Lejos una de las palabras más manoseadas en el ideario colectivo actual es la palabra liberal. Todos quieren ser liberales, todos se dicen liberales. Sin embargo, la mayoría no sabe explicar qué entienden realmente por libertad*.
El Liberalismo, como filosofía política, nunca se constituyó como un corpus de ideas establecido de forma concreta y delimitada, sino más bien como un proceso de desarrollo constante de ideas diversas, que iban a la par de los hechos que terminan por estructurar la Modernidad a partir del siglo XVIII.
Lo cierto es que en este sentido, el Liberalismo, desde sus inicios se ha expandido por diversas vertientes y corrientes, que trataremos de explicar brevemente, y que muchas veces parecen colisionar, generando claras contradicciones y pugnas entre quienes se hacen llamar liberales.
En esta reflexión, no se pretende criticar las posiciones que defienden estos diversos sujetos, sino más bien el hecho de que las blinden, protejan o disfracen con la insignia de liberal, para establecer a priori su infalibilidad, simplemente diciendo que ellos son liberales y por lo tanto todo lo que proponen también lo es –aunque sea una patraña antiliberal- y peor aún, sin manejar un concepto específico de lo que es la libertad, ni de los fundamentos filosóficos que usan para tales efectos.
Se podría decir que es una crítica de un escéptico, no del Liberalismo y sus principios generales, sino de su real objetivación en la praxis de los individuos en cuanto doctrina política. En otras palabras, cuando alguien se dice liberal, ya hay que desconfiar. Veremos porque.
Lo concreto es que muchos de los actuales autodenominados liberales (ciertamente vulgo o falsos liberales e incluso conservadores), desconocen estas sutiles -aunque importantísimas- diferencias a la hora de enarbolar ciertos preceptos, defender ciertas ideas políticas o simplemente definirse como liberales de forma clara y diferenciada.
Las reacciones que se podrían generar por parte de algunos son entendibles hasta cierto punto, puesto que nadie quiere que lo despojen de sus discursos y paradigmas –por errados que estén en cuanto al uso que hacen de éstos- ni tampoco nadie quiere quedar como autoritario.
Lo cierto es que muchos de estos vulgo liberales, en cuanto a lo que plantean, son en la mayoría de los casos todo lo contrario a lo que podría ser un liberal en varios sentidos –si es que realmente podemos hablar de la existencia de liberales verdaderos y concretos-.
Esto, debido a que mezclan en diversos debates y discusiones –sin saberlo o cínicamente, pero siempre groseramente- planteamientos y lineamientos que teóricamente son contrapuestos. Es decir, y en palabras muy sencillas, son liberales para algunas cosas y para otras no, incluso en una misma discusión.
Y vaya que esto es complejo porque en definitiva no se puede ser y no ser liberal a la vez. Sin embargo, la mayoría de los autodenominados liberales (vulgo liberal) cumplen a cabalidad con esta dialéctica, sobre todo en términos discursivos y prácticos.
Existen diversas dimensiones en las cuales podemos detectar y desenmascarar un discurso vulgo liberal de este tipo: en cuanto a la defensa de la libertad política; en cuanto a la neutralidad de valores, tanto del Estado como de los individuos; y en cuanto a los límites e idoneidades de la racionalidad.
En cuanto a la defensa de la libertad política
El liberalismo clásico establece que debe existir la máxima libertad política para los sujetos en cuanto al Estado y sus acciones coactivas. Es decir, que deben existir límites a la acción de los gobiernos, los cuales no pueden actuar arbitrariamente en los asuntos privados de los sujetos.
Lo clave en este sentido, es que el Estado y sus agentes no deben actuar autoritaria y despóticamente, y sólo deben limitarse a garantizar los derechos de sus ciudadanos.
Esto sin embargo, como veremos, varía según el concepto de libertad que se defiende y se maneja en ciertos momentos.
