martes, 13 de diciembre de 2011

LA QUIMERA DE LA MENTE GRUPAL

Por Ludwig von Mises 


En su ansia por eliminar de la historia cualquier referencia individuos y acontecimientos individuales, los autores colectivistas recurren a una idea quimérica, la mente grupal o mente social.
A finales del siglo XVIII e inicios del XIX, los filólogos alemanes empezaron a estudiar la poesía medieval alemana, que hacía mucho que había caído en el olvido. La mayoría de la épica que editaron procedente de viejos manuscritos era imitación de obras francesas. Los nombres de sus autores (en su mayoría guerreros caballerosos al servicio de duques y condes) eran conocidos. No había mucho de lo que presumir en esa épica. Pero había dos sagas de una carácter muy distinto, obras genuinamente originales de alto valor literario, que sobrepasaban con mucho los productos convencionales de los cortesanos: el Nibelungenlied y el Gudrun. El primero es uno de los grandes libros de de la literatura mundial e indudablemente el poema más destacado producido en Alemania antes de los tiempos de Goethe y Schiller. Los nombres de los autores de estas obras maestras no quedaron para la posteridad. Tal vez los poetas pertenecieron a la clase de artistas profesionales (Spielleute), que no sólo eran desdeñados por la nobleza, sino que tenía que soportar mortificantes problemas legales. Tal vez fueran herejes o judíos y los clérigos deseaban hacer que la gente les olvidara.
En todo caso, los filólogos calificaron a estas dos obras como “épica del pueblo” (Volksepen). Este término sugería a mentes inocentes la idea de que no fueron escritas por autores individuales, sino por el “pueblo”. La misma autoría mítica se atribuyó a canciones populares (Volkslieder) cuyos autores eran desconocidos.
También en Alemania, en los años que siguieron a las guerras napoleónicas, se abrió la discusión acerca del problema de la codificación legislativa omnicomprensiva. En esta controversia, la escuela histórica de jurisprudencia, liderada por Savigny, negaba la competencia de ninguna era o persona para escribir legislación. Al igual que las Volksepen y las Volkslieder, las leyes de una nación, declaraban, son una emanación espontánea del Volkgeist, el espíritu y el carácter peculiar de la nación. Las leyes genuinas no son escritas arbitrariamente por legisladores: derivan y crecen orgánicamente a partir del Volkgeist.
La doctrina del Volkgeist se desarrolla en Alemania como reacción consciente contra la idea de la ley natural y el espíritu “no germánico” de la Revolución Francesa. Pero fue posteriormente desarrollada y elevada a la dignidad de una doctrina social completa por los positivistas franceses, muchos de los cuales no sólo estaban comprometidos con los principios de los más radicales de entre los líderes revolucionarios, sino que pretendían completar la “revolución incompleta” con una eliminación violenta del modo capitalista de producción. Emile Durkheim y su escuela se ocupan de la mente grupal como si fuera un fenómeno real, un organismo distinto, pensando y actuando. Tal y como lo veían, el sujeto de la historia no son los individuos, sino el grupo.
Como correctivo de esto, debe recalcarse la obviedad de que sólo los individuos piensan y actúan. Al ocuparse de los pensamientos y acciones de los individuos, el historiador establece el hecho de que algunos influyen más que otros en su pensar y actuar más fuertemente de lo que influyen y son influidos por otros. Observa que la cooperación y la división del trabajo existen entre algunos, mientras que existen en menor grado entre otros o no existen en absoluto. Emplea el término “grupo” para señalar una agregación de individuos que cooperan juntos más de cerca. Sin embargo, la distinción de grupos es opcional. El grupo no es una entidad ontológica como las especies biológicas. Los distintos conceptos de grupo se cruzan entre sí.
El historiador escoge, de acuerdo con el plan concreto de su estudio, las características y atributos que determinan la clasificación de los individuos en distintos grupos. La agrupación puede integrar gente hablando el mismo lenguaje, o profesando la misma religión, o practicando la misma vocación u ocupación, o descendiendo del mismo ancestro. El concepto de grupo de Gobineau era diferente del de Marx. En resumen. el concepto de grupo es un tipo ideal y como tal deriva de la comprensión del historiador de las fuerzas y acontecimientos históricos.
Sólo los individuos piensan y actúan. El pensamiento y actuación de cada individuo está influido por el de sus compañeros. Estas influencias son variopintas. Los pensamientos y conductas de los individuos estadounidenses no pueden interpretarse si se les asigna a un solo grupo. Esa persona no es sólo un estadounidense sino un miembro de un grupo religioso definido o un agnóstico o un ateo; tiene un trabajo, pertenece a un partido político, está afectado por tradiciones heredadas de sus ancestros y transmitidas por su educación, por la familia, la escuela, el barrio, por las ideas que prevalecen en su pueblo, estado y país. Es una enorme simplificación hablar de la mente estadounidense. Todo estadounidense tiene su propia mente. Es absurdo adscribir cualquier logro y virtud o cualquier fechoría o vicio de individuos estadounidenses a Estados Unidos como tal.
