lunes, 28 de diciembre de 2009

LA VERDADERA DEMOCRACIA ES SIN PARTIDOS

No hay que confundir democracia con partidocracia. La primera es un gobierno de ciudadanos dialogantes, la segunda corresponde a un gobierno de corporaciones particulares que compiten con los intereses ciudadanos.

Si hoy, alguien le dijera a cualquier ciudadano, que la democracia funcionaría mejor sin partidos, probablemente lo tacharían de antidemocrático.

Sin embargo, lo cierto es que la democracia en su base no depende de los partidos políticos sino del actuar de cada ciudadano. Es decir, son los ciudadanos, que individualmente dialogan, los que se encuentran en el ágora para definir el bien común de la polis.

Los partidos políticos, cuyo origen se encuentra en simples facciones, no son la base de la democracia. Es decir, ésta y con ello la libertad política, no dependen de dichas organizaciones sino de los propios ciudadanos.

Creer que la democracia o la política dependen de los partidos políticos, fue el paso para el surgimiento del totalitarismo de principios del siglo XX en Europa.

Porque contrario a lo que algunos argumentan, la crítica que hacían los fascistas, nazis y marxistas a los partidos políticos, radicaba en que consideraban que sus propios partidos encarnaban los valores de la nación, la raza o la clase. En otras palabras, criticaban los partidos porque eran defensores del partido único y con ello enemigos de la política.

Por lo mismo, esta critica es distinta, pues cuando hablamos de que la democracia sería mejor sin partidos, hablamos de una democracia sin ningún tipo partido, y si con muchos ciudadanos atentos, dialogantes, y sobre todo independientes.

Debemos tener claro que los partidos, tal como planteaban Ostrogorski y Michels, aún cuando pueden haber sido creados en base a altos principios, en la práctica –sean del sector que sean- tienden a degenerar en organizaciones donde prima el nepotismo, la oligarquía y el clientelismo.

Es decir, se convierten en organizaciones con intereses propios, ajenos al de la ciudadanía en general. Dejan de ser instrumentos de representación democrática para volverse corporaciones particulares, que usan el parlamento para defender dichos intereses.

Ejemplos hay muchos, cuando aceleran proyectos de ley que les afectan directamente, cuando se dan vacaciones para hacer campaña, cuando acuerdan subir sus dietas o asignaciones, etc. Siempre anteponen el intereses de sus organizaciones por sobre los de los incautos ciudadanos.


Entonces ¿Pueden organizaciones de ese tipo, representar los intereses de los ciudadanos en una democracia? Claramente no.

En una democracia sin partidos, atomizamos el poder en cada ciudadano y lo liberamos del control de esas corporaciones llamadas partidos políticos.

Así, una democracia sin partidos permitiría que una persona independiente pudiera competir electoralmente de igual a igual con otro por un cargo de representación, sin las desventajas y asimetrías que hoy significa competir electoralmente con el aparataje de un partido político, que no sólo recibe mayores ventajas desde más espacio televisivo para su propaganda sino también más dinero.

Además, los representantes elegidos, no sólo provendrían de sus propias comunidades, sino que además habrían sido levantados por sus propios vecinos, por sus méritos, y no impuestos por las presiones de las elites partidarias como hoy ocurre cuando pasan a llevar a las bases al poner a sus hijos o parientes por sobre candidatos locales.

Por lo mismo, en una democracia sin partidos, el poder estaría mejor distribuido, más atomizado y menos concentrado, pues no existiría el centralismo descarado de hoy, que genera una estructura clientelar profundamente perjudicial para la democracia.

En la práctica, una democracia sin partidos, incentivaría un diálogo mayor y más rico a nivel local y parlamentario, puesto que los acuerdos no estarían determinados por las disciplinas partidarias, ni las imposiciones de mesas directivas autoritarias, o por la imposición de los intereses corporativos y clientelares de un partido grande sobre uno pequeño, como ocurre hoy en la partidocracia imperante.

En una democracia sin partidos, volvería a existir la política, que no es más que el convencimiento mediante el diálogo entre iguales y libres.

jueves, 17 de diciembre de 2009

EL VOTO CRÍTICO E INTELIGENTE NO ES SER TONTO ÚTIL

Un análisis profundo de la próxima elección presidencial nos lleva a la siguiente posición, la ciudadanía está amenazada por las elites, sin distinción alguna, sobre todo por su afán de poder.

La pugna electoral es simple y llanamente la pugna entre elites políticas y empresariales (ambos sectores son eso) cuyo botín es el control del Estado. La ciudadanía, el pueblo son preocupaciones de quinto grado para dichas elites.

Contrario a lo que los conservadores de ambos sectores tratan de imponer para ganar votos, en está elección no está en juego la democracia, pues esta ya ha sido cooptada por esas dos coaliciones en pugna desde hace 20 años.

Chile hoy vive un despotismo blando, una isonomía política, donde una elite se reparte el poder y somete al ciudadano común a su ley de hierro oligárquica, lo usa electoralmente para luego desligarlo de todo asunto.

La ciudadanía y su voto son un mero instrumento para que estas elites puedan saldar sus pugnas corporativas de forma pacífica. En ningún caso, el voto implica la transformación de la sociedad menos aún la soberanía popular. Votar por alguna de las opciones, Frei o Piñera, no significan ni el Cambio ni Vivir mejor.

La estructura institucional chilena sigue siendo la que fue estructurada por la dictadura y que ha sido administrada por la Concertación y la Alianza. La última tiene asegurada su representación gracias al binominal que no es más que un sistema electoral tutelado (porque creen que el elector es tonto).

Seriamente, alguno de los que lee ¿Cree que estos actores hegemónicos cambiarán las estructuras que no sólo les han mantenido invariablemente en el poder a ellos y ahora a sus descendientes, sino que les han hecho ricos? Claramente no.

Algunos apelarán a que un sector tiene una moral más alta, pero eso no es más que una ficción burda. La moral es individual no grupal.

Si alguno de los que lee es crítico e inteligente (porque todos son inteligentes, así que no se dejen chantajear mediante el ego) y además valora la democracia, entonces debería votar NULO.

martes, 15 de diciembre de 2009

LA SUMA DE TODOS LOS MIEDOS

Tanto la Alianza como la Concertación quieren atraer el voto mediante el miedo, ya sea al comunismo o al fascismo.

Antiguamente, los gobernantes inculcaban el miedo a los dioses para preservar su poder y así evitar que los incautos se rebelen contra su despotismo.

La práctica aunque milenaria, sigue siendo utilizada, ya sea a través del temor a un estado enemigo (como lo hace Alan García), a un “eje del mal” (como lo hizo Bush), o una ideología determinada como los hacían las potencias y otros países durante la Guerra Fría (Chile no fue la excepción).

Así, y aunque algunos ingenuos no lo crean, en las democracias modernas y pacíficas, quienes tienen o aspiran al poder, también usan el miedo, para alcanzar o mantener el poder y hacer que la gente les apoye electoralmente.

En cualquiera de los casos, lo que hay es una clara supresión de la política –como acto de diálogo y convencimiento mutuo- y su reemplazo por un ejercicio pavloviano de estímulo y respuesta sobre los ciudadanos (recuerden el perro de Pávlov).

En otras palabras, nos ven como a un animal, que mediante algunos simples estímulos sensoriales determinados (no argumentativos claramente), se le puede inducir una acción determinada. Ese pinchazo es el miedo y el acto el voto.

Nos colocan en una posición de simples animales indefensos, ignorantes, incapaces de responder de forma autónoma, sino que determinados por el simple instinto, el miedo. ¿Tan inútiles e idiotas nos creen quienes tienen el poder político y económico?

Nos dicen que Frei se acercó a los comunistas, que viró a la izquierda, que Piñera traerá el fascismo, que es la dictadura.

¿Acaso no son estas dos coaliciones que hoy se quieren mostrar tan distantes, las que han monopolizado la toma de decisiones políticas en el parlamento en los últimos veinte años? ¿No son acaso éstas las que se han acomodado a la institucionalidad impuesta por la fuerza sobre nosotros?

¿No son acaso estas mismas coaliciones las que han acordado cubrirse las espaldas y su corrupción en varias oportunidades, para no quedar mal ante esa ciudadanía, a la que consideran ignorante y desprecian? ¿A la ciudadanía que consideran como un perro de Pávlov, al que primero se le toca la campana, luego comida, y luego feliz mueve la cola con la sola campanada sin la comida?

Nos atemorizan con el riesgo del autoritarismo, de la dictadura, del totalitarismo, pero en el fondo, a lo único que debemos temer es a la presión y la mantención del duopolio del poder. Ese es el despotismo blando que se nos impone y que ya se impuso, porque el poder lo siguen manteniendo la Alianza y la Concertación.

Entonces vemos, que como hace siglos, aún nos quieren gobernar mediante el miedo.

jueves, 10 de diciembre de 2009

ALL YOU NEED IS LOVE

John Lennon fue un rebelde en constante búsqueda. A casi 30 años de su asesinato, y al analizar su evolución desde un joven beatle a un activo pacifista, podemos ver que en el fondo siempre fue un ácrata.

"Para nuestro último número quiero pedirles su ayuda, los que están en los asientos baratos aplaudan, y los de los asientos caros muevan sus joyas". Esa frase dicha por Lennon en los inicios de su carrera musical, en su primera presentación ante la reina madre de Inglaterra en el Prince Of Wales Theatre en Londres, ya reflejaba su mordaz ironía, su poca reverencia hacia la autoridad y una inteligente crítica a los privilegios.

