En su obra A Theory of Justice (1971), Rawls definió la Justicia con el nombre más preciso de "justice as fairness" (justicia como imparcialidad), donde entre otras cosas plantea que la única misión del Estado es resguardar la convivencia, mediante la neutralidad de éste en cuanto a los valores o nociones del buen vivir. Es decir, el Estado no debe promover una noción del bien o un bien, sino sólo garantizar los intercambios libres entre los sujetos.
La concepción liberal del individuo que sigue Rawls, implica a un sujeto dotado de derechos naturales anteriores a la sociedad (Un yo anterior a sus fines). Es decir, la persona no se define ni constituye en cuanto participante de alguna relación económica, religiosa, política o sexual previa. Un yo desvinculado de cualquier tipo de lazo comunitario.
Esa idea central en cuanto al sujeto, es la que más contradicciones y dualidades parece generar entre la amplia gama de sujetos que se consideran liberales, sobre todo en cuanto a temas morales y éticos complejos como el aborto, la eutanasia, el fin último del matrimonio o la existencia de una noción de bien común y universal.
Lo anterior se acentúa aún más cuando lecturas vulgares del liberalismo[1] plantean y propugnan –aunque inconscientemente- la validez de unas nociones del bien por sobre otras a partir del juicio a priori de “iluminar la experiencia moral a partir del sólo uso de la razón” (Navarrete, 73: 2006). En base al concepto kantiano de razón puramente formal, considerándola como única y principal forma ética, terminan por contradecir la idea liberal de neutralidad y de la imposibilidad de establecer una noción monolítica del bien o un punto de vista universal.
Es a partir de lo anterior, que el comunitarismo establece una crítica central a la fundamentación individualista de la sociedad en cuanto paradigma moral y político.
Desde esta perspectiva se plantea que: “Ni la existencia individual ni la libertad individual pueden mantenerse por mucho tiempo fuera de las interdependientes y solapadas comunidades a las que pertenecen. Tampoco puede sobrevivir durante mucho tiempo una comunidad sin que sus miembros le dediquen algo de su atención, energía y recursos para los proyectos compartidos”. A. Etzioni, “The Responsive Communitarian Platform: Rights and Responsabilities”, The Responsive Community, 4, Winter 1991/1992, Nota 1.
En el planteamiento de Rawls, el velo de la ignorancia permitiría establecer principios de Justicia imparciales, sin interferencia de los intereses particulares de los sujetos que acuerdan el pacto social. Sin embargo, para los comunitaristas, desde el individualismo liberal extremo no puede constituirse lo político y menos un tratado político, pues no es posible concebir el aspecto colectivo de los sujetos en cuanto a la vida social o un bien colectivo universal. Esta imposibilidad se debería a que se olvida que los sujetos también construyen sus preferencias e identidades políticas en base a sus orientaciones morales y sus concepciones del bien.
En este sentido, “la neutralidad liberal respecto de ideales de excelencia humana se logra sólo a costa de una concepción de los agentes morales como entes noumenales, que no sólo carecen de un telos distintivo, sino que su identidad es independiente aún de sus deseos e intereses subjetivos y de sus relaciones con otros individuos y con el medio social” (Nino; 1988).
Ante la crítica comunitaria, Rawls está obligado a aceptar, como Charles Taylor indica, que la comunidad proporciona al individuo los recursos conceptuales en cuyos términos llega a concebirse a sí misma, su identidad y sus valores (Benedicto; 2005). La moral no es rígida en este sentido, puesto que vendría a designar el grado de acatamiento que los individuos dispensan a las normas éticas imperantes en un grupo social determinado en cuanto conjunto de normas sugeridas.
Con esto se reconoce por parte de Rawls que por ejemplo “los derechos individuales, no se pueden sustentar sin una concepción del bien, como se muestra en el caso de conflictos de derechos que sólo pueden ser resueltos recurriendo a una tal concepción, o, sino, de introducir de contra-bando una cierta concepción del bien desmintiendo su pretendida neu-tralidad” (Nino; 1988).
Si consideramos que para Rawls el individuo sólo está obligado a cooperar si es beneficiado directamente (Benedicto; 2005) entonces nos encontramos con “la incapacidad del liberalismo (en plural) de pensar y concebir lo político” (Navarrete, 80: 2006).
Para los comunitaristas, la idea de Rawls se vuelve imposible al constituirse en base a una idea instrumental y atomizada de la sociedad, donde “ningún fin puede ser esencial para la persona ni tampoco puede ella identificarse de modo profundo con aquellos que compartan sus fines, lo cual conduce a la desintegración de la comunidad política” (Manuel García de Madariaga en El individuo frente a la comunidad. El debate entre liberales y comunitaristas).
Lo anterior se debería a que Rawls basa sus propuestas en los principios del liberalismo kantiano, cuya concepción del bien “es la misma que la utilitaria en su versión más dominante, o sea, la satisfacción de deseos o preferencias subjetivas del individuo, cualquiera que sea su contenido (Nino; 1988). Pero, incluso esto genera críticas desde el propio liberalismo, como las que hace Rothbard al utilitarismo de Stuart Mill.