 La mayoría de la gente son personas corrientes. No tienen pensamientos propios, sólo los reciben. No crean ideas nuevas: repiten lo que han escuchado e imitan lo que han visto. Si el mundo estuviera poblado sólo por gente así, no habría ningún cambio en la historia. Lo que produce el cambio son las nuevas ideas y acciones a ellos dirigidas. Lo que distingue a un grupo de otro es el efecto de esas innovaciones. Esas innovaciones no las realizan una mente grupal: son siempre logros de individuos. Lo que hace diferente de cualquier otro pueblo al pueblo estadounidense es el efecto conjunto producido por los pensamientos y acciones de innumerables estadounidenses fuera de lo corriente.
Conocemos los nombres de los hombres que inventaron y perfeccionaron paso a paso el automóvil. Un historiador puede escribir una historia detallada de la evolución del automóvil. No sabemos los nombres de los hombres que, al inicio de la civilización, realizaron los mayores inventos, como encender fuego. Pero esta ignorancia no nos permite adscribir este invento fundamental a una mente grupal. Es siempre un individuo el que empieza un nuevo método de hacer cosas, y luego otra gente imita su ejemplo. Costumbres y modas siempre han sido empezadas por individuos y extendidas por imitación por otra gente.
Mientras que la escuela de la mente grupal trataba de eliminar al individuo adscribiendo la actividad al mítico Volkgeist, los marxistas trataban, por un lado, de despreciar la contribución individual y, por el otro, de atribuir las innovaciones a la gente corriente. Así, Marx observaba que una historia crítica de la tecnología demostraría que ninguna de las invenciones del siglo XVIII era el logro de un solo individuo.[1] ¿Qué prueba esto? Nadie niega que el progreso tecnológico sea un proceso gradual, una cadena de pasos sucesivos realizado por largas líneas de hombres, cada uno de los cuales añade algo a los logros de sus predecesores.
La historia de todos los avances tecnológicos, cuando se cuenta completa, nos remonta a las invenciones más primitivas realizadas por los hombres de las cavernas en las primeras etapas de la humanidad. Elegir cualquier punto de inicio posterior es una restricción arbitraria de toda la historia. Podemos empezar la historia de la telegrafía sin hilos con Maxwell y Hertz, pero bien podemos remontarnos a los primeros experimentos con electricidad o a cualquier hazaña tecnológica que haya tenido que preceder necesariamente a la construcción de una cadena de radios. Todo esto no afecta en lo más mínimo a la verdad de que cada paso adelante lo realiza un individuo y no algún organismo impersonal mítico. No resta mérito a las contribuciones de Maxwell, Hertz y Marconi admitir que sólo pudieron hacerlas porque otros habían realizado previamente otras contribuciones.
Para explicar la diferencia entre el innovador y la aburrida masa de rutinarios que no pueden siquiera imaginar que pueda ser posible ninguna mejora, sólo tenemos que referirnos a un pasaje del libro más famoso de Engels.[2] Aquí, en 1878, Engels anuncia apodícticamente que las armas militares están “ahora tan perfeccionadas que ya no es posible ningún progreso posterior de influencia revolucionaria”. Por tanto “todo progreso [tecnológico] posterior es, en conjunto, indiferente para la guerra en superficie. La época de evolución en este aspecto está esencialmente cerrada”.[3] Esta complaciente conclusión muestra en qué consiste el logro del innovador: consigue lo que otra gente cree que es impensable e inviable.
A Engels, que se consideraba un experto en el arte de la guerra, le gustaba ilustrar sus doctrinas refiriéndose a estrategias y tácticas. Los cambios en las tácticas militares, decía, no las generan ingeniosos líderes militares. Son logros de los soldados que normalmente son más inteligentes que sus oficiales. Los solados las inventan a fuerza de instinto (instinktmässig) y las ponen en práctica a pesar de las reticencias de sus comandantes.[4]
Toda doctrina que niegue al “mísero individuo solitario”[5] cualquier papel en la historia debe finalmente adscribir los cambios y mejoras a la operación de los instintos. Tal y como lo ven quienes sostienen esas doctrinas, el hombre es un animal que tiene instinto para producir poemas, catedrales y aviones. La civilización es el resultado de una reacción inconsciente y no premeditada del hombre ante estímulos externos. Cada logro es la creación automática de un instinto con el que el hombre ha sido dotado especialmente para este fin. Hay tantos instintos como logros humanos. No es necesario entrar en un examen crítico de esta fábula inventada por gente impotente para desdeñar los logros de hombres mejores y apelar al resentimiento de los lerdos. Incluso basándose en esta doctrina provisional no puede negarse la distinción entre el hombre que ha escrito el libro El origen de las especies y aquéllos a quienes les ha faltado este instinto.

