miércoles, 27 de abril de 2011

LA MENTIRA DE LA SANGRE AZUL QUE LA PRENSA VENDE

No dejó de sorprenderme ver en el noticiero central de Canal 13, una nota que hablaba sobre Kate Middleton, la futura esposa de Guillermo, donde sea aludía a que ella no tenía “sangre azul”. ¿Sangre azul? ¿En un noticiero en el año 2011, en el siglo XXI?

Que los ingleses veneren desaforadamente a su familia real puede ser hasta cierto punto entendible debido a la fuerte tradición que rodea a la monarquía –aunque casi provoque el vómito que los no privilegiados fomenten el privilegio- pero que una mexicana haga huelga de hambre para ir a la boda, me parece detestable. Una muestra penosa de servidumbre voluntaria.

Por eso me parece aún más detestable que la prensa chilena, implícitamente trate de reforzar una mentira, que es la idea de la divinidad de algunos humanos, debido a la gracia de dios. Porque apelar a la idea de sangre azul es apelar al derecho divino.

No me extraña que el canal católico pretenda apelar al derecho divino, sobre todo considerando que los últimos acontecimientos en la Iglesia, a más de alguno le han iluminado la mente como para no creer en la mentira de la infalibilidad del Papa, y por tanto dudar de cualquier sacerdote que le diga que es un “iluminado por dios”. Aún así, el Vaticano insiste en esa mentira de la sangre sagrada, y ahora un poco de humor circulatorio de Juan Pablo II  será elemento de veneración.

Hablar de sangres azules o sagradas en el noticiero central es simplemente mentir, sobre todo porque muchos sabemos que eso no existe, que es un mito, un sofisma. Porque sabemos que cuando Diana lamentablemente murió, su sangre “real” era tan roja como la del árabe Dodi o su chofer plebeyo.

Hablar de sangre azul o divina como noticia, no es informar, es levantar un mito que hace siglos fue derribado, cuando la cabeza de Luis XVI rodó, salpicando una sangre roja, casi violácea, debido a la gran cantidad de carne consumida mientras el pueblo ni siquiera tenía pan.

En el fondo y esto es lo clave, a lo largo de las semanas, la prensa ha reavivado los principios del derecho divino, que Locke refutó. Es alentar el mito monárquico, esa vieja mentira -muy vigente lamentablemente incluso aunque votemos- sobre las supuestas cualidades divinas de ciertos líderes y sus familias, sean reyes, políticos, curas, o lo que sea.

A través de una boda, está fortaleciendo la mentalidad de vasallo, tan vigente, mediante la cual el poder se ejerce no sólo en las monarquías y dictaduras, sino también en las democracias, haciendo que los incautos plebeyos (les llamen pueblo, ciudadanos, electores, camaradas o súbditos) crean que sus gobernantes y líderes son humanamente superiores, iluminados, que tienen un carisma único mediante el cual captan la voluntad popular, que son infalibles, héroes de la patria, salvadores del pueblo, o que simplemente tienen sangre azul.

Y lo ha hecho de manera oculta, subrepticia, pero sencilla, apelando a la servidumbre voluntaria del común de la gente, mostrando los diversos souvenirs en torno a la boda de dos jóvenes con la sangre tan roja como la del resto.

Incluso ridículamente –y apelando al snobismo chilensis tan mayoritario- han mostrado los que se venden en Chile. 

Y luego nos quejamos que los poderosos abusan.

miércoles, 20 de abril de 2011

SORTEO PARA SENADORES Y DIPUTADOS

Mientras se llevaba a cabo un interesante debate en torno al voto y la ciudadanía, propuse sortear los cargos políticos, es decir, usar un mecanismo utilizado en la vieja democracia ateniense, para mejorar nuestra elitista  y oligopólica democracia.

Como era esperable, la idea generó más anticuerpos que apoyos, debido una cierta aura conservadora en torno a la elección como mecanismo, y al carácter polisémico del concepto de democracia; que nos lleva desde una concepción como simple gobierno de mayorías, hasta una concepción como contrapesos institucionales al poder.

