jueves, 28 de agosto de 2008

Las infraestructuras de la Educación se están derrumbando

El derrumbe de una losa en el Liceo de Aplicación, ubicada justo en el pasillo que lleva hasta la oficina del rector, cuando un grupo de alumnos saltaba como protesta por "desórdenes administrativos" y por problemas de infraestructura en la institución educacional es un ejemplo claro que la estructura de la Educación está literalmente debilitada, y ya no es sólo una metáfora.

martes, 26 de agosto de 2008

Rescatando las causas perdidas

La utopía en estos tiempos ha sido relegada al espacio de la irracionalidad, de la fantasía extrema, donde entonces cualquier atisbo de pensamiento ideal o hacia el futuro -en cualquiera de sus vertientes- queda catalogado de causa perdida. Entonces, la resignación con el presente se sedimenta como lo verdaderamente racional, inteligente y bueno.

Las luchas por libertad, igualdad o bienestar, durante siglos constituyeron la objetivación de ideales con miras hacia el futuro, que planteaban cambiar las sociedades desde un punto de vista utópico, considerando el avance hacia una sociedad mejor, más justa, y en definitiva más feliz para todos.

Hoy sin embargo, para muchos esas reivindicaciones se han convertido en causas perdidas, en tabúes discursivos, en signos de absurdo intelectual y falta de pragmatismo. Como si se tratara de una herejía contra la razón y la modernidad, al pensamiento utópico y al idealismo en general, se les acusa de falta de rigor positivista, de escasez de realismo político, y de exacerbar las ansías “irracionales” de las masas. Por lo mismo, se le ha tratado de abolir de los sistemas de pensamiento actuales.

Hoy muchos reniegan de las causas perdidas, ya sea por vergüenza, o conveniencia política y académica. Otros tantos, las atacan despiadadamente, aunque sin decirlo, esencialmente por llevar consigo una visión revolucionaria constante, que plantea ver siempre más allá del orden vigente, y en definitiva de considerar la ruptura constante contra cualquier statu quo imperante y desigualdad en el tiempo.

En definitiva, en tiempos en que la resignación se expande a todos los ámbitos sociales y a todas las dimensiones de los sujetos, y se objetiva en el anquilosamiento electoral, económico, legal y político, las causas perdidas se han vuelto sumamente peligrosas para todos aquellos que desean constituir y mantener intacta la sociedad en base al creciente conformismo, sedimentándolo como el máximo símbolo de consenso, racionalidad y civilización.

Por eso, Slavoj Zizek, en su nuevo libro En Defensa de las Causas Perdidas, aborda la conservación del pensamiento utópico, como la necesidad de revitalizar un sentido de proyección hacia el futuro, como la búsqueda incansable de un propósito humanista perfectible. De ahí que Zizek critique el Fin de la Historia (Fukuyama) y el solapado, aunque a veces estrepitoso discurso de la resignación. ¡El mundo es así!

Zizek reivindica las visiones utópicas de la revolución francesa, bolchevique y cultural sosteniendo que, si acabaron en otras tantas monstruosidades, no fue porque los ideales estuvieran errados, sino más bien porque sus protagonistas no lograron llevarlos a cabo o tomaron vías incorrectas para hacerlo, llegando al terror físico y los totalitarismos conocidos. Es decir, dichos ideales fueron incompletos e incumplidos, pues de no ser así, nadie se habría negado a ser feliz y vivir mejor.

Lo esencial del planteamiento de Zizek, tiene relación con que las causas perdidas, es decir esos ideales máximos de humanismo, como la libertad, igualdad, fraternidad, bienestar social y en definitiva felicidad de los sujetos y la comunidad, aún prevalecen en el mundo de las ideas -si parafraseamos a Popper- y en cada sujeto, y por lo tanto no han sido abolidas del todo, por lo que aún siguen constituyendo potencialmente “un sueño que espera su eventual realización”.

Es decir, aún siguen disponibles para que otras generaciones, los acojan como ideales verdaderos y universales –no sólo significantes vacíos en pro de intereses particulares- y los conviertan en parte constituyente de su ser como sujetos y como miembros de una comunidad, que mira hacia el futuro con optimismo y no sólo con conformidad.

Lo más importante, es que esas causas perdidas, esas utopías, son hoy más que nunca imperiosas para evitar caer en la utopía de creer que el orden vigente, muchas veces desigual e injusto, es lo máximo alcanzado, que es inconmensurable o inalterable en pro de algo mejor.

Seamos realistas, soñemos lo imposible.

martes, 19 de agosto de 2008

El poder por gobernar o el gobierno por el poder

La disyuntiva de la derecha “moderna” en los últimos años, sigue siendo la pugna histórica por el poder para el poder, y no para algo más como gobernar por un proyecto político.

