martes, 28 de abril de 2009

El mundo ante dos pandemias ¿A qué enfermo salvarán primero los gobiernos?

La llegada de la influenza de origen porcino no sólo se pone en riesgo la vida de muchas personas en todo el orbe, sino que podría agravar el estado de salud de otro enfermo, la economía mundial.

El 2009 el mundo entero ya estaba viviendo la fase 6 de un pandemia a nivel económico. Los mercados financieros internacionales ya contagiados por la crisis entraban de lleno en el inicio de una recesión de la que ya no podría salir fácilmente y comenzaban a contagiar otros ámbitos de la economía.

Los costos sociales rápidamente se expandieron por todo el planeta, afectando a casi todos, pero sobre todo a los más vulnerables, ancianos y niños.

No había fórmulas mágicas para revertir la situación y sólo se podían tomar algunas medidas paliativas para hacer el proceso algo menos molesto, hasta que el problema pasará.

Los especialistas de siempre, se tragaban su soberbia, y sólo se quedaban atónitos tratando de entender qué pasaba.

Al igual que las crisis económicas, las pandemias de gripe son fenómenos cíclicos pero habituales, que afectan a número significativo de personas, y que "para variar" perjudican a los más vulnerables.

Lo que no es habitual es que una pandemia económica coincida con una sanitaria en un espacio de tiempo. De ocurrir eso, el escenario se torna más que incierto.

Según la OMS “en el siglo XX se produjeron tres pandemias: la de 1918, que provocó unos 40 millones de muertes, la de 1957, en la que murieron más de dos millones de personas, y la de 1968, con cerca de un millón de víctimas", señala la OMS”.

Lo cierto es que ninguna ha coincidido con una pandemia económica de proporciones.

Sin crisis mundial, el Síndrome Respiratorio Agudo y Grave (SARS) que afectó Asia en 2003 infectando a unas 8 mil personas en el mundo y matando a unas 800, generó perdidas por más de 18 mil millones de dólares. No por la enfermedad en sí, sino más bien por las medidas que tomaban las personas para evitar el contagio.

Sin escenario de crisis económica mundial, durante la Gripe Aviar, se pronosticaban pérdidas superiores a los 800 mil millones de dólares y la muerte de 7 millones de personas.

A diferencia de los casos anteriores, el escenario actual donde surge la pandemia de influenza es claramente más complejo. El Fondo Monetario Internacional (FMI) teme que las pérdidas totales por la crisis financiera mundial surgida en Estados Unidos asciendan a más de cuatro billones de dólares (3,09 billones de euros). Eso sin considerar que las condiciones económicas y de vida de las personas -no de los ejecutivos de Wall Street- están muy afectadas.

Ahí radica el foco del problema, al unirse una pandemia económica a una viral en un mismo espacio de tiempo. Las condiciones económicas dañadas de las personas, alteran las condiciones de vida de éstas, y se vuelven la base para que la enfermedad biológica sea más devastadora y se expanda más rápido.

Veamos algunos ejemplos simples:

¿Dónde han ido las personas que dejaron sus casas por no poder pagarlas?

A casas más pequeñas, o a las casas de amigos o familiares. Quizás han rentado apartamentos pequeños. Es decir, probablemente en algunos casos se han producido claras condiciones de hacinamiento que son perfectas para expandir una enfermedad.

¿Qué pasa si ya no puedo pagar un médico particular o un servicio privado de salud, porque ya no tengo empleo?

Claramente, la opción es asistir a un sistema de salud público ineficiente en muchos casos y aguardar en la atestada sala de espera, hasta que lo atiendan (sí es que lo atienden). Otra vez, una clara condición de hacinamiento, donde el contagio es más que seguro.

A esto se suma que tampoco podría acceder a medicamentos o vacunas porque no alcanza el dinero.

¿Qué pasa si tuve que vender mi auto para pagar deudas pues perdí mi trabajo?