Menor no fue su sarcasmo después, al recibir una condecoración por parte de la corona, al decir: “No puedo creer que me condecoren. Yo creía que era necesario conducir tanques y ganar guerras”. Ya en sus primeros tiempos como beatle, Lennon no sólo era rebelde hacia la autoridad sino que también denotaba su rechazo a la violencia. Dos principios claves de la acracia.

Entre todo eso y aún siendo inexperto pero sí asertivo, vendría una de sus frases más polémicas, relativa al cristianismo, donde declaró: "El cristianismo se irá. Desaparecerá y se achicará. No necesito discutir eso; estoy correcto y se comprobará. Somos más populares que Jesús ahora; no sé quién se irá primero - rock and roll o el Cristianismo".

No muchos entendieron lo dicho y la respuesta en forma de inquisición medieval, sobre todo en Estados Unidos, no se hizo esperar y Lennon debió retractarse de su opinión. No sólo estaban quemando los discos de los Beatles en hogueras públicas sino que hasta amenazas de muerte recibió.

Su búsqueda espiritual e ideológica parece haber sido incesante, por eso cuando la rebeldía simplona e ingenua del rock and roll no le bastó y la madurez de los años comenzó a cambiar su noción del mundo y de sí mismo, se embarcó en 1968 en la meditación trascendental junto al Maharishi Mahesh Yogui, un supuesto líder espiritual en ese tiempo.

Sin embargo, cuando los Beatles descubrieron que el Maharishi no era tan divino y espiritual como proclamaba, Lennon se limitó a decir: Es humano.

Un año después, en 1969, haría su mayor desaire a la corona al devolver su medalla en señal de protesta por la intervención británica en Biafra. Irónicamente en 1967, Lennon había cantado All you need is love (Todo lo que necesitas es amor) en representación del Reino Unido, para el Our World, transmisión de la BBC vista por más de 400 millones.

A estas alturas Lennon no sólo cuestionaba los privilegios y a diversas autoridades sino que de lleno se fue en contra de la guerra de Vietnam. Su semana acostado y en pijama junto a Yoko Ono, cantando junto a sus amigos, en el fondo era un llamado contra la conscripción (que llevaba a miles de jóvenes a morir) y el chovinismo patriótico e ideológico tan en boga durante la Guerra Fría.

Su evolución se ve claramente cuando cantaba "No creo en la magia; no creo en el I-Ching; no creo en la Biblia; no creo en el tarot; no creo en Hitler; no creo en Jesús; no creo en Kennedy; no creo en Buda; no creo en el mantra; no creo en Ghita; no creo en el Yoga; no creo en los reyes; no creo en Elvis; no creo en Zimmermann; no creo en Beatles; sólo creo en mi, en Yoko y en mí, y esa es la realidad."

Algunos dirán nihilismo puro, pero no. Lennon dio muestras de una fe enorme al hacer campañas por la paz.

Su sueño probablemente era un mundo de paz, sin armas, sin fronteras, sin falsos líderes ni creencias engañosas, ni privilegios creados. Una acracia donde el hombre viva libre, sin coacción ni violencia. Quizás por eso, por cuatro años abandona la fama para cuidar a su hijo Sean (pues ya maduro vio que la máxima felicidad de un hombre era estar con su familia).

Lo irónico es que en parte fue víctima de su fama, que convirtió a un hombre en un fanático desquiciado y sobre todo violento.

“Mi rol en la sociedad, o el rol de un poeta o de un artista, es tratar y expresar lo que todos sentimos. No decirle a la gente como se debe sentir. No como un jefe o como un líder, sino como una reflexión para todos nosotros". John W. Lennon, 1940-1980.

martes, 1 de diciembre de 2009

LA EDUCACIÓN, LAS ELITES Y EL PODER

Una de las trabas que tienen los gobiernos para generar una educación pública de calidad, es que ésta implicaría aumentar de forma creciente la competencia en torno al poder y el control del Estado. Sobre todo para las elites que se educan de forma privada, sus propios hijos.

Las elites, entre éstas las que gobiernan y controlan el Estado, se educan de forma privada. Es decir, no dependen bajo ningún punto de vista de la instrucción que el Estado entregue.

No sólo tienen la posibilidad de pagar escuelas privadas de alta calidad o profesores particulares especializados que refuercen las debilidades académicas de sus pupilos, sino que incluso pueden enviarlos fuera del país si las condiciones no están dadas.

Lo irónico es que esas mismas elites, deciden cuánto, cómo, dónde y a quiénes educa el Estado. Y esas mismas elites son las que monopolizan el conocimiento y se atribuyen la facultad de reconocer o rechazar ciertos saberes o la forma de instrucción que se aplica.

Esas mismas elites, han sustentado un sistema público de educación primario y secundario que es cada vez más segmentado, menos eficiente en su rol formador y más eficiente en cuanto a sustentar y sedimentar la desigualdad.

Entonces se produce una paradoja tremenda -aunque explicable desde el punto de vista político y de las elites-. Las clases privilegiadas, que prefieren las escuelas privadas para las primeras fases de instrucción de sus hijos (pues consideran de muy mala calidad las instituciones públicas) luego tienen como primera opción las universidades estatales.

O sea, optan por los servicios educacionales que ofrece el mismo agente que en otros momentos rechazan. En esto no se hace juicio de valor en cuanto a la opción sino la constatación de dicha extraña regularidad.

Valdría la pena preguntarse ¿Por qué las elites optan por los servicios universitarios del Estado, cuando la mayoría de las veces los consideran como ineficientes, malos y defectuosos?

La respuesta es muy simple. Optan por la vía más fácil y directa para hacerse del poder del Estado –no olvidemos que son elites-.

¿Por qué dirán algunos? Por algo simple. El Estado es un instrumento controlado por elites que se reproducen de forma histórica, y a la vez es un monopolio que valida y reconoce sólo a sus propias instituciones.

Como el Estado no reconoce más que sus propios brazos y extensiones. Para hacerse del botín estatal, las clases privilegiadas deben tomar el control de sus centros de validación, de los centros que monopolizan y distribuyen el conocimiento. O sea, los centros de educación superior del Estado.

La sociedad, sometida al poder monopólico del Estado y la hegemonía de sus centros de conocimiento, termina sin saberlo, por legitimar sólo esas mismas instituciones y a los dirigentes que surgen de éstas, que van colocando diversas barreras de entrada en diversas áreas, sobre todo cuanto al conocimiento y al ejercicio del poder.

Por eso quizás, un científico como Claudio Bunster –que es parte de la misma elite- dijo en la revista de la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos, que las universidades chilenas son como pequeños soviet. De forma implícita, la frase hace alusión a la fuerte relación entre los intereses del poder político y el mundo académico.

Por eso, un sistema educacional público de alta calidad y alta cobertura, no sólo implicaría eliminar barreras de entrada existentes, sino que sería un alto riesgo para el poder de las clases dirigentes, pues aumentaría la competencia en torno a alcanzar puesto de influencia.

Además, un sistema de educación eficiente podría darle mayor independencia a un número importante de ciudadanos en cuanto al Estado y por tanto aumentar la oposición a su hegemonía y dominio irrestricto.

Como el sistema no es cerrado, un estudio del propio departamento de Economía de la Universidad de Chile demostró las diferencias entre sus alumnos, donde aquel miembro de la elite siendo el peor alumno, tiene garantizado entre 30 a 40% más de sueldo que el mejor alumno que viene de un sector medio-bajo.

Otro estudio de la Universidad Adolfo Ibáñez demostró que el 71 por ciento de la elite chilena estudia en los mismos colegios y el 20 por ciento de ellos ha estudiado en el Saint George. O sea, comparten mucho capital social.

¿Qué conocimiento surge de este monopolio de las elites en el mundo político y académico? Ninguno, sólo el instrumental para continuar con su hegemonía.

Quizás por eso, la innovación en nuestro país es más bien débil y la democracia tan poco competitiva. Y como reitero Bunster: “El problema con la ciencia y la innovación en Chile no está en los investigadores, sino que en el sistema establecido, que incluye al aparato universitario tradicional".

lunes, 23 de noviembre de 2009

CUIDADO CON LAS FALSAS PROMESAS

Antigua es la anécdota del político que promete un puente para el pueblo, y luego que un campesino le dice que no hay río, el político “honorable” le dice: le hacemos el río también…El ejemplo nos dice mucho sobre los políticos en períodos de campaña, sobre todo de sus falsas promesas.

Una constante histórica de la relación entre gobernantes y ciudadanos (sobre todo desde el surgimiento de la democracia representativa) han sido las promesas.

Cuando la política era local, se establecían relaciones de retroalimentación entre representantes y representados, que se construía en torno al diálogo político entre los ciudadanos. Era la lógica del republicanismo y del federalismo. Con el voto se cedía a uno, el derecho a hablar por el resto.

La creciente centralización del poder político rápidamente se impuso sobre la participación local ciudadana, haciendo cada vez más difícil representar y coordinar los intereses de cientos de miles de millones.

Se generó una nueva forma de relación democrática (lineal y unilateral) que eliminó la vieja retroalimentación del ágora, convirtiendo al ciudadano en un mero receptor de ofertas políticas, que los políticos creen que basta con dar ciertos estímulos para lograr atraerlos.

Así, los candidatos prometen diversas y extrañas cosas, desde felicidad, candados, seguridad, oportunidades, más igualdad, menos corrupción, un gobierno de los mejores, hasta empleos.

