lunes, 18 de mayo de 2009

Ni con Marcos, ni contra Marcos

Las diversas reacciones que se han generado en torno a la candidatura de Marco Enríquez-Ominami reflejan la rigidez transversal de las clase políticas, su profundo conservadurismo y lo proclive que son a mantener el statu quo en todos los niveles.

De ambos extremos del espectro político, desde la derecha más conservadora hasta la izquierda conservadora, miles de argumentos se han levantado para cuestionar la candidatura de Marcos Enríquez-Ominami. Raro porque todos esos sectores se autodefinen de democráticos, por lo que debería parecerles bien el que existan más opciones para elegir.

Algunas de esas explicaciones son tan ridículas como poner en tela de juicio su origen –se le cuestiona ser hijo de Miguel Enríquez- como si eso no fuera azaroso; o que no es garantía de gobernabilidad (como si algún candidato pudiera certificar tal cosa); o que tiene relativismo moral (por ser pro aborto); o que es indisciplinado (para las oligarquías partidarias claro); o que es un voladero de luces , un travesti político (ya se le ha catalogado de derechista) para debilitar a la “verdadera” izquierda, a Frei, a Piñera, etc.

Lo único cierto es que todos en el universo político parecen estar contra la candidatura de Marcos, disimulada o explícitamente, por un tema de principios o de cálculo electoral.
No les gusta, ya sea porque les roba electores potenciales –los jóvenes, no inscritos o desencantados- o porque su discurso es demasiado ajeno a lo “tradicional”, lo “oficial”, o lo “revolucionario”.
Ese conservadurismo se aprecia en la forma en que han reaccionado los diversos sectores -de derecha a izquierda-, a medida que la candidatura toma fuerza.

En principio, cuando Enríquez-Ominami manifestó su pretensión de ser candidato, se le consideró una “voladura”, se le ninguneo (varios en la Concertación se refirieron a él despectivamente como Marquitos); o se le puso como ejemplo de la indisciplina al interior de la Concertación y por tanto de su falta de gobernabilidad (la derecha así lo hizo).

Hasta ese punto, la pretensión no implicaba ningún riesgo para las lógicas tradicionales de poder de las coaliciones hegemónicas. Sólo constituía una fuente de ruido sin importancia -como lo fue Farkas en algún momento- que podría fácilmente desaparecer; debilitarse como ocurrió con Alejandro Navarro; o ser cooptada institucionalmente como ocurrió con José Antonio Gómez.

Sin embargo, cuando la candidatura pasó de la pretensión al hecho, y comenzó a hacer ruido (sobre todo en las encuestas), generando mayores adeptos, tanto para la Concertación como para la Alianza, se constituyó en un riesgo y una amenaza al “orden democrático” implícito que existe entre ambas coaliciones.
Ese orden no es otro que el que establece que son las dirigencias (las elites) y no las bases ni menos los ciudadanos, las que elijen los candidatos, y donde no puede haber más opciones electorales que las que establece este duopolio político. Si existe algo más, debe ser sólo testimonial.
El valor de la candidatura de Marcos Enriquez-Ominami -aunque otros sectores no lo han sabido apreciar del todo- radica en romper con esa lógica anquilosada de la que han hecho usufructo la Alianza y la Concertación.
No sólo cuestiona las lógicas poco democráticas de la Concertación –tal como lo hizo Gómez aunque sin éxito-sino que las desobedece, permitiendo articular diversas posiciones que cuestionan todo el orden institucional vigente, abriendo espacios a otras opciones políticas. Cuestión que no han logrado hacer en años otros sectores excluidos o subrrepresentados.
Radica en estar desordenando desde dentro el universo político hegemónico vigente (Alianza, Concertación), de ponerlo en tela de juicio ante la ciudadanía y de hacerlo indirectamente más competitivo. En eso es valiosa, aún cuando a muchos nos genera dudas profundas, el que sea desde dentro de la Concertación y las elites.
Por tanto, si uno valora la democracia, se puede estar o no con Marcos, pero no se puede estar contra él apriori.
Por lo anterior, la candidatura no sólo no ha sido fácilmente cooptada ni deslegitimada –aunque eso podría ocurrir de aquí a diciembre- sino que ha comenzado a generar fisuras en cuanto a la adhesión electoral al interior de los partidos, incluso a nivel de altas dirigencias.

Así, Carlos Ominami, su padre, ayer un disciplinado concertacionista, hoy está ante el dilema de cumplir con las lógicas oligárquicas que le impone la coalición de la que él es dirigente -y que su hijo cuestiona y desobedece-, o de ejercer su derecho personal a elegir, incluso a su propio hijo, como ya lo ha hecho explícito.

