viernes, 27 de mayo de 2011

DEMOCRACIA SIN SABER QUÉ ES

Hace meses la palabra democracia se ha convertido en un concepto recurrente, en redes sociales, prensa nacional e internacional, y en manifestaciones públicas en todo el mundo. No obstante surge la duda ¿De qué habla cada uno cuando dice democracia?
La palabra democracia es un concepto polisémico, que a lo largo de la historia ha tenido diversas lecturas. Muchos pensadores han hablado sobre democracia -a favor como en contra- desde diversos enfoques, descriptivos, prescriptivos e históricos.
La palabra -que pertenece a un sistema de conceptos relativos a las formas de ejercer el poder político- ha sido usada para designar un régimen de gobierno en base al número de titulares del poder –en su uso clásico-; como régimen contrario a la autocracia, a partir de las revoluciones liberales y republicanas contra del absolutismo monárquico; como contraposición a las dictaduras totalitarias, en su revaloración positiva en el siglo XX.
En la actualidad, se podría decir que todos hablan de democracia, la exigen, la claman, la cuestionan, proponen mejorarla, reconstruirla, instaurarla. Todos somos demócratas. Pero como plantea Sartori, para debatir sobre democracia hay que tener presente que hay un ideal democrático y una democracia real que están en constante tensión, y que hacen de ésta un elemento perfectible.
No obstante, el concepto de democracia se ha convertido en un significante vacío. Aunque muchos hablan de democracia, la mayoría tiene un concepto más bien abstracto y no concreto de ésta. Eso incide en que hay juicio de valor sin juicio analítico. Eso lleva a errores conceptuales sobre la democracia, y sobre todo en cuanto a su defensa. Algunos de estos supuestos falsos son:

1.      La democracia es el simple gobierno de la mayoría:
Esta idea se relaciona con lo que Popper llama la teoría clásica de la democracia, que relaciona democracia con el concepto de soberanía del pueblo (demos), en cuanto su derecho a gobernar, que luego Rousseau llamó la Voluntad General.

Tal uso clásico surgiría en opción a la tiranía de uno o varios, y no basado en una especie de infalibilidad de la mayoría o en el supuesto derecho de la mayoría de imponer lo que se le ocurra, como muchas veces se cree.

Contrario a lo que muchos  consideran -incluidos los liberales utilitaristas- la mayoría también se puede equivocar o puede actuar de manera despótica. Como decía Stuart Mill: “El mejor gobierno no puede ejercer más derechos que el peor; es tan perjudicial, o aun más, la coacción impuesta de acuerdo con la opinión pública que la que se ejerce contra ella”.

Entonces, se hace necesaria la idea de contrapesos y controles institucionales, la politéia de Aristóteles (quien usaba el término democracia en sentido negativo) para evitar la tiranía de las mayorías, que según Stuart Mill, sería “un gobierno de privilegio en favor de una mayoría numérica”.

La democracia entonces no se define sólo por el simple número -que conlleva el riesgo del colectivismo o la oclocracia, la mala forma de democracia según Polibio- sino que por el nivel de libertad política e  individual que se permite a los individuos en un régimen dado. Esto es clave para defender la idea de igualdad intrínseca (Dahl), es decir, que los seres humanos son esencialmente iguales en lo fundamental, son fines en sí mismos y tienen derecho a la libertad (Kant), y un sentido de la justicia (Rawls).

2.      La democracia es simplemente un sistema de elección basado en partidos políticos:
Muchos consideran sólo la variable procedimental –el acto de votar- como razón suficiente para hablar de democracia, y no otras variables como las libertades civiles y políticas –de opinión, expresión, asociación, movimiento- que se deben ejercer en un estado y sociedad democrática.

