lunes, 16 de abril de 2012

POLÍTICA NO BARBARIE


El cambio es una cualidad connatural de las sociedades porque los seres humanos, que son los que las componen son cambiantes, como también sus relaciones. Eso conlleva finalmente, constantes transformaciones, institucionales, culturales y valóricas.

A lo largo de los siglos, los diversos grupos y conjuntos humanos han sufrido rupturas y cambios de todo tipo, paulatinos, superficiales, a veces incluso imperceptibles; otras veces tremendamente abruptos, brutales, violentos. De esa forma, las sociedades han evolucionado, pero también muchas veces han retrocedido.

Ese avance o retroceso ha dependido mucho de cómo los miembros presentes de una sociedad, canalizan y asimilan los cambios en el presente, teniendo en consideración las experiencias del pasado y lo que esperan del futuro.

Siglos de cambios, conflictos, guerras, matanzas, hambrunas, parecen haber indicado que las sociedades prosperan de mejor manera desde la paz, no desde el aniquilamiento y la destrucción mutua. La guerra en cualquiera de sus formas no es progreso realmente. El cambio derivado en un fin destructivo, finalmente se convierte en el dios Saturno devorando a sus propios hijos.

La Política es una respuesta a la necesidad de canalizar el cambio y el antagonismo mediante la deliberación, sin tener que llegar al aniquilamiento y la destrucción. Es decir, y tal como dice Fernando Mires, surge para evitar la barbarie, y constituir “un medio de intercomunicación entre subjetividades múltiples”. Esto no implica ausencia de antagonismo y divergencia, sino que el reconocimiento de las disputas y la búsqueda de soluciones dentro de un marco pacífico, donde el argumento marca la pauta.

La Democracia surge de la ética de la argumentación. De reconocer a otros como igualmente respetables en el debate público. De la idea de que las partes se persuaden mediante la fuerza de los argumentos, mediante la palabra, y no a través de la fuerza del garrote.

Surge entonces como un mecanismo para establecer una sociedad política, y así salir de la barbarie que implica el antagonismo traducido en guerra. Como un instrumento para evitar que las discrepancias -siempre presentes entre los seres humanos- sean canalizadas de manera violenta y destructiva. En otras palabras, de manera inhumana.

Cuando la violencia y la agresión surgen en medio de la política, no puede haber Política porque no es posible la ejercer la palabra, porque no hay deliberación, y por tanto no hay paz entre los seres humanos, y mucho menos democracia. Por eso, una dictadura fascista, comunista o militar, jamás puede ser considerada una democracia, porque siempre suprimen la palabra y el debate.

Nuestras clases políticas han cometido un error garrafal. Han buscado mantener de manera tozuda, un orden general que fue funcional para propiciar un proceso de cambios pacífico, pero que después de veinte años de cambios, ha derivado en un stato quo inviable para los ciudadanos.

Su error ha sido considerar –al igual que todo dictador- que el orden vigente es la última palabra, que es un orden último, final e inalterable, y no un orden momentáneo que puede y debe ser debatido, polemizado, y que puede cambiar según cambia la sociedad y los ciudadanos mismos.

Contrario a lo que piensan, con su actitud no protegen la paz social, ni a la democracia, ni el orden, ni la estabilidad, sino que alejan al debate político del uso de la palabra, y lo acercan al filo del garrote y la barbarie.

Esa erosión, que es la degradación de la sociedad política -que significa nada más ni nada menos que la paulatina primacía del uso del garrote por sobre el de la palabra- conlleva el riesgo de que grupos y sujetos anti políticos, que consideran erróneamente la coacción y la destrucción como principios políticos válidos de ejercer (es decir, que no aplican la ética de la argumentación en ningún caso), tomen parte e incluso control de un proceso de cambios que, para ser exitoso, debería ser esencialmente pacífico.

Las reversiones autoritarias o el surgimiento de dictaduras siempre han surgido y han estado marcadas por la supresión paulatina del uso de la palabra en el debate público, a favor del uso del garrote, de la violencia, el terror y la coacción, que no son más que expresión de la barbarie humana.

Quienes valoramos la Democracia, la Libertad y la Política, debemos reencauzar los cambios -sus conflictos y antagonismos- hacia la Política. Es decir, hacia el debate y la polémica constante en el espacio público. Debemos guiarnos como ciudadanos hacia el uso de la Palabra.

Para ello, con lo primero –y quizás lo único- que debemos ser consecuentes es con la ética de la argumentación, que no es otra cosa que el respeto a los derechos humanos, ante cualquier prepotencia de los gobiernos presentes y futuros. Cualquiera que sea éste y el lugar donde nos encontremos. Esa es la única forma de ser consecuentes con lo que profesamos. 

lunes, 2 de abril de 2012

ES EL PRIVILEGIO…


Todos conocen el cuento de Robin Hood, pero muchos lo mal entienden. La mayoría lo resume a una idea simplona de justicia –aunque muy presente- en que el héroe de Sherwood roba a los ricos para darles a los pobres. Y listo, se hizo justicia.

Pero la leyenda anónima no narra eso, sino la oposición de un noble contra la prepotencia del Estado a manos de un gobernante, el príncipe Juan sin Tierra, que entre otras cosas recurría a la coacción y la amenaza en el uso de la fuerza, para hacerse de las riquezas de campesinos, sobre todo de aquellos que se oponían a su dominio o cuestionaba sus métodos.