[1] Das Kapital, 1, 335, n. 89.
[2] Herrn Eugen Diihrings Umwälzung der Wissenschaft, 7ª ed. Stuttgart, 1910.
[3] Ibíd., pp. 176-177.
[4] Ibíd., pp. 172-176.
[5] Engels, Der Ursprung der Familie, des Privateigentums und des Staates (6ª ed. Stuttgart, 1894), p. 186.
Published Thu, Sep 30 2010 1:42 PM by euribe


viernes, 2 de diciembre de 2011

LA INGENUIDAD DE HERMANN HESSE

En un artículo que leía días atrás, se citaba a una frase de Hermann Hesse, donde intenta una sutil separación entre Hitler y Stalin como dos ejemplos de totalitarismo:

“no debemos arrojar en un mismo cajón a Hitler y a Stalin, o mejor dicho, al fascismo y al comunismo. El ensayo fascista es retrógrado, inútil, insensato y vil; el intento comunista, empero, es un ensayo que la Humanidad debía llevar a cabo y que pese a su triste aferramiento a lo inhumano, habrá de ser realizado una y otra vez, no para llevar a término la necia dictadura del proletariado, sino algo semejante a la justicia y la fraternidad entre burguesía y proletariado.”

Claramente Hesse se equivoca, pues ambos dictadores son dos íconos indiscutibles del peor despotismo, que alcanzó su máxima expresión a mediados del siglo XX. Son dos ejemplos de psicópatas megalómanos en el poder.

Y el error de Hesse, como el de muchos (de separar el comunismo del nazismo en tanto totalitarismos), se debe a la poca atención que parece prestar a sus propias ideas.

En su frase, denota (aunque no lo dice directamente) creer que el fin justifica el medio, cuando dice: “pese a su triste aferramiento a lo inhumano, habrá de ser realizado una y otra vez, no para llevar a término la necia dictadura del proletariado, sino algo semejante a la justicia y la fraternidad entre burguesía y proletariado”.

Lo que dice en el fondo, es que a diferencia del fascismo, el fin último planteado por el comunismo justificaría los diversos intentos por establecerlo, hasta que se obtenga lo deseado. El costo de esos tanteos sería incluso “su aferramiento a lo inhumano”.

