miércoles, 2 de enero de 2008

El discurso navideño, entre el consumo y la espiritualidad

La celebración de la Navidad, como componente ritual de la religiosidad cristiano-occidental, surgió en base a dos claves discursivas esenciales: el nacimiento del Mesías en el pesebre y la llegada de los Reyes Magos como representantes del poder terreno.

La primera clave, que corresponde a la dimensión espiritual del mensaje, plantea el tema de la humildad, austeridad y escasez material en que habría nacido Cristo.
La segunda, envuelve la dimensión material de lo existente y su subordinación a la espiritualidad y que se encarna en la entrega de regalos por parte de los reyes magos al Mesías, simbolizando su respeto al mismo.

Más allá de los aspectos esencialmente religiosos que la enmarcan, como hecho simbólico y discursivo, la Navidad anteponía la esencia espiritual de los sujetos, por sobre el contexto material de éstos, como base de la felicidad.
Simbolizaba entonces, la aceptación del dominio del espíritu sobre la materia. En definitiva el dominio del mundo de Dios sobre la Tierra de los hombres.

Durante siglos, esa premisa permitió que como celebración y ritual, la Navidad se expandiera más allá de las fronteras geográficas y de la propia fe cristiana, situándose como un símbolo de esperanza y fe en la fraternidad y bondad entre los seres humanos, y celebrado por muchas personas cada año, sin importar el credo de éstas.

En esto no había hipocresía, puesto que lo que terminaba valorándose con fuerza era el mensaje central de la filosofía cristiana, amarse unos a otros como así mismos.

La Navidad en este sentido, terminó por simbolizar la buena fe en los seres humanos, marcada por la posibilidad que tiene cada sujeto de realizar actos de amor con respecto a otros, aún sin importa en qué crea. Ejemplos de esta visión son las múltiples personalidades atribuidas a la cualidad de ser bondadoso, como Santa Claus, Papa Noel, San Nicolás, el Viejo Pascuero, etc.
Otro ejemplo de está estructura discursiva es la obra de Charles Dickens, ambientada en la era victoriana, llamada Canción de Navidad.

En dicha historia, los espíritus de las navidades pasadas, presentes y futuras visitan a un ateo total, Ebenezer Scrooge, que no la celebra y que tiene una actitud avara y poco fraterna con su único empleado Bob Cratchit, que a pesar de su pobreza y la enfermedad de su hijo Tim, sí celebra la navidad.

Al final del cuento, se produce la “redención” de Scrooge y surgen sus actos de bondad, como símbolo del triunfo de la buena fe.
Así, la espiritualidad, simbolizada en la bondad, se antepone a la materialidad como valor universal, más allá de los aspectos religiosos, sociales o contextuales.

La brújula de Santa Claus
Actualmente, sin embargo, existe una reestructuración de dicha disposición discursiva, lo que algunos entienden como la perdida de el “sentido” de la Navidad ante el excesivo consumismo y la publicidad, que se antepone ante el sentido de buena fe –desplegado como potencial de espiritualidad de los sujetos-.

La Navidad, en términos publicitarios, comerciales y sociales, se ha convertido en un ritual de consumo naturalizado, donde sus claves, como la austeridad, la bondad y la fraternidad han quedado relegadas a un plano simbólico y no práctico.
En otras palabras, se prioriza el criterio de consumo por sobre el criterio simbólico de ésta.

La paradoja esencial de todo esto, es que se produce una dualidad en cuanto a dicho sentido –la espiritualidad por sobre los bienes materiales- según el nivel de acceso a bienes materiales y el supuesto nivel de espiritualidad de los sujetos.
Así, constantemente se cuestiona el nivel de espiritualidad y valores de los menos pudientes que quieren acceder a bienes suntuarios a base de endeudamiento a largo plazo.

Pero, en ningún caso se cuestiona el nivel de espiritualidad y los valores de aquellos que teniendo grandes recursos económicos y a la vez un discurso “espiritual” también acceden a esos bienes suntuarios y practican una actitud poco bondadosa con sus congéneres en estas fechas y todo el resto del año.
En base a la capacidad de consumo, a algunos se les perdona su falta de espiritualidad y a otros se les condena. Esa es la paradoja principal.

2 comentarios:

Pablo dijo...

Pienso qeu en la navidad actualmente para una persona que no ha tenido acceso a la educación y que está bombardeada por medios de publicidad que le dicen "Pascua feliz para todos, en todas las tiendas de..."(por ejemplificar un caso), dificilmente se podrá abstraer o discriminar cual es el sentido correcto de la navidad, más aún viendo que sus hermanos con mayores recursos se desacen en malls intentando comprar el último grito de la moda.
Pienso que muchas personas no tienen la culpa de vivir así la navidad (endeudándose hasta el 2015), son los responsables de los medios de comunicación los que muchas veces sí tienen la culpa, también sin duda y aún más de fondo, es el tema de falta de educación tanto en el sentido tradicional como en el religioso.

Álvaro P. dijo...

Jorge:

Bstante cierto lo que dices en el blog, pero no sé si efectivamente sucede eso de que se critique sólo a quienes se endeudan en la compra de regalos, y no a aquellos que gastan mucho en la compra de cosas innecesarias.

Yo creo que se critica a los dos, pero la magnitud de la crítica depende del tipo de desorden en que consisten.

El primero es un desorden económico (se endeudan por tonteras), motivo por el cual la crítica es más grande, ya que para todo el mundo la cuestión económica es indiscutida. Por otra parte, la segunda actitud es un desorden en cuanto a falta de virtud, y como esta sociedad ha olvidado en gran parte la importancia de las virtudes, se les critica menos, y en círculos más restringidos.

Interesante el posteo.
Saludos,
Álvaro Paúl D.