Si tomamos en cuenta el nivel de agregación (pues se presume que uno o dos representan los intereses de millones) la mayoría de estas promesas son falsas en varios sentidos. No sólo porque dependen de diversos apoyos y cambios institucionales para ser cumplidas, sino que algunas son tan abstractas que se hace imposible su medición, aplicación y real cumplimiento.

Son falsas porque el nivel de agregación aumenta el problema en cuanto a qué demandas son prioritarias, no sólo porque los intereses individuales chocan entre sí, sino también porque se hace más difícil decidir quién –entre millones- tiene prioridad en cuanto a la representación.

Es decir, el presidente, diputado o senador, no sólo siempre anteponen su intereses personales al de sus electores, sino que además, al tener tantos representados, son incapaces de saber a cuál darle prioridad. Peor aún si éstos no viven ni conocen la localidad que representan y sólo la han recorrido en algún puerta a puerta.

Muchos candidatos a diputados prometen mayor seguridad ¿Cómo lo harán para cumplir con esto a nivel local? ¿Acaso harán proyectos de ley donde se aumente y destine la dotación policial para ese sector, en desmedro de otros?

¿Y por qué un sector merece más dotación que otra? ¿Cómo resuelven eso con otros que prometen lo mismo?

Otros candidatos exacerban aún más sus ofertas, llegando a limites insospechados, y prometen mayor felicidad a los electores. Pero ¿Cómo miden eso? ¿Cómo determinan qué hace felices a millones de personas en un distrito? Más aún, ¿Cómo van a cumplir eso para cada uno, cuando hablamos de millones de seres humanos con motivaciones y problemas distintos?

El nivel de agregación también se aplica en cuanto a los sectores políticos. Es decir ¿Puede un candidato garantizar que nadie de su coalición o alguien ligado a éste, será corrupto en un período de cuatro años o más? ¿Puede garantizar que no habrá nepotismo en cada institución? Difícil, más aún si depende de las personas.

Por eso ¿Un gobierno de los mejores o con nuevos rostros o sin cuoteos? U olvidan que no existen personas y sectores intachables, ni más elevados moralmente, ni absolutamente incorruptibles, o simplemente engañan a los electores como siempre.

lunes, 9 de noviembre de 2009

LOS MUROS QUE AÚN DEBEMOS DERRIBAR, LOS DOGMAS

El muro de Berlín –en un modo hegeliano- marcó la materialización de la pugna entre dos credos. El recuerdo de su caída veinte años atrás sin embargo, nos indica que aún quedan muchos dogmas por derribar en el mundo actual.

La historia de la humanidad ha estado marcada por dogmas, entendidos como la asunción de una idea como verdad única, total e irrefutable, que se traduce en la noción de estar ubicado en una posición superior a la de otros individuos.

Dios, la nación, el pueblo, el Estado, la patria, la raza, el credo, la clase, la fe, son diversos dogmas que en forma aislada o mezclada, han marcado la vida de millones de seres humanos durante siglos. En su nombre se han hecho guerras, matanzas, conquistas, revoluciones e inquisiciones, donde muchos fueron sacrificados o se han sacrificado.

En el siglo XX, los dogmas también primaron de forma notoria en la historia del mundo. Un dogma -el nazismo- fue una de las causales de la Segunda Guerra Mundial. Luego, como si no se hubiera aprendido la lección, el mundo se “ordenó” en torno a otros dos dogmas que se disputaron en todas las formas el dominio mundial, y que prácticamente dividió por casi 30 años al mundo, con un muro de 155 kilómetros de largo en la ciudad de Berlín.

El muro -en un modo hegeliano- marcó la materialización de la pugna entre dos ideologías. Marcó la plasmación del dogma. Por lo mismo, para muchos, su caída en 1989 parecía marcar el fin del pensamiento dogmático. Así lo supuso Francis Fukuyama al hablar del fin de la Historia (asumiendo él su propio credo).

Sin embargo, el recuerdo de la caída del Muro veinte años atrás, nos indica que aún quedan muchos muros por derribar en el mundo actual. Es decir, el fundamentalismo intelectual continúa dominando el pensamiento de las personas, sobre todo cuando se trata de hablar de moral, de la historia, o de la verdad (si podemos hablar de ello).

Diariamente nos encontramos -tanto en los medios de comunicación como en cualquier lugar- con personas que apelan a alguno de estos dogmas, pues han asimilado una verdad única, ya sea desde el punto de vista moral, religioso, político, económico, histórico, étnico, biológico, natural o divino.

A través de sus dogmas dividen a las personas en términos absolutos entre buenos y malos, morales e inmorales, justos e injustos, creyentes y no creyentes, perfectos e imperfectos, civilizados e incivilizados, etc. Y sabemos que ese es el paso previo para sustentar cualquier forma de totalitarismo como el que dio origen a la Segunda Guerra y al Muro de Berlín.

Lo peor es que el dogmático, así como un adicto niega su adicción, niega su propio dogma, pues lo considera una verdad dada suprema, una naturalidad, una muestra del sentido común. Aceptar sus creencias como dogma sería dudar de éstas y por ende de su naturalidad y su condición irrefutable.

La caída del muro hace veinte años, con miles de personas rompiendo el concreto, sin distinción alguna, nos mostró que el dogma sea cual sea su vertiente, siempre conlleva el riesgo totalitario, pero también que antes que cualquier creencia somos seres humanos…

martes, 3 de noviembre de 2009

DEMOCRACIA HEREDITARIA

Antiguamente, el derecho divino –como ficción- establecía que los monarcas y su descendencia habían sido ungidos por dios para gobernar al resto, y por lo tanto el poder era un monopolio hereditario. La democracia moderna prometía y buscaba romper con esa forma de dominación ilegítima, que sin embargo sigue existiendo de forma notoria actualmente.

El origen de la mayoría de las monarquías no fue un mandato divino sino un acto de agresión: el uso de la fuerza, la guerra o la conquista, como plantea Mosca. Es decir, el dominio monopólico del rey no era algo de origen divino ni natural sino algo artificial y por tanto su descendencia -las elites resultantes- muchas veces no tenían necesariamente las mismas cualidades para gobernar pero lo hacían.

Históricamente las diversas elites han creado ficciones para acaparar y perpetuar su poder, como la sangre azul, las cualidades místicas o superiores del líder y su descendencia, la iluminación divina, el asesinato de opositores, etc.

En base a esas invenciones, su descendencia mantenía su dominio monopólico, que generaciones después se asimilaba como algo natural e incuestionable, al ser sustentado en una ficción como el derecho divino. Lo anterior, aún cuando el nuevo rey fuera un incompetente o un déspota absolutista, y aún cuando su dominio estuvo originado en el burdo uso de la fuerza.

Así, bajo el derecho divino, rebelarse contra el rey era rebelarse contra dios (la reforma protestante, el contractualismo y sobre todo las ideas de Locke contribuyeron a derribar el mito del derecho divino).

La Democracia Moderna buscaba y prometía evitar el carácter monopólico y hereditario del poder mediante la separación de potestades y el ejercicio del sufragio universal. No obstante, las tendencias elitistas continuaron al interior de las nacientes organizaciones políticas (la ley de hierro de la oligarquía de Michels), tanto en los partidos de notables (conservadores) como en los de masas (comunistas, socialistas, socialdemócratas, liberales).

Esas tendencias elitistas derivaron rápidamente en prácticas de corte hereditario en la elección de representantes políticos que permitió que ciertas familias monopolizaran la actividad política, convirtiéndose en dinastías electorales, que defendía sus propios intereses particulares y no los de sus representados que los elegían.

Hoy basta ver que quienes hoy ejercen algún tipo de cargo político o de dirigencia, en su mayoría son hijos, incluso nietos, de otros dirigentes políticos o funcionarios de alto rango del Estado (Tres presidenciables, Piñera, Frei, Meo). También hay primos, suegros, hermanos, sobrinos, nietos, en distintos partidos políticos opositores, pero que son de una misma familia. (Viera Gallo-Chadwick-Walker-Larraín).

Y es que la clase política, como parte de una elite mayor compuesta de elites empresariales, eclesiásticas, académicas y culturales, sigue monopolizando el poder y ejerciéndolo como si fuera una cuestión hereditaria.

Ejemplos de este monopolio hay muchos, tanto a nivel central como local, no sólo los más notorios como el de Ricardo Lagos Weber como vocero del gobierno de su padre sino también otros a nivel local.

Todos reflejan una especie de política feudal donde la democracia ha perdido sus propios principios, pues no sólo se ha vuelto partidocrática y elitista sino que peor aún, hereditaria en cuanto al ejercicio del poder. La clase política representa sus propios intereses, no los de los ciudadanos.

Si alguien cree que esto es paranoia, analicemos el listado de candidatos a diputados o senadores, y veremos varios parentescos que los medios de comunicación evitan recalcar pero que demuestran que al igual que en las viejas monarquías, las elites monopolizan el poder político y lo hacen hereditario.

Cuatro ejemplos claros para las próximas elecciones:

Daniel Melo, hijo del alcalde de la comuna del Bosque Sady Melo, es candidato a diputado por el distrito 27 donde se ubica la comuna que dirige su padre.
Marcela Sabat, hija del alcalde de Ñuñoa Pedro Sabat, es candidata a diputada por el distrito 21 donde se ubica la comuna que dirige su padre.
Juan Antonio Coloma, candidato a diputado por el distrito 11, hijo del presidente de la UDI, Juan Antonio Coloma.
Eugenio Ortega Frei, candidato a Diputado Distrito 17, hijo de la ex senadora Carmen Frei.