Así por ejemplo, Maclntyre, plantea que el discurso moral liberal ha entrado en una grave disrupción, al estar falto de un elemento que haga aplicable sus postulados éticos, al hacerse profundamente difícil ligar éstos con proposiciones universales acerca del comportamiento humano en concreto.
Ocurre entonces que “la política se desentiende de los valores, en una buscada neutralidad. El gobierno tiende a convertirse en mero gestor del bienestar privado de individuos individualistas. Y entre la burocracia anónima del Estado-Providencia y el individuo aislado queda un vacío. La reclusión en la vida privada abre la puerta a un peligro, señala Taylor: el "despotismo blando", como lo llamaba Tocqueville. Cuando disminuye la participación -advierte Taylor- (...) el ciudadano individual se queda solo frente al vasto Estado burocrático y se siente, con razón, impotente. Con ello, el ciudadano se desmotiva aún más, y se cierra el círculo vicioso del despotismo blando" (Rafael Serrano, en Más Allá Del Estado Y Del Mercado. Comunitarismo: Un Pensamiento Político Posmoderno).
Desde el comunitarismo se apunta esencialmente a reconstituir una colectividad donde realmente sea posible ejercer la libertad política individualmente, pero sin ese vacío que conlleva irremediablemente el riesgo del despotismo blando, lo que liga al comunitarismo directamente con la idea de democracia como poliarquía en cuanto algo mejorable como modo de gobierno.
Lo anterior, porque si se considera perfectible a la democracia (no sólo como un medio no-violento de transferencia del poder, que sería entonces favorecer cualquier statu quo), la concepción liberal del sujeto -que lo desliga de sus lazos comunitarios- impediría llegar a consensos en cuanto a cómo perfeccionarla, pues no habría atisbos de una noción común del bien colectivo. A priori ni siquiera habría espacio para el debate político como posibilidad para un acuerdo.
Según MacIntyre, esa imposibilidad política se debería a que sólo a partir de una mínima base común, el individuo puede empezar a pensar por sí mismo y en conjunto perfeccionar el orden vigente, porque “la democracia no nació del vacío moral. Al contrario, surgió merced a unos presupuestos y valores determinados: la igual dignidad de todos los hombres, el derecho natural como límite del poder, la libertad innata de la persona...” (Rafael Serrano, en Más Allá Del Estado Y Del Mercado. Comunitarismo: Un Pensamiento Político Posmoderno).
La concepción liberal del individuo que sigue Rawls, implica a un sujeto dotado de derechos naturales anteriores a la sociedad (Un yo anterior a sus fines). Es decir, la persona no se define ni constituye en cuanto participante de alguna relación económica, religiosa, política o sexual previa. Un yo desvinculado de cualquier tipo de lazo comunitario.
Esa idea central en cuanto al sujeto, es la que más contradicciones y dualidades parece generar entre la amplia gama de sujetos que se consideran liberales, sobre todo en cuanto a temas morales y éticos complejos como el aborto, la eutanasia, el fin último del matrimonio o la existencia de una noción de bien común y universal.
Lo anterior se acentúa aún más cuando lecturas vulgares del liberalismo[1] plantean y propugnan –aunque inconscientemente- la validez de unas nociones del bien por sobre otras a partir del juicio a priori de “iluminar la experiencia moral a partir del sólo uso de la razón” (Navarrete, 73: 2006). En base al concepto kantiano de razón puramente formal, considerándola como única y principal forma ética, terminan por contradecir la idea liberal de neutralidad y de la imposibilidad de establecer una noción monolítica del bien o un punto de vista universal.
Es a partir de lo anterior, que el comunitarismo establece una crítica central a la fundamentación individualista de la sociedad en cuanto paradigma moral y político.
Desde esta perspectiva se plantea que: “Ni la existencia individual ni la libertad individual pueden mantenerse por mucho tiempo fuera de las interdependientes y solapadas comunidades a las que pertenecen. Tampoco puede sobrevivir durante mucho tiempo una comunidad sin que sus miembros le dediquen algo de su atención, energía y recursos para los proyectos compartidos”. A. Etzioni, “The Responsive Communitarian Platform: Rights and Responsabilities”, The Responsive Community, 4, Winter 1991/1992, Nota 1.
En el planteamiento de Rawls, el velo de la ignorancia permitiría establecer principios de Justicia imparciales, sin interferencia de los intereses particulares de los sujetos que acuerdan el pacto social. Sin embargo, para los comunitaristas, desde el individualismo liberal extremo no puede constituirse lo político y menos un tratado político, pues no es posible concebir el aspecto colectivo de los sujetos en cuanto a la vida social o un bien colectivo universal. Esta imposibilidad se debería a que se olvida que los sujetos también construyen sus preferencias e identidades políticas en base a sus orientaciones morales y sus concepciones del bien.