Es decir, Robin Hood no se oponían a la desigualdad o la pobreza como la mayoría presume erróneamente. Se enfrentaba esencialmente al privilegio que el tiránico Juan construía a punta de coacción sobre la gente, para él y su séquito de seguidores, a quienes prometía tierras e inmunidades varias (pues “estaba convencido de que los normandos eran una clase superior y de que sólo a ellos les correspondía el poder”).  ¿Le suena?

Todos esos privilegios los construía, pasando a llevar derechos tan básicos de las personas -que campesinos y artesanos respetaban de manera consuetudinaria desde hace siglos- como el respeto a la propiedad de otro, el ser dueño del producto del trabajo, y el derecho a llevar a cabo libres intercambios. Es decir, pasando a llevar los medios económicos voluntarios y pacíficos. Y desconociendo el valor del trabajo y del esfuerzo.

Por eso, contrario a lo que se piensa, Robin Hood no era un igualitarista sino un libertario. No robaba a quienes tenían más por el hecho de tener más, sino a quienes se habían adueñado de la riqueza de otros, por medio del uso o amenaza en el uso de la fuerza, ya sea mediante invasión, robo o fraude, como eran los impuestos arbitrarios del rey Juan.

Robin Hood finalmente parecía defender una especie de cláusula lockeana o una teoría de la intitulación, donde la propiedad es ilegitima si surge del fraude, la invasión o el robo; y es legítima sólo si surge del trabajo, la herencia, la donación y el libre intercambio. Por ello, al asaltar los cargamentos con tributos para el rey Juan (que no es lo mismo que salir a asaltar a cualquiera por tener más) estaba  ejerciendo el principio de rectificación.

La discusión actual en torno a la desigualdad y la igualdad conlleva el mismo error de interpretación en cuanto a la historia de Robin Hood. La mayoría cree que el problema de la desigualdad se soluciona “reasignando recursos” –incluyendo coacción-, quitándoles a unos –a los que se considera ricos- para darles a otros –que se considera pobres- como si todo fuera estático.

Un error habitual ligado con lo anterior, es culpar al abstracto libre mercado –la falta de Estado, regulación- de las desigualdades, sin tomar en cuenta la propia acción estatal en favor de los privilegios existentes. Se olvida que el rey Juan y sus amigotes mercantilistas, no se hacían ricos por actuar en el libre mercado, sino por su monopolio en el uso de la fuerza, para, entre otras cosas, cobrar impuestos a destajo a quienes se les antojaba (nunca a sus amigos obviamente).

El rey Juan -al igual que muchos vulgos liberales- no era un genuino defensor del libre mercado y la propiedad privada, sino al contrario, era un estatista perverso, que usaba el poder coactivo para apropiarse de manera ilegítima de lo que otros producían -cobrando impuestos- mientras al mismo tiempo favorecía a sus círculos cercanos con lo típico, exenciones tributarias y subsidios.

Pocos visualizan que el problema de fondo que aqueja a nuestras sociedades, es el mismo que ha aquejado a todas las sociedades en la historia, y ese inconveniente no es la desigualdad, sino que la estructura de privilegios que se ha constituido históricamente desde el poder, tal como lo hacía el rey Juan. Es decir, desde un poder organizado y coactivo, surgen toda clase de privilegios y por ende desigualdades. Y en esto, da lo mismo quien detenta ese poder o los creativos nombres que se coloque (líder revolucionario, eterno, el mejor gobernante, el libertador, etc).

Las cargas impositivas como las que el rey Juan imponía, y que Robin Hood recuperaba, se sustentaban no en un orden espontáneo, sino en una vieja forma de “captación de riqueza, ahora llamada regulación económica”, el derecho a cobrar impuestos, primero por gracia divina, ahora por gracia del derecho positivo.  Todos, mecanismos de poder, a favor de de las castas y élites dominantes y parasitarias del rey de turno. Y en eso, lo que erróneamente se llama desregulación, más bien opera la mano de lo que llamamos  Estado, o sea, el monopolio en el uso de la fuerza.

A lo largo de la historia, los privilegios de clase y de las castas de diversa índole, no surgen de un supuesto orden espontáneo, ni de un estado de naturaleza, ni del darwinismo económico, ni del libre mercado, sino de la acción notoria y coactiva del Estado  (sin importar las formas y nombres que este ha tomado a lo largo de los siglos). Piense en los monarcas de antaño como el rey Juan ¿Cómo surgían sus privilegios y su poder y riqueza, que aún son vigentes? ¿Por una cuestión espontánea, por libre competencia y libre intercambio?

Estos errores de interpretación llevan a errores en las soluciones propuestas, incluso al filo del totalitarismo en nombre de la igualdad. Equívocamente, la respuesta que algunos ven ante la coacción, es más coacción. Así, algunos plantean que las ciudades simplemente ardan. Otros, de manera textual llaman a “erradicar el individualismo” de la sociedad, para alcanzar mayores niveles de igualdad y para acabar con la pobreza.

Pero ¿Cómo harán eso, por ejemplo? La respuesta no es otra que desde la prepotencia estatal. Así lo fue durante el totalitarismo soviético, por ejemplo. Probablemente Robin Hood también habría sido perseguido por la KGB.