Es claro que estas candidaturas han sido impuestas desde las elites dirigentes, de forma arbitraria, no democrática y menos aún representativa, y eso ha generado en varias ocasiones pugnas con las bases partidarias, como ocurrió con el hijo de Juan Antonio Coloma o como ocurrió con Luis Plaza en Cerro Navia.

El diagnóstico es claro. El problema es que los ciudadanos –aún cuando luego se quejan- siguen legitimando el carácter hereditario del poder político y el monopolio de las elites sobre éste, votando por los hijos de otros líderes, como si el apellido fuera garantía de buen gobierno, de representación, de vocación pública o de eficiencia administrativa.

En otras palabras, los propios ciudadanos votando por elites que sólo representan sus propios intereses, están convirtiendo la democracia en una monarquía electoral.

viernes, 23 de octubre de 2009

DIOS Y EL ESTADO

El debate generado en torno al proyecto para regular las uniones de hecho, presentado por los senadores Allamand y Chadwick, lleva detrás un alto tinte conservador, no sólo desde quienes buscan promover un modo de vida desde la fe, sino también desde aquellos que lo hacen desde el laicismo, sólo que unos defienden a Dios y otros al Estado, pero ambos son más bien autoritarios y no reconocen la autonomía más profunda del individuo.

El sentido común nos indica que las relaciones interpersonales y sobre todo las afectivas, son aspectos que conciernen al espacio más íntimo de los individuos, pues se construyen y constituyen bajo ese dominio, y que por tanto nadie tiene la facultad ni la capacidad de entrometerse en este espacio personal -ni el Estado, ni la religión-.

En este sentido, así como las personas, las relaciones afectivas por ser entre personas, son variadas, únicas e irrepetibles. Sin embargo, aún así teniendo presente esto, es frecuente –y lo ha sido históricamente- que las personas traten de categorizar estructurar y guiar las relaciones humanas mediante diversos criterios, prejuicios y convicciones de diversa índole, ya sea religiosa, moral, racial, socioeconómica, cultural, educacional, nacionalista, e incluso genética.

De esa pretensión deriva otra habitualidad, que consiste en que “otros” se entrometan en esa decisión profundamente personal que implica elegir y establecer una relación afectiva, para que se establezca dentro de lo que se considera normal, aceptable, natural, virtuoso, evolutivo, tradicional o ideal.

Esa intromisión se produce de diferentes modos, ya sea en el rol de padres (cuya validez es mayor que cualquier otra, si es a modo de consejo y no prohibición o imposición); mediante autoridades de diversa índole, ya sea religiosa, escolar, clínica, profesional; o simplemente en la forma de gente indiscreta como vecinas conventilleras, amigos entrometidos.

En todas esas intrusiones se rompe con el espacio de autonomía del individuo, para “recomendarle” o muchas veces “indicarle” (e incluso prohibirle), qué relación y qué persona es o no correcta para sí, su felicidad, su futuro y su vida. En definitiva se rompe con su albedrío para pretender regular lo más íntimo de una persona, que son sus afectos.

Ese afán a nivel más amplio tiene un sustrato más oculto, relativo al poder, el dominio y la autoridad, y por el cual durante la historia muchos han apelado a ficciones diversas, como el pecado, la culpa moral, la pureza racial, la mantención de tradiciones, el temor al futuro (el fin de la humanidad) o la pirotecnia legal, para ejercer de forma extensa mayor presión sobre los afectos de los sujetos.

En definitiva, lo que se busca por medios de dichas ficciones es establecer el reconocimiento de la autoridad a nivel más profundo, el de la conciencia. Quien logra establecer el gobierno de las conductas y los afectos ha logrado el dominio total de los sujetos. Esa ha sido la pretensión histórica de algunas religiones y también de la mayoría de las ideologías.

Por lo mismo, esas ficciones no operan sólo en cuanto a un espacio externo de la intimidad del sujeto (su relación con otro), sino en cuanto a su propia conciencia. Es decir, si la recomendación y la ficción a nivel externo y en cuanto a su propio bien no surgen efecto, entonces se busca hacerlos sentir culpables de su decisión por hacer mal al resto de la sociedad.

En todos los casos, estas ficciones responden a intereses particulares diversos (dogmas, sistemas de creencia, ideologías, concepciones raciales, intereses económicos o políticos, tradiciones) que buscan enmarcan o hacer calzar determinadas concepciones particulares al comportamiento de los sujetos, y en ningún priorizan un bien colectivo –presente o futuro- menos aún un bien del individuo en cuestión.

Así por ejemplo, la ficción religiosa de que el matrimonio era válido sólo entre creyentes de una misma religión, servía en un primer momento para asegurar el número de fieles y de súbditos al monarca, pero también para aumentar las arcas de los líderes clericales y para proyectar su influencia futura en los hijos de los recién casados parroquianos.

Así mismo, el surgimiento del matrimonio civil a manos del Estado, nacido luego de los procesos de reforma y posterior secularización, fue una forma de quitarle poder a las Iglesias en cuanto a sus espacios de injerencia en la vida de los ciudadanos, pero también una nueva forma de disciplinar a esos ciudadanos, al establecer la idea de nacionalidad mediante ciertos requisitos para que la unión fuera del todo válida. El castigo se aplicaba en la prole, que no sólo corría el riesgo de ser ilegítima, sino también apátrida o sin territorio.

Los mismos tópicos giran en torno al debate generado en torno al proyecto presentado por los senadores Allamand y Chadwick para regular las uniones de hecho.

En dicha propuesta, donde no se distingue el tipo de convivencia, se contraponen ambas ficciones. Por eso conlleva un alto tinte conservador, no sólo desde quienes buscan promover un modo de vida para todos desde la fe, sino también desde aquellos que buscan regular esas formas desde el laicismo de la legalidad, sólo que unos defienden a Dios y otros al Estado, pero ambos son más bien autoritarios.

Desde ambos frentes –sea el religioso o el legal racional- se pretende regular y delimitar lo válido (o lo inválido) en cuanto a relaciones interpersonales. Desde ambos casos, se desconoce la humanidad del sujeto -sus afectos- más allá de cualquier autoridad, al prescribirles cierta conducta, modelo o régimen legal.

Desde ambos frentes, pero de modos distintos y sutiles, se busca establecer una autoridad, a partir del establecimiento o rechazo de un modus vivendi.

Como decía Bakunin, “No soy humano y libre yo mismo más que en tanto que reconozco la libertad y la humanidad de todos los hombres que me rodean. Un antropófago que come a su prisionero, tratándolo de bestia salvaje, no es un hombre, sino un animal. Ignorando la humanidad de sus esclavos ignora su propia humanidad”.

miércoles, 14 de octubre de 2009

LOS ANARQUISTAS QUE DESTRUYEN LA ACRACIA

Los medios de comunicación siempre muestran como anarquistas a individuos que tienen peinados exóticos, visten botas militares, ropas diversas, beben a cada rato y no trabajan. Lo cierto es que éstos no son representantes del anarquismo, no sólo porque andan uniformados como cualquier miembro de un ejército sino porque no saben nada de anarquismo.

El anarquismo es una doctrina compleja, que ha tenido variantes en el tiempo que muchos desconocen, y que los medios de comunicación y la gente en general obvian al catalogar de anarquista a cualquier grupo antisocial.

Así, en el programa Cara y sello, se mostró a un grupo de jóvenes como exponentes del anarquismo –en contraposición a otro de estudiantes de colegio militar- pero cuyo comportamiento en muchos aspectos contravenían principios básicos de esta doctrina política.

Lo cierto es que esos tipos bebidos, con la disposición de agredir a flor de piel, sin respeto de ninguna índole, alérgicos al trabajo, y que la mayoría de las veces actúan en masa, no son anarquistas en sentido estricto. Esos antisociales, no son anarquistas, sino malos entendedores del anarquismo y de la libertad.

Algunos de ellos tienen una visión sesgada y sólo entienden el anarquismo como contraposición contra la autoridad y las normas, y de cuya posición sólo queda aislarse del “sistema” y enajenarse de éste, rompiendo todo tipo de normas, ejerciendo la prepotencia sobre otros, e incluso la violencia.

Pero el anarquismo plantea su contraposición contra la autoridad basado en otros conceptos esenciales, como que la principal propiedad de los individuos es su vida, sus creencias y su trabajo. Por tanto, ninguna autoridad es dueña de la vida de otros, ni de sus creencias, ni de su trabajo. En definitiva, nadie puede agredir a otro, excepto si es en defensa propia.

No entienden que “El hombre más libre es aquel que tiene más tratos con sus semejantes.” Tampoco entienden que la acracia no implica desorden o falta de organización.

Sin embargo, los “anarquistas” que nos muestran los medios, parecen no entender que la vida y el pensamiento son la primera propiedad privada del individuo. Tampoco entienden que la agresión o la disposición a ella, son el primera gran mal que existe en las sociedades.

Tampoco entienden que su búsqueda de identidad, en definitiva termina por generar un sesgo sectario, que contradice la idea de autonomía del individuo y de libertad de expresión. En este aspecto, lo que nos mostró el programa Cara y Sello como grupo anarquista no fue más que un grupo de jóvenes, vestidos todos de la misma forma y con casi las mismas actitudes ante todo. Es decir, uniformados y con actitud de grupo en todo sentido.

