La presentación del documental “Pinochet”, en un acto
en el teatro Caupolicán, ha generado un
fuerte debate en torno a que permite el ámbito democrático, el respeto a los
derechos humanos, y la libertad de expresión.
En el prólogo a Rebelión en la Granja, George Orwell planteaba lo
siguiente: El tema que se debate aquí es muy sencillo: ¿Merece ser escuchado todo
tipo de opinión, por impopular que sea?
La misma pregunta se puede aplicar en cuanto al estreno del ya polémico documental
sobre Pinochet, dirigido por director Ignacio Zegers Blachet, que según
plantean algunos, exalta la figura del dictador chileno.
La polémica ya está desatada en este sentido. Muchos se preguntan cuán
legítimo sería este tipo de actos. Otros, han dicho que una democracia no puede
permitir actos donde se glorifique a personas que cometieron delitos contra los
Derechos Humanos, y que por tanto, un gobierno que se precia de democrático,
debería prohibir tales actos u homenajes. Algunos han dicho que se debe
prohibir ciertas ideas, opiniones o argumentos negacionistas o revisionistas, que justifican o avalan delitos
contra los Derechos Humanos.
Por cosas de la vida, este martes, murió Ray Bradbury, autor entre otros
libros de Fahrenheit 451, donde los
bomberos por orden del gobierno, se dedican a quemar libros para que los seres humanos sean más felices. Un
gobierno considerado, pensará alguno.
Lo cierto, es que un gobierno que se arroga la facultad de prohibir,
censurar o dictar qué se lee, se ve, se publica, se edita, o se escucha, o se
dice, es un gobierno dictatorial. Porque es un régimen que pasa a llevar la
libertad de opinión, porque teme a la opinión pública finalmente.
¿Defendemos la democracia y el pluralismo censurando
opiniones o formas de pensar que consideramos erradas o aberrantes? No.
El supuesto errado de que el poder debe protegernos de malas ideas u
opiniones, ha llevado a poderosos de diverso corte, a la quema de libros, a las
proscripciones de partidos políticos, a leyes malditas, al macartismo, a las
persecuciones religiosas, la caza de brujas, guerras preventivas, inquisiciones,
etc. Todos, hechos que finalmente pasaron a llevar de manera brutal los
derechos civiles y políticos como la libertad de pensamiento, opinión y expresión,
y por tanto los derechos humanos.
Un detalle importante que muchos olvidan al plantear censuras por
considerar tal o cual opinión como aberrante o inadecuada, es que la libertad
de opinión es parte componente de los derechos humanos y civiles- políticos
básicos de cualquier ser humano. Una sociedad que no permite la libertad de
opinión –por erradas que éstas se consideren- difícilmente puede promover el
respeto concreto y efectivo a los derechos humanos.
Esa incoherencia en la defensa de los derechos humanos es un grave
problema ético, que el propio Orwell muy bien hacía notar: Las interminables ejecuciones llevadas a cabo durante las purgas de
1936 a 1938 eran aprobadas por hombres que se habían pasado su vida oponiéndose
a la pena capital.
Entonces,
negar la libertad de expresión para salvaguardar la democracia o para promover
los derechos humanos, es negar el “tener
pleno derecho a decir y a imprimir lo que él cree que es la verdad, siempre que
ello no impida que el resto de la comunidad tenga la posibilidad de expresarse
por los mismos inequívocos caminos” como
decía Orwell.
Es decir,
plantear que el poder, la ley o la mayoría tengan la facultad de censurar, de
restringir el derecho a reunión, o de determinar qué opiniones o ideas son
aceptadas en el debate público en un momento dado, es subyugar la defensa de
los derechos humanos a situaciones contextuales y temporales. Porque como decía
el propio Orwell, Haced una costumbre del encarcelamiento de fascistas sin juicio previo
y tal vez este proceso no se limite sólo a los fascistas.
La
defensa irrestricta de los derechos humanos implica incluso –y aunque parezca
contradictorio- garantizar la libertad de opinión de aquellos que con sus ideas
y sentires, se plantean contrario a tales derechos. No es una cuestión política
ni legal, sino una cuestión ética.
Orwell
decía, el resultado de predicar doctrinas totalitarias es que lleva a los
pueblos libres a confundir lo que es peligroso y lo que no lo es. Lo
peligroso no es el documental en sí. Lo peligroso es que producto de ese
documental –que homenajea a un dictador que pasó a llevar derechos humanos-
terminemos por validar la censura y el control por parte del Estado, en cuanto
a lo que piensan las personas.
Como
muy bien decía Orwell: Si la libertad significa algo, es el
derecho de decirles a los demás lo que no quieren oír.
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