En estas últimas semanas, varios episodios ligados a las élites, nos
recuerdan que la democracia hace rato parece haber derivado en otra cosa
(quizás siempre ha estado extraviada), más cercana a una ligazón entre la partitocracia con su nepotismo endémico marcado por la
ley de hierro de la oligarquía; y la plutocracia.
Montesquieu
decía “Una democracia degenera cuando los
gobernantes tratan de corromper al pueblo, comprando sus votos con los fondos
públicos, para ocultar de este modo su propia corrupción…”.
Lo anterior
no sólo ha generado gran revuelo, sino que ha derivado en el reconocimiento por
parte de varias ex altas autoridades de la Concertación -como Ricardo
Lagos y el ex
ministro Pedro García- de prácticas que rayan en el clientelismo, el
privilegio y el favoritismo más burdo. Y
que continúan aún con otro gobierno que
entre otras cosas, había
prometido poner fin al nepotismo.
En ello, denotan
la clara incoherencia
de quienes –desde el poder mismo- dicen promover la igualdad, pero no dudan
ejercer con prepotencia el privilegio para sí y sus cercanos, y de usar
ese poder en favor propio hasta convertirse en una nueva élite donde ellos
son los amos y privilegiados.
Tomando en
cuenta el actuar de una
parte de la élite del poder que usa el poder a favor propio, tampoco debería
sernos extraño el impertérrito reconocimiento
por parte de Herman Chadwick, en relación al lucro en un sistema
de educación superior casi perverso, en
crisis, y que además, hace
usufructo del dinero fiscal: “si no les gusta el sistema, que lo cambien,
pero este siempre ha funcionado así”.
En ambos
casos, existe la inmutable
confesión de la burla sistémica de la ley en cuanto a la educación superior
y en cuanto al acceso a altos
cargos en la Administración del Estado. En ambos casos existe un uso descarado
del poder y de la estructura institucional por parte de las élites político-corporativas,
a favor de sus intereses.
Las presiones
de Girardi a Velasco y los dichos de Chadwick, denotan el círculo virtuoso de
una estructura claramente plutocrática y oligárquica de nuestro
régimen político y económico, que va directamente contra el principio de Politeia, la igualdad ante la ley
y la idea de Poliarquía.
Bajo esa
lógica, tampoco
es extraña la clara diferencia de trato por parte del Estado, a través del SII,
entre una corporación como Johnson´s y las pequeñas
y medianas empresas.
Como decía
Thomas Paine, “Como la facultad de
imponer contribuciones se hallan en manos de quienes pueden eludir una parte
tan grande de ellas, por eso se han impuesto sin freno”.
Lo que rige
en Chile, y que en las últimas semanas se nos ha mostrado con una claridad poco
habitual en los medios, es que la
alta concentración corporativa, basada en el claro favor del poder
político estatal también concentrado (hegemonía representativa), no tiene
nada que ver con un mercado
libre, ni con lo que podríamos llamar República
o Democracia, sino más bien con un Crony Capitalismo o un
Mercantilismo moderno.
Sería bueno
recordar lo que decía Montesquieu. “La
democracia tiene que evitar dos excesos: el espíritu de desigualdad, que la
hará desembocar en la aristocracia, o en el Gobierno de uno solo, y el espíritu
de igualdad extremada, que la llevará al despotismo de uno solo, al igual que
el despotismo de uno termina por la sumisión”.
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