Por otro lado, ninguno manifestaba una mínima propensión a la independencia o la autonomía, sino más bien a la dependencia irremediable y futura de otros, pidiendo o sometiéndose a las lógicas del grupo. Por eso, tampoco parecen pretender desarrollar sus potencialidades, capacidades y talentos, sino más bien perderlas. Es decir, ceden de antemano ante el poder y la autoridad impuesta de antemano.

Es claro que estos “anarquistas” podrían fácilmente propender –y de hecho propenden- a la violencia y la agresión, y si tuvieran una posición de autoridad, probablemente podrían ser unos déspotas. Esos no son anarquistas.

viernes, 9 de octubre de 2009

UN AMIGO EN TU CAMINO, SI ES QUE NO HAY ALCOHOL

El vídeo con la brutal golpiza que le propinan un grupo de individuos a un joven ya es impactante por lo cobarde del hecho y el ensañamiento con que lo hacen. Pero lo peor de todo es que esos agresores son tres carabineros, que supuestamente deben proteger la vida de las personas.
Las imágenes son claras, una agresión cobarde y brutal, que propinan un grupo de seis individuos, entre ellos tres carabineros de franco, a un joven de polerón blanco, en plena calle.
Luego de varias patadas, puñetazos y golpes de cinturón en la cabeza, lo dejan votado en plena calle, mientras los vehículos esquivan su cuerpo. Luego, cuando el agredido se reincorpora, uno de ellos, el más cobarde y a la vez agresor de todos, vuelve para seguir golpeándolo con su cinturón, tras perseguirlo y hacerlo caer nuevamente.
Si eso ya es cobarde en todo sentido, lo peor viene después. Estos defensores de la ley -con el propósito de ocultar su criminal acto- acusan al agredido de asalto por el cual estuvo dos días detenido. Es decir, no les basta con actuar de forma matonezca, sino que arman un montaje para ocultar la verdadera razón de tan brutal agresión: un lío de faldas.
Esta vez, las cámaras de seguridad fueron de gran utilidad, pues permitieron mostrar la realidad del asunto.
Pero de esto se desprenden varias preguntas como: ¿Qué clase de ética se les enseña a los policías chilenos? ¿Sabrán que su función es proteger a las personas?
Si actúan así de brutales de franco, no quiero imaginar como lo harán detrás de un uniforme y una pistola.
Muchos dirán que es un caso aislado, que estaban bebidos, etc. Pero el problema es que:
1) No hablamos de un solo carabinero borracho, hablamos de tres, que no sólo están en ese estado, sino que se creen con el derecho de agredir por cualquier motivo -por insulso que sea- a otra personas.
2) Actúan de mala forma, no sólo con alcohol sino que sobrios, pues arman un montaje para culpar a su víctima.
Acaso ¿Ninguno de esos tres funcionarios pudo tomar cordura de la brutalidad de cometían? ¿Tan borrachos estaban, o tan brutos son como para no parar una pelea que terminó cuando el otro cae inconsciente?
Armar un montaje y sostenerlo es de una mente criminal simplemente. Entonces ¿Estamos ante tres mentes criminales?
Pero además hay otros elementos que ponen en tela de juicio la formación y los filtros a la hora de incorporar nuevos policías, pues el consumo desmedido de alcohol de estos funcionarios parece indicar que algunos de ellos, sin el uniforme, pierden toda cordura y respeto por la norma.
No creo que haya sido su primera borrachera como pandilla de uniformados de franco. No es novedad tampoco.
Y no sólo eso, parece que hay una falla en la formación puesto que no es uno, sino que tres los que se creen con el derecho de agredir gratuitamente a otros, por el simple hecho de ser policías. Grave.
Y me pregunto de nuevo ¿Qué clase de ética se les enseña a los policías chilenos?

martes, 6 de octubre de 2009

EL DESQUICIADO BICENTENARIO

La celebración del Bicentenario el próximo año, ha sido levantada por las elites, como punto culminante del devenir patrio y sus bases fundacionales. Sin embargo, es más bien un acto patológico de negación, que cubre bajo esa sensación de irrefrenable festejo, la realidad cruda de una chilenidad actual atrofiada, enferma y fracturada, producto de la desviación de sus propias elites.

El Bicentenario como construcción discursiva, con la máxima fastuosidad publicitaria, emula la idea de una nación que ha dejado atrás todas las estructuras y ataduras vetustas del antiguo régimen colonial.

Sin embargo, detrás del discurso del Bicentenario se esconde la crudeza de la existencia inmediata que define la realidad de un Chile indefinido, que en el siglo XXI no es ni desarrollado ni tercermundista, sino expresión de su propia génesis como nación. Un país insustancial, fracturado en diversas dimensiones, estamental. Una promesa republicana de 200 años, no cumplida.

Así, como aquel sujeto que a pesar de los años sigue creyéndose joven, con el Bicentenario sólo se pretende ocultar para Chile, que el paso del tiempo ha sido sólo cronológico, y no institucional ni ideológico. El antiguo régimen parece no haber cambiado en el fondo, sólo en la forma. Quizás por eso Bernardo Subercaseaux dice que hay un país con déficit de espesor cultural. Por ende, un país sin una identidad clara, permeable, potencialmente indisciplinado.

Por eso para las elites –políticas, económicas, culturales, etc- el Bicentenario es tan valioso, pues se constituye como un eje rearticulador de la idea de progreso que se impuso desde la fundación patria y que prometía la “copia feliz del Edén”…desde arriba.

En otras palabras, celebrar 200 años -de la patria, nación, Chile- es un salvavidas para su dominio sin interrupción, ocultando su ineptitud histórica para cumplir con las promesas independentistas. Es una forma desesperada de retomar el principio de un camino que se desvío casi en sus primeros pasos, pero sin que nadie se dé cuenta.

En el fondo, el Bicentenario sólo sirve para reforzar a las propias elites y disciplinar al pueblo atomizado, pues al igual que la fundación, la celebración no es obra de un pueblo llamado Chile, sino que proviene del Estado, y en específico de las elites que lo han controlado por dos siglos, pues tal como decía Mario Góngora, Chile no es un pueblo que surgió de la cotidianeidad, sino que una nación, o sea, una construcción.

Por eso las elites, a través del Bicentenario, tratan de recomponer esa construcción, imponiendo una realidad social nueva desde el imaginario colectivo, donde no se percibe que el devenir de la patria ha sido –tal como decía Gaetano Mosca- la historia de las elites, y cuya desviación en cuanto a las pretensiones fundacionales se produjo casi al mismo tiempo.

Lo cierto es que Chile, debido a esa especie de amnesia fundacional de sus elites, en muchas ocasiones y espacios sigue siendo un pueblo colonial en el último rincón del mundo, cuyos principios fundacionales son el caudillismo, el patronazgo, el latifundio, el autoritarismo, el clasismo, el racismo y el paternalismo extremo.

Así, sigue siendo una seudo-república donde las elites aún desconfían profundamente de los ciudadanos. Las elites siguen desviadas. El Bicentenario sólo es una nueva posibilidad disciplinarlos con esperanzas que se cumplan en 200 años más.

jueves, 24 de septiembre de 2009

DEBATE PRESIDENCIAL: MUCHO SLOGAN Y POCO CONTENIDO

El primer debate presidencial evidenció que algunos candidatos podrían ser animadores de televisión más que presidentes, pues repiten muy bien los slogan, pautas y libretos, pero carecen de contenido propio, no piensan por si mismos y lo que realmente piensan no lo dicen.

En primer debate presidencial 2009 permitió ver a los candidatos en una faceta más “real” -aunque algunos estaban al son del libreto- distinta a la imagen distante e inexpresiva creada para los miles de afiches y carteles de campaña que ya invaden las calles (aún cuando la ley lo prohíbe claramente).

Pudimos ver al ser humano inmediato, pensante, al animal político, y no la simple imagen publicitaria, de modelo sonriente y fotográfico.

Pudimos apreciar al individuo con todas sus imperfecciones, vacilaciones, aciertos verbales y agudezas intelectuales, y no sólo una imagen estática, corregida a punta de programas computacionales.

De alguna forma, aunque deficiente, el debate nos alejó un poco de la política del marketing y el cartel publicitario a la que nos tienen acostumbrados. Nos trató de llevar a través de las pantallas a la vieja y abandonada política, de las ideas, del diálogo y la asamblea (el ágora). Y en ese terreno, algunos de los candidatos mostraron profundas falencias y debilidades.

Mientras Arrate fue el más claro y agudo en exponer problemáticas y Enríquez Ominami el más preciso en sus propuestas, Frei y Piñera fueron ambiguos en casi todo, se enfrascaron en discusiones personalistas, con intervenciones sin mucho contenido, llenas de lugares comunes, frases hechas y mucho slogan.

Lo anterior tiene una explicación lógica. Frei y Piñera son candidatos de coaliciones que han dominado la institucionalidad política por 20 años, que han abandonado el desarrollo constante de contenidos, dando prioridad a la continuidad de esa misma institucionalidad. En ese sentido, Frei y Piñera son claramente autocomplacientes.

Así, en el fondo ninguno de los dos cuestiona la institucionalidad vigente. Lo consideran innecesario. Eso se apreció en la escasa autocrítica de Frei y en la ambigüedad de Piñera.

Por otro lado, Enríquez Ominami y Arrate, en mayor o menor medida, se plantean críticos de la institucionalidad vigente y eso les obliga a generar nuevos contenidos, y los coloca en contraposición con la Alianza y la Concertación.

