viernes, 21 de noviembre de 2008

Industria automotriz en crisis ¿Rescate justo o más capitalismo crony?

Primero fueron los grandes bancos. Ahora General Motors, Chrysler y Ford quieren 25.000 millones de dólares de rescate, que les permitan evitar un eventual colapso. ¿Rescate justo o una prueba más del crony capitalismo imperante?
El rescate financiero -intervención indebida del Estado en el mercado, según algunos hace un tiempo atrás- en Estados Unidos y otros países como Inglaterra fue posteriormente justificada de diversas formas: "Se salvaba una parte importante del sistema económico"; "se evitaba llegar a la crisis"; "se evitaba el paso de la crisis financiera a la economía real"...etc.
Probablemente y no por nada, un comité de la Cámara de Representantes de Estados Unidos acusó a las agencias calificadoras de riesgo de haber abusado de la confianza en ellas y de ignorar las señales que anticipaban la crisis actual.
Sin embargo, algunos dijeron que la culpa fue exclusivamente por la intervención del Estado al establecer leyes como la Ley Gramm-Leach-Bliley, firmada en noviembre de 1999 por el presidente Clinton, o la ley federal de 1995, la Community Reinvestment Act (CRA).
Las razones enarboladas para pedir tal intromisión del gobierno, del Estado, en la economía y los asuntos privados de una empresa: se encuentran en una situación precaria, en parte por la desaceleración económica, mala administración y pocas posibilidades para prestar dinero debido a la crisis crediticia.
Lo cierto es que la crisis de ventas de GM, Ford y Chrysler, proviene de mucho antes de la crisis actual y está agravada desde el año 2005.
¿Entonces qué implica esta petición de rescate, más allá de pretender salvar una parte importante del sistema económico o evitar el paso de la crisis financiera a la economía real? Veámos lo cierto, detrás de todo esto.
Lo principal y más concreto es que el paquete de rescate bancario de US$700.000 millones de dólares, fue hecho con el dinero de los ciudadanos, pero a favor de algunos pocos, mediante una intervención nunca antes vista. "Hasta hace poco nos decían que 6.000 millones de dólares eran demasiados para proteger la salud de nueve millones de niños estadounidenses que no tienen cobertura sanitaria. Y ahora, lanzan la casa por la ventana para salvar el culo a sus amigos", afirmó Arun Gupta.
Mientras tanto, se comienzan a detectar irregularidades tales como que Quince ejecutivos de Wall Street cobraron 100 millones cada uno en plena crisis, por compensaciones y dividendos de acciones mientras se gestaba la actual crisis de mercados financieros.
En este sentido, el Congreso de EE.UU. y el FBI, ya estaban investigando posibles fraudes y el por qué los directores de los bancos que tuvieron que renunciar a sus cargos debido a las fuertes pérdidas sufridas por la crisis de las subprime recibieron millonarias compensaciones.
Michael Hudson habla de "acusaciones de fraude lanzadas por los fiscales generales de 11 estados contra prestamistas rapaces como Countrywide o Wachovia, la compra de los cuales fue motivo de tanto orgullo por parte de Citibank, JP Morgan Chase y Bank of America".
A pesar de todas estas eventualidades e irrgeularidades en el Capitalismo Avanzado, la asistencia social por parte del Estado para las empresas financieras, a costa del dinero de los contribuyentes, no demoró mucho.
Lo cierto es que, como plantea George Monbiot, "la asistencia social prestada a las corporaciones es un rasgo consistente del capitalismo avanzado".
Como también plantea Joan Subirats, hay "socialismo para los bancos, neoliberalismo conservador para la gente".

Como indica Monbiot, "los jefes de las empresas farmacéuticas, prospectoras de petróleo, supermercados y bancos se hacen con los fondos que saca el gobierno de los bolsillos de gente mucho más pobre que ellos mismos".

Quizás por eso, y en un paradójico temor, el senador republicano Jeff Sessions declaró –ante la petición de ayuda de las automotrices, que:
"Una vez crucemos la frontera entre las instituciones financieras y las grandes empresas entonces ¿quién establecerá un límite?".

