En un artículo titulado
La
necesidad y legitimidad de las barricadas, se propone trabar la economía chilena
mediante protestas violentas para lograr respuestas. El autor desdeña de las
formas de resistencia pacífica, olvidando que el boicot puede ser más efectivo y
legítimo que una barricada en la calle.
El sociólogo Sebastián Guzmán, plantea que el movimiento
estudiantil debe avanzar hacia una nueva estrategia incluso violenta (sin
definir a qué se refiere con ello), para así lograr mayor respuesta a sus
demandas. Además, alude a que la protesta violenta se justifica pues sería de
carácter defensivo en cuanto a la acción coactiva del Estado y la indolencia de
la autoridad, y que por tanto negarse a ella sería justificar sólo la violencia
estatal, o ser ingenuo pacifista.
Guzmán confunde dos variables que no necesariamente van de la
mano en su argumento basado en datos. Una cosa es el apoyo que una demanda
determinada puede tener, y otra distinta es considerar que la violencia afecta –o
puede afectar- el apoyo a esa demanda. Puedo apoyar la idea de cambiar la
Constitución, pero puedo rechazar que dicho cambió se haga mediante violencia
radicalizada entendida como coacción o daño a la propiedad de otros ciudadanos.
Cuando ejemplifica con Aysén, nuevamente confunde las
variables, una cosa son los métodos de protesta, y otra los apoyos a ciertas demandas.
Son cosas distintas. Olvida que un 52,6 % de un 100% que rechaza la violencia
en Aysén, es la mitad más uno…
Esa confusión lo hace creer que se puede “radicalizar” el
movimiento –sin definir a qué se refiere- porque se cuenta con el apoyo ciudadano
en cuanto a las demandas para validar sus acciones –una vez más sin definir a qué
acciones se refiere-.
En su planteamiento tampoco define qué es una protesta
disruptiva. En eso, obvia la necesaria distinción conceptual entre violencia y agresión,
que no son lo mismo aunque la mayoría confunda ambas cosas.
Luego como no toma en cuenta esa diferencia, confundiendo violencia
con agresión, dice: “cuando el sistema político en Chile permite a los políticos hacer
oídos sordos a la ciudadanía que se expresa en reuniones o en protestas
pacíficas, aprendemos que el que no llora no mama”. El viejo lema: Por
la razón o la fuerza.
Pero olvida que esos políticos que hacen oídos sordos a las
demandas, han sido electos por esa misma ciudadanía que en su gran mayoría
apoya dichas demandas sociales. No obstante, ni siquiera se pregunta cómo se
produce tal hecho. Y menos considera que la respuesta está ahí, en no votar a
esos políticos sordos. Lo más violento y
disruptivo sería que la gente no los vote en las elecciones.
Pero claro, es más fácil y requiere menos esfuerzo, llamar a agarrar
un basurero, bloquear la calle y prenderle fuego, que fomentar un voto
informado. Lo primero se logra con un par de slogan, lo segundo requiere un
trabajo extenso.
Por otro lado, Guzmán olvida que para “parar” una economía,
existen diversos medios pacíficos como el
llamado al boicot, que es un asunto voluntario y no impuesto como una
barricada. Como no considera eso, y
necesita justificar las acciones violentas, fácilmente cae en la crítica hacia
la resistencia pacífica, cuestionando las acciones de algunos de sus
representantes emblemáticos, Gandhi y Luther King.
Guzmán plantea los límites de la resistencia pacífica en
cuanto a resultados, diciendo entre otras cosas que incluso Gandhi tomó parte
activa en guerras en Sudáfrica. Pero tomar
parte activa en una guerra no significa salir a disparar o ejercer coacción
contra otros o su propiedad. En eso, no sólo confunde resistencia pacífica
con pasividad, sino que olvida que dichas acciones llevadas a cabo por Gandhi, no
fueron coactivas.
En el caso de Luther King, Guzmán reduce el cambio radical y
progresivo que implicó el Movimiento
por los derechos civiles, a la mera obtención de asistencia estatal para la
gente de color, cuando dice que “la expansión de asistencia social para los
afroamericanos no fue una respuesta directa a la no-violencia activa de Luther
King, sino a los disturbios violentos de la época”. Pero olvida que el
movimiento logró apoyos y resultados a nivel federal como la ley del derecho al voto de 1965, y que la resistencia
fue a nivel de algunos estados sureños.
Con eso olvida el largo proceso que se inició con el
movimiento por los derechos civiles, que tuvo resultados más importantes y
trascendentes a nivel federal y más allá de la mera asistencia, que tienen
relación con un cambio de mentalidad que no se logra mediante la violencia coactiva
sino mediante las ideas.
Guzmán obvia esto porque simplemente contradice su tesis de
que la violencia coactiva es más efectiva y legítima que la resistencia
pacífica. Lo peor es que olvida que la violencia coactiva de la protesta genera
una respuesta no deseada: fortalece la acción coactiva del Estado contra los
ciudadanos en general.
Finalmente la violencia aceptada como forma de acción
política siempre favorece al despotismo.
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