jueves, 23 de mayo de 2013

EN SENTIDO GRIEGO


El diputado Hugo Gutiérrez justificó haber tratado de idiota al presidente de la República, aludiendo al sentido griego del término. Más allá de la burda explicación, sería bueno revisar que decían los helenos sobre el ejercicio de la Política.

Efectivamente, el término idiotes, significa aquel que no participaba de los asuntos de la Polis, de la Política.

Pero, algo que olvida el diputado, es que los idiotas estaban entre aquellos considerados legos en los asuntos de la polis, y por tanto no eran considerados políticos (polítes). Es decir, eran los excluidos de la Política y la Democracia en Atenas. Los extranjeros, las mujeres y los esclavos.

Un detalle más importante, generalmente los idiotes eran aquellos miembros de la ciudad, considerados incapaces de usar la palabra, es decir, de ejercer la Isegoría en el ágora (por no saber deliberar o no conocer el idioma). Por tanto, los idiotes eran los que quedaban fuera de la isonomía, los que tenían derechos pero no derechos políticos. Los no ciudadanos.

Es más, aquellos que no eran considerados animales políticos, es decir, no eran polítes, eran entonces considerados bárbaros, salvajes, bestias carentes de virtud política (politiké areté).

Por eso la apelación del diputado Gutiérrez es un tanto contradictoria con lo que dice promover políticamente, pues finalmente justifica sus dichos en base a un concepto clásico muy elitista, donde no todos deberían ser participes de la democracia ni ser considerados ciudadanos. Argumento similar al de quienes defienden el voto censitario, como Benjamín Constant, por ejemplo.

¿Es ese tipo de criterios políticos, el que quiere promover el diputado Gutiérrez con sus palabras?

Aristóteles decía que la prudencia era una virtud práctica necesaria en el buen político, cuyo fin era apuntar a la eudaimonia (el buen vivir). En la politiké areté, se debía unir la acción y la palabra (su buen uso), porque somos animales políticos capaces de tener discurso.

Por eso, cuando los políticos –del color que sean- comienzan a mal utilizar el lenguaje en el debate público, a insultarse y desprestigiarse mutuamente mediante injurias, calumnias o infundios; o promueven o justifican la violencia contra otros mediante la palabra, finalmente comienzan a corromper la Política misma.

No por nada, Aristóteles también decía que la demagogia es la degeneración de la democracia –o mejor dicho la politia-, donde el demagogo es un mero adulador del pueblo. Es decir, es aquel que hace un mal uso del discurso y de la palabra, para granjearse el apoyo popular y así obtener poder.

Irremediablemente esa adulación descontrolada nos lleva a la oclocracia (concepto usado por Polibio), que es el gobierno de la muchedumbre, de la turba, donde es imposible el diálogo, donde hay ausencia de la palabra, donde prolifera el caudillaje. Por ende, surge el linchamiento, la barbarie y la tiranía.

Entonces, si queremos apelar al sentido griego clásico de los conceptos políticos, sería bueno empezar a promover la política en tal modo, como uso deliberativo y por tanto libre de la palabra. Sobre todo en estos tiempos donde proliferan muchos vociferantes incapaces de dialogar. 

Director de Contenidos Fundación Cientochenta!

viernes, 17 de mayo de 2013

CONFECH ¿ÉTICA DE LA CONVICCIÓN O DE LA RESPONSABILIDAD?

Las demandas estudiantiles pueden ser consideradas legítimas y en muchos sentidos uno puede concordar con éstas en varios aspectos. No obstante, la duda es ¿Hasta qué punto la resolución política de esas demandas está quedando subyugada a la necesidad personal de los dirigentes estudiantiles, de mostrarse constantemente como revolucionarios, como “radicales libres”, esa moléculas inestables y reactivas, haciendo analogía con la química?

Los dirigentes estudiantiles parecen haberse tomado en serio la frase de Allende que dice que ser joven y no ser revolucionario es una contradicción biológica. No sólo parecen asumir –erróneamente- que la edad les determina a adscribir exclusivamente a ciertas ideologías como quien se convierte en feligrés de una fe determinada según la etnia (viejas e incluso conservadoras por lo demás); sino que eso parece hacerlos olvidar de que no se puede pasar toda la vida proclamando quemar la ciudad al final de cada día. 

Al parecer sin percibirlo, los actuales dirigentes estudiantiles parecen estar llegando a esa encrucijada donde todos quienes en la historia han promovido cambios radicales (como lo hicieron Mandela, Arafat y otros tantos) se han encontrado alguna vez. Esa etapa donde deben elegir entre ser razonables para dar prioridad a las demandas que se defienden, generando cambios desde la política; o dar prioridad al papel de revolucionarios, para seguir siendo unos románticos dogmáticos, como lo fue Che Guevara. 