Como la mayoría de los vulgo liberales desconocen tales conceptos de libertad a cabalidad, podemos tener vulgo liberales que en términos simples, defienden o toleran la falta de libertad política, es decir justifican la acción arbitraria del Estado sobre los individuos, simplemente porque se garantiza la libertad económica -aunque sea para algunos-. Es decir, pueden llegar a defender regímenes autoritarios, por el simple hecho de que existe libertad económica.
En otros casos, algunos pueden llegar a defender “defensas preventivas” o “defensivas” –que sin embargo son claras acciones coactivas y arbitrarias llevadas a cabo por el Estado y sus organismos- ante riesgos posibles o remotos, aún cuando los criterios para ello sean del todo subjetivos.
En ambos casos, sus posturas son claramente cercanas a posiciones conservadoras, en ningún caso emancipadoras.
En cuanto a la neutralidad de valores
El ideal de tolerancia del liberalismo clásico surge en el contexto de los conflictos originados por la Reforma, con el propósito de generar coexistencia pacífica entre comunidades de creencias religiosas irreconciliables.
Pero dentro de las vertientes del Liberalismo que se desarrollan posteriormente existen planteamientos que difieren en cuanto la existencia de valores superiores y la promoción de una ideal de vida o del bien. Esto también depende del concepto de libertad y tolerancia que se adopte y la lectura que se haga de éstos.
Desde la posición neutralista en cuanto a valores, muchos vulgo liberales promueven un liberalismo utilitarista, que confunden con una mal entendida idea de libertad negativa.
Así, erróneamente y veremos contradictoriamente, creen que la libertad negativa –como no interferencia- implica libertad de cualquier restricción y su concepción de tolerancia en realidad es extraña, pues sólo toleran lo que les es agradable.
Otros vulgo liberales, desde un punto de vista perfeccionista, intentan imponer y establecer la legitimidad y superioridad de ciertos modos de vida por sobre otros.
En ambos casos, se pasa a llevar la autonomía del individuo, y contradicen la lógica de la tolerancia, que reside precisamente en que sea practicada con respecto a lo nos parece pernicioso.
A partir de eso, generan discursos contradictorios como defender una cierta neutralidad de valores en cuanto a ciertas decisiones individuales en ciertos temas, pero simultáneamente asumen otras posiciones no-neutrales en torno a otras áreas donde la autonomía también es clave, como los sistemas de creencia o las ideas.
Esto aún cuando cualquiera que maneja un leve conocimiento acerca del liberalismo clásico, sabe que la libertad religiosa es un elemento constitutivo del ámbito privado de los sujetos y por lo tanto también se le debería aplicar la neutralidad de valores.
Debido a esta falta de rigor, tenemos vulgo liberales que defienden el evolucionismo racionalista, pero simultáneamente acusan de imbéciles a todos los creyentes de diversos credos, debido a un mal entendido ateísmo militante, que raya en los límites del fundamentalismo religioso más virulento.
Es decir, aún cuando hablan de neutralidad de valores, asumen una posición de no neutralidad ante otros sistemas de valores, y asumen que los propios son superiores al resto por lo tanto tratan de imponerlos.
Por lo mismo, proclaman la no interferencia del Estado en ciertos asuntos privados, pero simultáneamente promueven –aunque solapadamente- su intervención en cuanto a otros, por considerarla un modus vivendi inferior, por ejemplo.
En ambos casos, las posturas son claramente intolerantes y no neutrales.
En cuanto a los límites de la racionalidad
Este es quizás el tema que más complejidades genera. ¿Cuáles son los límites y espacios de la racionalidad? ¿Dónde quedan las subjetividades más profundas de los sujetos? ¿Qué papel juega la experiencia?
Aquí se aprecia con más claridad las diferencias entre los diversos “liberales”. La diferencias en cuanto al valor y la utilidad de los procesos sociales espontáneos o no planeados frente a los procesos diseñados y planeados es clave.
