jueves, 20 de octubre de 2011

ANIMALES NO POLÍTICOS


La crisis educacional y las demandas estudiantiles son hechos indiscutibles desde un punto de vista argumentativo. Son un tema político a todas luces. Sin embargo, los actos de agresión y destrucción durante las manifestaciones, por parte de encapuchados, como la quema de un bus, contrario a lo que algunos pretenden, no son políticos sino delictivos.

La quema de un bus del Transantiago durante la mañana del martes no es un acto político, sino que es un acto netamente delictual. Lo mismo pasa con la destrucción de semáforos, señalética, ornamentación pública, o el saqueo a tiendas –pequeñas o de grandes empresas- que vienen ocurriendo desde hace meses.

Hay un elemento esencial en aquellos actos, que tiene relación con un ethos más bien delictual, y no político, donde la agresión es vista por lo pares como una expresión de osadía, de fuerza egoísta, y sobre todo desafío a la autoridad. Pero no es un desafío a la autoridad en términos políticos (y por tanto civiles como podría serlo desde una posición ética -ácrata- en cuanto al poder mismo, e incluso ideológica en cuanto a la obtención del poder). Es una jactancia en términos tribales, para demostrar a la horda –momentánea- que se es el más fuerte o valiente de la tribu.

Es decir, el acto destructivo de los encapuchados es un acto no sólo animal, sino egoísta, en cuanto su configuración responde a la satisfacción del impulso y del ego, porque no se inicia necesariamente en la legítima defensa.

¿Por qué digo esto? Porque esos energúmenos, probablemente no actúan de manera racional, sino más bien pasional, movidos por impulsos e instintos del momento, en base a lo que la turba le indica, o lo que ellos estiman que la turba valora como “un acto heroico”. Ergo, bajo ningún punto de vista estarían actuando políticamente como algunos han tratado de insinuar a lo largo de estos meses.

Contrario a lo anterior, el actuar político es argumentación, por tanto exige el uso del lenguaje -y por tanto de la razón que es lo que nos distingue de las bestias- de manera individual, para llevar a cabo el diálogo con un otro que me reconoce como interlocutor válido para tal acto (pues me considera dueño de mi cuerpo). Así, sólo en y con el uso del lenguaje, la política es moral y sobre todo ética.

Por eso, el uso de la coacción -que desconoce la autoposesión del individuo- siempre termina por suprimir lo político, pues niega a la razón, y con ello la argumentación, dando paso al actuar instintivo, que es animal. Por lo mismo, no existe esa cosa llamada violencia política. Y la guerra no es su extensión por otros medios, sino su supresión de manera brutal. Quien justifica sus acciones coactivas llamándolas “violencia política”, no tendrá límites para ejercer la agresión y derivará en nuevo déspota.

Si dijera que una banda de ladrones o asaltantes, es una organización política, la mayoría rechazaría tal afirmación. Y claro, la refutarían porque presumen que esa organización criminal carece de un ethos político en todo sentido. Y efectivamente es así, pues sus miembros se asocian en base a satisfacer sus impulsos egoístas -no confundir con el individualismo- sin escatimar ninguna clase de consideración o freno moral o ético con respecto a sus otros compañeros.

En una banda criminal –organizada o espontánea- no se asocian para establecer acuerdos para su convivencia como individuos racionales –y morales- como plantea –y presume- la idea de un contrato civil. Así, si alguno de los miembros ve que sus deseos -o impulsos- se ven mermados por la acción de los otros, no apela a la argumentación sino que apela al uso o amenaza de la coacción, y por tanto, puede llegar a asesinar a esos otros simplemente.

En una organización civil y por tanto política, es el ethos político el que marca la pauta, lo que implica derrotar al adversario sin asesinarlo, es decir, mediante la argumentación. Esa también es una de las bases de la democracia.

Teniendo claro esto, es fácil ver que quemar un bus, romper semáforos o patear y romper las cortinas de los negocios, no es un acto político, sino delictual.

El problema radica en que los interlocutores principales en torno al asunto educacional, parecen no captar esta distinción, y terminan justificando de diversas maneras el actuar coactivo –ilegal o institucional- en base a una lógica de empates, que no es político, sino tribal. Y entonces todo se confunde. Y tarde o temprano, la política es derrotada por la violencia.

Para evitar más actos de violencia y agresión, es momento de que todos seamos más políticos que animales. 

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