Según Hesse, las brutalidades cometidas durante el estalinismo, habrían sido errores “experimentales”, de prueba. Habrían sido parte de los intentos hacia “la justicia”. Ese eufemismo del “aferramiento a lo inhumano”, en ningún caso sería producto del ideal comunista mismo.

En la citada frase, Hesse recurre a un argumento muy habitual. Aquel que plantea que el estalinismo y su evidente “aferramiento a lo inhumano” fueron una desviación, y no una expresión del ideal comunista.

Para Hesse, la falla es el tanteo hacia cumplir el ideal, jamás el ideal mismo. Lo que falla es el modo en que se hace el experimento y no la teoría en que se sustenta. Esto  es algo claramente anticientífico y más bien mitológico.

La falla es la teoría misma
El argumento de Hesse está claramente basado en una presunción ficticia. De que no habría ninguna falla en la teoría comunista, ya que ésta sería una cuestión que no depende de la voluntad humana, sino del devenir histórico “hacia la libertad humana”, en base a las leyes del materialismo dialéctico.

En base a la idea anterior, parece fácil desligar a Stalin del comunismo y al comunismo del totalitarismo, y de paso liberar a Marx de sus errores teóricos. Así lo hace Hesse, al plantear que el totalitarismo estalinista no sería verdadero comunismo, sino una desviación con respecto al ideal mismo. Una desviación en el ensayo. Por tanto, juzgarlo como se juzga al nazismo sería errado para él.

No obstante, el argumento de la desviación se torna dudoso, porque implicaría que: o el ideal comunista es imposible de llevar a cabo ahora, pues dada la naturaleza humana siempre terminará en totalitarismo; o los pronósticos comunistas son y han sido errados hasta ahora, y con ellos el todos sus ideólogos, líderes y caudillos.

El Gulag no es menos criminal que Auschwitz
En la misma citada frase, y en base a la falacia anterior, Hesse también recurre a otro recurso argumentativo habitual: aquel que plantea que la finalidad del comunismo, que él denomina como “justicia y la fraternidad entre burguesía y proletariado” basta como justificación insuperable para no ligarlo al totalitarismo criminal y racista de  Hitler.

Y claro, un pensamiento que plantea como fin último establecer “la justicia y fraternidad” en la sociedad, es un ideal noble, superior y deseable. ¿Quién podría negarse a cumplir aquello?

Para el marxismo sólo un tipo de persona podría. Alguien con una falsa idea producto de su origen de clase. Alguien que, preso de una ideología contraria al devenir histórico, se opone de manera absurda a los designios de “justicia y fraternidad” que la “Historia” tiene programados para el proletariado, “la Humanidad”. Ese, no puede ser otro que un burgués.

Entonces para Hesse, alguien que ubica a Stalin y Hitler como dos ejemplos de déspotas criminales, que ubica al comunismo y el fascismo como dos ejemplos claros de vías al totalitarismo, no puede ser  más que alguien víctima de una falsa conciencia. No puede ser más que un burgués contrario a “la Humanidad”.

Porque un detalle importante es que cuando Hesse se refiere al comunismo como un ensayo de la Humanidad, va implícita la idea marxista de una conciencia colectiva, que no seria otra que la del proletariado, que como sujeto histórico, libre de la ideología, es dueño de la verdad histórica, de la justicia, y representa en su totalidad “a la Humanidad”.  

Ergo, para Hesse, el proletariado que sería “la Humanidad”, tiene el derecho de imponer la justicia y la fraternidad al resto cuantas veces sea necesario, sobre todo a esos desviados, blasfemos y herejes que dudan con respecto a la justicia del devenir histórico. Historicismo puro.

Para Hesse -y aquí radica su error al separar a Stalin de Hitler- el comunismo como expresión de esa conciencia colectiva, como expresión de la Humanidad, tendría el derecho incluso a equivocarse, pero jamás a ser considerado o cuestionado como un ideal totalitario o criminal en base a los hechos. Porque, como él mismo dice: “pese a su triste aferramiento a lo inhumano, habrá de ser realizado una y otra vez”.