La utopía en estos tiempos ha sido relegada al espacio de la irracionalidad, de la fantasía extrema, donde entonces cualquier atisbo de pensamiento ideal o hacia el futuro -en cualquiera de sus vertientes- queda catalogado de causa perdida. Entonces, la resignación con el presente se sedimenta como lo verdaderamente racional, inteligente y bueno.
Las luchas por libertad, igualdad o bienestar, durante siglos constituyeron la objetivación de ideales con miras hacia el futuro, que planteaban cambiar las sociedades desde un punto de vista utópico, considerando el avance hacia una sociedad mejor, más justa, y en definitiva más feliz para todos.
Hoy sin embargo, para muchos esas reivindicaciones se han convertido en causas perdidas, en tabúes discursivos, en signos de absurdo intelectual y falta de pragmatismo. Como si se tratara de una herejía contra la razón y la modernidad, al pensamiento utópico y al idealismo en general, se les acusa de falta de rigor positivista, de escasez de realismo político, y de exacerbar las ansías “irracionales” de las masas. Por lo mismo, se le ha tratado de abolir de los sistemas de pensamiento actuales.
Hoy muchos reniegan de las causas perdidas, ya sea por vergüenza, o conveniencia política y académica. Otros tantos, las atacan despiadadamente, aunque sin decirlo, esencialmente por llevar consigo una visión revolucionaria constante, que plantea ver siempre más allá del orden vigente, y en definitiva de considerar la ruptura constante contra cualquier statu quo imperante y desigualdad en el tiempo.
En definitiva, en tiempos en que la resignación se expande a todos los ámbitos sociales y a todas las dimensiones de los sujetos, y se objetiva en el anquilosamiento electoral, económico, legal y político, las causas perdidas se han vuelto sumamente peligrosas para todos aquellos que desean constituir y mantener intacta la sociedad en base al creciente conformismo, sedimentándolo como el máximo símbolo de consenso, racionalidad y civilización.
Por eso, Slavoj Zizek, en su nuevo libro En Defensa de las Causas Perdidas, aborda la conservación del pensamiento utópico, como la necesidad de revitalizar un sentido de proyección hacia el futuro, como la búsqueda incansable de un propósito humanista perfectible. De ahí que Zizek critique el Fin de la Historia (Fukuyama) y el solapado, aunque a veces estrepitoso discurso de la resignación. ¡El mundo es así!
Zizek reivindica las visiones utópicas de la revolución francesa, bolchevique y cultural sosteniendo que, si acabaron en otras tantas monstruosidades, no fue porque los ideales estuvieran errados, sino más bien porque sus protagonistas no lograron llevarlos a cabo o tomaron vías incorrectas para hacerlo, llegando al terror físico y los totalitarismos conocidos. Es decir, dichos ideales fueron incompletos e incumplidos, pues de no ser así, nadie se habría negado a ser feliz y vivir mejor.
Lo esencial del planteamiento de Zizek, tiene relación con que las causas perdidas, es decir esos ideales máximos de humanismo, como la libertad, igualdad, fraternidad, bienestar social y en definitiva felicidad de los sujetos y la comunidad, aún prevalecen en el mundo de las ideas -si parafraseamos a Popper- y en cada sujeto, y por lo tanto no han sido abolidas del todo, por lo que aún siguen constituyendo potencialmente “un sueño que espera su eventual realización”.
Es decir, aún siguen disponibles para que otras generaciones, los acojan como ideales verdaderos y universales –no sólo significantes vacíos en pro de intereses particulares- y los conviertan en parte constituyente de su ser como sujetos y como miembros de una comunidad, que mira hacia el futuro con optimismo y no sólo con conformidad.
Lo más importante, es que esas causas perdidas, esas utopías, son hoy más que nunca imperiosas para evitar caer en la utopía de creer que el orden vigente, muchas veces desigual e injusto, es lo máximo alcanzado, que es inconmensurable o inalterable en pro de algo mejor.
Seamos realistas, soñemos lo imposible.