La propuesta –que es debate- fue puesta en duda sin analizarse de manera profunda la alta implicancia democrática que tal mecanismo tiene, y sus aportes para destrabar y ayudar a respirar a una democracia ahogada por el elitismo y la partitocracia. Debido a eso, me propuse redactar esta primera reflexión-propuesta.

LA DEMOCRACIA COMO STATO QUO
Partiendo por lo esencial, en la actualidad pocos -de manera abierta- se plantean contrarios a la democracia -aunque las estadísticas antes decían otra cosa-. Todos parecen entender lo que decía Churchill, que “la democracia es el peor sistema de gobierno diseñado por el hombre. Con excepción de todos los demás”. Eso ya es un buen indicio, pero no suficiente. ¿Por qué?

Porque aún cuando nadie plantea abiertamente como ideal un sistema autoritario, pocos definen la democracia de manera concreta. La mayoría relaciona el concepto simplemente con elecciones y voto, agregando incluso en muchos casos, anexos abstractos que contradicen criterios básicos para poder hablar de democracia.

Conceptos como separación de poderes, igualdad ante la ley, derechos civiles y políticos, controles institucionales al poder, federalismo, o mecanismos como referéndums y plebiscitos y revocatorios, a algunos suenan a exclusividades, incluso contrarios a la democracia, o términos academicistas. Lo mismo ocurre con el sorteo de cargos. Para muchos, parece algo imposible e incluso descabellado.

En lo anterior, hay una cierta postura conservadora en cuanto a la democracia, sobre todo cuando se plantean mecanismos democráticos poco convencionales, que a priori se consideran arriesgadas o poco viables.

Se olvida que ese mismo sesgo operaba cuando se proponía el sufragio universal, o el derecho a voto para las mujeres. Sin embargo, y a la luz de los hechos, queda claro que dichos reparos contravenían el carácter perfectible de la democracia como sistema (hoy nadie plantea negar el derecho a voto a las mujeres o el voto universal).

Vemos entonces que la democracia no es sólo el acto de votar y elegir, sino que es una especie de condición abierta al cambio pacífico, perfectible, que no sólo se debe sustentar en un sistema electoral y político democrático que respete derechos básicos de las personas, sino también en una sociedad democrática, abierta al debate. Una sociedad abierta en todo sentido. Todo eso marca la diferencia con las sociedades cerradas donde se impide el libre desarrollo de los individuos al fomentar el autoritarismo y dominio de ciertos líderes -algunos octogenarios- sustentados en el colectivismo, lo tribal, las supersticiones o lo mágico.

Si bien nuestras sociedades y democracias son más abiertas que esos ordenamientos, se mantienen ciertas supersticiones relativas al poder político. Así, aún cuando las revoluciones liberales planteaban romper con el antiguo régimen monárquico y sus principios fundantes, como decía Rudolf Rocker, nuestras democracias siguen operando bajo el principio monárquico de antaño, que el despotismo ilustrado reprodujo.

No es raro entonces que las elecciones se lleven a cabo como un ritual vertical, basado en una superstición: atribuir a los líderes y representantes supuestas cualidades excepcionales que nadie más tendría para gobernar. Esa superstición es invariable, se le llame democracia popular, socialista, liberal o representativa.

No es raro tampoco que esos mismos líderes, derivados en élites, asuman lo anterior como una verdad, y vean a la gente común, a los electores, como parte de una masa incapaz de autogobernarse y conocer sus propios fines, que debe ser guiada como un rebaño, ser iluminada -incluso obligada a ser libre- hasta en las más ínfimas decisiones.
Esa es la lógica elitista y paternalista que impera de manera subrepticia en nuestra democracia.

Vemos entonces que una condición –incoherente- de nuestras actuales democracias es su profundo elitismo, heredero del despotismo ilustrado de antaño, promovido tanto por las élites –que desconfían de los ciudadanos- como por los ciudadanos –que desconfían de si mismos-.

