miércoles, 25 de junio de 2008

Desigualdad sedimentada por la Educación

Una población bien educada es un factor esencial para lograr el desarrollo, sin embargo, es claro también que la educación, sólo en términos de cobertura, no basta para disminuir las desigualdades que entorpecen ese tránsito.
Nuestros índices de distribución de la riqueza, nos sitúan entre los diez países con peor distribución del ingreso en el planeta, y donde el 10% más rico se queda con 35 veces más dinero que el que capta el 10% más pobre.
Esa dicotomía entre distribución y competitividad se vuelve aún más paradójica si consideramos que la cobertura de nuestro sistema educacional, entre los 5 y 14 años, se encuentra cercana a los parámetros establecidos por la Organización para la Cooperación Económica y el Desarrollo (OECD, en sus siglas en inglés), con el 92% de los niños dentro del sistema educativo.
Sin embargo, vemos que la cobertura no ha bastado, y que la desigualdad social continúa y aumenta.
La educación, sobre todo básica y media, a pesar de su nivel de cobertura, no está garantizando el desarrollo profesional y laboral equitativo de los individuos, sino que está perpetuando las estructuras de desigualdad.
La afirmación no es gratuita si consideramos que la paradoja está en que supuestamente, si un alto porcentaje está recibiendo la misma preparación e instrucción en las primeras etapas del sistema educativo, muchos deberían tener las mismas posibilidades de acceder a la educación superior y posteriormente a elegir trabajos bien remunerados, más allá de su nivel socioeconómico de procedencia y del capital social con que cuenten en principio.
Pero, y siguiendo a Pierre Bourdieu, el sistema educacional chileno, segmentado y estratificado, estaría sedimentando las desigualdades sociales al reforzar el habitus social de cada individuo según su capital social o en otras palabras, según su estrato o clase.
Es decir, cada individuo estaría siendo educado en base a su origen social, al habitus de su clase, y no a su capacidad de aprender.
Por esto, por ejemplo es difícil que alguien consignado en el estrato abc1 estudie en un colegio técnico industrial y es muy probable que lo haga en uno científico humanista.
Lamentablemente, la diferencia entre estudiar ambos tipos de establecimientos educacionales es abismante en cuanto a las expectativas laborales y proyecciones educacionales que de esto se generan.
Peor si agregamos las diferencias entre colegios particulares y municipalizados, si consideramos que, por ejemplo, entre los 200 colegios mejor rankeados del país, sólo 5 son municipalizados.
De este modo, y tal como diría Bourdieu, el colegio no es el lugar en el que se generan las desigualdades sociales sino donde se naturalizan esas desigualdades.
Por lo tanto, el planteamiento que consideraba a la educación como la base del desarrollo –en términos de equidad- tiende a perder sentido.
Más aún, si consideramos que la brecha social sigue aumentando en torno a nuevas fuentes de desigualdad como son el acceso a la tecnología y a los medios de información, muy relacionadas con la educación, el problema se complica.
Estas diferencias se ven acrecentadas debido a que se está produciendo un número no despreciable de profesionales cesantes o trabajando por sueldos muy bajos, en labores para las cuales, no necesariamente están calificados o muchas veces, sobrecalificados.
Es decir, actualmente, ni siquiera la educación superior estaría garantizando un futuro laboral seguro y bien remunerado, por muchos postgrados y estudios que se tengan.
En este sentido, debemos tener claro que la educación superior en Chile se compone de tres niveles: las universidades, los institutos profesionales y los centros de formación técnica.
Los dos últimos, no tienen un sistema de acreditación ni de regulación y tampoco tienen vías de conexión con el primero. Ahí, claramente se produce un foco de diferencia que perpetua las desigualdades en el plano laboral.
Las carreras técnico profesionales tienden a ser vistas, erróneamente, como carreras de segundo orden, como opción para los que no pudieron ingresar a la universidad tradicional.
Por lo mismo, el funcionamiento del mercado tiende a favorecer a estudiantes y profesionales que ya poseen capital económico y social previo, pues las instituciones educativas están estructuradas para favorecer a aquellos que ya lo poseen.
A lo anterior, se suma un fenómeno que viene ocurriendo en los últimos años, y es que la universidad, tanto privada como pública, se ha convertido en un lugar donde se aprenden determinadas técnicas, específicas y muy acotadas, que inhiben el desarrollo integral de los profesionales, y por ende su capacidad innovadora.
El profesional, queda determinado a ciertas tareas específicas, en las cuales sólo puede desempeñarse si cuenta con el capital social previo.
Es muy difícil que alguien sin capital social amplio, pueda acceder a puestos laborales bien remunerados, sobre todo si consideramos que aquel con mayor capital social –entiéndase desde el apellido hasta “pitutos”-, aún siendo el peor alumno, tiene garantizado entre 30 a 40% más de sueldo que el mejor alumno que viene de un sector medio-bajo.
Es decir, la cobertura educacional no bastará para disminuir con la desigualdad, mientras las diferencias en el capital social y económico primen sobre el mérito, el buen desempeño, y la educación siga siendo segmentada desde sus primeras etapas.
Lo anterior, sobre todo si consideramos que esas diferencias estarían siendo fomentadas desde la primera infancia, pues la cobertura en educación preescolar llega a menos de la mitad en nuestro país, y por lo tanto, tendríamos un importante número de ciudadanos que estarán en desventaja desde el inicio de sus vidas, mucho antes de pensar en trabajar.
Artículo reeditado.