El dilema no es menor, porque es mediante eso que definen si optan entre la ética de la convicción; o la ética de la responsabilidad, de la que hablaba Max Weber. Es decir, deben decidir entre mantenerse –parafraseando al célebre sociólogo- bajo la presión inflexible de sus seguidores (en función del grito de la calle); o asumir su responsabilidad política, que implica necesariamente comenzar a contrastar fines con medios, y por tanto medir las consecuencias de sus actos y palabras. 

Siempre es mucho más fácil ser un vociferante que alude todas las responsabilidades a otros sin asumir las propias; que empezar a hacer política con la cabeza. Es decir, siendo razonables. Y esto no implica abandonar la pasión política sino canalizarla. Como el propio Weber decía: “la ética de la responsabilidad y la ética de la convicción no son términos opuestos entre sí; son elementos complementarios que deben concurrir a la formación del hombre auténtico, a la formación del hombre que pueda tener vocación política”. 

Las declaraciones de Andrés Fielbaum y otros dirigentes universitarios, donde amenazan con radicalizar el movimiento estudiantil –sin indicar de forma clara en qué consiste aquello- si no hay respuesta del ejecutivo el 21 de mayo, parecen demostrar que dicha intransigencia absoluta, está más al servicio de sus principios personales, que de las demandas mismas. El romanticismo personal de los líderes está primando más que lo razonable políticamente para llevar a cabo los cambios que proclaman.

Su ultimátum denota que su posición, debido a su – ¿inconsciente?- auto exigencia de mostrarse cada vez más revolucionarios (incluso más allá de los procesos mismos)  ya se torna más discrecional y por tanto más autocrática. Porque en su llamado, incluso se sitúan como únicos interlocutores entre los ciudadanos –la calle- y el gobierno, saltándose a toda la estructura política legislativa de por medio.

Los dirigentes estudiantiles están en el momento de decidir si aplican la ética de la responsabilidad y de ellos deriva un movimiento político serio con proyección, que actúa dentro del espacio político y democrático, aceptando su carácter agonal, y por tanto la existencia de adversarios, disputas y diferencias; o siguen con la ética de la convicción, manteniéndose como una mera expresión contingente de descontento, es decir, como algo pre-político, que actúa fuera del espacio político.

Resolver ese dilema por parte de los dirigentes estudiantiles es clave. De lo contrario, el tren a toda velocidad puede terminar descarriado, con conductores y pasajeros aplastados por la gran mole que ellos comenzaron a acelerar sin pensar hacia donde iban realmente. 

Jorge Gómez Arismendi
Director de Contenidos Fundación 180!

miércoles, 15 de mayo de 2013

IDEAS, CANIBALISMO Y BARBARIE

El canibalismo es quizás la expresión más pura de la latente propensión anti política del ser humano. No hay diálogo posible con quien está dispuesto en su más profundo interior, a desgarrarte y devorar tus entrañas. 

Las imágenes de un soldado rebelde sirio, engullendo el corazón de un adversario muerto, muestran que la violencia como forma de acción política (sea cual sea su justificación), siempre nos puede llevar al filo de la barbarie. 

Kant decía que lo que nos distingue de la existencia mecánica de los animales, era nuestra independencia con respecto a los instintos, gracias a la disposición natural hacia el uso de la razón que nos permite ser sujetos morales, y por tanto libres.

Sería esa tendencia, la que nos ha permitido a lo largo de los siglos, ir avanzando hacia formas más civilizadas y menos brutales de relacionarnos entre nosotros. Podríamos decir, tomando la tesis de Steven Pinker, que la violencia ha sido paulatinamente limitada, gracias al desarrollo de diversas reglas, prácticas y valores que han evolucionado en instituciones como el Estado de derecho, la democracia, el libre comercio y los derechos humanos, que implican finalmente, el respeto a la vida y la persona humana.

No obstante, como el mismo filósofo estadounidense dice: “La brutalidad no ha sido abatida”. Así, diariamente la prensa nos recuerda cuán largo es ese proceso de “humanización”, plagado de avances y retrocesos. 

El acto caníbal en Siria, televisado a todo el mundo, nos debe poner en alerta sobre el constante riesgo al que está expuesta nuestra especie, de retornar hacia la peor forma de barbarie. Aquella donde la brutalidad contra otros se ejerce de manera racional y consciente. 

Porque el corazón del enemigo caído, se devora ante las cámaras no sólo como una especie de capricho o fetiche personal, sino mientras se emiten mensajes de odio con claro carácter intolerante y sectario, llamando a masacrar a un grupo social determinado. Podríamos decir que la lucha revolucionaria contra un régimen supuestamente opresor, que era aparentemente el motivo que movía a ese soldado rebelde, ha derivado en barbarie pura, satisfaciendo sus instintos más bajos. Es decir, los supuestos altos fines han dado paso a meros actos de salvajismo. ¿Les suena la historia?

