lunes, 8 de agosto de 2011

¿MÁS CALLE Y MENOS TWITTER?


En estos días de constante debate político y marchas ciudadanas, se ha dado mucho énfasis a la acción, a la gestión, la política pública aplicada -idea que ahora se refleja en una frase recurrente y cliché “más calle y menos Twitter”-.

Así, la mayoría de las veces, en debates y conversaciones –virtuales y no- ese énfasis en la acción -donde todos proponen fórmulas para solucionar diversos problemas y para hacer feliz al ser humano- viene de la mano de un notorio legalismo (como si la felicidad y el bienestar se impusieran por mero decreto) y de un fuerte desprecio por el debate a nivel de ideas más abstractas o conceptuales.

En ese sentido, hay un marcado argumento de descrédito en cuanto a lo “que dice la teoría”, que se traduce en desprecio al análisis y debate desde las ideas, sobre todo cuando colocan en duda ciertas concepciones políticas generales, que muchos dan por sentadas en cuanto a cuestiones prácticas.

Entonces, cuando se plantean cuestionamientos éticos desde la conjetura, en relación a asuntos de la contingencia, se dice con cierto desdén y pretendiendo dar por terminada el debate: esa discusión es pura filosofía.

Lo interesante es que ese mensaje de desdén lo repiten frecuentemente “moros y cristianos” para presumir una cierta condición pragmática en cuanto a ciertos asuntos, que no obstante esconde una presunción de verdad a priori. Y eso en el fondo esconde una evasión, la de emitir juicios éticos claros con respecto a las propias ideas y lo que se propone o defiende.

La frase “más calle y menos Twitter” es claramente un reflejo y resumen de ese desdén en cuanto a las ideas -muy sintonizado con el viejo desprecio marxista por los filósofos.

¿Pero cuán innecesaria es la “Filosofía” en las discusiones contingentes de la actualidad? ¿Cuán importantes son las ideas y la ética que sustentan nuestras opiniones y acciones, sobre todo políticas? Más aún ¿Por qué es importante el debate de ideas para definir nuestro actuar?

Sin duda, muy necesarias y muy importantes. Tan necesarias como para decir, que sin ellas, el marco de acción práctico de los individuos y la interacción y efectos que ello conlleva, no tiene límites éticos de ninguna clase. Y la historia así lo indica. El paso a la barbarie se confunde con caminar entre rozas hacia un ideal cualquiera.

Por tanto, no hay que olvidar que el descrédito generalizado por las ideas sin distinción, siempre conlleva un alto riesgo ético. ¿Por qué? Porque las ideas que todos tenemos y defendemos –consciente o inconscientemente- siempre traen consigo una concepción ética de las cosas y sobre todo, una concepción ética del ser humano. Como decía Rothbard: “lo cierto es que, apenas alguien esboza cualquier sugerencia política, por reducida o limitada que sea, está emitiendo, lo quiera o no lo quiera, un juicio ético”.

Así, el desprecio por el debate a nivel de ideas -que es un debate ético- en favor de la mera acción –en base a nociones utilitarias, tecnocráticas o ideológicas- puede dejar abierto el camino para la puesta en práctica de ideas muchas veces nefastas, autodestructivas, totalitarias y criminales. Las cuales, siempre se imponen no por su mayor valor ético, sino por su capacidad de penetración o convocatoria, es decir, la fuerza. Las malas ideas a nivel ético se derrotan con ideas éticas. Y para ello es necesaria la discusión “filosófica” libre y constante.

La discusión en torno a la educación tampoco ha escapado a ese sesgo que otorga supremacía total a la acción (aún cuando algunos planteen basarse en una idea específica de educación, desarrollo y ser humano). Otros podrían decir que eso no es así, y que las demandas esconden conceptos éticos en cuanto a la educación de carácter definido, y por tanto, una idea profunda del mismo.

Pero, aún si es así, hay un problema, ese concepto se da por sentado como definitivo, total y superior a cualquier otro, sin discusión alguna. Sin debate de ideas, se impone entonces un pensamiento, que luego, se refleja en las propuestas, en la práctica.

Y entonces, vemos que la discusión en cuanto a la educación se centra y reduce principalmente en cuestiones de gestión desde el Estado –cómo financiar, cómo distribuir, qué permitir, qué prohibir, qué leyes implementar, qué hacer, qué no-.

Pero, dónde está la discusión ética en cuanto a preguntas esenciales como ¿Cuál es el sentido de la educación? ¿Qué entendemos por educación; o para qué nos educamos; en qué debemos hacerlo; qué es ser educado? ¿Qué sentido político, económico y social debe tener la educación? ¿Debe tenerlo realmente o no? ¿Cómo se liga educación con igualdad y libertad? 

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