martes, 11 de agosto de 2009

Estado e Iglesia, una separación que los conservadores olvidan

La secularización de la sociedad chilena -la separación entre iglesia y Estado- ocurrió hace años. Por lo menos en el papel. Sin embargo, algunos ciudadanos parecen haber olvidado tal premisa confundiendo política con religión.
En un artículo publicado en los blogs de la Tercera, Alberto Pedro López-Hermida Russo, plantea que no se puede ser socialista y creyente a la vez. Según él, eso es claramente una contradicción.
Pero peor aún, plantea que para no ser incoherentes, "O se sigue a una Presidenta... o se sigue al Pontífice".
Ambas premisas son profundamente erradas.
En primer lugar, y como el común de la gente, confunde socialismo con marxismo, olvidando la histórica relación del socialismo utópico con algunos movimientos religiosos como los socialistas religiosos que participaban de la II Internacional o el primer presidente del Partido Laborista, el minero y socialista cristiano, James Keir Hardie.
Aquí ya podemos establecer la diferencia entre cristianos y católicos, siendo los primeros mucho más cercanos a posiciones libertarias que los segundos. Eso, se debe en parte a la Reforma Protestante, su contraposición al poder del papado, el surgimiento del absolutismo, las guerras de religión y la necesidad que se generó, en cuanto a establecer una neutralidad estatal, en relación a los sistemas de fe de los individuos. Ningún rey o príncipe podía imponer su credo a sus súbditos.
De no entender lo anterior, surge la segunda premisa errada de López, al decir que "O se sigue a una Presidenta... o se sigue al Pontífice".
Olvida que el espacio político y la política, no están para definir el sistema de creencias de los individuos como ciudadanos, sino para permitir el diálogo y el acuerdo entre estos. Si se cree lo contrario, entonces se tiene una visión totalizante de la política, que podría dar paso al totalitarismo o el fundamentalismo.
Por ende, ni el Estado ni los representantes en cuanto tales, pueden tomar partido por una religión, confesión o ideología para imponerlas sobre el conjunto de ciudadanos. Es decir, no pueden darle más valor a una que a otra.
Es ese el principio de neutralidad de valores: donde Estado y religión son esferas separadas y por lo tanto la autoridad política no es la autoridad religiosa. De lo contrario, estaríamos en una teocracia.
Por lo mismo, cada político puede tener su confesión religiosa, puede practicarla libremente, pero en cuanto representante político, ésta no tiene la supremacía. Si fuera así, entonces cada religión debería tener un brazo político y un escaño garantizado.
Lo cierto es que el espacio político es una dimensión separada de la dimensión religiosa.
Esa regla corre tanto para gobernantes como gobernados. Esa es la clave para que sea además, un espacio democrático, donde el diálogo prime sobre las verdades de fe o cualquier otro sistema de creencias.

2 comentarios:

Juan Emar dijo...

Con compañeros de mi anterior pega, era un verdadero vicio leer las columnas de este tipo con apellidos con guión.

La risa que nos daban sus "ideas" sólo se reforzaba con esa foto en donde aparece tan serio y con Santiago a lo lejos, a su espalda.
Es decir, la seriedad de su imagen con el contenido de sus escritos armaban el cuadro perfecto...

Claro, lo que no es tan chistoso es su alta probablilidad de estar en esferas de influencia...

Saludos

Jorge A. Gómez Arismendi dijo...

Exacto, y eso demuestra que muchos están en la cima no por méritos sino por capital social...y que las elites no necesariamente son las más lúcidas o mejores que nosotros los comunes.