En ese sentido, el brutal festín humano nos muestra la necesidad de promover el uso de la fuerza dentro de ciertos límites -del derecho, el derecho internacional o de cierta ética- incluso en un proceso revolucionario o bélico (se esté o no de acuerdo con éste). Porque incluso la guerra o la rebelión –que siempre deben ser el último recurso- se deben regir por ciertas reglas para no terminar siendo una burda carnicería humana (como casi siempre ocurre).

Más importante aún, ese acto brutal nos plantea lo imperioso que es promover una ética que rechace la violencia indiscriminada y el asesinato en masa, como motor y eje de acción. Estemos en guerra o en paz. 

Es fundamental promover de manera constante ideas que rechazan la coerción como medio para imponer fines, sobre todo cuando los límites legales y jurídicos que permiten controlar la acción coactiva del Estado (como los tribunales independientes) y los afanes violentos de otros grupos, se ven mermados o disminuidos en una situación de crisis política y social.

Porque la violencia y brutalidad contra otros, siempre las cometen y las han cometido seres humanos como uno. En nombre de diversos fines, con la excusa precisa para justificar la agresión contra otros. Los han llevado a cabo, sobre todo cuando el único freno a dichos actos de barbarie, ha sido su propia conciencia, su ética y  su capacidad de autogobierno.

Difícil tarea la de promover una ética no violenta, pero necesaria para evitar retornos a la barbarie.

jueves, 2 de mayo de 2013

QUÉ HAY DETRÁS DEL FRACASO DE LAS PRIMARIAS


La nula presencia de primarias en las coaliciones políticas, irremediablemente deja una sensación amarga en un electorado que cada vez se siente más distanciado de éstas. Los políticos deben retomar la responsabilidad de convencer y atraer a los votantes, para así hacerlos participes del proceso político y frenar la apatía generada. De lo contrario, con su egocentrismo partidario, terminarán horadando la democracia misma, al convertir a los ciudadanos en una mera masa disponible para el caudillo de turno.

Ayer, hasta último momento se esperaba que la Concertación realizara primarias para definir a sus candidatos en la próxima elección parlamentaria. La promesa estaba hecha en base a formar una “Nueva Mayoría”. Pero el plazo llegó y las primarias quedaron como simple promesa en tiempos de campaña. ¿La justificación? Falta de acuerdo y el binominal. Por otro lado, la UDI tampoco quiso realizar primarias, para evitar roces internos, según argumentaron.

Las dirigencias de los partidos políticos parecen haber olvidado que en las últimas elecciones municipales, hubo cerca de un 60% de abstención. Es decir, más de la mitad de las personas en edad de votar no asistió a las urnas y se desligó totalmente del proceso electoral.  

¿En qué estarán pensando los dirigentes al asumir una medida que los distancia aún más de los ciudadanos? No sabemos. Pero probablemente piensan que gran parte de ese 60% no asistió porque se fueron de paseo, se quedaron acostados, o son unos desinteresados de la política.

Lo cierto es que a veces, la apatía política tiene razones más profundas que la pereza. Lo más probable es que gran parte de ese 60% no asistió porque no se siente representado por los partidos o porque no ve ideas en éstos, sino más bien lógicas cerradas, elitistas, clientelares y por tanto poco abiertas e importantes para el ciudadano. 

Ese proceso, que para muchos se revierte y soluciona multando o amenazando con cárcel a los ciudadanos, es más complejo, pues tiene un efecto sobre los propios políticos profesionales; el distanciamiento creciente de las cúpulas partidarias, con respecto a sus bases y el resto de los ciudadanos, los termina por convertir en una casta que se representa a sí misma. Y esa es la sensación que ya tienen algunos ciudadanos hoy en día, y no pocos.  

Si en una democracia, los partidos no son capaces de generar adhesión y representación de manera plural en los ciudadanos, éstos últimos quedan paulatina y crecientemente ajenos a lo político y la Política, es decir, dejan de ser ciudadanos, y terminan convertidos en una masa. Muchedumbre lista para que un demagogo le prometa la ciudadanía perdida, a cambio de fidelidad absoluta a su poder. Esa pérdida de lo político en la ciudadanía, ha sido notorio en el proceso previo al surgimiento de diversos gobiernos totalitarios o autoritarios en la historia reciente.

Ahí radica la responsabilidad política de los profesionales políticos, aquellos que se dedican a la política, y son remunerados para legislar y representarnos.

La ausencia de primarias, pero sobre todo de debate político abierto y serio hacia la ciudadanía, está reflejando la opinión que la ciudadanía hace tiempo tiene de la actividad política, como un espacio ajeno a la ética de principios, donde no importa el costo de las acciones, mientras los resultados favorezcan el control y el mayor acceso al poder, y por tanto reducido a clientelismos, favores y meros eslóganes sin contenido alguno.

Es tiempo de recuperar la responsabilidad perdida con respecto a la Política. Rescatarla como actividad que nos permite convivir y mantener la paz dentro de las diferencias. Pero sobre todo, es momento de asumir esa responsabilidad desde una ética de principios y no de meros resultados.