Prácticamente dos años antes de las elecciones presidenciales, los más
hambrientos de poder ya nos quieren imponer sus candidatos a como dé lugar.
¿Cómo? Con los recursos más peligrosos para una Democracia, el personalismo, las
encuestas y la propaganda.
Para ser
gobernante, se requiere tener una idea, o al menos un proyecto con respecto a
cuál será el objetivo por el que se quiere tener el poder de gobernar. Pero
sobre todo, se necesita una noción de qué es la Política. No basta sólo con
querer el poder, tener alta adhesión, o contar con mucha propaganda.
No obstante,
hoy es claro que entre las clases y castas políticas chilenas, no hay propuesta
ni debate, ni tampoco una idea clara sobre la Política en sentido estricto. Pero
sí, muchas ansias de poder y mucha propaganda mediante.
Es tal el
apetito de poder por el poder que han mostrado en el último tiempo las clases
políticas, que en el proceso han suprimido a la Política, entendida como
discusión constante de los asuntos de la Polis. La han arrinconado, ya sea
desde su posición como parte de un gobierno, o como oposición. Sólo hablan de
sí mismos y del por qué algunos de sus caudillos o actuales altos funcionarios,
merecen gobernar al resto.
La imposición
indirecta –y cada vez más directa- de los candidatos y potenciales gobernantes,
por parte de las castas políticas, ya sea mediante el argumento de la mera popularidad
basada en encuestas, o la propaganda descarada mediante el uso desvergonzado de
las investiduras y cargos (financiadas por todos para uso gubernamental), no es
una acción Política, tampoco
democrática.
Es una acción
despótica del poder mismo en su conjunto ¿Sobre quién? Sobre la sociedad civil,
a la que ven no como un conjunto plural de ciudadanos, sino como un conjunto de
súbditos a los cuales se les puede imponer un nuevo rey.
La idea de
Democracia en sentido ideal y objetivo, irremediablemente se ve horadada,
suprimida y disminuida, bajo ese criterio del poder, que esconde los apetitos
exacerbados por parte de quienes ejercen el poder político o lo desean recuperar.
Pero, la idea
de Democracia, también se ve acribillada por la flojera intelectual de muchos ciudadanos,
que al momento de elegir a quienes les gobiernan, sólo se guían por la
propaganda impuesta desde esas castas políticas, o votan según criterios vagos
originados a partir de ésta, como la popularidad.
El apetito
exacerbado de poder es siempre una amenaza para la Política (entendida como
diálogo constante y polémico en y desde la sociedad) y para cualquier
Democracia (desarrollada o incipiente), pues finalmente esas apetencias dan
paso no sólo al caudillismo, al culto a la personalidad y el populismo (siempre
tan de la mano), sino a diversas formas de barbarie y de autocracia.
Es lo que
pasa con Chávez y su particular “democracia” en Venezuela, quien a pesar de su grave
enfermedad, no quiere dejar de pretender el poder, no quiere soltar ni un centímetro
de éste, argumentando que su “sacrificio es por la patria”. Personalismo puro ¿No
sería más patriota y democrático dejar espacio a otros? Claro, pero él ni
siquiera confía en sus subalternos o las instituciones que ha implementado. Igual
que Luis XIV, el Estado es Chávez.
En Chile, el
caudillismo y con ello el populismo, comienzan a arrinconar a la Política de su
lugar central en la sociedad civilizada. Por eso, nuestras clases dirigentes,
no están centradas en el debate ni dialogando sobre cuestiones democráticas. Están
enfocados en sí mismos, ahí radica en énfasis en la propaganda y la popularidad.
En la
historia, ha quedado claro que cuando las clases dirigentes olvidan el sentido
esencial de la Política, el último bastión de ésta yace en la Sociedad Civil.
Sí la
sociedad civil pierde ese sentido, la Democracia desaparece o se corrompe. Es
momento de asumir nuestras responsabilidades no como súbditos sino como
ciudadanos.
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