Por otro lado, también ha comenzado a implicar un riesgo a las pretensiones electorales de Sebastián Piñera, por lo que en la Derecha ya han entrado en la táctica –subjetiva por lo demás- de cuestionar su capacidad para garantizar gobernabilidad para así frenar a algunos que se comienzan a entusiasmar con el diputado.

¿Acaso algún candidato la garantiza ciertamente? ¿Por qué atribuirle sólo a uno la condición de incertidumbre? ¿Podrá garantizar gobernabilidad Piñera, sin mayoría en el Congreso?

Y vaya que le ponen el techo alto y le temen en términos electorales, pues ni siquiera de Navarro se cuestionaron eso, cuando estaba haciendo ruido como candidato.

Todas estas diversas reacciones que se han generado en torno a la candidatura de Marco Enríquez-Ominami reflejan la rigidez transversal de las clase políticas, su profundo conservadurismo, su escaso valor por la democracia en cuanto a pluralismo de ideas, participación y derecho a ser elegido, y lo proclives que son a mantener el statu quo en todos los niveles. Sea cual sea este.

En cuanto al propio Marcos Enriquez Ominami, lo que está por verse realmente es hasta qué nivel cuestiona el orden vigente (y por tanto cuáles son los límites para llevar a cabo los cambios que propone) y hasta qué punto abre espacios para incluir a otros sectores de forma concreta. Es decir, hasta qué nivel es consecuente y coherente con su propio discurso.

Si abandona antes de diciembre y se pliega a Frei, entonces fue claramente sólo un voladero de luces, que sirvió para debilitar a las fuerzas que quieren mayores cambios, y además funcional a las pretensiones de la Derecha, dejando a un número de personas que creyeron en él y su proyecto, aún más decepcionados.

Si continúa, entonces la proyección es mayor, en cuanto a constituir un proyecto político de cambio verdadero, amplio, inclusivo y fuera de la Concertación y la Alianza.

4 comentarios:

Javier Bazán Aguirre dijo...

Él mismo se contradice. Pues, por una parte, sostiene que no le gustó la política del consenso de los noventa, porque la izquierda dejaba ser izquierda, y por otra parte, quiere superar el pinochetismo (Gobierno Militar)y el allendismo (Unidad Popular), pero a su vez, se siente allendista como Flores. Y chavista.

Esta usando la ambigüedad para atraer votos a la Concertación.

Al mostrar su programa económico fue la propia izquierda, los socialistas liberales del PPD, los socialistas del PS que etiquetaron de 'derechista' a Marco, no fue la derecha.

Te aseguro que si presentara un hijo de Pinochet, o un nieto, o hijo de un CNI o de una DINA la izquierda sacaría relucir su origen, como sucedió en el primer realiter chileno, donde había un nieto de un general preso y una joven periodista, cuyo padre era de la CNI o DINA. Los propios periodistas de izquierda que trabajan en el canal nacional, sacaron a relucir su origen, como si fuese un pecado. Y a partir de ahí, la cosa fue distinta.

Jorge A. Gómez Arismendi dijo...

Javier, en este caso no apunto a cuestionar el discurso de un candidato en particular, sino cómo reacciona el entorno político en general, de forma claramente excluyente, ante una candidatura que "rompe" ciertos moldes.

En eso hay una especie de tradicionalismo -aunque no sé si sea correcto usar esa palabra- en que las candidaturas son válidas sólo si están dentro del molde (del poder) o no implican riesgo para su mantenimiento.

Fíjate cómo reaccionan ante propuestas para cambiar el presidencialismo por ejemplo.

Javier Bazán Aguirre dijo...

Siguiendo el hilo de tu exposición, como te escribí en tu blog hace poco, si Marcos hubiera entrado a las primarias, hubiera sido más entretenida.

Los propios operadores de la coalición no lo supieron apreciar. A Marcos, si me permites lo podríamos comparar con la crisis asiática, hasta que llegó. Los operadores se comportaron igual que el entonces Presidente Frei diciendo que Chile estaba seguro. Y ahora el mismo Frei no sabe como parar el huracan Enríquez Ominani.

Una cosa te falta, es que mientras no junte las firmas no puede presentarse a la carrera Presidencial.

Ahora bien, si me voy a la derecha, la élite de ese sector no valorizó a José Miguel Kast. Quizás, hubiera tenido un efecto parecido que Enríquez-Ominami, pero desde el conservantismo. Y quizás no producería tanto recelo como Piñera. Desde luego, le habría hecho más daño los liberales de la derecha que la izquierda.

La derecha perdió dos oportunidades. Primero, con Evelyn Mathei cuando no habían mujeres candidatas a la Presidencia antes de Bachelet. Y segundo, con Kast u otro de su generación por ser 'joven'. Eso pensé después de observar a Enríquez Ominani.

Jorge A. Gómez Arismendi dijo...

Javier, ahí entregas un ejemplo claro de lo transversal de todo esto.