La pérdida del año
escolar ha sido una de las principales formas de presión contra los secundarios,
desde que hace 4 meses se tomaron las escuelas. Hoy se habla de 70 mil
repitentes. ¿Cuánto han perdido realmente?
Después de una nueva juerga patriotera, de las que el
poder nunca se ha quejado, se anuncia con pavor que 70 mil estudiantes (el 2%)
han perdido el año escolar, invocando claramente a culpabilidades paternas y
estudiantiles, nunca al fracaso del poder en cuanto a un modelo educativo
impuesto por éste.
Esa apelación responde a un mito muy difundido entre moros
y cristianos: aquel que asimila la escolarización compulsiva con educación de
calidad y aprendizaje. Pero, volver a la sala de clases no es sinónimo de ir a
educarse necesariamente.
Hay un hecho irrefutable en este sentido, que es la
existencia de un sistema de educación que lleva años en crisis, que es
desigual, precario y de mala calidad para un número importante de individuos.
Entonces surge la pregunta ¿De esos 70
mil, cuántos reciben educación de buena calidad, regular, o de mala calidad de
frentón? Y entonces, dirimiendo eso
¿Cuánto de buena educación han perdido realmente esos 70 mil?
Claro, lo más óptimo -para el poder sobre todo- sería que
todos los alumnos vuelvan a sus aulas (sean de educación excelente, regular o
mala) simplemente para decir: “todos se
están educando de nuevo” o para decir “todos han vuelto a estudiar”
o “ha
imperado el derecho a la educación”.
Pero ¿Todos se
estarían educando de nuevo con el sólo hecho de volver a clases?
La pregunta es clave, puesto que el riesgo de la “repitencia”
(No sé por qué la demonizan cuando el problema más grave es que: se hace pasar
de curso a gente que no ha aprendido) está siendo usada implícitamente como
argumento para deslegitimar las demandas estudiantiles ante un sistema
educativo fracasado.
Fracasado porque se ha traducido en una “repitencia”
silenciosa y sistémica, de miles cada año, que salen de las escuelas y no
entienden lo que leen. Es decir, un problema pasado, presente y peor aún futuro
–si no se aborda con perspectiva-. Ese es el meollo del asunto.
No hay que olvidar que
el año 2000, un
estudio de la OCDE indicaba que un 80% de los chilenos entre 16 y 65 años no
tiene el nivel de lectura mínimo para funcionar en el mundo de hoy. Y que
éramos lo peores en comparación a otros países. O que en ese momento, las
autoridades chilenas ni se inmutaron. Seis años después, los secundarios
iniciarían una serie de movilizaciones exigiendo mejoras profundas a un sistema
educativo escolar en crisis.
Y claro, en los países mejor evaluados, las habilidades
lectoras fueron adquiridas en los primeros años de escolaridad, gracias a
sistemas educativos primarios de calidad universal. Insisto, volver a clases no
es sinónimo de ir a aprender o educarse necesariamente.
Kant decía que “no se debe educar en base al presente,
sino en base al futuro”. En torno a un fin, que no es otro que un mundo mejor
en base al desarrollo de las mejores disposiciones humanas, generación tras
generación. No habla de igualitarismo en ese sentido, sino de libertad para
vivir de manera civilizada.
¿Ofrece algún futuro
un sistema educacional fallido y segregado que no desarrolla tales
disposiciones hacia lo civilizado y la libertad? ¿Qué visión del futuro tiene
el poder –vigente y pasado- en cuanto a la educación si no considera aquello
como eje central?
Lo cierto es que el poder –del color que sea- sólo mira a
la educación en cuanto al presente (la disciplina irracional bajo su alero, el
mero adiestramiento) y no en cuanto el futuro. Es decir, en cuanto al
desarrollo de generaciones cada vez mejor educadas y pensantes, que obren por
principios.
En esa inmediatez básica, el poder busca arrastrar a los
padres, que al igual que sus hijos perciben la falla endémica del sistema, y
siendo ellos mismos productos de éste, en el fondo no quieren que sus hijos o
nietos, sean parte de esas cifras prácticamente endémicas, de chilenos que no
entienden lo que leen. Pero, bajo la presión de los certificados, las cuotas,
el endeudamiento y el temor irrisorio a la “repitencia” de sus pupilos, paulatinamente
se pliegan a la indiferencia del poder con respecto al problema educativo.
Supongamos que los estudiantes vuelven a sus aulas (y sus
segregaciones). ¿Qué pasaría con el tema educativo? ¿Ocurriría lo mismo que el
2006 cuando las élites políticas en conjunto, se auto vanagloriaban de sus
acuerdos y levantaron los brazos en conjunto, proclamando mejoras a la
educación, un cambio de nombre? ¿La discusión y la solución quedarán en manos
de una élite política sin visión de futuro, que ha reprobado el ramo de
representación, que sólo reacciona ante presiones y que probablemente tampoco
entiende lo que lee?
Kant decía “el arte de la educación necesita ser
razonado”. Plantear volver a clases porque sí -para simular educación, o
estudio, y no perder certificados- no altera en nada el problema crítico de un
modelo educacional fallido, que desde hace años no ha sido razonado (ni
enfrentado) y que se traduce de manera creciente -en palabras de Kant- en generaciones
de padres “mal educados que educarán mal a sus hijos”.
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