Mientras unos asumen una idea totalizante de la racionalidad en cuanto a las relaciones entre los individuos, sobre todo en cuanto a la racionalidad económica; otros valoran la experiencia y plantean la necesidad de tomar en cuenta las subjetividades de los sujetos.
Así, muchos de los actuales vulgo liberales, sin saberlo, están en posiciones cercanas al racionalismo constructivista –el marxismo y otras vertientes ideológicas también tiene de aquello-que deben sus bases a planteamientos originados en la ilustración francesa, que tienen una clara posición liberal de carácter teleológico.
Aquellos que asumen una idea totalizante de la racionalidad, tienen la concepción de que el orden social puede ser pensado y constituido racionalmente en un período determinado a partir de una racionalidad superior. Por lo tanto, tampoco es extraño que asuman una posición de superioridad y constantemente hablen de los “elegidos”, de iluminar las mentes de los ignorantes y los creyentes, defendiendo la legitimidad de las mentes superiores, con capacidad y formación a decidir en nombre de y para toda la sociedad. O sea, son caudillistas.
Esto claramente los lleva a plantear lógicas que corresponden a métodos de clara planificación aunque simultáneamente hablan de defender las lógicas de ensayo-error.
Así, los mismos critican la idea de orden espontáneo por considerarlo una idea irracional en cierto modo, pero contradictoriamente defienden la idea de mano invisible de Adam Smith. Lo cierto es que Smith basa su idea de mano invisible en dicho paradigma.
No es extraño entonces que al desconfigurar el discurso de los vulgo liberales, nos encontremos con que algunos –y esto sin juicio de valor- son claramente cercanos a posiciones socialdemócratas, otros en algunos casos incluso están en el límite del totalitarismo intolerante (ya sea de izquierdas o derecha), y otros son claramente conservadores en cuanto a la contraposición entre modernidad y tradición, modos de vida y sistemas de valores –cuestión compleja por lo demás en algunos aspectos-. Todo esto, claramente va variando según los temas que aborden.
Lo único que podemos concluir es que no existe el verdadero liberal. Cuando alguien se dice liberal, ya hay que empezar a desconfiar.
El Liberalismo, como filosofía política, nunca se constituyó como un corpus de ideas establecido de forma concreta y delimitada, sino más bien como un proceso de desarrollo constante de ideas diversas, que iban a la par de los hechos que terminan por estructurar la Modernidad a partir del siglo XVIII.
Lo cierto es que en este sentido, el Liberalismo, desde sus inicios se ha expandido por diversas vertientes y corrientes, que trataremos de explicar brevemente, y que muchas veces parecen colisionar, generando claras contradicciones y pugnas entre quienes se hacen llamar liberales.
En esta reflexión, no se pretende criticar las posiciones que defienden estos diversos sujetos, sino más bien el hecho de que las blinden, protejan o disfracen con la insignia de liberal, para establecer a priori su infalibilidad, simplemente diciendo que ellos son liberales y por lo tanto todo lo que proponen también lo es –aunque sea una patraña antiliberal- y peor aún, sin manejar un concepto específico de lo que es la libertad, ni de los fundamentos filosóficos que usan para tales efectos.
Se podría decir que es una crítica de un escéptico, no del Liberalismo y sus principios generales, sino de su real objetivación en la praxis de los individuos en cuanto doctrina política. En otras palabras, cuando alguien se dice liberal, ya hay que desconfiar. Veremos porque.
Lo concreto es que muchos de los actuales autodenominados liberales (ciertamente vulgo o falsos liberales e incluso conservadores), desconocen estas sutiles -aunque importantísimas- diferencias a la hora de enarbolar ciertos preceptos, defender ciertas ideas políticas o simplemente definirse como liberales de forma clara y diferenciada.
Las reacciones que se podrían generar por parte de algunos son entendibles hasta cierto punto, puesto que nadie quiere que lo despojen de sus discursos y paradigmas –por errados que estén en cuanto al uso que hacen de éstos- ni tampoco nadie quiere quedar como autoritario.