Tomando en cuenta que en Chile un 74% de los hogares chilenos NO tiene auto. Pues la opción es viajar en el transporte público, que va atestado de personas y en algunos casos, como el Metro, no tiene buenos sistemas de ventilación, generando un micro clima, mezcla de sudor, hedor y vapores, muy apto para la propagación y mantenimiento de un virus.

Según algunos los expertos, una pandemia de gripe de este tipo, podría costar a las economías unos US$3 millones de millones. Eso para no exagerar.

Entonces ¿Qué efectos podría tener realmente el desarrollo de una pandemia sanitaria en un contexto de crisis económica mundial?

La respuesta es difícil e incluso apresurada. Pero claramente se pone a prueba la máxima capacidad de respuesta -a todo nivel- de los gobiernos. Sobre todo su capacidad de generar confianza y evitar el pánico, pues un escenario como el actual se presta para confundir prioridades y generar el caos.

¿A qué enfermo salvarán primero los gobiernos?

viernes, 24 de abril de 2009

La Hegemonía que hay que vencer

Tanto la Concertación como la Alianza pretenden enarbolar un discurso de “novedad y cambio” a todo nivel en cuanto a sus candidatos presidenciales, aún cuando en términos concretos ambos son parte de la elite de la hegemonía dominante que no pretende cambiar nada.

Las coaliciones hegemónicas se están viendo obligadas a diferenciarse cada día más ante la ciudadanía para mantener ese espejismo democrático sustentado en el sistema electoral binominal. Sin embargo en ese proceso están demostrando que son profundamente parecidas y no representan alternativas distintas.

Tanto Piñera como Frei han planteado incluir “rostros nuevos” en sus campañas y en sus eventuales gobiernos, con el objeto de “renovar las formas y prácticas políticas”. La idea de fondo en todo esto es mostrarse como una universalidad no excluyente, cuestión clave para hablar de una pretensión de hegemonía. Más aún si consideramos que tal como plantea Laclau, una formación hegemónica incluye a lo que se le opone, y que esto último acepta el sistema de articulaciones (modos y prácticas) que impone dicha formación.

Por lo mismo, esta “inclusión” es sólo un maquillaje para ocultar un hecho cada vez más claro: Los miembros de la clase política, estructurada en torno a la hegemonía dominante, están más envejecidos, faltos de proyectos políticos y ensimismados en el poder. En definitiva están cada vez más oligarcas.

Peor aún, dicho adorno sirve para ocultar que las formas y prácticas políticas imperantes –como el cuoteo político a destajo y la partidocracia- que tanto desprestigio ha traído a la actividad política e ineficiencia y corrupción al Estado, no cambiarán en nada, sea quien sea el presidente y sus asesores.

Y no cambiarán en nada mientras la institucionalidad que las sustenta no cambie. Es decir, mientras parte de la hegemonía dominante no cambie. En otras palabras mientras no se articule un cambio que desamarre el universo político, reducido a campo electoral.

Por eso da lo mismo si llega uno u otro candidato -que no pretende cambiar el orden institucional- pues el cierre del universo político y las malas prácticas que eso conlleva, seguirán porque son esos marcos de acción los que dan la pauta para tal modus operandi de los individuos. No considerar esto es creer ilusamente que hay personas buenas un ciento por ciento en un lado y malas en otro en términos polares absolutos.

Lo cierto es que las personas siguen siendo imperfectas, mientras que las instituciones son las perfectibles. Ya lo decía Montesquieu.

La hegemonía dominante es amplia, cubre casi todos los espacios sociales, públicos e individuales de forma oculta.

Sin embargo, podemos verla objetivada en instituciones formales como la Constitución Política, el sistema electoral, algunos partidos políticos, el sistema educacional, los medios de comunicación, etc. Y también en instituciones informales como la falta de sentido comunitario –y todo lo que ello conlleva-, la desafección política y la sociedad civil débil.

Todas siguen reproduciéndola y haciéndola legítima. Naturalizándola como si fuera un orden previo.

Es a través de estos aparatos que se establece desde arriba lo legítimo a discutir y proponer, se construyen –o más bien impone y crean- los intereses de los ciudadanos y se moldean las voluntades colectivas (individuales). Siempre dentro de los límites que la propia hegemonía permite, nunca más allá.