La visión procedimental tiende a ser funcional a quienes sobrevaloran el rol de los partidos políticos (Kelsen), dentro de un mero sistema de competencia donde los ciudadanos sólo deben elegir ofertas entre caudillos (Schumpeter). No obstante, esto conlleva el riesgo de convertir la democracia en una partitocracia, donde parafraseando a Bobbio, el diputado se vuelve un mandatario, no de los ciudadanos que lo eligen, sino del partido que lo castiga quitándole confianza cuando no representa la disciplina partidaria.

“Todo ello desacredita seriamente la idea en que se fundamenta la representación proporcional: la idea de que la influencia ejercida por un partido cualquiera es forzosamente proporcional al número de votos que ese partido se ha ganado” Popper.

Porque no hay que olvidar que la representación es un elemento simbólico. Por tanto, la mera creencia en la delegación sin promover mecanismos de control sobre los representantes una vez electos, deriva en falta de representación. Stuart Mill planteaba: “Lo que agrava considerablemente estos males es la falta de igualdad en las democracias que hoy existen; véase en ellas hasta una desigualdad sistemática en favor de la clase dominante”. La clase política.

Se hace necesaria entonces mayor competencia a nivel electoral, para abrir espacios a representantes netamente ciudadanos y no sólo partidarios. Incluso considerar el sorteo como parte de los mecanismos democráticos, pues "Lo único que justifica gobernar a hombres libres e iguales es que cada uno gobierne por turno" Aristóteles, Libro III de la Política.

3.      La democracia equivale a omnipotencia del Estado:
Frecuentemente se presume que Democracia equivale a la existencia de un Estado como una entidad totalizante que absorbe a la sociedad, y desde la cual se impone –por ley o coacción- un modus vivendi, que sería el que la mayoría establece.

Esta idea tuvo su punto más álgido durante el siglo XX, cuando el concepto de democracia estuvo en el fragor de la disputa ideológica, y se le ligó con la idea marxista de dictadura proletaria, que implicaba que la democracia liberal como parte del dominio burgués, debía ser reemplazada una vez establecido el control “revolucionario” del Estado, para instaurar un orden totalmente nuevo, el dominio proletario. La dictadura ya no sería provisional -ejecutiva- como en el uso clásico sino soberana -ejecutiva, legislativa- (Carl Schmitt).

Pero es errado confundir democracia con estatismo o monopolio del poder, porque la democracia implica, según Tocqueville la necesaria existencia de un pluralismo asociativo, es decir, una sociedad civil activa, plural y tolerante, donde mayorías y minorías puedan expresarse pacíficamente y con libertad sin temor al Estado. Para ello es importante establecer límites al poder político y estatal. Se hace necesaria la separación de poderes que planteaba Montesquieu, quien decía: “Para que no se pueda abusar del poder es preciso que el poder frene al poder”.

Y aquí surge un principio clave de la democracia, el Estado de derecho, entendido esencialmente como el gobierno de las leyes -igualdad ante la ley (ya desde Pericles)- y “la subordinación de todo poder al derecho” (Bobbio). Es decir, ningún gobierno tiene el derecho -a través del Estado- a disponer de nosotros como se le antoje, aunque diga hacerlo a nombre del pueblo, la patria o lo que sea. Hay derechos que permanecen en cada individuo, como la autoposesión.

Eso es esencial para separar democracia, entendida como poliarquía (instituciones políticas democráticas) de la autocracia –el imperio de los hombres o el capricho personal-.

Alain Touraine, entre sus requisitos para una democracia considera necesaria la separación entre Sociedad Civil y Estado, y la existencia de diversos grupos de interés. Ergo, la existencia de un espacio político reconocido e independiente del Estado, la ciudadanía. Como se ve, el error sería creer que la democracia implica una racionalidad absoluta del Estado.

Esa creencia no desarrolló más democracia en la URSS, sino un Estado burocrático monopólico y luego totalitario, sobre la vida de los individuos.

Como decía Rudolf Rocker “La dictadura puede suprimir una vieja clase, pero siempre se vera obligada a acudir a una casta gobernante formada por sus propios partidarios, otorgándoles privilegios que el pueblo no posee”. Una minoría privilegiada que controlaba el poder y una masa empobrecida (Trostky).