Nuestra democracia es por tanto incongruente, porque mientras en el discurso político y democrático se apela a la ciudadanía, su capacidad de decisión, y la importancia de su opinión y participación en los asuntos públicos, en la práctica los ciudadanos se enfrentan a barreras de entrada formales e informales, con las que son relegados e excluidos, por parte de los agentes del campo político, de la toma de decisiones a todo nivel.

Barreras de entrada no sólo en cuanto a la posibilidad de postular a cargos de elección popular sino también en cuanto a la organización interna de los partidos políticos. Es decir, toda la estructura democrática, partidaria y electoral es elitista y no fomenta la ciudadanía sino que la mera disciplina electoral. Obviamente, las élites niega esto.

EL SORTEO ES MÁS DEMOCRÁTICO
El sorteo de cargos -que incluso Aristóteles proponía-, es una posibilidad de romper con tal stato quo, pues permite romper las barreras de entrada formales e informales imperantes en nuestra actual democracia. Como decía Montesquieu: “el sufragio por sorteo está en la índole de la democracia; el sufragio por elección es el de la aristocracia”

Establecer el sorteo implica fortalecer mecanismos de control y limitaciones en cuanto al ejercicio mismo del poder, que incluyan la destitución por veto. La competencia y calidad política se elevaría porque el acceso a cargos dependería del azar y no de formas de popularidad que pueden ser forzadas por el cohecho.

Se establecería una Demarquía, donde quienes ejercen cargos de gobierno son seleccionados de manera aleatoria, al modo de los jurados en ciertos sistemas judiciales. Esto evitaría el hecho de que –como decía Thomas Jefferson- “Todo gobierno degenera cuando se confía solamente a los dirigentes del pueblo”. (THOMAS JEFFERSON, Notas sobre Virginia, cuestión XIV. Autobiografía y otros escritos. Editorial Tecnos, 1987. Traducción de A. Escohotado y M. Sáenz de Heredia).

Dejo abierto el debate… 

miércoles, 13 de abril de 2011

CHOCOLATES Y BURKA

Mientras en Francia se aplica una ley de veto contra el tradicional Burka, en Chile un proyecto de ley plantea prohibir la venta de chocolates en los colegios. Ambas medidas exceden las facultades estatales de control, son claramente autoritarias y representan una invasión a la libertad individual.

La idea de que el Estado nos dicte que vestir y que comer parece una idea sacada de 1984 de Orwell o de Un Mundo Feliz de Aldous Huxley. No obstante, eso es lo que parece estarse constituyendo solapadamente tanto en Francia como en Chile.

Una ley ya aprobada en Francia, prohíbe indirectamente el uso del burka, al prohibir “disimular el rostro” en todo espacio público, y considera multas de 150 euros a quién lo use. Lo más irónico, un curso de ciudadanía para quienes lo usen.

En Chile un proyecto de ley busca establecer la prohibición de vender productos altos en "algún descriptor nutricional" como chocolates o papas fritas, en establecimientos educacionales. Además de restringir la publicidad de dichos productos hasta después de las 22:00 horas. 

Ambas medidas representan una invasión estatal en dimensiones que son de exclusiva injerencia de los individuos, como es el acto de vestirse y de comer. Es inevitable que surjan diversas preguntas en cuanto a la aplicabilidad de tales medidas.

En el caso chileno, el argumento central de las autoridades para establecer la prohibición es resguardar la salud de los infantes y propiciar una población más sana. Muchos argumentan que los más pequeños, al no tener discernimiento, no elijen bien sus comidas y por tanto es mejor prohibir el chocolate para evitar externalidades negativas costosas. Pero entonces, en base a esa lógica, también deberían prohibirse ciertos dibujos animados, juguetes, cierta ropa, etc.

No obstante, a todas luces sería más óptimo educar en cuanto a una dieta balanceada que prohibir el chocolate.

La prohibición no favorece ni resguarda la salud de las personas, porque es probable que surja un mercado negro del chocolate, donde los propios niños se dediquen a la venta de golosinas. Por ejemplo, ¿Qué harán con los abuelos que regalan chocolates a sus nietos por un cumpleaños? ¿Registrarán cada día a los alumnos para evitar el tráfico de cacao? ¿Qué pasará los días lunes después de Pascua de Resurrección y los chocolates que entrega el conejo? ¿Tendrán perros olfateando?

