Un día de mayo de 1968, hace cuarenta años, en Francia se inició una revuelta de estudiantes, que exigían verdadero acceso a los beneficios del crecimiento económico. En Chile, en mayo del 2008, lo mismo están pidiendo escolares y universitarios, aunque las elites no lo quieran asumir.
En diversos aspectos, el movimiento estudiantil chileno tiene varias similitudes con el francés, sobre todo con respecto a su crítica al poder, en especial al de los partidos políticos, y la simultánea exigencia de hacer coherente el sistema democrático, económica y socialmente.
Las movilizaciones estudiantiles en Chile, no se refieren sólo a la LOCE y la LGE, sino que tras éstas hay una crítica profunda a una sociedad marcada por el desequilibrio social, que crea constantes nuevas necesidades, basadas en el deseo de emulación, fomentando el endeudamiento generalizado, en pro de bienes privados y en desmedro de los bienes públicos.
En primer lugar, en ambos casos, los estudiantes exigen verdadera coherencia entre las promesas de mayor justicia social, y una realidad a la que consideran desviada de dicho ideal.
En segundo lugar, las movilizaciones estudiantiles conllevan implícitamente la necesidad de abrir espacios para incorporar a la vida política, a los jóvenes, que decepcionados de las lógicas anquilosadas de la política partidaria, prefieren fortalecer nuevos movimientos sociales desde la propia sociedad civil, exigiendo el reconocimiento de éstos y sus demandas colectivas.
Los estudiantes chilenos están reaccionando ante la incongruencia entre las expectativas económicas de los ciudadanos, originadas a partir de las promesas hechas en torno al modelo económico (marcadas por la confianza en el “chorreo”) y la decepción distributiva existente en la actualidad.
Al igual que los estudiantes del 68, los jóvenes chilenos están indicando que el crecimiento cuantitativo, no ha bastado para alcanzar el desarrollo, que en definitiva permita el acceso a toda la sociedad, de los beneficios económicos generados por el modelo económico.
Contrariamente a lo que se piensa, los estudiantes movilizados, en su mayoría provienen de sectores en pleno ascenso social, al igual que los jóvenes del 68, exigen más libertad en un sentido profundo y amplio, donde la igualdad -en este caso en la educación- permitiría mayor ejercicio de la libertad para muchos más sobre su propio destino –por ejemplo, al poder acceder a más bienes-.
En segundo lugar, las movilizaciones estudiantiles conllevan implícitamente la necesidad de abrir espacios para incorporar a la vida política, a los jóvenes, que decepcionados de las lógicas anquilosadas de la política partidaria, prefieren fortalecer nuevos movimientos sociales desde la propia sociedad civil, exigiendo el reconocimiento de éstos y sus demandas colectivas.
Los estudiantes chilenos están reaccionando ante la incongruencia entre las expectativas económicas de los ciudadanos, originadas a partir de las promesas hechas en torno al modelo económico (marcadas por la confianza en el “chorreo”) y la decepción distributiva existente en la actualidad.
Al igual que los estudiantes del 68, los jóvenes chilenos están indicando que el crecimiento cuantitativo, no ha bastado para alcanzar el desarrollo, que en definitiva permita el acceso a toda la sociedad, de los beneficios económicos generados por el modelo económico.
Contrariamente a lo que se piensa, los estudiantes movilizados, en su mayoría provienen de sectores en pleno ascenso social, al igual que los jóvenes del 68, exigen más libertad en un sentido profundo y amplio, donde la igualdad -en este caso en la educación- permitiría mayor ejercicio de la libertad para muchos más sobre su propio destino –por ejemplo, al poder acceder a más bienes-.
La rebelión estudiantil, no pretende destruir el sistema, sino que hacerlo realmente funcional a las expectativas sociales de los ciudadanos, entre las cuales se encuentra el acceso equitativo a educación y a bienes.
Como John Kenneth Galbraith planteaba en La Sociedad Opulenta, se produce un desequilibrio entre la opulencia privada y la miseria pública.
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