En definitiva, es a través de estos aparatos que se imponen las alternativas a la ciudadanía, que al igual que los habitantes de una aldea aislada, no conocen otra forma ni modo de pensar el mundo, más allá del que los jerarcas de turno les permiten.

La primera tarea de los ciudadanos para romper con la hegemonía es ver que hay y pueden crear sus propias alternativas. Sus propias hegemonías echarlas a competir. Esa es la verdadera esencia de la Política.

miércoles, 15 de abril de 2009

Con Piñera tampoco llega la virtud política

En un artículo publicado en Revista Qué Pasa, Juan Carlos Jobet, Hernán Larraín Matte y Cristóbal Bellolio, plantean que un triunfo de la Alianza exige cambiar la vieja forma de hacer política. Sin embargo, el último incidente durante el velorio de la niña asesinada en un microbus es un nuevo ejemplo de lo arraigada que está esa manera de hacer política en el candidato de la derecha.
Aprovechando el claro desgaste de la coalición gobernante, en el último tiempo los partidarios del candidato de la derecha han pretendido construir alrededor de éste un discurso que lo ligue con la idea de renovación política.
A través de éste pretenden decirle a la ciudadanía que la transformación de la política –y de Chile en definitiva- en su totalidad depende del cambio de gobernantes, de transformar las formas de hacer política y sobre todo de la inclusión de una nueva generación de líderes jóvenes. En ningún caso sin embargo, se habla de cambiar un ápice la institucionalidad vigente.
Jobet, Matte y Bellolio dicen que “la Alianza sigue liderada hoy por los mismos que durante más de 20 años han conformado una tenaz oposición” y que por lo tanto, Piñera debería abrir espacios a los jóvenes.
Sin embargo, si consideramos que lo mismo ocurre en la Concertación y que en conjunto ambas coaliciones se han convertido en 20 años en una elite política envejecida y profundamente relacionada en términos económicos, incluso homogénea.
Entonces ¿Por qué creer que Piñera –que es parte de esa elite- permitiría la inclusión real de nuevos elementos, haciendo caso omiso a la presión de sus propias filas?
Según Jobet, Matte y Bellolio, el escenario es propicio para tal efecto, puesto que “no es casualidad que el promedio de edad de nuestra población sea de 31 años, los mismos que apenas llegaban a los 10 para el plebiscito de 1988. Esta generación representa al Chile de hoy”. Sin embargo, olvidan que un porcentaje importante de esa generación no vota en parte porque la institucionalidad, el sistema político, sus partidos y actores hegemónicos no los representan en nada y tampoco los incluyen en la toma de decisiones.
Por lo tanto, y contrario a lo que dicen en el artículo, en cuanto a que lo primero que debiera hacerse si Piñera gana “es atraer a la gente que no le gusta la actual forma de hacer política, pero que está dispuesta a entrar para cambiarla”, lo primero que se debe hacer –sea quien sea el que gane- es cambiar la institucionalidad para permitir la entrada de nuevos actores que cambien realmente la política.
Sólo así se evita que se vean obligados a clientelizar su actuar, para lograr un espacio en el universo político, como ha ocurrido de forma creciente desde el retorno a la democracia. Sino, tal como dicen ellos mismos dicen “tendremos caras nuevas, pero la misma política”.
Por lo anterior, quizás el error más grave –si se puede decir así- es que ellos creen que los líderes de esa nueva generación para “el cambio” total junto a Piñera, se encuentran en las universidades, think tanks, fundaciones y por supuesto en el sector privado.
Es probable que en esos lugares existan buenos elementos que impliquen un aporte importante, pero olvidan que todas esas instituciones han sido piezas claves en el proceso de reproducción, mantención y legitimación de la institucionalidad vigente, que genera exclusión, desafección política y concentración del poder. Es más, son parte constitutiva de ésta.
Olvidan que esos organismos son parte del poder, no sólo estatal, sino también económico y cultural. Es decir, no sólo del poder de lo que consideramos la derecha, sino también de la Concertación, que en cuanto elites, desde el retorno a la democracia en ningún caso han pretendido cambiar tal institucionalidad, sino más bien fortalecer las estructuras que les garantizan un poder sin contrapeso y la mantención de sus privilegios.
Mencionan a Independientes en Red y Giro País como un ejemplo de tales organizaciones independientes, que cumplirían con las nuevas necesidades de cambio. Sin embargo, olvidan que esas organizaciones tienen una clara impronta elitista tanto en su origen como en su patrocinio. Aún cuando pretenden ser independientes del aparataje y las lógicas políticas imperantes, son parte de constitutiva de la hegemonía de éstas.
Por lo tanto, considerando que quienes pretenden los cambios también son –lo quieran o no- parte de la institucionalidad que hay que cambiar, se hace poco creíble para los ciudadanos que –sea quien sea el nuevo presidente- se cumpla el “asegurar un proceso de reclutamiento que entregue garantías de transparencia y privilegie el mérito por sobre el cuoteo y el pituto".
Lo cierto es que la transformación y el cambio dependen de algo mucho más complejo que cambiar al gobernante de turno, dependen de cambiar la institucionalidad vigente, que es donde radican muchos de los vicios de la actual forma de hacer política.
Mientras no cambien las instituciones que reproducen la hegemonía dominante –de la que hacen usufructo la Alianza y la Concertación- en sus diversas dimensiones, es difícil que las lógicas y formas de hacer política se transformen. Peor aún, es difícil que los ciudadanos se sientan atraídos a participar.
Eso es lo que deben saber los ciudadanos para que no les pinten cuentos. Porque en definitiva, lo que los partidarios de Piñera buscan, es negar es que él es y ha sido actor importante de la institucionalidad vigente y de las formas de hacer política, ahora agotadas y desprestigiadas totalmente ante la ciudadanía.
El último incidente durante el velorio de la niña asesinada en un microbus es un nuevo ejemplo de la primacía de esa mala forma de hacer política en el candidato de la derecha, que años atrás ya lo puso en problemas con Evelyn Matthei.
Bajo ningún punto de vista representa una transformación del orden vigente, ni de las formas de hacer política. Es más de lo mismo.