Ese dilema, que parecía saldado cuando Joaquín Lavín fue el candidato único de la derecha, ha vuelto con la fuerza de algo que a presión se mantuvo quieto por un tiempo, pero que ya no aguanta más.

Piñera hace rato parece ser el candidato de la derecha, no sólo porque es el mejor posicionado en las encuestas entre todos los posibles candidatos presidenciales, y está en el inconsciente colectivo de algunos sujetos gracias a una constante auto difusión, sino también porque –aunque en la UDI no lo quieran asumir- no hay otro que compita con él dentro de dicho sector.

Pero al parecer, la lucha intestina por el poder en sí, puede más que las ansías y las posibilidades de gobernar en pro de un proyecto, que probable y necesariamente llevarían a un acuerdo político entre los “dos” sectores de la derecha.

Lo anterior, se ha apreciado con mayor fuerza en las últimas semanas, a través de la batalla verbal que se ha suscitado debido a la intención de RN de proclamar oficialmente, ahora ya, a Piñera como candidato de la derecha.

La UDI ha respondido argumentando que prefiere esperar un momento más oportuno (2009), para evaluar y tomar diversos factores en cuenta a la hora de elegir al candidato.
Sin embargo -y esa es la base de la disyuntiva al interior de la derecha- lo que esperan es el surgimiento, casi espontáneo, de alguna figura desde sus propias filas. Es decir, la derecha parece seguir confiando más en los personalismos y no en los proyectos colectivos y mancomunados entre sus miembros.

Claramente, esa falta de confianza, se expresa en una incapacidad para llevar a cabo acuerdos, elevando los costos de negociar y más aún de generar un proyecto político que vaya más allá de los sujetos de turno.

Lo anterior, fue la mayor fuente de diferencia entre la derecha y la Concertación durante la década de los 90´, pues ésta en sus inicios, tenía mucho de esa confianza y capacidad para elevar pactos, negociarlos y sustentarlos en un proyecto común entre sus integrantes.

Sin embargo, la lógica centrípeta de los personalismos también puede aparecer cuando los proyectos se debilitan con el paso del tiempo y no se renuevan constantemente, yendo en desmedro de la política como actividad en pro del bien común, y fortaleciendo las pugnas individuales sólo por el poder, que tienen como consecuencia el desmantelamiento de principios éticos y fundacionales, escisiones profundas en los partidos, trivialización de la actividad política, anquilosamiento, falta de un proyecto político general, y peor aún, corrupción.

Se pasa irremediablemente, de querer el poder para gobernar y llevar a cabo un proyecto político, a querer el gobierno para conservar el poder simplemente.

Actualmente, quizás lo más lamentable para la ciudadanía y la democracia en general, ambas coaliciones parecen estar débiles en ese sentido, e inmersas en batallas intestinas casi irreconciliables. Una claramente aún no tiene un proyecto mancomunado, y la otra necesita urgente reavivar y fortalecer las bases primarias que le dieron origen como una coalición democrática con un propósito político claro.

domingo, 10 de agosto de 2008

Símbolos, redes de relación y movimiento colectivo (Parte I)