El absurdo se hace evidente cuando comenzamos a pensar en situaciones en torno a la medida. Por ejemplo, y considerando que la prohibición del chocolate apunte a tener una población más sana y delgada a largo plazo, un estudio reciente demostró que la vida en pareja engorda. ¿Se prohibirá en el futuro vivir en pareja también, para mantener delgada y sana a su población?

¿No es acaso todo esto, el inicio de una especie de ingeniería social pretender que la población alcance una talla estándar?

Y siendo más desconfiados ¿No será este el primer paso del Estado, para favorecer a las Isapres, permitiéndoles en el futuro encarecer los servicios de salud como castigo a quienes no cuiden su peso en la infancia y adolescencia? ¿No les parece totalitario?

En el caso de Francia, la prohibición del burka se ha defendido como una medida que fomenta la tolerancia, la libertad y el laicismo. No obstante, es todo lo contrario.

Así como en la Alemania nazi probablemente era delito usar una cruz de seis puntas o estar circuncidado, la ley del burka criminaliza el uso de cierta vestimenta relacionada a una religión, y no necesariamente el acto de oprimir a una mujer en base a un dogma. De hecho, hace más complejo el panorama para aquellas mujeres cuyos esposos embrutecidos por el fanatismo, las obligan a usar el burka en todo momento.

Ambas medidas exceden las facultades estatales de control, son claramente autoritarias y representan una invasión a la libertad individual, que más que beneficios, generarán problemas.

lunes, 11 de abril de 2011

ELECCIÓN EN PERÚ Y LA FLORIDA, UN MISMO DILEMA

La elección en Perú y el mes sin alcalde de La Florida, tienen muchas cosas en común, la principal, reflejan que la política sigue entrampada en una pregunta antigua pero fútil ¿Quienes deben gobernar?

Hay un viejo pero siempre latente dilema –la paradoja de la Libertad que usa Platón como argumento contra la democracia- que tiene relación con qué ocurre si los votantes eligen por mayoría a un dictador como gobernante, o si eligen tener un régimen autoritario a través de elecciones libres.

Ese dilema tiene relación con lo que Popper llamaba la teoría de la soberanía, que presume que el poder político está o debe estar libre de todo control, y que origina la pregunta más antigua e inútil del pensamiento político ¿Quiénes deben gobernar?

Por siglos esa pregunta ha imperado en la política, dando énfasis -erradamente- en quienes ejercen el gobierno, dejando de lado un aspecto esencial, relativo a qué instituciones permiten a los ciudadanos protegerse de un mal gobernante y destituirlo en caso necesario, evitando el derramamiento de sangre.

Ese mayor o menor énfasis en controles y contrapesos al poder, es el que permite distinguir una democracia de una tiranía. También permite ver cuándo un sistema democrático o que al menos intenta establecerse sufre una reversión.

La elección en Perú, donde el candidato que lidera los comicios, Ollanta Humala tiene -aunque diga que ya no- un claro discurso chauvinista, estatista y por ende bélico, no debería dejar a nadie indiferente en ese sentido.

Porque tomando en cuenta su posible elección es inevitable que surja una duda ¿La institucionalidad democrática del Perú, entrega garantías a sus ciudadanos ante la potencial llegada de un mal gobernante elegido por ellos mismos? ¿Hay contrapesos y controles fuertes sobre los gobernantes? No lo sé.

En lo personal me preocupa el ascenso de Humala por dos aspectos, no sólo porque a lo largo de la historia quienes han ascendido al poder político con esa clase de discurso ultranacionalista –aunque lo suavicen para las elecciones- han sido nefastos contra la democracia, libertad individual y los derechos de las personas; sino también porque los electores peruanos parecen avalarlo como una opción viable democráticamente.

Es el dilema de la libertad platónico. Los ciudadanos tienen el derecho y la libertad de elegir. El riesgo y la pregunta  previa es si esa elección no coloca en riesgo su propia libertad.