Las luchas por libertad, igualdad o bienestar, durante siglos constituyeron la objetivación de ideales con miras hacia el futuro, que planteaban cambiar las sociedades desde un punto de vista utópico, considerando el avance hacia una sociedad mejor, más justa, y en definitiva más feliz para todos.
Hoy sin embargo, para muchos esas reivindicaciones se han convertido en causas perdidas, en tabúes discursivos, en signos de absurdo intelectual y falta de pragmatismo. Como si se tratara de una herejía contra la razón y la modernidad, al pensamiento utópico y al idealismo en general, se les acusa de falta de rigor positivista, de escasez de realismo político, y de exacerbar las ansías “irracionales” de las masas. Por lo mismo, se le ha tratado de abolir de los sistemas de pensamiento actuales.
Hoy muchos reniegan de las causas perdidas, ya sea por vergüenza, o conveniencia política y académica. Otros tantos, las atacan despiadadamente, aunque sin decirlo, esencialmente por llevar consigo una visión revolucionaria constante, que plantea ver siempre más allá del orden vigente, y en definitiva de considerar la ruptura constante contra cualquier statu quo imperante y desigualdad en el tiempo.
En definitiva, en tiempos en que la resignación se expande a todos los ámbitos sociales y a todas las dimensiones de los sujetos, y se objetiva en el anquilosamiento electoral, económico, legal y político, las causas perdidas se han vuelto sumamente peligrosas para todos aquellos que desean constituir y mantener intacta la sociedad en base al creciente conformismo, sedimentándolo como el máximo símbolo de consenso, racionalidad y civilización.
Por eso, Slavoj Zizek, en su nuevo libro En Defensa de las Causas Perdidas, aborda la conservación del pensamiento utópico, como la necesidad de revitalizar un sentido de proyección hacia el futuro, como la búsqueda incansable de un propósito humanista perfectible. De ahí que Zizek critique el Fin de la Historia (Fukuyama) y el solapado, aunque a veces estrepitoso discurso de la resignación. ¡El mundo es así!
Zizek reivindica las visiones utópicas de la revolución francesa, bolchevique y cultural sosteniendo que, si acabaron en otras tantas monstruosidades, no fue porque los ideales estuvieran errados, sino más bien porque sus protagonistas no lograron llevarlos a cabo o tomaron vías incorrectas para hacerlo, llegando al terror físico y los totalitarismos conocidos. Es decir, dichos ideales fueron incompletos e incumplidos, pues de no ser así, nadie se habría negado a ser feliz y vivir mejor.
Lo esencial del planteamiento de Zizek, tiene relación con que las causas perdidas, es decir esos ideales máximos de humanismo, como la libertad, igualdad, fraternidad, bienestar social y en definitiva felicidad de los sujetos y la comunidad, aún prevalecen en el mundo de las ideas -si parafraseamos a Popper- y en cada sujeto, y por lo tanto no han sido abolidas del todo, por lo que aún siguen constituyendo potencialmente “un sueño que espera su eventual realización”.
Es decir, aún siguen disponibles para que otras generaciones, los acojan como ideales verdaderos y universales –no sólo significantes vacíos en pro de intereses particulares- y los conviertan en parte constituyente de su ser como sujetos y como miembros de una comunidad, que mira hacia el futuro con optimismo y no sólo con conformidad.
Lo más importante, es que esas causas perdidas, esas utopías, son hoy más que nunca imperiosas para evitar caer en la utopía de creer que el orden vigente, muchas veces desigual e injusto, es lo máximo alcanzado, que es inconmensurable o inalterable en pro de algo mejor.
Seamos realistas, soñemos lo imposible.
1 comentario:
Muchas veces los protagonistas de las utopías "tomaron vías incorrectas" como una respuesta frente a quienes se negaron a "ser felices y vivir mejor", a la manera en que los esos protagonistas entendían esas cosas. No podían entender o tolerar el disenso y lo atribuían a la ceguera o a la maldad.
O sea, no es que si tan solo esos protagonistas se hubieran abstenido de ser totalitarios, entonces tendríamos un mundo mejor y nadie se habría negado a sus intenciones. Es precisamente la convicción absoluta de que tenían la razón la que lleva al desastre.
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