Frei y Piñera representan la política sin ciudadanos, porque suprimen lo político en cuanto diálogo e ideas y lo reducen a elegir opciones según slogan. No consideran ciudadanos sino electores. Por eso el rechazo de ambos a los debates.
Arrate y Enríquez Ominami en cambio, necesitan generar el diálogo y las ideas pues necesitan convencer para tener apoyos, no pueden apelar a simples votantes sino que a ciudadanos.

En definitiva, el debate nos recordó que la política no es sólo la frase bonita o el cartel publicitario más grande, sino también la idea, el contenido, y sobre todo la crítica (y autocrítica) para ir mejorando y no paralizarse. Tal como decía Aristóteles, no hay régimen perfecto sino perfectible.

El debate nos mostró que en nuestra política aún prima mucho el slogan y poco el contenido.

martes, 22 de septiembre de 2009

LA REBELION DE LAS MASAS…IDIOTAS (FLAITES)

Los disturbios y peleas ocurridos en el parque O´Higgins durante las celebraciones de las fiestas patrias, son la expresión de una cultura de masas idiota y totalmente desbordada, carente de normas en cuanta vida social e individual. Una cultura de masas alienada, compuesta de una suma de individuos desprovista de toda civilidad.

Tal como decía Ortega y Gasset, “La vida pública no es sólo política, sino, a la par y aun antes, intelectual, moral, económica, religiosa; comprende los usos todos colectivos e incluye el modo de vestir y el modo de gozar”.

En las peleas en el Parque O´Higgins que mostró la TV, pudimos ver a un tipo de sujeto bastante identificable en cuanto modo de vestir y gozar, el “flaite”* cuya “cualidad común, es lo mostrenco social, es el hombre en cuanto no se diferencia de otros hombres, sino que repite en sí un tipo genérico…” según Ortega y Gasset.

Y esto no tiene relación esencial con clases o sectores sociales específicos, sino con comportamientos, con una cultura de masas antisocial que se ha hecho masiva y que es apreciable en los medios de comunicación, en las calles, en las artes y en la política.

Como dice el filósofo español, “la división de la sociedad en masas y minorías excelentes no es, por lo tanto, una división en clases sociales, sino en clases de hombres, y no puede coincidir con la jerarquización en clases superiores e inferiores”.

Por lo mismo, en las carreteras y en los barrios más pudientes de las ciudades anda mucho “flaite” en autos de alto precio, transgrediendo toda norma mínima de civilidad al volante en cuanto al resto o con sus vecinos. Ese sujeto antisocial -como dice el autor español- no es más que aquel petulante que se cree superior a los demás. Muchos son instruidos, pero sin embargo, son hombres masa (flaites) en todo sentido.

Así, el flaite es el nuevo prototipo de la cultura de masas, aquel individuo que carece de todo contenido político y social, y que opera como un hombre masa en cuanto puede hacerlo.

Este prototipo de “ciudadano” (si podemos llamarlo así) es producto de los medios de comunicación, el sistema educacional y los nuevos modos de consumo que operan actualmente.

Abundan en los estadios y barras de los equipos de fútbol, en los malls cada fin de semana, en las manifestaciones o actos públicos (a las cuales se suman sin saber el leiv motiv de éstos), y en cualquier evento masivo que implique aglomeración o muchedumbre.

El flaite es la materialización del ciudadano convertido en consumidor compulsivo e ignorante, pues no sólo carece de ideales o principios comunes sino que tal como dice Ortega y Gasset, “no se valora a sí mismo -en bien o en mal- por razones especiales, sino que se siente «como todo el mundo» y, sin embargo, no se angustia, se siente a saber al sentirse idéntico a los demás…”. (Punto aparte es que ésto parece no complicar a quienes tienen poder político o económico, sino que más bien les parece lo óptimo, pues el flaite es eficiente en cuanto deslegitimar -con su propio actuar- cualquier manifestación pública de ciudadanos responsables, fortaleciento entonces el discurso elitista de las elites gobernantes).

Los medios, sobre todo la radio, la televisión y la publicidad, han sobreexplotado la cultura flaite, sobre todo con los programas de “farándula”, los realities show y los programas juveniles, generando una homogeneización extraña que por un lado resalta la individualidad pero que termina por igualar a todos en cuanto vestimentas, música, gustos, intereses, pero sobre todo en la calaña de los contenidos.

Por lo mismo, la cultura flaite, esta nueva rebelión de la masa, se ha hecho cada vez más notoria e invasiva en varias dimensiones sociales. No sólo ha hegemonizado los medios abiertos como la TV o los diarios, sino que la mayor parte de los espacios públicos y en los modos de comportamientos de los sujetos.

Así, no es rato tener que escuchar música (aunque no nos guste) proveniente de estrambóticos celulares o desde autos con alto parlantes “enchulados”, sino también soportar muchas veces, la baja civilidad e incluso la cultura criminal de algunos individuos (que en su mayoría no saber estar en espacios públicos).

Así, lo que vemos cuando ocurren muchedumbres como las del parque O´Higgins es una suma de individuos “irracionales” en un sentido colectivo, que carecen de noción individual y a la vez de noción social. Son los idiotas en el sentido estricto de la palabra.

Lo que vimos en el Parque O´Higgins, años atrás un lugar tradicional donde las familias festejaban, es la expresión de una cultura de masas idiota y totalmente desbordada, carente de normas en cuanta vida social e individual. Una cultura de masas alienada, desprovista de toda civilidad.
*El flaite es un modismo usado en Chile para referir a sujetos marginales o de conducta mal educada o antisocial.

sábado, 12 de septiembre de 2009

EL VERDADERO CAMBIO

Los verdaderos cambios –no los de simple slogan- la mayoría de las veces se producen de forma imperceptible, silenciosa, sin aspavientos, ni violencia. La gente no los visualiza y generalmente las elites los detectan cuando éstos ya llevan bastante avance. El nuevo orden, el cambio legítimo y verdadero, no provendrá de las elites, ni de algún iluminado de turno, sino y como siempre debería ser, de los propios ciudadanos.

Desde inicios de la época moderna, el eje de casi todas las disputas políticas ha sido el cambio, entendido como la contraposición entre un orden político y social vetusto, desgastado y otro renovado, esperanzador y con futuro. (Antiguo Régimen versus la Revolución; absolutismo versus liberalismo; capitalismo versus marxismo, tradicionalismo versus modernidad, etc).

En esa misma lógica, en Chile la mayor parte de las disputas políticas del último tiempo han girado en torno al tema del cambio, que se ha vuelto el eje para definir la contraposición entre los candidatos y establecer sus diferencias.

Sin embargo, lo viejo y lo nuevo no son posiciones estáticas, ni absolutas sino contextuales, y el paso del tiempo y el discurso siempre se encargan de alterar o exacerbar esas percepciones.

En 1990 la Concertación representaba un posible nuevo orden en todo sentido (por eso su slogan “La Alegría ya viene”), mientras que el régimen militar significaba lo viejo, la continuidad del sistema dictatorial y los tiempos de mayor fractura política.

Luego de casi 20 años en el poder, ante la ciudadanía la Concertación ha perdido ese semblante novedoso, no sólo por el paso natural del tiempo, sino también por otros factores como la falta de nuevos liderazgos, una creciente tendencia a la partidocracia, y el mantenimiento de la institucionalidad autoritaria casi intacta.

En ese contexto, la Alianza ha levantado del discurso del cambio como foco central de su oferta política, no tanto por que ésta represente lo nuevo ni el cambio verdadero, sino más bien por una imperiosa necesidad, poder diferenciarse de la Concertación, porque de lo contrario no puede hacerlo en el contexto político actual.

En otras palabras, sin el slogan del cambio, la Alianza es igual que la Concertación en cuanto alternativa electoral, pues sus planteamientos no van más allá de criticar el tiempo que lleva la Concertación en el poder (la misma idea era la alternancia) y la forma en que han administrado el orden político imperante (mediante la simple apelación a traer a los mejores para gobernar).

Si nos abstenemos de esos dos factores, la Concertación y la Alianza no se diferencian en mucho sólo que uno quiere mantener el poder y el otro llegar a éste. Es una diferencia de forma, no de fondo. Y eso, los ciudadanos lo notan cada vez más.

En otras palabras, ambas coaliciones representan el viejo orden político (que es el imperante hoy día) que sigue siendo el orden institucional estructurado y planificado durante el régimen militar, con un sistema electoral tutelado que ha mantenido a las mismas elites políticas por 20 años, que ha fortalecido un sistema partidocrático, y ha dado paso a una oligarquía buró-empresarial transversal.

En forma creciente, para más ciudadanos, ambos sectores (la Concertación y la Alianza) representan a quienes por 20 años han hegemonizado la política en cuanto representación y han hecho usufructo del sistema político y electoral para beneficio propio.

Ambos sectores encargan un orden institucional que pierde creciente validez, porque es cada vez menos representativo, está cada vez más viciado en su interior, y no es más que una oligarquía isonómica, donde existen derechos civiles iguales, pero no derechos políticos iguales.

La gente lo sabe, y la prensa de vez en cuando lo hace notar.

Los otros candidatos, aún cuando proponen cambios, terminan por validar la misma estructura institucional al entrar en el juego electoral, y también al desarrollar en sus propias organizaciones, los mismos vicios y prácticas que critican.

En otras palabras, los candidatos se convierten en las opciones que el sistema ofrece y permite y no las opciones que los ciudadanos pretenden o consideran.

