad estuviera preparada?

La lógica, al igual que en Happy Feet, es y ha sido siempre la misma, indicar que lo distinto va contra la naturaleza humana y por eso pone en riesgo nuestra existencia, y por tanto hay que evitar alterar esas “tradiciones”, hay que alejarlos de nosotros, desterrarlos o reconvertirlos.

Hoy, ante la discusión sobre el matrimonio gay, se apela a lo mismo, al miedo en base a la naturaleza. Se nos dice que la familia está en riesgo, incluso que la especie está en riesgo, como si el sólo hecho de que a algunos les guste más bailar que cantar, hará que todos nos convirtamos en bailarines.

Otras opiniones:

"Con estos preceptos delante, no hay escapatoria para los infieles. Inevitablemente nos convertimos en ciudadanos de segunda clase".

¡Este diputado al parecer piensa que cuando alguien legisla con ideas distintas a las de él lo hace en contra de la naturaleza humana!

lunes, 2 de agosto de 2010

NEUTRALIDAD ESTATAL Y MODOS DE VIDA

En las últimas semanas, algunos funcionarios de gobierno han demostrado desconocer el principio de neutralidad estatal ante los modos de vida y de autonomía del individuo.

El principio de neutralidad del Estado y el gobierno ante los modus vivendi, surgido en medio de las guerras de religión entre protestantes y católicos, planteaba que ningún gobernante debía imponer –menos por la fuerza física o legal- sus sistemas de creencias a sus súbditos. Por ende, no debía imponer un modus vivendi. Esa era la base de la libertad religiosa y de la autonomía.

Contrario a lo que algunos plantean, la neutralidad no significa hostilidad contra la fe, sino todo lo contrario, implica su respeto. Porque si un estado no debe promover una fe, tampoco debe suprimirla. Lo único que debe hacer el Estado es evitar que personas de distinta fe o modus vivendi, se maten a causa de esto. Es decir, generar coexistencia pacífica entre comunidades de creencias religiosas irreconciliables.

La neutralidad del Estado, es coherente con la idea de no intromisión del Estado en nuestra vida privada, en cuanto a qué vemos, qué leemos, qué escribimos, con quién nos reunimos, qué hablamos y qué pensamos. Por ende, también en cuánto a cómo llevamos nuestra vida en definitiva. Es decir, con el principio de autonomía.

El mismo Kant decía que el peor despotismo es aquel donde el gobierno, se comporta como un padre con sus hijos.

En las últimas semanas, algunos funcionarios de gobierno han demostrado desconocer el principio la neutralidad estatal ante los modos de vida y de autonomía del individuo.

Esto no es algo menor, si consideramos que en base a estos principios, se plantean que deben existir límites a la acción de los gobiernos, los cuales no pueden actuar arbitrariamente en los asuntos privados de los sujetos, sea cual sea su propósito.

Lo clave en este sentido, es que el Estado y sus agentes no deben actuar autoritaria y despóticamente, bajo ninguna clase de pretexto o fin. Cualquiera sea la justificación, hay una imposición, ya sea revolucionaria, moralista, religiosa, conservadora, etc..

Quienes desconocen tales conceptos a cabalidad (en todo el espectro político), en algunos casos defienden o toleran la falta de libertad política, es decir justifican la acción arbitraria del Estado sobre los individuos, simplemente porque se garantiza cierta libertad económica o la planificación económica. Son autoritarios de derecha o izquierda.

Cualquiera sea el caso, sus posturas son claramente intolerantes, no neutrales y en ningún caso emancipadoras.

¿QUÉ HACER? LA ACCIÓN COMO INACCIÓN

Siempre se ha hablado de la praxis, la acción en cualquier ámbito, como la forma de cambiar las cosas, el statu quo. Si bien esto es algo cierto ¿Qué pasa cuando la praxis deriva en dogma y se transforma en hacer por hacer, en un sin sentido?

En estos tiempos, las ideas adquieren valor siempre y cuando vayan de la mano de la praxis. Es común en las discusiones de todo tipo, que a las opiniones emitidas sobre cualquier tema, se las someta a examen bajo la pregunta ¿A ver qué haces tú por tal o cual cosa?

Bajo ese prisma, la legitimidad y coherencia de la opinión o de una idea queda supeditada a la praxis. Si bien esto es importante, en los últimos tiempos se ha producido una paradoja, la sobrevaloración de la acción, que ha terminado por establecerla como un dogma del hacer por hacer. O sea, la acción sin sentido, como inacción.

Este fenómeno es apreciable en diversos ámbitos. No obstante, lo común en todos estos casos es que la acción -que se levanta como contraria a cierto statu quo bajo algún prisma ideológico- termina por fortalecerlo al naturalizarse como parte de éste. En todos los casos, se establece una lógica acorde a lo que el “sistema” requiere, haciendo creer que lo que se hace va contra éste, aunque lo cierto es que los vuelve funcionales a su mantenimiento.

Así, ya es “natural” o “tradicional” que cada año en ciertas fechas haya desmanes o violencia -aunque quienes los cometan no sepan ni siquiera que día es- u otras situaciones que se muestra como contrarias al statu quo, sin realmente serlo. Con ello entonces, se comienza a camuflar la inacción como una “acción”.

Diversos tipos de acción surgidos del dogma del hacer por hacer, que eventualmente surgen como respuesta al statu quo imperante en cualquier ámbito, no sólo terminan por reforzar y legitimar el poder imperante, permitiéndole deslegitimar a priori y ante el resto de la población cualquier demanda por válida que sea, sino que inhiben la capacidad de acción real y concreta de otros actores.

El dogma de hacer por hacer, también hace creer a sus ejecutores, que como iluminados por la divinidad, son los únicos y mejores representantes de las demandas defendidas, y que sus acciones por carentes de sentido que sean, sirven de algo. La lógica del caudillo y del elitismo. Es decir, el dogma de hacer por hacer, en vez de unificar, también divide. Nada más funcional al statu quo en cualquier orden de cosas.

En estos tiempos, el dogma del hacer por hacer, no sólo es notorio en ciertas fechas, sino que se hace más notorio en las redes sociales, donde todos se unen a diversos foros o grupos, que plantean defender distintas causas, sin siquiera saber en muchos casos, qué se defiende o cómo. Acción sin sentido. Una fe ciega. Una nueva religiosidad.

La lógica del hacer por hacer, al igual que otros dogmas, a través de la inacción camuflada como acción, produce una autocomplacencia en los individuos mediante ciertos rituales, aún cuando no tengan ningún efecto real.

¿Qué hacer entonces realmente?