Lo acontecido en la Franja de Gaza lejos de significar el término de las hostilidades históricas entre palestinos e israelitas, probablemente dará inicio a nuevas oleadas de violencia irregular, con varias generaciones de duración.
El conflicto entre Israel y Palestina bajo ningún punto de vista es una guerra convencional como muchos han tratado de argumentar soterradamente para así justificar lo injustificable, no sólo porque las asimetrías técnicas y logísticas entre los adversarios son notorias, sino también porque las últimas acciones efectuadas en Gaza han derribado por completo los límites legales al uso de la violencia en el tiempo y en el espacio que establecen (o establecían) el convenio de La Haya sobre las leyes y costumbres de la guerra terrestre de 1899 y 1907, y el Convenio de Ginebra de 1864.
En este sentido, la acción discrecional e indiscriminada por parte de Israel, contrario a lo que se piensa, no impondrá la ley y el orden en la región sino que ha aumentado el carácter asimétrico e irregular del conflicto, eliminando los marcos éticos, legales o técnicos en los que se podía intentar circunscribir éste.
En primer lugar, no hubo ninguna intención de distinguir entre combatientes y no combatientes, o entre objetivos militares o civiles al momento de atacar. Como sabemos, el costo humano fue altísimo, 1.300, un tercio de los cuales son niños y un trabajador de la ONU.
En este sentido, es claro que los objetivos militares fueron sustituidos por objetivos civiles, no sólo desde el punto de vista de los combatientes irregulares palestinos, sino que ahora también desde el propio ejército estatal israelí. Erróneamente, el fin -que difícilmente se logrará- se justificó con varios civiles no-combatientes muertos, que son considerados "daños colaterales".
Esto claramente implica que la desmilitarización de la violencia aumentará, haciendo que su control se pierda irremediablemente.
En segundo lugar, la acción "defensiva" de Israel se volvió paulatinamente ilegítima en cuanto a su desproporción en relación al ataque recibido. Es decir, pasó que “las acciones de guerra se convierten en crímenes cuando la balanza se inclina” (Rubenstein, 1988, p. 54).
Aún cuando los cohetes desde Palestina se sucedían casi diariamente, la efectividad de dichos ataques era bastante bajo en comparación a la aplicación de la violencia que se dio posteriormente en Gaza. En este sentido, claramente se aplicó la lógica preventiva de eliminar al "enemigo" incluso antes que ataque.
Sin embargo, lo anterior no evita futuros ataques sino que irremediablemente hace que los distintos actores entren en una lógica de destrucción ilimitada y total mutua, lo que ya se vio reflejado en que el Estado de Israel no se impuso como prioridad -y como deber ético y legal- el distinguir a los miembros de Hamas del resto del pueblo palestino en su totalidad.
Lo anterior, aún considerando que Hamas es una organización político-militar que no representa al Estado Palestino. La falacia es comparar al ejército israelí con Hamas, para así poder hablar de una guerra y simultáneamente considerar a los últimos un grupo terrorista.
Tercero, la legalidad se vio sobrepasada por las lógicas de la violencia en Gaza y el Estado israelí no sólo comenzó a allanar casas palestinas pasando a llevar la propiedad y los derechos básicos de esos ciudadanos, sino que comenzó a ejercer la guerra sucia, es decir el Terrorismo de Estado, en otro territorio, al impedir el ingreso de los observadores internacionales y la ayuda humanitaria. Con ello se suspendió totalmente cualquier dimensión ética, moral y legal del conflicto.
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