Por eso, muchos ciudadanos no votarán por ninguno de los candidatos en estas elecciones y quizás en varias más. Ese es y será el verdadero cambio. Esa es la verdadera revolución. Esa es la forma de cambiar el fondo y no sólo la forma.

El nuevo orden, el cambio legítimo y verdadero, no provendrá de las elites, ni de algún iluminado de turno, sino y como siempre debería ser, de los propios ciudadanos, de forma silenciosa e imperceptible.

jueves, 3 de septiembre de 2009

LOS VOTANTES PERDIDOS

Los resultados de la encuesta CEP julio-agosto no aportan nada nuevo, excepto –y de forma involuntaria- que el número de gente que no votará por nadie está aumentando.

Cifras más cifras menos, millones más o millones menos en campaña, el escenario político parece no alterarse mayormente. Las intenciones de la gente parecen estáticas, y los candidatos parecen no ganar adeptos –a pesar de la cantidad de dinero gastado, carteles pegados y spot grabados- sino más bien conservar los ya adquiridos.

El votante chileno es conservador, no es innovador ni muy variable. Sin embargo, hay un fenómeno que ninguna encuesta, incluida la CEP, quiere mostrar, aunque es patente, el aumento de gente que no votará por nadie, ya sea por no estar inscrito o porque nadie lo convence.

Y no quieren decirlo ni mostrarlo porque el efecto sería arrollador. Sí, porque la gente aún cuando vota de manera conservadora o rígida, es susceptible ante ciertos mensajes. Y decir que aumentan los que no votan por nadie, es un mensaje es claro: no son pocos los que consideran que la clase política no está a la altura…

Probablemente muchos ciudadanos opinan eso, en sus casas, en sus trabajos, en los asados, en la sobremesa. Y sin embargo, probablemente votarán por algún candidato, simplemente porque asumen -inconscientemente- que eso es lo lógico. No votar es un desperdicio, una irracionalidad.

¿Y si varios lo hacen? ¿Están todos locos? No necesariamente. Probablemente varios ya hacen un diagnóstico del entorno político, libre del fervor ideológico-partidario, o de la errada exaltación cívica que indica que lo bueno es votar por lo que hay (algunos votan por x candidato, más por una mal entendida obligación cívica que por convicción política).

Si uno analiza los resultados de la CEP y más aún, cree en ellos, prácticamente no hay alteraciones en las preferencias de los electores. Si entendemos la política como convencimiento del otro ¿Qué clase de políticos son éstos, que no convencen a nadie? ¿Realmente hacen política?

Quizás por eso, el número de gente que no votará por nadie crece silenciosamente mientras son más los que ven el acto de votar por nadie como algo válido y razonable. Porque no hay política.

Por eso, quienes necesitan de la legitimidad del ciudadano a través de su voto, le ofrecen poder desesperadamente, en campañas de TV, en radios, en carteles y gigantografías publicitarias, como si fueran consumidores. Pero no hay política ¿Publicidad engañosa entonces?

Los ciudadanos comienzan a darse cuenta que no hay política, sino otra cosa extraña.
Por eso, los resultados de la encuesta CEP julio-agosto no aportan nada nuevo, excepto –y de forma involuntaria- que el número de gente que no votará por nadie está aumentando calladamente. Esa es la verdadera revolución silenciosa.

viernes, 21 de agosto de 2009

El fin de la virtud

El episodio entre representantes de dos poderes del Estado sólo muestra que la virtud (el arete), aquello que tanto valoraban los griegos, está desaparecida.

Para Aristóteles, el político, según su apetito recto, relacionado con las virtudes humanas, desarrolla la virtud en el aspecto práctico, pues conoce para obrar bien. Ese es su fin último, el bien común de la polis, por tanto ejerce su poder en forma racional sobre la polis.

“Poder se dice también de la facultad de hacer bien alguna cosa o de hacerla en virtud de su voluntad” (Aristóteles, 2000: 149).

La política debe ser conocida por quienes practican apetitos rectos, deben tener ética, que es parte de la filosofía práctica, junto a la política y la economía.

Según Aristóteles quien legisla y gobierna debe volcar su virtud, su conocimiento hacía la praxis, para ser un buen ciudadano y generar el bien común. Por eso el ideal de gobierno de Aristóteles es la aristocracia o el gobierno de los virtuosos.

Por lo mismo, Aristóteles justifica el poder ejercido por los aristócratas políticos, quienes serían los más virtuosos de la polis y los únicos capaces de obrar según la virtud, el bien obrar, y las virtudes máximas, la templanza, la fortaleza, la justicia y la prudencia.

Pero ¿Se cumplen hoy día esas premisas? Al parecer no. Los hechos lo demuestran claramente.

La guerra de papeles entre el ministro del Interior, Edmundo Pérez Yoma y el diputado Arenas en plena sesión del Congreso donde se interpelaba al representante del Ejecutivo por la situación en la Araucanía, son sólo otro ejemplo de este claro debilitamiento y la degradación de la “aristocracia”.

Pero esta semana hemos tenido otras dos muestras de que el arete (la virtud) se perdió en gran medida con: las declaraciones de Evelyn Matthei en cuanto al mal uso de asignaciones parlamentarias; y el uso de vehículos fiscales para un acto de campaña de Eduardo Frei.

Así, y como diciendo, si todos lo hacen es normal y correcto, sin ningún tipo de vergüenza –y más bien como una justificación- Evelyn Matthei declaró que lo que se le acusa a la diputada Claudia Nogueira (UDI) –mal uso de recursos públicos y asignaciones parlamentarias- es una práctica generalizada, que es común a todos los diputados, y que es un "pecado colectivo" pues todos lo hacen.

Planteó que existían dos opciones: o un desfile de diputados en tribunales o un arreglo político (el uso de un resquicio para hacer que la falta no sea tal, tal como se hizo con el caso sobresueldos el 2003).

Claramente la primera medida es la más democrática, pues permite que funcionen los checks and balance (que el poder tenga contrapesos). La segunda, es claramente una medida elitista, donde la clase política protege sus intereses y no los de los ciudadanos.

Como es lógico y no por eso ético, la senadora prefiere la segunda solución.
Como la virtud no es de exclusividad de una clase, ideología, credo, raza o grupo social, la perdida del arete que valoraba Aristóteles, parece ser transversal en nuestro escenario político actual.

Por eso, la ministra de Cultura, Paulina Urrutia; de Trabajo, Claudia Serrano y a la subsecretaria de Minería, Verónica Barahona, no tuvieron problemas en utilizar vehículos oficiales para asistir a una actividad de campaña de Eduardo Frei, aún cuando una orden del propio Ejecutivo, o sea de la Presidenta, impedía tal uso.

Sin embargo, y en la misma lógica de Matthei, en cuanto a que si todos lo hacen es normal y correcto, el ministro Viera-Gallo –quién además usa balizas aunque es ilegal- en apoyo a las ministras, dijo que él también usa el vehículo para actividades no propias del cargo.

En ambos casos, el mal uso de los recursos públicos, obtenidos a través de los impuestos que los ciudadanos comunes y corrientes pagan, son utilizados por las elites en pro de sus propios intereses, y peor aún esos malos usos son justificados en nombre del bien común a través de subterfugios.

Por eso, la guerra de papeles entre representantes de dos poderes del Estado en pleno Congreso y a vista y paciencia de todos, sólo muestra que la virtud (el arete), al que apelaba el gran Filósofo griego, está desaparecida casi en su totalidad en la propia “aristocracia” chilena, que más parece degradada.

Y todos ya sabemos que cuando la Aristocracia se pervierte, se convierte en Oligarquía.

-Aristóteles. (2000) La Metafísica. Colección Austral, Madrid.