¿Y qué tiene que ver esto con el espectáculo en La Florida? La Florida vive el dilema platónico en carne propia.

La Florida y sus vecinos están entrampados en esa misma pregunta -¿Quién debe gobernar? desde hace más de un mes. Y ese enredo denota que nuestra democracia a nivel local no entrega los medios institucionales para que los ciudadanos destituyan malos gobernantes y reelijan nuevamente a sus representantes. No cuentan con una institucionalidad que los proteja de malos representantes, sean alcaldes o concejales, que capturan el poder para sí de manera personal o colectiva.

Y entonces, hoy aún están a merced del criterio de unos cuantos miembros de un concejo municipal, sin poder ejercer ningún control sobre éstos, y sin ningún poder para cambiar a sus representantes con el voto, es decir de manera pacífica.

Los propios miembros del concejo municipal –tanto de la Alianza como la Concertación- en una actitud claramente autoritaria están entrampados en la pregunta de ¿Quiénes deben gobernar?

De ambos sectores, y de manera claramente soberbia, sin consultar al electorado, se consideran los más aptos para hacerlo. Ese es eje de la disputa y la inmovilidad que mantiene a La Florida sin alcalde.

Es decir, aprovechando la falta de una institucionalidad democrática, los propios representantes les niegan el derecho de ejercer la democracia a sus ciudadanos, mientras ellos se baten en un duelo por el poder.

Como decía Karl Popper “Si no se coloca la preservación de la democracia por encima de toda otra consideración…las tendencias antidemocráticas latentes que nunca faltan puede provocar la caída de la democracia”.

Por eso, el enfoque desde el que debe ser abordado la política para salvar o fortalecer la Democracia tiene relación con preguntarse ¿Qué instituciones nos garantizan o nos protegen de malos gobernantes? 

viernes, 8 de abril de 2011

LAS REDES DE PODER, SIN VERGÜENZAS

Para nadie debería ser novedad que las redes de poder, las diversas camarillas, y las diversas élites se relacionan, comparten e intercambian espacios e influencias. Ejemplos, incluso muy en boga hay muchos. Lo novedoso es cuando algunos de los miembros de la élite reconocen estas redes públicamente.

Todos sabemos que si un ciudadano común y corriente, sin influencias ni poder, solicita una entrevista con alguna “autoridad”, las posibilidades de que se la concedan son bajas, por no decir nulas. La igualdad ante la ley en esa dimensión es una quimera, si comparamos con alguien que tiene muchas influencias o redes.

En las últimas semanas, el Ministerio Público, un organismo autónomo que no depende de los otros poderes del Estado, ha sido un claro ejemplo de cómo las redes de relación –formales e informales- entre las diversas élites, cruzan constantemente las instituciones públicas y ha generado el debate en torno a la independencia entre los poderes del Estado y sus organismos.

La reunión –sin previa solicitud de carnet como parece ser “el mecanismo regular de audiencias”, con café incluido- entre el Fiscal Nacional, Sabas Chahuán, y Eliodoro Matte, causó una polémica –casi cínica- en torno a la independencia de las instituciones gubernamentales con respecto a quienes tienen influencias en otras esferas sociales.


La diferencia radica en que un miembro de las élites reconoce abiertamente a través de un medio, tener y ejercer su poder e influencia sobre un alto funcionario, de un poder del Estado, que supuestamente debería ser independiente.

En el fondo, reconoce lo que autores como G. William Domhoff y Charles Wright Mills plantearon hace años, y que las élites han negado siempre: que existen una serie de redes de relaciones entre los miembros de la élite y las diversas esferas de poder.



Lo que hace Matte con su carta de disculpas con respecto a su reunión con Chahuán, es sólo tratar de refrendar el uso inadecuado de su influencia, pero no el uso de su influencia y sus redes de relaciones.

