La política es una actividad que siempre se pretende racional, y sus actores presumen de tener eso. No obstante, la mayoría de las veces, el debate político –sobre todo a nivel lego- se sustenta más en mitos discursivos que en argumentos racionales. Digámoslo claramente, muchas veces se sustentan en slogan sin base (del lado que sea).
En un asado familiar, surgió el tema estudiantil (que la educación está en crisis es un hecho, el diagnóstico es indudable, pero falta la discusión profunda y abierta en torno a las propuestas de solución). Como era esperable, varias cosas se discutieron: qué se iba a plebiscitar; qué significaba poner fin al lucro, etc. En todas surgió como argumento algún mito. Quiero mostrar algunos (el orden es aleatorio):
Primer slogan: No puedo elegir el colegio, no tenemos democracia
Se discutía qué implicaba el fin del lucro en la educación: si implicaba evitarlo haciendo cumplir la ley vigente respetando el sistema mixto, o si significa poner fin a la educación privada a todo nivel para dar pie a un monopolio estatal. (En eso no hay claridad en las demandas).
Entre medio, uno de los argumentos contra el sistema mixto, fue que en Chile no hay libertad para elegir dónde estudiar, y por tanto no tenemos democracia. Que vivimos una dictadura (presumo, aunque no se dijo, “del mercado”). Pero esa afirmación, que liga la idea de monopolio estatal en educación con libertad de elección y mayor democracia, mal entiende el concepto mismo de Democracia.
La Democracia es un concepto relativo al ejercicio y control del poder político. Implica esencialmente una institucionalidad que garantiza la libertad y el derecho para cambiar a los gobernantes (e idealmente en incidir en las decisiones políticas), y para ejercer diversos derechos civiles y políticos, lo que implica la existencia contrapesos al poder mismo y la democracia misma (de lo contrario una mayoría podría votar democráticamente a favor de tener una dictadura o un déspota).
Hay dos detalles esenciales:
1) Un sistema educacional donde el Estado tiene el monopolio total de la educación (sin opción particular o privada), tampoco permite elegir dónde estudiar. Es más restrictivo aún que un sistema mixto, porque el Estado –según los gobernantes- no sólo asigna tal decisión sino que impone lo que se aprende –pasando a llevar la libertad de enseñanza- sobre todo si la escolarización es obligatoria.
2) Dicho sistema monopólico educativo no necesariamente convierte a un régimen político en uno democrático. El sistema educacional puede ser usado para mantener el dominio de una clase despótica, para perpetuar sus privilegios, o para concientizar a los ciudadanos a favor de tal poder dominante.
Podemos tener una dictadura –como ocurre en algunos países- donde los mismos gobernantes llevan décadas en sus cargos y donde el Estado tiene el monopolio educativo y donde claramente, las personas no tienen todas las opciones para elegir. ¿Sistema más libre y democrático? Lo dudo.
Es claro que lo que en Chile llamamos “democracia” no cumple en muchos aspectos con el ideal, y en muchos aspectos es una plutocracia partitocrática, pero esas notorias fallas no la convierten en una dictadura. Sí, pueden llevarla a ello.
Y es que la Democracia tiene una cualidad que otros regímenes políticos no tienen, es perfectible en diversos niveles. La Democracia permite tener la noción de que es posible mejorar sus aspectos. Por ejemplo, se puede cuestionar el modelo educativo y plantear otras alternativas para mejorarlo. ¿Se podrá hacer eso en otras supuestas mejores democracias?
Segundo slogan: Educación gratuita y estatal garantiza la Igualdad
Ligado con el mito anterior, se desligó otra falacia, que es creer que un sistema educacional de monopolio estatal ofrece más calidad y garantizará resultados finales igualitarios a nivel social. En otras palabras, que garantizas la Igualdad. Pero eso no ocurre ni dentro de una familia que educa a sus hijos en un mismo colegio, con el mismo acceso a bienes y el mismo capital social.
En ello, hay una confusión entre la necesaria igualdad de oportunidades que debe garantizar el sistema educativo (que todos puedan recibir educación de calidad para determinar sus destinos según esfuerzos e intereses, sin depender de su capacidad de pago); y la supuesta Igualdad de resultados a nivel social, que podría generar un sistema educacional de monopolio estatal, que es más bien mítica.
Lo cierto es que ni el sistema más “igualitario y equitativo” de monopolio estatal en educación, garantiza igualdad de resultados sociales futuros. Los destinos individuales son infinitamente variables en ese sentido, no sólo por las inmanejables circunstancias, sino porque las preferencias personales cambian y varían.
No obstante, decir todo esto, no implica no cuestionar un sistema educacional como el chileno, que no sólo no ofrece igualdad de oportunidades para todos de manera equivalente y sin importar origen o capacidad de pago, sino que sustenta y naturaliza privilegios que nada tienen que ver con el mérito y el esfuerzo.
Tercer slogan: Con plebiscito llega la solución
Cuando se planteó que hablar de plebiscito en educación implicaba determinar primero qué se plebiscita en específico, y por tanto, un debate previo abierto sin presunciones de verdad precedente, hubo diversas respuestas. Unas lo santificaban como una panacea desde la cual se resuelve todo, y otros lo demonizaban como una especie de debacle y signo de decadencia.
Lo cierto es que el plebiscito es un mecanismo más y como tal, puede ser utilizado de buena o mala manera, o de forma utilitaria por quienes tienen o quieren poder -ya sea para aumentarlo, mantenerlo o debilitarlo-. Por tanto, beatificarlo o demonizarlo a priori, es errado en ese sentido.
No obstante, si bien el plebiscito es una medida, no es la panacea. Antes de plebiscitar slogans, lo que se requiere es un debate profundo y democrático en torno a la educación (no para establecer un diagnóstico que ya es claro, ni menos para imponer supuestas soluciones o trabas sacadas del manual ideológico o desde supuestas posiciones de superioridad moral, histórica o numérica) para establecer y poner sobre la mesa, con toda claridad, diversas propuestas y enfoques, determinando sus diferencias y coincidencias, sus pro y contras. Sólo así, podemos hablar de decisiones razonadas y consensuadas. De decisiones democráticas.
Como dijo Carlos Peña el domingo “La democracia exige un esfuerzo de deliberación, es decir, un esfuerzo por examinar las razones del otro, pesarlas, oponerse a ellas para ver hasta dónde resisten y sólo al final darle la razón a la que subsista o a la que, luego del debate, concite para sí la adhesión de la mayoría”.
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