Introducción
“En la base de la acción colectiva se encuentran las redes sociales y los símbolos culturales a través de los cuales se estructuran las relaciones sociales. Cuanto más densas sean las primeras y más familiares los segundos, tanto más probable será que los movimientos se generalicen y perduren” Sidney Tarrow, El poder en movimiento.
La afirmación de Tarrow parece ratificar un cuestión clave para entender los movimientos sociales. Estos se componen de un entramado complejo de redes sociales que operan en forma simultánea, a veces fragmentada, que se combinan y recomponen a través del proceso de cambios, pero que esencialmente se van definiendo y articulando en base a aspectos simbólicos.
Pero ¿A qué se refiere Tarrow con redes sociales, que pueden ser densas o frágiles y símbolos culturales familiares?
Esencialmente, se refiere a los aspectos que profieren significado a la realidad, y que operan generando relaciones de igualdad, competencia y antagonismo entre los individuos o grupos.
Debemos entender el simbolismo como parte esencial de la articulación de los movimientos colectivos, pues sólo es a través de esto que la diversidad de demandas de los distintos grupos, que están dispersas en el espectro social y político, logran confluir a alcanzar cierta verticalidad en su actuar, que establezca un consenso determinado.
“Sólo transformando el rojo vivo de la Revolución en el púrpura ceremonial del Imperio se transmutó la vestimenta de la revuelta en el ropaje del consenso, como comprendió Napoleón” (Tarrow, 1997: 208).
Es necesario entender cómo operan esta serie de estructuras simbólicas que transmutan, van definiendo el carácter de una movilización y reestructuran las redes y relaciones sociales de las que habla Tarrow.
Para esto, trataremos de incluir análisis de otros autores, que también plantean la importancia del significado para las movilizaciones y la imposibilidad de articular la acción política de las diversas manifestaciones sociales en forma inmanente, simultánea y de forma paralela, sin la presencia de un liderazgo hegemónico, que se manifiesta mediante expresiones simbólicas.
Símbolos familiares y significante vacío
“La movilización de símbolos es tan importante en los movimientos actuales como lo era hace dos siglos” (Tarrow, 1997: 220). La afirmación no es gratuita si consideramos que diariamente se está recurriendo a diversas significaciones para justificar cualquier tipo de acción de orden colectivo, desde el propio establishment como desde grupos antisistema.
Tanto la denominada “Guerra contra el Terrorismo” hasta el denominado movimiento de los “sin tierra” obedecen a una búsqueda clara de significación para sus acciones.
El establecimiento de símbolos en la acción colectiva, no sólo se debe a que “La construcción simbólica constituye una parte importante de la política” (Tarrow, 1997: 213), sino también, a que ésto tiene diversas finalidades, conscientes e inconscientes, que buscan darle un significado definido a las movilizaciones y una articulación coherente con ciertos objetivos.
Pretende responder a la necesidad de una articulación política, es decir, la existencia de un discurso hegemónico que articule y entregue un significado único e inclusivo a las distintas luchas o demandas sociales en circulación. Mediante esto, se definen antagonismos, redes de cooperación y también la hegemonía de quienes controlan la movilización.
La hegemonía la debemos entender como “la relación por la cual una cierta particularidad asume la representación de una totalidad inconmensurable consigo misma” (Laclau, Democracia, pueblo y representación).
Si consideramos que “los intentos de movilización simbólica acompañan a todo movimiento moderno, desde el uso de simples casacas militares por parte de los comunistas rusos y chinos, al esplendor pagano de los jerarcas fascistas, al simple khadi de los nacionalistas indios y las descuidadas barbas de los guerrilleros latinoamericanos” (Tarrow, 1997: 208), es necesario explicar el por qué de la importancia de está movilización a nivel de las significaciones.
Los diversos grupos que se cruzan e interactúan en un proceso de movilización, no necesariamente comparten fundamentos ideológicos, religiosos o sociales similares.
Tarrow plantea que “Una de las principales tareas de las organizaciones del movimiento es encontrar símbolos que resulten lo suficientemente conocidos como para movilizar a la gente que lo rodea” (Tarrow, 1997:209).
Sin embargo, el simple hecho de establecer símbolos, no genera la movilización en forma espontánea, pues no entrega significado para la “articulación política, es decir, la existencia de un discurso hegemónico que articule y entregue un significado único e inclusivo a las distintas luchas sociales” (Gómez-Arismendi, 2004: 3).
El símbolo o significante, como lo llamaremos de ahora en adelante, debe estar situado por sobre cualquier consideración que pueda generar distanciamiento o una dislocación entre los diversos grupos en medio de la movilización. Esto, porque “la simultaneidad de las demandas sociales no significa que éstas se conjuguen de forma “inmanente”, sino más bien, que llega un momento dado en que se hace necesario darles un significado que englobe todas las particularidades” (Gómez-Arismendi, 2004: 4).
Es por esto, que “La mayoría de los investigadores cree que los significados son construidos” (Tarrow, 1997: 209 ).
Es decir, el uso de significantes o símbolos familiares, como la nación, la libertad, la igualdad, los derechos humanos o civiles y la dignidad, obedece a una simple razón, “los movimientos enmarcan su acción colectiva en torno a símbolos culturales escogidos selectivamente en un baúl de herramientas culturales que los promotores políticos convierten creativamente en marcos para la acción colectiva” (Tarrow, 1997: 209).