lunes, 17 de agosto de 2009

Los mapuches y la tierra, un análisis mutualista

Desde un punto de vista mutualista, el argumento en contra de la devolución de tierras a los mapuches, basado en la venta por parte de algunos, parece falaz, pues dichas tierras en el fondo fueron obtenidas por medio de la fuerza por parte del Estado chileno, y no a través de libre intercambio.
Los últimos acontecimientos en la Araucanía, no sólo demuestran que la estructura política e institucional chilena es incapaz de absorber las demandas e insertar a dichos sectores como actores políticos y sociales, aún cuando presentan un claro proceso de indigenización, sino que no son capaces de dilucidar que la raíz del problema tiene un origen histórico profundo: la pacificación de la Araucanía, que en realidad fue una invasión militar.
Desde un punto de vista mutualista, esto es una clara acción de agresión del Estado en contra de legítimos propietarios de la tierra, a través del traspaso a colonos.
Durante el gobierno de Domingo Santa María y luego de la Guerra del Pacífico, se inicia una segunda campaña de incorporación de la Araucanía, luego de un proceso de sublevación mapuche.
Bajo el triunfo del Estado chileno, se estructuró entonces una institucionalidad, que eliminó al sujeto indígena como potencial actor político, económico y social, excluyéndolo de la educación y el acceso a bienes y espacios que el gobierno y otras esferas generaban, atomizando sus comunidades y reduciéndolas a grupos familiares carentes de capacidad para generar una organización amplia bajo criterios etnográficos.
Uno de los argumentos en contra de las demandas mapuches consiste en decir que las tierras fueron vendidas por estos y que los actuales propietarios de las antiguas tierras mapuches son legítimos en cuanto las adquirieron mediante compras.
Desde un punto de vista mutualista, el argumento en contra de la devolución de tierras a los mapuches, basado en la venta por parte de algunos, parece falaz, pues dichas tierras en el fondo fueron obtenidas por medio de la fuerza por parte del Estado chileno, y no a través de libre intercambio.
Lo cierto es que aún cuando el actual dueño de la tierra la haya comprado “honestamente”, para que dicha propiedad sea legítima es necesario que el vendedor (El Estado) estuviera en posesión legítima para tener el derecho de venderla. Y el Estado chileno adquirió esas tierras por la fuerza y no por compra.
De lo contrario, como plantea Lysander Spooner “el título legítimo continuará perteneciendo a los desposeídos de su propiedad aun después de una, dos, tres y cien ventas con ahorro y trabajo de por medio”.
Las comunidades mapuches parecen haber tomados conciencia de este antecedente histórico, rompiendo con una lógica institucional y discursiva que se sedimento desde los inicios de la nueva república chilena, que no sólo borró cualquier vestigio de su propiedad sobre los nuevos territorios ocupados sino que fueron reduciendo la presencia de su cultura dentro del ideario nacional, bajo el discurso de lo criollo como constitutivo de lo chileno.
Debido al mayor acceso a información y bienes, generado por el mayor acceso a la educación e información de las generaciones más jóvenes de mapuches, se han visto con mayores incentivos para desarrollar sus organizaciones, revalorar sus aspectos culturales y articular sus demandas, que van desde la propiedad de la tierra hasta la no discriminación en general.
Porque contrario a lo que muchos plantean, las demandas no necesariamente provienen de mapuches excluidos, sino de jóvenes líderes mapuches que son universitarios.
Es claro que la creciente irrupción del mapuche como sujeto activo en cuanto a sus demandas, descoloca a los actores políticos institucionales, que no saben cómo cooptarlos y por tanto, no ven más opción que deslegitimar su incursión como actor social y político, penalizando y judicializando sus demandas sobre la propiedad de las tierras, asumiéndolas como totalmente ilegítimas, aunque la historia diga lo contrario.

viernes, 14 de agosto de 2009

El Gran engaño o quienes son los gatopardos…

Si el PC apoya en segunda vuelta a Frei, claramente los "gatopardistas", aquellos que engañaron y distrajeron al electorado, y “al pueblo”, ha sido la propia izquierda extraparlamentaria.

La idea de Arrate como candidato presidencial surgió como un proceso independiente desde dentro del PS, que se dilucidaba en principio, como un paso para conformar una nueva fuerza de izquierda amplia, democrática, moderna y competitiva.

Se interpretaba como un primer paso para dar respuesta a una creciente necesidad, la de construir una alternativa política a las coaliciones hegemónicas -la Concertación y la Alianza- nueva y viable que aunara a distintos sectores.

Por lo mismo, no era raro que de esos sectores provinieran duras críticas a la Concertación, declarando su estado mortuorio, su anquilosamiento, su elitismo excesivo, y donde tanto la Alianza como la Concertación, eran visualizadas como un solo cuerpo, que en el fondo representaban lo mismo, el continuismo, etc.

En ese contexto, Arrate comienza a surgir como el rostro visible para la construcción de un proyecto político nuevo, con el que diversas personas se identificaban sin importar su partido de procedencia o historial político, pero que querían cambios profundos, como un nuevo sistema electoral o una nueva constitucionalidad, y evitar las lógicas políticas nefastas que tanto se criticaban, fomentando la participación y la inclusión de distintos actores y sectores.

En el proceso, en ningún caso se pretendía refaccionar el Juntos Podemos o convertir a Arrate en el candidato de éste (aunque sí tratar de atraer su apoyo al igual que los de Navarro por ejemplo, para construir una nueva fuerza amplia).

Se tenía claro que Arrate debería representar algo completamente nuevo, porque no surgió como candidato exclusivo del Juntos Podemos -que tenía a otros posibles candidatos- sino de sectores socialistas descolgados, decepcionados (o fracasados según Escalona), pero sobre todo de ciudadanos diversos, incluidos independientes, gente decepcionada de la política en general, etc.

¿Qué ha ocurrido en la praxis desde la proclamación de Arrate como candidato del Juntos Podemos?

Primero, los Humanistas se fueron del JP, dando su apoyo a Marco Enríquez Ominami. Segundo, Arrate es el candidato del Juntos Podemos y no de un nuevo proyecto político, ni el nombre cambió.

Lo último. A meses de la elección presidencial, Teillier no descarta apoyar a Frei en segunda vuelta.

Al parecer Teillier está tomando en cuenta que Arrate no pasa del 1% según las encuestas, que los humanistas ya se fueron con Marco Enríquez y que el pacto contra la exclusión ya está hecho.

Así, a meses de la elección, al parecer le da lo mismo lo que ocurra con Arrate en primera vuelta pues ya proyecta la segunda, asegurando su apoyo a Frei aún cuando el propio candidato del JP ha dicho que existe colusión “entre Piñera, MEO y Frei”. E incluso que “son todos lo peor de lo mismos, lo menos de lo mismo y más de lo mismo”.

¿Alguien entiende esta especie de autoinstrumentalización y auto cooptación? ¿Qué dice Arrate de esta auto “torpedeada”?

¿Qué paso con el nuevo proyecto político en el que participaban independientes y personas de otros partidos? Si es que queda algo de éste ¿Se disolverá en pro del pacto contra la exclusión que favorece al PC?

Algunos dirán que el apoyo es válido pues ya está el pacto contra la exclusión y así se logra la mayoría parlamentaria para llevar a cabo los cambios. Eso dijo Frei.

La pregunta es ¿Por qué ahora se harían esos cambios si en veinte años no se han hecho?
¿Se podrán hacer tomando en cuenta que en el parlamento se rechazo la ley que limitaba la reelección? ¿Harán los cambios los mismos que no quieren dejar de ser reelectos? ¿Por qué el PC no apoya a Frei de inmediato si ya consideran que Arrate no pasa la primera vuelta?

Más aún ¿Qué pasó con la construcción de una nueva alternativa política a la Concertación y la Alianza?

Lo cierto es que si el PC apoya en segunda vuelta a Frei, claramente los "gatopardistas", aquellos que engañaron y distrajeron al electorado y “al pueblo”, no fueron Marco Enríquez y compañía como se ha dicho, sino la propia izquierda extraparlamentaria al legitimar a la misma coalición que critican.

Lo anterior tiene una probable explicación. Rigidez, pero sobre todo poca inteligencia política.

EL FACTOR MEO

Cuando MEO irrumpió y descalabro el escenario político con su candidatura, alterando la binominalidad porcentual, atrayendo a sectores descontentos con la Concertación y la Alianza, no atraídos ni por Frei, Piñera ni el Junto Podemos o el PC, estos últimos no hallaron nada mejor que atacarle.

No sólo actuaron antidemocráticamente al deslegitimar a priori sus pretensiones electorales, sino que le acusaron de ser una especie de distractor de la derecha, (un derechista claramente) para evitar la organización de las fuerzas de la izquierda dispersa y no articulada.

Hasta ahora, se ha dicho que Meo es servil a la derecha, que se colude con Piñera para atacar a Frei, para dividir a la Concertación y permitir el triunfo del empresario, que es ambiguo.

En esa lógica se ha dicho que Piñera, Frei y MEO son más de lo mismo, y que la alternativa es la candidatura de Arrate, respaldada por el ex Juntos Podemos, que en realidad es el PC, la Izquierda Cristiana, varios socialistas e independientes.

Pero lo cierto es que no vieron que Meo -aún cuando le despreciaban pues provenía de la misma Concertación al igual que Arrate- no sólo coincidía con ellos en el diagnóstico en cuanto a la Concertación, sino que además, les daba la posibilidad de ampliar el espectro electoral a nivel de independientes. Sólo tenían que negociar inteligentemente.

¿Qué hubiera pasado –o pasaría- si el PC y el alicaído Juntos Podemos apoyarán a MEO, tal como lo hicieron sus socios humanistas, estableciendo ciertas condiciones o acuerdos mutuos en caso de lograr la presidencia? ¿Es o era tan inviable hacer eso? ¿Es tan rígida la ideología como para no establecer acuerdos?

Probablemente vencerían a Frei, incluso quizás a Piñera.

Sin embargo, el problema no sólo es que la mayoría de los actores políticos chilenos manejan sus ideas como si fueran piedras, sin poder negociar, sino que reproducen las mismas prácticas que critican.

Cuestionan el elitismo y la partidocracia, y sin embargo, conforman rápidamente elites y grupos partidarios de decisión y de clientes políticos, que finalmente terminan por dejar a las bases e independientes relegados.

Y no manejan ni pretenden crear mecanismo alguno para evitar eso. Por lo mismo, las disputas intestinas terminan por debilitar aún más la posible unidad, sobre todo porque no hay ningún liderazgo.

Critican la falta de diálogo. Pues bien, y acorde a la lógica anterior, mal entienden el diálogo incluso con aquellos que pueden ser más cercanos a sus ideas. Todos son muy caudillistas y mesiánicos. Si no fuera así, Navarro y Arrate, hace rato habrían establecido un acuerdo de unidad basado en negociación y no ahora recién cuando quedan pocos meses. Pero no, ahora cada uno marca 1% por si solo.

Claramente, falta astucia política y en vez de generar un forado en la hegemonía dominante a la cual criticaban, se acercan a ella, hacen acuerdos parlamentarios y quizás le prometen los apoyos en segunda vuelta al candidato oficialista. De proyectos políticos nuevos nada.

¿De qué estamos hablando entonces?