Como plantea Michael Hudson, "seguimos esperando una respuesta pública al problema de cómo amortizar las deudas. El interés económico de quién deberá sacrificarse: ¿el de los deudores, como ha venido ocurriendo durante los últimos ocho siglos; o el de los prestamistas, que han luchado para crear una economía neoliberal controlada por el sector financiero?"

Lo cierto y más paradójico es que un informe del Cato Institut -favorito de algunos seudoliberales que niegan estas cosas- y cuyo autor es Stephen Slivinski, "estima que en el año 2006 el gobierno federal se gastó 92.000 millones de dólares en subvenciones al sector de negocios. Buena parte de ello se destinó a importantes empresas como Boeing, IBM y General Electric", como explica el mismo Monbiot.

Así, desde 1991 por ejemplo, IBM, General Electric, Dow Chemical, Caterpillar, Ford, DuPont, General Motors, Chevron y Monsanto han obtenido cientos de millones de dólares del programa de Tecnología Avanzada del gobierno federal estadounidense.

Pero Monbiot nos muestra algo más grave, "un nuevo documento del Institute for Policy Studies norteamericano muestra que a través de una serie de astutas lagunas fiscales y de contabilidad, los Estados Unidos gastan 20.000 millones de dólares al año subvencionando los sueldos de los ejecutivos".
Como ha planteado el economista Robert Samuelson, enormes "recompensas inmediatas" para la crema de Wall Street, "les cegó ante los peligros a largo plazo" inherentes a los tremendos riesgos que estaban corriendo – con el dinero de otros. Lo más probable es que terminen dándole esos 25 mil millones a las tres grandes automotrices.
Es probable que se salven muchos empleos, eso es cierto. Pero también es cierto que, tal como plantea George Monbiot "No hay y nunca ha habido libre mercado en los Estados Unidos".

En eso coincide Lester Thurow, quien ante los escándalos del 2002 en EE.UU. ya decía: "La mejor solución es advertir a los pequeños inversores que el juego está arreglado de antemano. Ningún inversor particular, por mejor informado que esté, puede jugar al mismo nivel que los inversores institucionales, las firmas de Wall Street y los ejecutivos corporativos...es fraudulento pretender que se pueden impedir nuevos escándalos financieros".
Los sermoneadores del libre mercado llevan mucho tiempo aplicando el Estado de Bienestar para ricos
George Monbiot
Rescate para unos pocos, esclavos de la deuda el resto
Michael Hudson