martes, 7 de abril de 2009

Primarias: la democracia instrumentalizada es decepcionante

El domingo quedó claro que cuando la democracia se vuelve un simple instrumento de quienes controlan el poder, pierde sus principios más básicos. No sólo las primarias terminaron pareciendo un adorno para una proclamación ya cocinada a cuatro paredes, sino que Escalona dio ejemplos de lo que es no entender la Política.

En los últimos años, las primarias se han vuelto el talismán para hablar de democracia al interior de las coaliciones y partidos políticos. En el discurso, si no hay primarias, entonces el partido o la coalición no es democrática, sí las hay, entonces todo está bien. Nadie cuestiona.

En principio eso es muy cierto, siempre y cuando la distancia entre las dirigencias en cuanto a sus bases no sea abismante, en todo sentido. Sobre todo en cuanto a permitir que las últimas enarbolen a sus representantes. Más importante aún es que el procedimiento –que es un instrumento- no se vuelva el fin último para justificar las decisiones de los líderes del partido.

En esto es clave la coincidencia de intereses, no sólo para permitir la legitimidad de las dirigencias sino también para asegurar la integridad del partido y el desarrollo de su democracia interna a través de la competencia.

Sin embargo en la práctica, lo cierto es que las primarias se han convertido en el fetiche de una democracia instrumental y ficticia, detrás de la cual se esconde una rígida estructura elitista y clientelar ya sedimentada.

Se han convertido en el mejor instrumento para maquillar la fuerte tendencia oligárquica (La ley de Hierro de la Oligarquía) que han adoptado las dirigencias de los partidos políticos, y para justificar la partidocracia imperante que el sistema político binominal ha creado.

