martes, 5 de febrero de 2008

La oligarquía de la Ciencia

Idealmente el campo ámbito científico se concibe como espacio positivo –en términos epistemológicos y éticos- libre de los vicios del conocimiento vulgar y del egoísmo característico del comportamiento humano. Bajo este precepto, tanto las Ciencias mismas como los científicos, son vistos erradamente como personas elevadas, cuyo único y principal propósito es el alcanzar la Verdad del conocimiento.

Sin embargo, como cualquier otro ámbito de actividad, como un espacio de lucha competitiva en torno a un capital determinado, el sentido básico del campo científico es lograr el control del monopolio de la autoridad científica (junto a los beneficios que eso conlleva) por lo que las pugnas epistemológicas están plagadas de intereses producidos en otros campos sociales.

Contrariamente a lo que podría pensarse, la autoridad científica no está fundamentalmente cimentada en los aportes científicos de ésta, sino en el control que ejerce sobre el capital social acumulado y sedimentado en el mismo campo, a través de diversas prácticas e instituciones no científicas, lo que produce la jerarquización entre quienes detentan determinado capital social y aquellos que desean tenerlo.

Los científicos entonces, tienden a legitimar aquello que se reproduce como conocimiento legitimo mediante prácticas y recursos ya instituidos dentro del habitus dominante -como grados académicos, metodologías de investigación y enseñanza hegemónicas- y no mediante la innovación científica como tal.

Se produce entonces la homogeneidad del campo científico que tiende entonces a suprimir la innovación, anquilosando el conocimiento ya instituido en base a un habitus determinado. La posibilidad de revolución al modo de Kuhn, es entonces acallada por las elites que controlan el campo, que tienden a proteger el statu quo epistemológico, con el propósito de conservar sus posiciones de estatus y poder.

Se constituye entonces una ley de hierro de la elite científica al modo de Michels, donde se constituyen prácticas destinadas a perpetuar el orden científico establecido, colando el acceso al habitus, el capital simbólico y las redes sociales del campo, con el fin perpetuar los paradigmas, conocimientos, y símbolos dominantes.

Cualquier otra fuente de conocimiento científico, es desechada no a través de la lógica popperiana de verificación-eliminación, sino que a través de una lógica simbólica y subjetiva de dominación, en base a su concordancia ideológica con el discurso constitutivo del paradigma epistemológico imperante, y el habitus de los sujetos que controlan el campo, marcado por su capital social.

Mediante ésta lógica, la elite científica dominante circunscribe y determina las fronteras de lo que es epistemológicamente válido, en cuanto a problemas, respuestas, metodologías, paradigmas, y sujetos autorizados para su uso, sedimentando en definitiva la inercia intelectual dentro del campo científico.

Queda así determinada a priori la demanda con respecto a determinados conocimientos, prácticas y habilidades, en base al habitus dominante del campo, y cuyo capital social específico genera y reproduce dentro de un marco institucional y simbólico, con el único fin de perpetuar su dominio.

Como los miembros de cualquier ideología, los miembros dominantes del campo científico establecen una serie de símbolos y procedimientos a modo de doctrina, internalizando en su habitus los modos y formas de reproducción, jerarquización y a la vez exclusión del capital social dominante.

No existe entonces “la famosa "neutralidad" (erróneamente igualada a objetividad científica cuando es algo inevitable, es decir, un hecho, que el escapismo es siempre imposible).” (Sobre intelectuales y política, Pierre Bourdieu).

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