Con ello, ratifica no sólo su posición de élite, sus nexos y privilegios como tal, sino que naturaliza y legitima la relación imbricada entre las diversas camarillas del poder. Las redes de poder, se asoman sin vergüenzas ante los ciudadanos. 

jueves, 7 de abril de 2011

UNA MENTIRA LLEVA A OTRA

Parece ser que no sólo Van Rysselbergue mintió, sino también quienes le dijeron a la opinión pública que su mentira rayaba en lo ilegal, que ameritaba una acusación constitucional, y que ahora, sin previo aviso desisten de ejercer la legalidad en “pro de la verdad”.

La mentira, esa conducta humana de la que quizás nadie escapa  ha sido un problema humano y filosófico desde hace siglos. Una cuestión ética y moral que ha sido foco de diversas alegorías y cuentos infantiles, donde se indica que mentir no es bueno, o al menos no recomendable.

Filósofos y pensadores de todos los tiempos la han tratado de abordar, analizar y criticar. Algunos la han justificado como un medio válido, cuyo uso depende de los fines pretendidos; otros la han cuestionado a priori como una falta ética, por ser una falta a la verdad o al menos a su búsqueda.

Cualquiera sea el caso, la mentira es un asunto complejo, en cuyo en torno siempre encontraremos justificaciones diversas -filosóficas, legales, técnicas- según quién la use, y el fin que con que lo haga. La actividad política no escapa a esos pretextos.

Cuando se desató la polémica en torno a las mentiras de Van Rysselbergue para obtener subsidios para no damnificados, algunos políticos enarbolaron diversas justificaciones en su favor, y otros levantaron sendas acusaciones en su contra. En todos los casos, se apeló a la ética, la probidad, la legalidad, la piedad, lo habitual que es mentir en política, y un largo etc. Todo parecía girar en torno a la doxa política, el mero sentir.

En esa dimensión, la discusión parecía no tener fin, porque en realidad no existe una sanción concreta para la mentira en política, cuestión no poco habitual, que va desde las promesas de campaña hasta las supuestas rivalidades entre élites políticas. Porque lo cierto es que la mentira es una práctica habitual en política y poco sancionada, se quiera o no.

No obstante, cuando se enarboló la posibilidad de una acusación constitucional, de inmediato se pasó del aspecto meramente político al legal. Entonces, la discusión comenzó a girar en torno a los límites jurídicos por los que camina la mentira en política y cuándo se podría constituir en una falta.

La posibilidad de una acusación constitucional implicaba que existían razones más allá de la mera doxa política para sancionar a la ahora ex intendenta de la octava región. Eso al menos parecía ser la situación hasta que los mismos que levantaron esa posibilidad legal, la descartan ante la renuncia de Van Rysselbergue.

Pero entonces surgen dudas ¿Si la gravedad de la mentira ameritaba una acusación constitucional por un imperativo ético, por qué se deja sin efecto ante la renuncia de la intendenta?
¿Es que acaso el tema jurídico no era tal o pierde importancia con la mera renuncia? ¿La acusación constitucional sólo fue otra mentira más dentro la natural mentira del show business político?

Peor aún ¿Eso no hace prácticamente cómplices de la mentira de Van Rysselbergue, a sus propios acusadores, los miembros del Congreso?

En el fondo parece ser que en todo esto, no sólo Van Rysselbergue mintió, sino también quienes le dijeron a la opinión pública que esa mentira rayaba en lo ilegal, que ameritaba acusación constitucional, y que ahora, sin previo aviso desisten de ejercer la legalidad en “pro de la verdad”.

Como es habitual en política, siempre tras una discusión hay dos dimensiones del debate: una que se reduce a la trinchera simplona de la política; y otra, la discusión profunda, donde se encuentran los temas de importancia radical, la Política. El caso Van Rysselbergue ha mostrado como la primera termina por dominar el debate público, mientras que la segunda pasa al olvido ante los ojos desatentos del público, aunque es la más importante.

Quizás no debería extrañarnos, porque lo que nunca se reconoce es que la mentira está presente siempre en política, en esa discusión de trincheras que tanto atrae al público y que tanto lo distrae. 

lunes, 4 de abril de 2011

CAPITALISMO Y SOCIALISMO ¿ECOLÓGICOS?