4.      La democracia como el dominio de una clase o la autocracia de un líder:
Muy ligado con el error conceptual anterior, está el de ligar democracia con caudillismo (algún tipo de dominación carismática) o dominio de una clase, basado en el mito de que el líder o un clase en específico, captan o representan mejor que el resto, la voluntad popular. La democracia es contraria al culto a la personalidad.

Esta confusión se acentúa sobre todo en momentos de cambio o transformación donde se cuestiona el orden y poder imperantes, y proliferan diversos líderes que buscan monopolizar las demandas y con ello los liderazgos y el poder, ya sea mediante formas pacíficas o violentas.

En ese sentido, la lucha por la democracia -ya sea para instaurarla, ampliarla o defenderla- siempre conlleva el riesgo de derivar en una nueva tiranía, sobre todo si no existen ciudadanos celosos de sus espacios de libertad individual, como para evitar su desarrollo.

Porque esos líderes “revolucionarios, demócratas, liberales o progresistas” tampoco son inmunes a la ley de hierro de la oligarquía, es decir, tienen igual peligro de convertirse en los nuevos opresores (aunque digan que su poder es provisional) mediante auto investiduras y un creciente culto a la personalidad, donde nadie puede cuestionar las decisiones del líder porque es supuestamente el más sabio, moral, intelectual, técnico, iluminado, etc.

Bajo esa lógica, las democracias tienen el riesgo de convertirse en democracias cesaristas (Weber), donde los ciudadanos prácticamente no pueden cuestionar a los gobernantes, que a la vez buscan mediante diversos mecanismos y subterfugios perpetuarse en el poder porque se consideran los únicos capaces de ejercerlo. Ejemplos de ellos son el despotismo ilustrado y las vanguardias revolucionarias.

Contrario a lo anterior, la democracia implica un derecho esencial, que Dahl plantea en su poliarquía: el de oponerse a los gobernantes y sacarlos de sus cargos con el voto. Por tanto, como plantea Sartori, no son legítimos las auto investiduras ni el poder que derive de la fuerza.

Implica el traspaso constante y pacífico del poder. Ergo, obliga a un sistema electoral competitivo, abierto, donde todos los ciudadanos pueden acceder a cargos de representación y nadie es dueño de un cargo de representación o decisión. De lo contrario, se produce nepotismo, plutocracia o partitocracia.

“Todo dictador, por benévolo que pudiera ser, usurpa las responsabilidades y, con ellas, los derechos y los deberes de todos los demás hombres. Esta es una razón suficiente para decidirnos por la democracia -vale decir, por un gobierno cuyas leyes nos permiten incluso destituirlo. Ninguna mayoría, por amplia que sea, puede sentirse calificada para deshacerse de esas leyes.” Karl Popper.

Reflexión final
La sustitución de la democracia representativa por la directa es difícil en las grandes organizaciones, pero se pueden establecer formas mixtas, que permitan mayor ejercicio de la última a nivel local, como el sorteo de cargos y un mayor federalismo. En ese sentido, la democracia liberal y la democracia participativa son complementarias (Held). 

Estamos en una fase esencial, ya no basta exigir un Estado democrático, se debe promover siempre pacíficamente, una sociedad democrática, abierta. Es clave tener presente qué es democracia y qué no. 

lunes, 9 de mayo de 2011

DROGADOS CON EL PODER


No es necesario dar la cantinela sobre el valor de la democracia y la participación de los ciudadanos, para decir que lo que ocurre en La Florida no sólo es un triste espectáculo, sino que un claro síntoma de una especie de esquizofrenia que afecta a nuestro sistema político, entre una institucionalidad débil y el capricho de los representantes políticos.