Por lo mismo, se han vuelto el fin en sí mismas, sin considerar cómo se hacen, quiénes pueden participan, qué permiten o por qué y para qué se hacen. Sólo por su convicción y tesón José Antonio Gómez fue el candidato alternativo en la Concertación, pues el campo político de competencia dentro de la coalición ya estaba cerrado para otros, como Marco Enriquez-Ominami, por ejemplo.

En otras palabras, las primarias se han convertido en la ficción, mediante el cual, las elites esconden y perpetúan su dominio excluyente por sobre sus bases.

Como quién asiste a una obra de teatro, las dirigencias preparar sus actos, sus roles y sus libretos, mientras las bases son el público cautivo, cuyo único papel es simular elegir. Eso sí, la obra de teatro puede terminar cuando las elites lo estimen, en el primer acto por ejemplo, aún cuando estaban contemplados otros. Así, con una sola primaria se definió que Frei es el candidato de la Concertación.

Probablemente muchos de los que votaron en las primarias en Rancagua, ya sabían que su voto era sólo una especie de pantalla para proteger la decisión tomada previamente por las dirigencias a cuatro paredes. De esto tampoco escapa la Alianza por si acaso.

Pero lo más grave es que irremediablemente ese maquillaje democrático puede terminar por eliminar de la actividad política sus lógicas y principios más básicos. La actitud de Escalona hacia José Antonio Gómez es un claro ejemplo de ello.

Escalona no pudo esperar a ejercer con dureza su carácter de oligarca de “partido más grande” sobre Gómez. Se salió del papel antes que terminará la obra de teatro, antes de tiempo. Entonces, ejerció su prepotencia sobre quien él considera un cliente, un feudatario, un dependiente. Nunca un correligionario, un compañero, un camarada. Nunca un igual.

Como si fuera un señor de la Querencia cualquiera, no pudo esperar salir de la misa para agarrar a palos a su inquilino por haber cuestionado sus decisiones. Por haber osado pensar que las cosas podían ser y hacerse de otra forma.

Con eso, la política ya está sepultada.

miércoles, 1 de abril de 2009

Liberales: vulgo liberales o conservadores

Lejos una de las palabras más manoseadas en el ideario colectivo actual es la palabra liberal. Todos quieren ser liberales, todos se dicen liberales. Sin embargo, la mayoría no sabe explicar qué entienden realmente por libertad*.

El Liberalismo, como filosofía política, nunca se constituyó como un corpus de ideas establecido de forma concreta y delimitada, sino más bien como un proceso de desarrollo constante de ideas diversas, que iban a la par de los hechos que terminan por estructurar la Modernidad a partir del siglo XVIII.

Lo cierto es que en este sentido, el Liberalismo, desde sus inicios se ha expandido por diversas vertientes y corrientes, que trataremos de explicar brevemente, y que muchas veces parecen colisionar, generando claras contradicciones y pugnas entre quienes se hacen llamar liberales.

En esta reflexión, no se pretende criticar las posiciones que defienden estos diversos sujetos, sino más bien el hecho de que las blinden, protejan o disfracen con la insignia de liberal, para establecer a priori su infalibilidad, simplemente diciendo que ellos son liberales y por lo tanto todo lo que proponen también lo es –aunque sea una patraña antiliberal- y peor aún, sin manejar un concepto específico de lo que es la libertad, ni de los fundamentos filosóficos que usan para tales efectos.

Se podría decir que es una crítica de un escéptico, no del Liberalismo y sus principios generales, sino de su real objetivación en la praxis de los individuos en cuanto doctrina política. En otras palabras, cuando alguien se dice liberal, ya hay que desconfiar. Veremos porque.

Lo concreto es que muchos de los actuales autodenominados liberales (ciertamente vulgo o falsos liberales e incluso conservadores), desconocen estas sutiles -aunque importantísimas- diferencias a la hora de enarbolar ciertos preceptos, defender ciertas ideas políticas o simplemente definirse como liberales de forma clara y diferenciada.