martes, 18 de noviembre de 2008

La pertinencia de Robert Michels en el actual escenario político chileno

Robert Michels publicó su obra Los Partidos Políticos en 1911, donde expuso su famosa Ley de hierro de la oligarquía, que plantea que toda organización eficiente siempre necesitará un liderazgo fuerte, cuya constitución se basará en la creciente concentración de la cúpula dirigente, lo que irremediablemente irá en desmedro de la democracia interna.
Basado en análisis en torno al Partido Socialista Democrático alemán de su época, llegó a la conclusión de que ninguna organización es democrática en sus estructuras internas, debido a una irremediable y creciente tendencia hacia la oligarquía.
Michels planteaba que las funciones técnicas y administrativas cada vez más complejas derivan en más burocracia y finalmente en oligarquía en cualquier estructural organizacional, ya sea un partido político, un gremio, una empresa, etc.
La concentración del poder ocurriría en base a la competencia entre las elites de cualquier entidad organizacional dada, donde dichos grupos se centran esencialmente en lograr el control de los bienes con que cuenta la organización –ya sean estos patrimoniales, políticos o simbólicos- y que son siempre limitados.
En esa pugna, las elites dirigentes más fuertes se van posicionando sobre otras, las absorben, las cooptan, las reducen, las reposicionan o las disuelven, reduciendo su número dentro del campo de competencia, lo que termina por estabilizar su dominio.
Según Michels, la estabilización del dominio dará paso a la sustitución de los fines últimos por los fines instrumentales de la organización, marcando entonces una creciente rigidez ideológica, que en definitiva se traducirá en tendencias cada vez más conservadoras por parte de la clase dirigente.
Lo anterior derivará en que la elección de líderes se realizará mediante cooptación o mediante procedimientos que Linz llama de partidocracia, que tienen carácter oligárquico pero que son presentados como procesos democráticos al interior de la organización.
Sin embargo, a pesar de sus aportes teóricos, Michels dejó muchos planteamientos sin concluir. Así por ejemplo, no abordó de manera profunda los problemas que genera la inevitable concentración (reducción) de los cuadros dirigentes en cualquier elite y en sus organizaciones, en cuanto a la propia organización.
Ésta, indefectiblemente generará rupturas internas entre las capas dominantes, debido a la profundización de la dicotomía entre eficiencia -en cuanto a mantener el poder, obtener dividendos electorales y bienes políticos que se vuelven cada vez más escasos- y la democracia interna -en cuanto a mantener vías de comunicación entre las bases y las distintas cúpulas dirigentes-.
El agotamiento interno de las elites -por el paso del tiempo, por malos cálculos políticos, por deterioro del discurso común unificador o por disminución en los bienes a repartir, y más importante aún, por falta de nuevos cuadros o miembros- no sólo generará paulatinamente falta de cohesión entre sus miembros dirigentes, sino que irremediablemente afectará la legitimidad de la elite dominante con respecto a sus bases de apoyo.
Este fenómeno es apreciable a nivel de coaliciones de gobierno, partidos políticos, dirigencias deportivas, vecinales, o de cualquier índole.
A nivel político partidario, este fenómeno puede ocurrir simultáneamente en una coalición de partidos, cuyos actores entran en una fase aguda de concentración -y posterior agotamiento- de la elite dirigente, que luego se expande a todo el conglomerado y sus suborganizaciones.
Las pugnas internas al interior de algunos partidos o coaliciones en torno a los liderazgos y el control discursivo de la organización y sus bienes -materiales y simbólicos- pueden tener como resultado diversos fenómenos como la expulsión o renuncia de algunos miembros y el desarrollo creciente de fraccionamientos profundos.
En este sentido, el actual escenario pre-presidencial, donde existen fuertes pugnas internas, distanciamiento entre los liderazgos y decisiones que parecen en muchos casos arbitrarias, tanto al interior de las coaliciones como dentro de sus partidos constituyentes, parece demostrar en parte algunos de los planteamientos de la Ley de Hierro de la Oligarquía de Michels.

viernes, 14 de noviembre de 2008

La necesidad de un nuevo pacto político y ciudadano ahora

Mientas la estructura electoral está encauzada a restringir el número de opciones políticas en pro del bipartidismo, lo cierto es que la atomización y falta de acuerdo al interior de las coaliciones se hace cada vez más notoria, demostrando el agotamiento de los conglomerados hegemónicos.

El sistema de dos coaliciones, la Alianza por Chile y la Concertación, parecen encontrarse en un momento crítico. Ambas fuerzas políticas presenten –en mayor o menor medida- fracturas al interior de sus pactos que han atomizado las posiciones de sus actores partidarios e individuales, y que en algunos casos han dado paso al surgimiento de organizaciones fuera de los pactos como el PRI y el MAS.

Lo anterior es el reflejo del agotamiento político, no sólo interno sino también externo, que conlleva el sistema de coaliciones, debido a la cada vez más baja representatividad que generan sus partidos en el electorado y el creciente inmovilismo en cuanto a la aplicación de políticas, al dar éstos prioridad al mantenimiento de los conglomerados, inhibiendo la discusión y el desarrollo de nuevos proyectos políticos importantes.

Así, aunque hace meses está claro quién es el candidato de la derecha, la UDI aún no lo reconoce como candidato de la coalición, a la espera del surgimiento espontáneo de un rostro propio (como José Antonio Kast). Por lo mismo, tampoco existe consenso en cuanto a un proyecto político claro.

Por otro lado, el establishment de la Concertación y las directivas centrales de los partidos se dividen en varios frentes principales y posibles, Lagos, Insulza y Frei, mientras con ello profundizan la distancia con otros de sus sectores que también comienzan a levantar sus propias opciones como Jorge Arrate en el PS, José Antonio Gómez en el PRSD, incluso a riesgo de generar nuevas rupturas, como ocurre actualmente con Alejandro Navarro.

A lo anterior se suma la izquierda extraparlamentaria, que también se divide en varias opciones, como Tomás Hirsch y Guillermo Tellier sin realmente definir una opción política clara.