Según Hugo Chávez “no sería extraño que en Marte haya habido civilización, pero a lo mejor llegó allá el capitalismo, llegó el imperialismo y acabó con ese planeta". Luego, exhorta a seguir un patrón "socialista" de consumo: más comedido y ecológico.

Pero detrás de esa supuesta ironía –suponiendo que es eso- surgen las dudas ¿Qué es un patrón socialista de consumo comedido y ecológico? ¿Han sido más ecológicos los proyectos socialistas? ¿Es ecológico el ideario socialista?

Si uno analiza los orígenes del socialismo, en torno a los cambios sociales que la Revolución Industrial generaba en la sociedad, la cuestión ecológica era una idea prácticamente marginal. En términos estrictos, la crítica al modo de producción capitalista se realiza dentro de los propios marcos de la ilustración racionalista.

Incluso los promotores del socialismo originario, como Fourier o Robert Owen, no se oponían al desarrollo industrial y productivo.  Mucho menos lo hacía Saint Simon. Tampoco Marx aborda el problema ecológico como eje central en su teoría (aunque algunos dicen que sí). No obstante, en general no existía conciencia de la necesidad de cuidar el medioambiente.

En la actualidad, la mayor parte de la discusión en torno a temas medioambientales parece basarse en la idea de que el “socialismo”, por si mismo, es más ecológico que el “capitalismo”. Pero ¿Qué hay de cierto en ello?

Hay varios supuestos –ilusorios- que se desprenden de lo anterior, como por ejemplo, que el carácter colectivo de un bien es más efectivo -que el carácter privado- a la hora proteger el medio ambiente o el ecosistema; o que las empresas estatales son más responsables que las privadas con el entorno natural. Ejemplos que contradicen estos supuestos hay muchos, tanto en otros países como en Chile.

Todas estas ideas se basan en una dicotomía ficticia y errada, que supone que los agentes del campo corporativo están desligados de los agentes del campo estatal; o que los últimos son más responsables con el medio ambiente que los primeros, sobre todo cuando el Estado se alza como único monopolio productivo e industrial.

Algunos dirán que la diferencia radica en la visión con respecto a la producción, que el capitalismo da prioridad a la acumulación, mientras que el socialismo al interés colectivo y humano.

Dicotomía falsa, porque tanto lo que se llama habitualmente el modelo industrial capitalista –crony capitalista o mercantilista- como el modelo industrial socialista –de economía planificada y estatal- mantienen o han mantenido como eje central de sus sistema económicos, la expansión productiva a gran escala –al costo que sea- y cuyo trasfondo es el Estado como promotor -encubridor-. El mejor ejemplo de esto, es la producción armamentista, la carrera atómica y espacial durante la Guerra Fría, que ambas potencias desarrollaron a niveles extremos. Eso sin mencionar el secretismo a costa de la vida y seguridad de las personas.

Algunos dirán que comparativamente las potencias ricas de Occidente –sin mencionar China obviamente, el segundo emisor de dióxido de carbono en el mundo- han sido más depredadoras y desconsideradas con el medio ambiente a lo largo de los siglos en todo el mundo. Nadie discute eso en realidad. Pero, ese hecho no hace más ecológicos a los estados socialistas o los países pobres, sólo menos depredadores. Y hasta por ahí.

Porque más allá de una apreciación netamente ideológica, una cosa es el compromiso con el ecologismo, y otra es que la economía de un Estado se deprima, haciendo que su expansión productiva e industrial se detenga o disminuya junto con su consumo interno, disminuyendo con ellos sus pretensiones de poder.

Eso no es ecologismo ni compromiso con el medio ambiente, es pobreza. Y está demostrado que una economía empobrecida tampoco es ecológica.  

La única idea que podría ser más ecológica y a la vez socialista, podría ser la que proponía Henry David Thoreau en Walden o la vida en los bosques.

¿Por qué entonces Chávez habla de un socialismo comedido y ecológico desde su puesto estatal y de poder? ¿A qué refiere específicamente?