Las reacciones que se podrían generar por parte de algunos son entendibles hasta cierto punto, puesto que nadie quiere que lo despojen de sus discursos y paradigmas –por errados que estén en cuanto al uso que hacen de éstos- ni tampoco nadie quiere quedar como autoritario.

Lo cierto es que muchos de estos vulgo liberales, en cuanto a lo que plantean, son en la mayoría de los casos todo lo contrario a lo que podría ser un liberal en varios sentidos –si es que realmente podemos hablar de la existencia de liberales verdaderos y concretos-.

Esto, debido a que mezclan en diversos debates y discusiones –sin saberlo o cínicamente, pero siempre groseramente- planteamientos y lineamientos que teóricamente son contrapuestos. Es decir, y en palabras muy sencillas, son liberales para algunas cosas y para otras no, incluso en una misma discusión.

Y vaya que esto es complejo porque en definitiva no se puede ser y no ser liberal a la vez. Sin embargo, la mayoría de los autodenominados liberales (vulgo liberal) cumplen a cabalidad con esta dialéctica, sobre todo en términos discursivos y prácticos.

Existen diversas dimensiones en las cuales podemos detectar y desenmascarar un discurso vulgo liberal de este tipo: en cuanto a la defensa de la libertad política; en cuanto a la neutralidad de valores, tanto del Estado como de los individuos; y en cuanto a los límites e idoneidades de la racionalidad.

En cuanto a la defensa de la libertad política
El liberalismo clásico establece que debe existir la máxima libertad política para los sujetos en cuanto al Estado y sus acciones coactivas. Es decir, que deben existir límites a la acción de los gobiernos, los cuales no pueden actuar arbitrariamente en los asuntos privados de los sujetos.

Lo clave en este sentido, es que el Estado y sus agentes no deben actuar autoritaria y despóticamente, y sólo deben limitarse a garantizar los derechos de sus ciudadanos.

Esto sin embargo, como veremos, varía según el concepto de libertad que se defiende y se maneja en ciertos momentos.

Como la mayoría de los vulgo liberales desconocen tales conceptos de libertad a cabalidad, podemos tener vulgo liberales que en términos simples, defienden o toleran la falta de libertad política, es decir justifican la acción arbitraria del Estado sobre los individuos, simplemente porque se garantiza la libertad económica -aunque sea para algunos-. Es decir, pueden llegar a defender regímenes autoritarios, por el simple hecho de que existe libertad económica.

En otros casos, algunos pueden llegar a defender “defensas preventivas” o “defensivas” –que sin embargo son claras acciones coactivas y arbitrarias llevadas a cabo por el Estado y sus organismos- ante riesgos posibles o remotos, aún cuando los criterios para ello sean del todo subjetivos.

En ambos casos, sus posturas son claramente cercanas a posiciones conservadoras, en ningún caso emancipadoras.

En cuanto a la neutralidad de valores
El ideal de tolerancia del liberalismo clásico surge en el contexto de los conflictos originados por la Reforma, con el propósito de generar coexistencia pacífica entre comunidades de creencias religiosas irreconciliables.

Pero dentro de las vertientes del Liberalismo que se desarrollan posteriormente existen planteamientos que difieren en cuanto la existencia de valores superiores y la promoción de una ideal de vida o del bien. Esto también depende del concepto de libertad y tolerancia que se adopte y la lectura que se haga de éstos.

Desde la posición neutralista en cuanto a valores, muchos vulgo liberales promueven un liberalismo utilitarista, que confunden con una mal entendida idea de libertad negativa.

Así, erróneamente y veremos contradictoriamente, creen que la libertad negativa –como no interferencia- implica libertad de cualquier restricción y su concepción de tolerancia en realidad es extraña, pues sólo toleran lo que les es agradable.

Otros vulgo liberales, desde un punto de vista perfeccionista, intentan imponer y establecer la legitimidad y superioridad de ciertos modos de vida por sobre otros.

En ambos casos, se pasa a llevar la autonomía del individuo, y contradicen la lógica de la tolerancia, que reside precisamente en que sea practicada con respecto a lo nos parece pernicioso.