Lo cierto es que muchos de estos vulgo liberales, en cuanto a lo que plantean, son en la mayoría de los casos todo lo contrario a lo que podría ser un liberal en varios sentidos –si es que realmente podemos hablar de la existencia de liberales verdaderos y concretos-.
Esto, debido a que mezclan en diversos debates y discusiones –sin saberlo o cínicamente, pero siempre groseramente- planteamientos y lineamientos que teóricamente son contrapuestos. Es decir, y en palabras muy sencillas, son liberales para algunas cosas y para otras no, incluso en una misma discusión.
Y vaya que esto es complejo porque en definitiva no se puede ser y no ser liberal a la vez. Sin embargo, la mayoría de los autodenominados liberales (vulgo liberal) cumplen a cabalidad con esta dialéctica, sobre todo en términos discursivos y prácticos.
Existen diversas dimensiones en las cuales podemos detectar y desenmascarar un discurso vulgo liberal de este tipo: en cuanto a la defensa de la libertad política; en cuanto a la neutralidad de valores, tanto del Estado como de los individuos; y en cuanto a los límites e idoneidades de la racionalidad.
En cuanto a la defensa de la libertad política
El liberalismo clásico establece que debe existir la máxima libertad política para los sujetos en cuanto al Estado y sus acciones coactivas. Es decir, que deben existir límites a la acción de los gobiernos, los cuales no pueden actuar arbitrariamente en los asuntos privados de los sujetos.
Lo clave en este sentido, es que el Estado y sus agentes no deben actuar autoritaria y despóticamente, y sólo deben limitarse a garantizar los derechos de sus ciudadanos.
Esto sin embargo, como veremos, varía según el concepto de libertad que se defiende y se maneja en ciertos momentos.
Como la mayoría de los vulgo liberales desconocen tales conceptos de libertad a cabalidad, podemos tener vulgo liberales que en términos simples, defienden o toleran la falta de libertad política, es decir justifican la acción arbitraria del Estado sobre los individuos, simplemente porque se garantiza la libertad económica -aunque sea para algunos-. Es decir, pueden llegar a defender regímenes autoritarios, por el simple hecho de que existe libertad económica.
En otros casos, algunos pueden llegar a defender “defensas preventivas” o “defensivas” –que sin embargo son claras acciones coactivas y arbitrarias llevadas a cabo por el Estado y sus organismos- ante riesgos posibles o remotos, aún cuando los criterios para ello sean del todo subjetivos.
En ambos casos, sus posturas son claramente cercanas a posiciones conservadoras, en ningún caso emancipadoras.
En cuanto a la neutralidad de valores
El ideal de tolerancia del liberalismo clásico surge en el contexto de los conflictos originados por la Reforma, con el propósito de generar coexistencia pacífica entre comunidades de creencias religiosas irreconciliables.
Pero dentro de las vertientes del Liberalismo que se desarrollan posteriormente existen planteamientos que difieren en cuanto la existencia de valores superiores y la promoción de una ideal de vida o del bien. Esto también depende del concepto de libertad y tolerancia que se adopte y la lectura que se haga de éstos.
Desde la posición neutralista en cuanto a valores, muchos vulgo liberales promueven un liberalismo utilitarista, que confunden con una mal entendida idea de libertad negativa.
Así, erróneamente y veremos contradictoriamente, creen que la libertad negativa –como no interferencia- implica libertad de cualquier restricción y su concepción de tolerancia en realidad es extraña, pues sólo toleran lo que les es agradable.
Otros vulgo liberales, desde un punto de vista perfeccionista, intentan imponer y establecer la legitimidad y superioridad de ciertos modos de vida por sobre otros.
En ambos casos, se pasa a llevar la autonomía del individuo, y contradicen la lógica de la tolerancia, que reside precisamente en que sea practicada con respecto a lo nos parece pernicioso.