Este escenario de creciente atomización y donde las coaliciones hegemónicas y sus sectores dominantes parecen dividirse sin un rumbo ni un proyecto político claros, mientras agudizan sus tendencias oligárquicas, se vuelve favorable para propiciar el surgimiento de un nuevo pacto político, democrático y ciudadano transversal. Es decir, crear una hegemonía alternativa desde la sociedad civil, desde las bases.

Un acuerdo que aune las fuerzas e intereses de diversas sectores, corrientes políticas y actores sociales, a través de las cuales se constituya un proyecto político modernizador y de desarrollo de largo alcance, inclusivo, democrático, respetuoso de la democracia y los derechos humanos, tolerante, a favor de las libertades, derechos y bienestar de todos los ciudadanos, cuyo primer objetivo debería ser cambiar la actual Constitución política y constituir una nueva carta magna hecha por todos los chilenos.

viernes, 7 de noviembre de 2008

Yes, We can

Yes, We can (Sí, nosotros podemos) fue el lema central de la campaña del ahora recién electo Barack Obama. Afirmación positiva con una fuerte carga simbólica opuesta a una forma de hacer política, empantanada y egocéntrica. En Chile también parece ser necesario decir Sí, podemos.
El triunfo de Obama en los Estados Unidos, parece no sólo indicar el inicio de nuevos tiempos en dicho país, sino también una ruptura con el continuismo y anquilosamiento del sistema y una forma de hacer política que se había sedimentado a base de recursos más bien alejados de los principios básicos de la democracia.
Ese Si podemos, era la mejor forma de expresar la oposición de los ciudadanos comunes a una clase política en general, cebada con una forma de hacer política, que se había alejado de su base esencial de legitimidad, los electores.
En Chile también parece ser necesario decir Sí, podemos, ante dos coaliciones políticas cada vez más ensimismadas con el poder en sí y para sí, y peor aún, cada vez más pobres en términos propositivos.
La clave de Obama fue recordar -a diferencia de muchos políticos en estos tiempos- que la base de su legitimidad y liderazgo como político no se sustenta ni en el carisma (autoritario o de otra índole) ni en la tradición, sino en el reconocimiento que los ciudadanos le atribuyen a su proyecto político, sus ideales y planes como propios.
Es a través de eso, que el nexo entre nuestros intereses como ciudadanos, como sujetos individuales se tornan comunes y colectivos, y la representación política adquiere verdadero valor en una democracia.
En Chile, ese nexo entre representantes y representados parece estar profundamente debilitado y deslegitimado. Basta considerar el alto índice de votos anulados y la alta justificación para no votar en la última elección municipal.
Pero sobre todo, basta considerar la alta desafección de los jóvenes con respecto a la política. Futuros y potenciales electores, que sin embargo, no ejercen su derecho a voto y al parecer no tienen intenciones de hacerlo en el futuro.
El problema es grave si consideramos que la población que actualmente ejerce el voto envejece y muere, mientras esos jóvenes, que serán probablemente el sustento de legitimidad para el sistema político y social, no quieren hacerlo. Es decir, en unos años más el sistema no será legítimo porque no habrá suficientes votantes o sólo unos pocos elegirán a nuestros gobernantes.
Sin embargo, ninguna de las coaliciones hegemónicas parece considerar lo anterior en sus análisis o en sus estrategias electorales y políticas. Están ensimismados en mantener el poder o lograr más poder.
Por lo mismo, ninguna de las coaliciones hegemónicas propone restablecer ese nexo básico, que cualquier sistema que se precie de democrático debe tener. Sólo lo instrumentalizan durante los períodos de elecciones y lo circunscriben a resultados electorales, lo reducen a la alternancia.
Por lo mismo, tampoco les interesa encantar a los ciudadanos con propuestas nuevas, con nuevos proyectos, con nuevos sueños, con nuevos ideales. Menos les interesa incluirlos en la toma de decisiones, creen que no podemos o no somos capaces. Sería peligroso y pondría en riesgo el sistema, los consensos, el Estado de Derecho, la estabilidad, etc.
Pero en realidad, nosotros, los ciudadanos, Sí podemos. Podemos romper las barreras del electoralismo y crear un sueño, un proyecto político para todos, de todos y hecho por todos.
Ojalá muchos más digamos Sí podemos…