En este sentido, “la neutralidad liberal respecto de ideales de excelencia humana se logra sólo a costa de una concepción de los agentes morales como entes noumenales, que no sólo carecen de un telos distintivo, sino que su identidad es independiente aún de sus deseos e intereses subjetivos y de sus relaciones con otros individuos y con el medio social” (Nino; 1988).
Ante la crítica comunitaria, Rawls está obligado a aceptar, como Charles Taylor indica, que la comunidad proporciona al individuo los recursos conceptuales en cuyos términos llega a concebirse a sí misma, su identidad y sus valores (Benedicto; 2005). La moral no es rígida en este sentido, puesto que vendría a designar el grado de acatamiento que los individuos dispensan a las normas éticas imperantes en un grupo social determinado en cuanto conjunto de normas sugeridas.
Con esto se reconoce por parte de Rawls que por ejemplo “los derechos individuales, no se pueden sustentar sin una concepción del bien, como se muestra en el caso de conflictos de derechos que sólo pueden ser resueltos recurriendo a una tal concepción, o, sino, de introducir de contra-bando una cierta concepción del bien desmintiendo su pretendida neu-tralidad” (Nino; 1988).
Si consideramos que para Rawls el individuo sólo está obligado a cooperar si es beneficiado directamente (Benedicto; 2005) entonces nos encontramos con “la incapacidad del liberalismo (en plural) de pensar y concebir lo político” (Navarrete, 80: 2006).
Para los comunitaristas, la idea de Rawls se vuelve imposible al constituirse en base a una idea instrumental y atomizada de la sociedad, donde “ningún fin puede ser esencial para la persona ni tampoco puede ella identificarse de modo profundo con aquellos que compartan sus fines, lo cual conduce a la desintegración de la comunidad política” (Manuel García de Madariaga en El individuo frente a la comunidad. El debate entre liberales y comunitaristas).
Lo anterior se debería a que Rawls basa sus propuestas en los principios del liberalismo kantiano, cuya concepción del bien “es la misma que la utilitaria en su versión más dominante, o sea, la satisfacción de deseos o preferencias subjetivas del individuo, cualquiera que sea su contenido (Nino; 1988). Pero, incluso esto genera críticas desde el propio liberalismo, como las que hace Rothbard al utilitarismo de Stuart Mill.
Así por ejemplo, Maclntyre, plantea que el discurso moral liberal ha entrado en una grave disrupción, al estar falto de un elemento que haga aplicable sus postulados éticos, al hacerse profundamente difícil ligar éstos con proposiciones universales acerca del comportamiento humano en concreto.
Ocurre entonces que “la política se desentiende de los valores, en una buscada neutralidad. El gobierno tiende a convertirse en mero gestor del bienestar privado de individuos individualistas. Y entre la burocracia anónima del Estado-Providencia y el individuo aislado queda un vacío. La reclusión en la vida privada abre la puerta a un peligro, señala Taylor: el "despotismo blando", como lo llamaba Tocqueville. Cuando disminuye la participación -advierte Taylor- (...) el ciudadano individual se queda solo frente al vasto Estado burocrático y se siente, con razón, impotente. Con ello, el ciudadano se desmotiva aún más, y se cierra el círculo vicioso del despotismo blando" (Rafael Serrano, en Más Allá Del Estado Y Del Mercado. Comunitarismo: Un Pensamiento Político Posmoderno).
Desde el comunitarismo se apunta esencialmente a reconstituir una colectividad donde realmente sea posible ejercer la libertad política individualmente, pero sin ese vacío que conlleva irremediablemente el riesgo del despotismo blando, lo que liga al comunitarismo directamente con la idea de democracia como poliarquía en cuanto algo mejorable como modo de gobierno.
Lo anterior, porque si se considera perfectible a la democracia (no sólo como un medio no-violento de transferencia del poder, que sería entonces favorecer cualquier statu quo), la concepción liberal del sujeto -que lo desliga de sus lazos comunitarios- impediría llegar a consensos en cuanto a cómo perfeccionarla, pues no habría atisbos de una noción común del bien colectivo. A priori ni siquiera habría espacio para el debate político como posibilidad para un acuerdo.
Según MacIntyre, esa imposibilidad política se debería a que sólo a partir de una mínima base común, el individuo puede empezar a pensar por sí mismo y en conjunto perfeccionar el orden vigente, porque “la democracia no nació del vacío moral. Al contrario, surgió merced a unos presupuestos y valores determinados: la igual dignidad de todos los hombres, el derecho natural como límite del poder, la libertad innata de la persona...” (Rafael Serrano, en Más Allá Del Estado Y Del Mercado. Comunitarismo: Un Pensamiento Político Posmoderno).
NOTAS
[1] Que entre otras cosas desconocen que a partir del comienzo de los años setenta, el liberalismo teleológico, inspirado en Bentham y Mill, se vio desplazado por el liberalismo deontológico, de origen kantiano.
[1] Que entre otras cosas desconocen que a partir del comienzo de los años setenta, el liberalismo teleológico, inspirado en Bentham y Mill, se vio desplazado por el liberalismo deontológico, de origen kantiano.
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