En lo personal, me parece que el mecanismo para la “sucesión” -que es algo más bien monárquico, porque además sólo votan los concejales- es inadecuado e insuficiente. No es democrático. Tampoco lo es no asistir a ninguna sesión para saldar el asunto, incumpliendo con una responsabilidad explícita ante los ciudadanos.

Primeros culpables, los “honorables” en Valparaíso, que parecen creer que los miembros de la clase política son inmortales en sus cargos, y aún no legislan en cuanto a un mecanismo –que lógicamente es llamar a elecciones ciudadanas- para reemplazar a los que renuncian o mueren en el ejercicio de un cargo. Todavía recurren al capricho, hacen enroques y aplican la dedocracia sin ponerse rojos. De mejores instituciones, nada.

Y es que el problema en La Florida es un problema generalizado de nuestra democracia. Es una falla institucional endémica. La Democracia es prisionera de malos mecanismos que la dejan a merced del capricho personal de algunos.

Así, los vecinos de La Florida, hoy aún están a merced del antojo de unos cuantos miembros de un concejo municipal, sin poder ejercer ningún control sobre el capricho de éstos. De hecho, la ley acentúa esa arbitrariedad, al indicar que son los concejales y no los ciudadanos, los que deben elegir al sucesor del alcalde Gajardo. “La ley lo dice” exclamarán muchos que ven ahí la solución, pero que ni siquiera piensan si esa ley es adecuada para tal efecto.

No se preguntan ¿Por qué la ley les concede a unos cuantos concejales esa facultad que pertenece a los ciudadanos? ¿Acaso los electores los eligieron para designar sucesores en caso de fallecimiento del alcalde? Jamás. Los ciudadanos los eligieron para representarlos ante el alcalde, no para ser potenciales sucesores de éste. ¿O acaso algún concejal entre sus promesas habla de ser el mejor sucesor del alcalde si este renuncia o muere?

Y ahí está lo esquizoide de todo esto, porque los concejales están encerrados en una especie de burbuja ajena a La Florida misma, donde el hedor del poder les carcome toda racionalidad política y exacerba al máximo su capricho personal.  Y de eso están haciendo un ritual público, penoso, que camina al borde del absurdo. Sólo falta que propongan a un caballo para el cargo…

Todo es una locura si uno se pregunta ¿Qué esperan realmente los concejales de la Concertación y del PC, que por novena vez no acuden a la sesión extraordinaria? ¿Qué muera alguno de sus colegas que apoya a Carter para quedar empatados? ¿Cuántas veces asistirán los que apoyan a Carter, sabiendo que los otros no irán, si ya pasó “la tercera es la vencida”?

Entonces se aprecia claramente que la lucha en ese concejo floridano es por el mero ego del poder, no por la democracia y menos por los ciudadanos.

Lo peor, los vecinos de La Florida están entrampados en ese vacío entre una institucionalidad inútil y poco previsora, y el capricho de unos cuantos concejales, que no sólo han suprimido todo diálogo, sino que han colocado a la “democracia” en un limbo insalvable. Y con eso han subyugado a la ciudadanía.

En una actitud claramente autoritaria del concejo en general, sin querer realmente consultar al electorado, de ambos sectores se consideran los más aptos para asumir la alcaldía. Ese es eje de la disputa y la inmovilidad que mantiene a La Florida sin alcalde por casi tres meses.

En el fondo, la falta de una institucionalidad democrática a nivel comunal como la gente, hace que los propios representantes le nieguen el derecho de ejercer la democracia a sus ciudadanos. Es decir, no los protege de malos representantes, sean alcaldes o concejales, que capturan el poder para sí de manera personal o colectiva.

Perfectamente todos esos concejales podrían llegar a un acuerdo democrático, para luego llamar a elecciones de nuevo alcalde. Eso sería revolucionario, profundamente democrático. Pero no.

Están drogados con el poder, mientras La Florida sigue funcionando sin alcalde y sin concejales. Es que la democracia no depende de esos representantes, es más bien su prisionera.