A partir de eso, generan discursos contradictorios como defender una cierta neutralidad de valores en cuanto a ciertas decisiones individuales en ciertos temas, pero simultáneamente asumen otras posiciones no-neutrales en torno a otras áreas donde la autonomía también es clave, como los sistemas de creencia o las ideas.

Esto aún cuando cualquiera que maneja un leve conocimiento acerca del liberalismo clásico, sabe que la libertad religiosa es un elemento constitutivo del ámbito privado de los sujetos y por lo tanto también se le debería aplicar la neutralidad de valores.

Debido a esta falta de rigor, tenemos vulgo liberales que defienden el evolucionismo racionalista, pero simultáneamente acusan de imbéciles a todos los creyentes de diversos credos, debido a un mal entendido ateísmo militante, que raya en los límites del fundamentalismo religioso más virulento.

Es decir, aún cuando hablan de neutralidad de valores, asumen una posición de no neutralidad ante otros sistemas de valores, y asumen que los propios son superiores al resto por lo tanto tratan de imponerlos.

Por lo mismo, proclaman la no interferencia del Estado en ciertos asuntos privados, pero simultáneamente promueven –aunque solapadamente- su intervención en cuanto a otros, por considerarla un modus vivendi inferior, por ejemplo.

En ambos casos, las posturas son claramente intolerantes y no neutrales.

En cuanto a los límites de la racionalidad
Este es quizás el tema que más complejidades genera. ¿Cuáles son los límites y espacios de la racionalidad? ¿Dónde quedan las subjetividades más profundas de los sujetos? ¿Qué papel juega la experiencia?

Aquí se aprecia con más claridad las diferencias entre los diversos “liberales”. La diferencias en cuanto al valor y la utilidad de los procesos sociales espontáneos o no planeados frente a los procesos diseñados y planeados es clave.

Mientras unos asumen una idea totalizante de la racionalidad en cuanto a las relaciones entre los individuos, sobre todo en cuanto a la racionalidad económica; otros valoran la experiencia y plantean la necesidad de tomar en cuenta las subjetividades de los sujetos.

Así, muchos de los actuales vulgo liberales, sin saberlo, están en posiciones cercanas al racionalismo constructivista –el marxismo y otras vertientes ideológicas también tiene de aquello-que deben sus bases a planteamientos originados en la ilustración francesa, que tienen una clara posición liberal de carácter teleológico.

Aquellos que asumen una idea totalizante de la racionalidad, tienen la concepción de que el orden social puede ser pensado y constituido racionalmente en un período determinado a partir de una racionalidad superior. Por lo tanto, tampoco es extraño que asuman una posición de superioridad y constantemente hablen de los “elegidos”, de iluminar las mentes de los ignorantes y los creyentes, defendiendo la legitimidad de las mentes superiores, con capacidad y formación a decidir en nombre de y para toda la sociedad. O sea, son caudillistas.

Esto claramente los lleva a plantear lógicas que corresponden a métodos de clara planificación aunque simultáneamente hablan de defender las lógicas de ensayo-error.

Así, los mismos critican la idea de orden espontáneo por considerarlo una idea irracional en cierto modo, pero contradictoriamente defienden la idea de mano invisible de Adam Smith. Lo cierto es que Smith basa su idea de mano invisible en dicho paradigma.

No es extraño entonces que al desconfigurar el discurso de los vulgo liberales, nos encontremos con que algunos –y esto sin juicio de valor- son claramente cercanos a posiciones socialdemócratas, otros en algunos casos incluso están en el límite del totalitarismo intolerante (ya sea de izquierdas o derecha), y otros son claramente conservadores en cuanto a la contraposición entre modernidad y tradición, modos de vida y sistemas de valores –cuestión compleja por lo demás en algunos aspectos-. Todo esto, claramente va variando según los temas que aborden.

Lo único que podemos concluir es que no existe el verdadero liberal. Cuando alguien se dice liberal, ya hay que empezar a desconfiar.
*Los diversos conceptos de libertad no serán explicados para hacer más interesante el debate y reflejar lo explicado en el artículo.