Artículo reeditado a propósito de los dichos de Claudio Bunster, en la revista científica PNAS, de la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos, donde cataloga el sistema universitario chileno de pequeñas uniones soviéticas.
Idealmente el campo ámbito académico y científico se concibe como un espacio positivo –en términos epistemológicos y éticos- libre de los vicios del conocimiento vulgar y del egoísmo característico del comportamiento humano.
Como cualquier otro ámbito de actividad, como un espacio de lucha competitiva en torno a un capital determinado, el sentido básico del campo académico es lograr el control del monopolio de la autoridad científica (junto a los beneficios que eso conlleva) por lo que las pugnas epistemológicas están plagadas de intereses producidos en otros campos sociales.
Contrariamente a lo que podría pensarse, la autoridad científica no está fundamentalmente cimentada en los aportes científicos de ésta, sino en el control que ejerce sobre el capital social acumulado y sedimentado en el mismo campo académico, a través de diversas prácticas e instituciones no científicas, lo que produce la jerarquización entre quienes detentan determinado capital social y aquellos que desean tenerlo.
Los científicos entonces, tienden a legitimar aquello que se reproduce como conocimiento legitimo mediante prácticas y recursos ya instituidos dentro del habitus dominante -como grados académicos, metodologías de investigación y enseñanza hegemónicas- y no mediante la innovación científica como tal.
Se produce entonces la homogeneidad del campo científico que tiende entonces a suprimir la innovación, anquilosando el conocimiento ya instituido en base a un habitus dominante determinado.
Se produce entonces la homogeneidad del campo científico que tiende entonces a suprimir la innovación, anquilosando el conocimiento ya instituido en base a un habitus dominante determinado.
La posibilidad de revolución al modo de Kuhn, es entonces acallada por las elites que controlan el campo, que tienden a proteger el statu quo epistemológico, con el propósito de conservar sus posiciones de estatus y poder.
Se constituye entonces una ley de hierro de la elite científica al modo de Michels, donde se constituyen prácticas destinadas a perpetuar el orden científico establecido, colando el acceso al habitus, el capital simbólico y las redes sociales del campo, con el fin perpetuar los paradigmas, conocimientos y símbolos dominantes. Se inhibe totalmente entonces la anarquía científica que Feyerabend proponía, que es la base del avance científico.
Cualquier otra fuente de conocimiento científico, es desechada, no a través de la lógica popperiana de verificación-eliminación, sino que a través de una lógica simbólica y subjetiva de dominación, en base a su concordancia ideológica con el discurso constitutivo del paradigma epistemológico imperante, y el habitus de los sujetos que controlan el campo, marcado por su capital social.
Mediante ésta lógica, la elite científica dominante circunscribe y determina las fronteras de lo que es epistemológicamente válido, en cuanto a problemas, respuestas, metodologías, paradigmas, y sujetos autorizados para su uso, sedimentando en definitiva la inercia intelectual dentro del campo académico y científico.
Queda así determinada a priori la demanda con respecto a determinados conocimientos, prácticas y habilidades, en base al habitus dominante del campo, y cuyo capital social específico genera y reproduce dentro de un marco institucional y simbólico, con el único fin de perpetuar su dominio.
Como los miembros de cualquier ideología, los miembros dominantes del campo científico establecen una serie de símbolos y procedimientos a modo de doctrina, internalizando en su habitus los modos y formas de reproducción, jerarquización y a la vez exclusión del capital social dominante.
No existe entonces “la famosa "neutralidad" (erróneamente igualada a objetividad científica cuando es algo inevitable, es decir, un hecho, que el escapismo es siempre imposible).” (Sobre intelectuales y política, Pierre Bourdieu).