En el debate en torno a la Pastilla del Día después, lo que se ha discutido esencialmente no es el carácter abortivo de la píldora, ni la legitimidad o no del aborto, ni el valor de la vida. Lo que está en disputa es la hegemonía sobre el gobierno de los sujetos, sobre todo de sus conciencias.
Diversas aristas filosóficas, éticas, ideológicas, legales y clínicas se han abordado en torno a la discusión sobre la distribución de la PDD.
Sin duda, las que han primado en los argumentos a favor y en contra, han sido las de carácter ideológico, legal y clínico. Las tres enmarcan dimensiones esenciales para la constitución del gobierno de los sujetos, tanto a nivel físico como de conciencia.
El sustrato ideológico, que incluye a las religiones, define las cosmovisiones de los sujetos, y por ende sus posturas filosóficas, éticas y políticas.
La dimensión legal, constituida a partir del sustrato ideológico, define los marcos institucionales, donde el actuar de los sujetos queda circunscrito en la práctica, y también el estatus del individuo.
Los aspectos clínicos, sirven como sustento desde el punto de vista positivista, para justificar, mediante una supuesta verdad científica, el sustrato legal, que en definitiva impone y hegemoniza la dimensión ideológica del gobierno de los sujetos, a partir del dominio de sus cuerpos, y finalmente de sus conciencias.
La pugna esencial se produce entre dos formas totalizantes e individualizantes de poder y dominación.
Entre una ética religiosa, que pretende fortalecer sus modos de gobierno sobre los sujetos, y basados en aspectos ideológicos - antiguamente dominantes, pero debilitados por los procesos de cambio social, económico y político- y una ética neutral del Estado, que busca establecer un gobierno de los sujetos basado en el derecho.
En otras palabras, el conflicto es en torno a definir los límites y espacios de lo secular y religioso, donde la dimensión más codiciada, y que en definitiva otorga la total legitimidad a una forma de dominación determinada, es la conciencia de los sujetos. No la colectiva, sino la individual.
La apelación camuflada a las conciencias ha sido constante en esta pugna, primero desde el punto de vista ideológico, por un lado, recurriendo a construcciones religiosas del sujeto donde el placer es castigado, y donde lo sexual y sus resultados, tienen el riesgo constante de lo ilícito, y de hacer en definitiva al sujeto un ente lujurioso, irresponsable e inmoral; o por otro, apelando a la máxima libertad de acción y decisión, en una lógica individualizante y totalizante a la vez.
Ambas formas de dominación, la ideológica religiosa y la racional-legal, dan por ende distintos significados a la idea de sujeto; la primera lo concibe como sometido a otro por control y dependencia (ya sea a Dios o el líder religioso); la segunda lo idea como limitado a su propia identidad, a la conciencia individual.
Los fundamentos para argumentar cualquiera de las dos posturas, se sustentan desde un punto de vista legal y clínico, y han entrelazado las legitimidades legales con las afirmaciones de verdad, basadas en criterios científicos o clínicos. Aunque esto último ha derivado en una serie contradicciones en torno a lo insano, lo legal, lo científico, y lo moral.
En definitiva, la pugna entre el poder pastoral y el estatal, ha sido objetivizada, materializada y circunscrita a la discusión acerca del uso de la PDD, donde lo que está en juego finalmente es quién impondrá su control sobre las conciencias de los sujetos.
Diversas aristas filosóficas, éticas, ideológicas, legales y clínicas se han abordado en torno a la discusión sobre la distribución de la PDD.
Sin duda, las que han primado en los argumentos a favor y en contra, han sido las de carácter ideológico, legal y clínico. Las tres enmarcan dimensiones esenciales para la constitución del gobierno de los sujetos, tanto a nivel físico como de conciencia.
El sustrato ideológico, que incluye a las religiones, define las cosmovisiones de los sujetos, y por ende sus posturas filosóficas, éticas y políticas.
La dimensión legal, constituida a partir del sustrato ideológico, define los marcos institucionales, donde el actuar de los sujetos queda circunscrito en la práctica, y también el estatus del individuo.
Los aspectos clínicos, sirven como sustento desde el punto de vista positivista, para justificar, mediante una supuesta verdad científica, el sustrato legal, que en definitiva impone y hegemoniza la dimensión ideológica del gobierno de los sujetos, a partir del dominio de sus cuerpos, y finalmente de sus conciencias.
La pugna esencial se produce entre dos formas totalizantes e individualizantes de poder y dominación.
Entre una ética religiosa, que pretende fortalecer sus modos de gobierno sobre los sujetos, y basados en aspectos ideológicos - antiguamente dominantes, pero debilitados por los procesos de cambio social, económico y político- y una ética neutral del Estado, que busca establecer un gobierno de los sujetos basado en el derecho.
En otras palabras, el conflicto es en torno a definir los límites y espacios de lo secular y religioso, donde la dimensión más codiciada, y que en definitiva otorga la total legitimidad a una forma de dominación determinada, es la conciencia de los sujetos. No la colectiva, sino la individual.
La apelación camuflada a las conciencias ha sido constante en esta pugna, primero desde el punto de vista ideológico, por un lado, recurriendo a construcciones religiosas del sujeto donde el placer es castigado, y donde lo sexual y sus resultados, tienen el riesgo constante de lo ilícito, y de hacer en definitiva al sujeto un ente lujurioso, irresponsable e inmoral; o por otro, apelando a la máxima libertad de acción y decisión, en una lógica individualizante y totalizante a la vez.
Ambas formas de dominación, la ideológica religiosa y la racional-legal, dan por ende distintos significados a la idea de sujeto; la primera lo concibe como sometido a otro por control y dependencia (ya sea a Dios o el líder religioso); la segunda lo idea como limitado a su propia identidad, a la conciencia individual.
Los fundamentos para argumentar cualquiera de las dos posturas, se sustentan desde un punto de vista legal y clínico, y han entrelazado las legitimidades legales con las afirmaciones de verdad, basadas en criterios científicos o clínicos. Aunque esto último ha derivado en una serie contradicciones en torno a lo insano, lo legal, lo científico, y lo moral.
En definitiva, la pugna entre el poder pastoral y el estatal, ha sido objetivizada, materializada y circunscrita a la discusión acerca del uso de la PDD, donde lo que está en juego finalmente es quién impondrá su control sobre las conciencias de los sujetos.
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