martes, 10 de junio de 2008

El mayo del 68 chileno

Un día de mayo de 1968, hace cuarenta años, en Francia se inició una revuelta de estudiantes, que exigían verdadero acceso a los beneficios del crecimiento económico. En Chile, en mayo del 2008, lo mismo están pidiendo escolares y universitarios, aunque las elites no lo quieran asumir.
En diversos aspectos, el movimiento estudiantil chileno tiene varias similitudes con el francés, sobre todo con respecto a su crítica al poder, en especial al de los partidos políticos, y la simultánea exigencia de hacer coherente el sistema democrático, económica y socialmente.
Las movilizaciones estudiantiles en Chile, no se refieren sólo a la LOCE y la LGE, sino que tras éstas hay una crítica profunda a una sociedad marcada por el desequilibrio social, que crea constantes nuevas necesidades, basadas en el deseo de emulación, fomentando el endeudamiento generalizado, en pro de bienes privados y en desmedro de los bienes públicos.
En primer lugar, en ambos casos, los estudiantes exigen verdadera coherencia entre las promesas de mayor justicia social, y una realidad a la que consideran desviada de dicho ideal.

En segundo lugar, las movilizaciones estudiantiles conllevan implícitamente la necesidad de abrir espacios para incorporar a la vida política, a los jóvenes, que decepcionados de las lógicas anquilosadas de la política partidaria, prefieren fortalecer nuevos movimientos sociales desde la propia sociedad civil, exigiendo el reconocimiento de éstos y sus demandas colectivas.

Los estudiantes chilenos están reaccionando ante la incongruencia entre las expectativas económicas de los ciudadanos, originadas a partir de las promesas hechas en torno al modelo económico (marcadas por la confianza en el “chorreo”) y la decepción distributiva existente en la actualidad.

Al igual que los estudiantes del 68, los jóvenes chilenos están indicando que el crecimiento cuantitativo, no ha bastado para alcanzar el desarrollo, que en definitiva permita el acceso a toda la sociedad, de los beneficios económicos generados por el modelo económico.

Contrariamente a lo que se piensa, los estudiantes movilizados, en su mayoría provienen de sectores en pleno ascenso social, al igual que los jóvenes del 68, exigen más libertad en un sentido profundo y amplio, donde la igualdad -en este caso en la educación- permitiría mayor ejercicio de la libertad para muchos más sobre su propio destino –por ejemplo, al poder acceder a más bienes-.
La rebelión estudiantil, no pretende destruir el sistema, sino que hacerlo realmente funcional a las expectativas sociales de los ciudadanos, entre las cuales se encuentra el acceso equitativo a educación y a bienes.
Como John Kenneth Galbraith planteaba en La Sociedad Opulenta, se produce un desequilibrio entre la opulencia privada y la miseria pública.