Como a los edificios nuevos y supuestamente antisísmicos, que mostraron tras sus hermosas fachadas sus fallas estructurales, el terremoto en Chile derrumbó la fachada simbólica que escondía una estructura social profundamente desigual.
Antes del día 27 de febrero de 2010, las expectativas políticas, económicas y sociales en Chile giraban en torno a la celebración del Bicentenario. En todas partes parecía haber un optimismo enorme, pues se consideraba que estaban todas las condiciones políticas y económicas para derrotar definitivamente aquellos aspectos irresueltos, que nos recordaban que aún seguimos siendo un país en desarrollo.
De madrugada, la naturaleza con un golpe certero, derrumbó aquel frontis de optimismo y soberbia, dejando visible los verdaderos y debilitados cimientos sobre los que se ha sustentado la sociedad chilena en los últimos años. Un modelo crony capitalista, marcado por la desigualdad social sedimentada, y un Estado (incluidos sus órganos y aparato legal y normativo) estupefacto, confundido e indispuesto ante algo que de “inesperado” tenía poco.
Probablemente ahora es menos perceptible tal apreciación del derrumbe de la fachada simbólica detrás de la cual se esconde la debilidad estructural chilena, debido a la gran cobertura periodística y la acción publicitaria del gobierno y las grandes empresas en torno a la ayuda a los damnificados. Sin embargo, se hará notoria cuando el espíritu de la reconstrucción comience a bajar la intensidad.
Se hará aun más visible cuando las elites políticas sientan que su acción de ayuda no es necesaria, que ya no hay dividendos políticos por ella y vuelvan a sus disputas partidarias electorales; y cuando por otro lado las empresas vean que el efecto publicitario de su ayuda ya no surte el efecto deseado sobre los consumidores. Entonces probablemente no habrá más ayuda como la vista hasta ahora. Y llegará el invierno, el frío y la lluvia.
Entonces se hará notorio el verdadero derrumbe social que provocó el terremoto. Las miles de personas sin casa cuyas viviendas obtenidas con enorme esfuerzo y enorme endeudamiento –en su mayoría sin seguros- fueron destruidas por el terremoto, el tsunami o están a punto de derrumbarse por la negligencia a de inmobiliarias y constructoras inescrupulosas (lo que genera un problema a nivel de confianzas pues si la fiscalización es ineficiente y el vendedor inescrupuloso, comprar un departamento es simplemente un acto de fe).
Se hará visible la indefensión de muchos individuos que hoy están en la calle simplemente con lo puesto, que perdieron sus casas o fuentes de trabajo, y que probablemente ya pasado bastante tiempo después del terremoto, aún estarán con una vivienda de emergencia básica, mientras el gobierno de turno les pide paciencia y las grandes corporaciones miran para otro lado pues su situación ya no es rentable.
Algunos probablemente aún estarán gastando dinero en largas batallas legales contra quienes les vendieron edificios fuera de norma, de cartón y alambre fino, como si fueran indestructibles; otros permanecerán de allegados o en sus viviendas básicas pues se les hará difícil obtener créditos para comprar una nueva vivienda.
Antes del día 27 de febrero de 2010, las expectativas políticas, económicas y sociales en Chile giraban en torno a la celebración del Bicentenario. En todas partes parecía haber un optimismo enorme, pues se consideraba que estaban todas las condiciones políticas y económicas para derrotar definitivamente aquellos aspectos irresueltos, que nos recordaban que aún seguimos siendo un país en desarrollo.
De madrugada, la naturaleza con un golpe certero, derrumbó aquel frontis de optimismo y soberbia, dejando visible los verdaderos y debilitados cimientos sobre los que se ha sustentado la sociedad chilena en los últimos años. Un modelo crony capitalista, marcado por la desigualdad social sedimentada, y un Estado (incluidos sus órganos y aparato legal y normativo) estupefacto, confundido e indispuesto ante algo que de “inesperado” tenía poco.
Probablemente ahora es menos perceptible tal apreciación del derrumbe de la fachada simbólica detrás de la cual se esconde la debilidad estructural chilena, debido a la gran cobertura periodística y la acción publicitaria del gobierno y las grandes empresas en torno a la ayuda a los damnificados. Sin embargo, se hará notoria cuando el espíritu de la reconstrucción comience a bajar la intensidad.
Se hará aun más visible cuando las elites políticas sientan que su acción de ayuda no es necesaria, que ya no hay dividendos políticos por ella y vuelvan a sus disputas partidarias electorales; y cuando por otro lado las empresas vean que el efecto publicitario de su ayuda ya no surte el efecto deseado sobre los consumidores. Entonces probablemente no habrá más ayuda como la vista hasta ahora. Y llegará el invierno, el frío y la lluvia.
Entonces se hará notorio el verdadero derrumbe social que provocó el terremoto. Las miles de personas sin casa cuyas viviendas obtenidas con enorme esfuerzo y enorme endeudamiento –en su mayoría sin seguros- fueron destruidas por el terremoto, el tsunami o están a punto de derrumbarse por la negligencia a de inmobiliarias y constructoras inescrupulosas (lo que genera un problema a nivel de confianzas pues si la fiscalización es ineficiente y el vendedor inescrupuloso, comprar un departamento es simplemente un acto de fe).
Se hará visible la indefensión de muchos individuos que hoy están en la calle simplemente con lo puesto, que perdieron sus casas o fuentes de trabajo, y que probablemente ya pasado bastante tiempo después del terremoto, aún estarán con una vivienda de emergencia básica, mientras el gobierno de turno les pide paciencia y las grandes corporaciones miran para otro lado pues su situación ya no es rentable.
Algunos probablemente aún estarán gastando dinero en largas batallas legales contra quienes les vendieron edificios fuera de norma, de cartón y alambre fino, como si fueran indestructibles; otros permanecerán de allegados o en sus viviendas básicas pues se les hará difícil obtener créditos para comprar una nueva vivienda.
Se hará visible cuando miles de chilenos queden sin atención de salud porque los hospitales públicos se derrumbaron en varias ciudades y el sistema de salud públic no tenía un registro de sus pacientes, los cuales además, no serán aceptados en el sistema privado (Isapres) pues bo cuentan con dinero suficiente o tienen enfermedades que dichas entidades no aceptan.
Probablemente en un tiempo más a muchos se les olvidará que el terremoto no sólo fue un sismo de tres minutos, sino que algo que altero toda la fisonomía del país, porque tendremos más campamentos que antes del 27 de febrero.
Esa es quizás la falla estructural principal. La sociedad civil débil. Porque el terremoto reflejó que se hace necesaria una sociedad civil mucho más rica y organizada a nivel local, más exigente e independiente, que no penda del Estado central y sus organismos -que se mostraron improvisadores- y tampoco de la posterior solidaridad efímera, sobre publicitada y oportunista de las grandes corporaciones.
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