A partir de eso, generan discursos contradictorios como defender una cierta neutralidad de valores en cuanto a ciertas decisiones individuales en ciertos temas, pero simultáneamente asumen otras posiciones no-neutrales en torno a otras áreas donde la autonomía también es clave, como los sistemas de creencia o las ideas.
Esto aún cuando cualquiera que maneja un leve conocimiento acerca del liberalismo clásico, sabe que la libertad religiosa es un elemento constitutivo del ámbito privado de los sujetos y por lo tanto también se le debería aplicar la neutralidad de valores.
Debido a esta falta de rigor, tenemos vulgo liberales que defienden el evolucionismo racionalista, pero simultáneamente acusan de imbéciles a todos los creyentes de diversos credos, debido a un mal entendido ateísmo militante, que raya en los límites del fundamentalismo religioso más virulento.
Es decir, aún cuando hablan de neutralidad de valores, asumen una posición de no neutralidad ante otros sistemas de valores, y asumen que los propios son superiores al resto por lo tanto tratan de imponerlos.
Por lo mismo, proclaman la no interferencia del Estado en ciertos asuntos privados, pero simultáneamente promueven –aunque solapadamente- su intervención en cuanto a otros, por considerarla un modus vivendi inferior, por ejemplo.
En ambos casos, las posturas son claramente intolerantes y no neutrales.
En cuanto a los límites de la racionalidad
Este es quizás el tema que más complejidades genera. ¿Cuáles son los límites y espacios de la racionalidad? ¿Dónde quedan las subjetividades más profundas de los sujetos? ¿Qué papel juega la experiencia?
Aquí se aprecia con más claridad las diferencias entre los diversos “liberales”. La diferencias en cuanto al valor y la utilidad de los procesos sociales espontáneos o no planeados frente a los procesos diseñados y planeados es clave.
Mientras unos asumen una idea totalizante de la racionalidad en cuanto a las relaciones entre los individuos, sobre todo en cuanto a la racionalidad económica; otros valoran la experiencia y plantean la necesidad de tomar en cuenta las subjetividades de los sujetos.
Así, muchos de los actuales vulgo liberales, sin saberlo, están en posiciones cercanas al racionalismo constructivista –el marxismo y otras vertientes ideológicas también tiene de aquello-que deben sus bases a planteamientos originados en la ilustración francesa, que tienen una clara posición liberal de carácter teleológico.
Aquellos que asumen una idea totalizante de la racionalidad, tienen la concepción de que el orden social puede ser pensado y constituido racionalmente en un período determinado a partir de una racionalidad superior. Por lo tanto, tampoco es extraño que asuman una posición de superioridad y constantemente hablen de los “elegidos”, de iluminar las mentes de los ignorantes y los creyentes, defendiendo la legitimidad de las mentes superiores, con capacidad y formación a decidir en nombre de y para toda la sociedad. O sea, son caudillistas.
Esto claramente los lleva a plantear lógicas que corresponden a métodos de clara planificación aunque simultáneamente hablan de defender las lógicas de ensayo-error.
Así, los mismos critican la idea de orden espontáneo por considerarlo una idea irracional en cierto modo, pero contradictoriamente defienden la idea de mano invisible de Adam Smith. Lo cierto es que Smith basa su idea de mano invisible en dicho paradigma.
No es extraño entonces que al desconfigurar el discurso de los vulgo liberales, nos encontremos con que algunos –y esto sin juicio de valor- son claramente cercanos a posiciones socialdemócratas, otros en algunos casos incluso están en el límite del totalitarismo intolerante (ya sea de izquierdas o derecha), y otros son claramente conservadores en cuanto a la contraposición entre modernidad y tradición, modos de vida y sistemas de valores –cuestión compleja por lo demás en algunos aspectos-. Todo esto, claramente va variando según los temas que aborden.
Lo único que podemos concluir es que no existe el verdadero liberal. Cuando alguien se dice liberal, ya hay que empezar a desconfiar.
*Los diversos conceptos de libertad no serán explicados para hacer más interesante el debate y reflejar lo explicado en el artículo.
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