Esa selección, busca establecer marcos específicos con los cuales se pretende interpretar la realidad, definiendo valores, hechos, situaciones y costumbres. “Una tarea fundamental de los movimientos sociales es la tarea de “señalar” agravios y construir marcos de significado más amplios que puedan encontrar eco en la predisposición cultural de una población” (Tarrow, 1997: 215).
Es decir, se establece lo que podemos llamar una serie de cadenas de equivalencia, entendidas éstas como el momento en que “un contenido más universal se añade a estos contenidos particulares. Y así se va creando una cadena equivalencial” (Laclau, Democracia, pueblo y representación).
Los contenidos particulares corresponderían a la multiplicidad de demandas, y por ende a diversas significaciones que operan en torno a una movilización social, las cuales sólo serán unificadas mediante el establecimiento de un contenido más universal, que podemos denominar meta-marco (metaframes) o significante vacío, como cuando hablamos de los “derechos”.
Sin embargo, “los potenciadores del movimiento no se limitan a adaptar marcos de significado a partir de símbolos culturales tradicionales. Si lo hicieran, no serían más que un reflejo de sus sociedades, y no podrían cambiarlas” (Tarrow, 1997: 215).
Es necesario que se apropien de éstos mientras les son útiles, los aprehendan como tales y deriven su uso hacia los niveles de acción que pretenden llevar a cabo. “Cuando la organización de un movimiento escoge símbolos con los que enmarcar su mensaje, establece un curso estratégico entre su entorno cultural, sus oponentes políticos y los militantes y ciudadanos de a pie cuyo apoyo necesita” (Tarrow, 1997: 216).
Podríamos establecer cierta similitud con el planteamiento de Mc Adam y su denominada liberación cognitiva, la cual plantea que sólo mediante la toma de conciencia de las problemáticas sociales y el cambio total de las percepciones de la realidad, el movimiento social es posible en sí.
Para Mc Adam, la liberación cognitiva es lo que gatilla el movimiento social, articulándolo y dándole un significado. Es decir, al igual que Tarrow, sólo a partir de las significaciones que la realidad recibe por parte de los grupos e individuos, es posible el desarrollo de un movimiento social.
Así, por ejemplo, la defensa de los derechos humanos en Chile, por parte de la Iglesia Católica, adquiere mayor fuerza esencialmente desde el momento en que algunos de sus miembros se ven afectados por los abusos y su posición como culto mayoritario se ve cuestionada debido a su inercia en los primeros momentos del debacle institucional.
Desde el punto de vista de las significaciones, se vio obligada a definirse de alguna forma, y es en esa búsqueda de definición que los primeros meses del régimen militar adopta un rol importante en la protección de los perseguidos políticos. Es decir, la toma de conciencia de las magnitudes de la situación y de la posición en que se estaba situando la comunidad eclesiástica en torno a eso, generaron una mayor movilización de ese sector o grupo.
Veamos cómo opera el establecimiento de los meta-marcos en la definición de la acción colectiva a nivel latinoamericano.
Un marco, metaframe o significante, tiene la cualidad de transmutar, y a hacerse “heredable” o transferible de un movimiento a otro a través del tiempo. “El marco de la acción colectiva empleado en la campaña de un movimiento es a menudo importado a los mensajes de otros movimientos” (Tarrow, 1997: 228).
Así, vemos que los significantes usados durante la revolución del año 68` tienden a utilizarse nuevamente durante las fases de protestas previas a la segunda invasión a Irak, y entonces las movilizaciones se definen como anti-imperialistas, pro-paz, pro-libertad.
Lo mismo ocurrió durante las fases previas a la instauración del régimen de Mussolini en Italia, donde comunistas y fascistas trataban de definir sus acciones en base al concepto de nación y entonces ambos, a pesar de las diferencias sustanciales, consideraban y definían sus movimientos como esencialmente nacionalistas.
Debemos entender que la transferencia o la apropiación de un símbolo –significante- puede ocurrir de dos formas paralelamente, como en el caso italiano: donde existe una disputa en torno a un significante y la hegemonía sobre éste; o a través del tiempo, mediante una apropiación que es legitimada como una herencia por parte de grupos afines, como es el caso de algunos sectores políticos de la izquierda institucional que buscan reapropiarse de un eventual legado de Salvador Allende.
“Los líderes se apropian los símbolos heredados - la Revolución Francesa, los derechos de los hombres libres ingleses, el derecho de la mujer a controlar sus funciones reproductores - pero de manera consciente y selectiva” (Tarrow, 1997: 216).
Esta fácil transmutación del significado de un significante en medio del juego político es lo que podemos definir como el vaciamiento del significante. Es decir, el símbolo pierde toda sustancialidad en sí, y se hace volátil, adaptable a para cualquier grupo que lo sepa utilizar. “el concepto de autonomía que aparece por primera vez entre los estudiantes y después en la clase trabajadora, se convirtió en un mensaje modular” (Tarrow, 1997: 228).
Si bien esto podría verse como un foco de problemas, también ha beneficiado el desarrollo de la acción colectiva, pues ha permitido la cohesión de una infinitud de organizaciones alrededor del globo, con diversos intereses, demandas y objetivos.
El problema de la articulación, como ya dijimos, se ve resuelto cuando se logran establecer significantes claros, o como dice Tarrow, símbolos familiares. Así explican algunos autores como se ve resuelto el tema de la articulación de los movimientos, “este problema aparece aliviado entre muchos pacifistas y activistas de la justicia global social contemporáneos, por la difusión de metaframes como la diversidad, la inclusión, y la justicia social” (Lance Bennett, 2005 :205).
Veamos como ésta articulación debe estar respaldada por una amplia red de grupos e individuos que sustenten la valoración del significante y su eventual trascendencia.