miércoles, 22 de diciembre de 2010

SOCIEDAD ABIERTA Y ATMÓSFERA CONSERVADORA

En Chile se vive una extraña atmósfera conservadora, que no tiene relación con pertenecer a determinados sectores políticos o religiosos, sino más bien con un modo de debatir dogmático.

Una sociedad abierta es aquella donde existe pluralismo en todo sentido, con una constante actitud crítica y abierta a puntos de vista diversos, donde se parte de la premisa que el conocimiento humano es falible y provisional, y que por tanto, no hay una verdad absoluta, lo que implica el respeto mutuo y la tolerancia.

En Chile, la sociedad parece más abierta, pues los individuos exigen mayores espacios para tomar decisiones personales, la mayoría se declara tolerante, y  discuten temas diversos antes considerados tabúes. No obstante, si se analiza el modo en que esos temas se discuten, más bien parece seguir siendo una sociedad cerrada y conservadora.

La atmósfera conservadora se aprecia en la mayoría de los individuos, los cuales argumentan como si fueran a priori poseedores de una verdad absoluta, no en términos lógicos, sino en términos dogmáticos.

En base a eso, no argumentan en términos individuales, sino que siempre apelando a entelequias colectivas, como la patria, el pueblo, la nación, los hijos de dios, los creyentes, las minorías sexuales, etc. Como si los respaldara una racionalidad colectiva infalible.

Siempre creen que sus ideas son “más colectivas”, y por tanto más válidas que otras, por lo que también se presumen moralmente superiores al resto y se tornan intolerantes.  

Así, surgen sectarismos de diversas índole, siempre autoritarios, ya sea de la mano de prejuicios, intereses, o privilegios, que suprimen el diálogo de manera imperceptible.

En lo anterior radica el problema esencial. Esa atmósfera conservadora transversal a nivel de ciudadanos, se puede traducir irremediablemente en una excesiva confianza en la autoridad y el poder. La sociedad abierta entonces tiene el riesgo de comenzar a cerrarse.

Surge una especie de religión política, una mentalidad de feligrés en torno a gobernantes afines, a los cuales se les concede una confianza prácticamente ciega para imponer valores. En este sentido, el culto a la personalidad (o las personalidades) no es exclusivo de las izquierdas, y se encuentra muy latente en las derechas también.

Esa fe ciega puede dar paso rápidamente al autoritarismo camuflado de diversas formas, en orden, vigilancia, protección, igualitarismo. Siempre traducido en poderes discrecionales según los objetivos supuestamente defendidos por el gobernante.

Cualquiera sea el caso, bajo la atmósfera conservadora, a las personas les importa más quién gobierna, y no qué limitaciones deben existir para quien gobierna, sea quien sea.

Lo anterior implica claramente que algunos -que se dicen tolerantes, pluralistas o demócratas- acepten y justifiquen de forma soterrada y peligrosa, la imposición por fuerza o ley, de determinadas valoraciones, en base a algún dogma, moral, religioso o ideológico.

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