Ya dijimos que el sistema educacional en su totalidad está en crisis. Es algo que se viene incubando desde las primeras transformaciones a mediados de los 80´. Varias generaciones, en mayor o menor medida, han planteado sus reparos y sus demandas. Hoy, se ha alcanzado un punto de ebullición.
El sistema educacional chileno está estructurado desde su base, para preservar el privilegio, determinado por el capital social y el nivel socioeconómico. No sólo en cuanto a la calidad de los colegios a los que se accede, sino también a métodos de entrenamiento anexo –como preuniversitarios- para enfrentar las barreras de entrada al sistema universitario, que el Estado y las universidades tradicionales –qué controlan las élites- establecen, avalan y sustentan, y que lo convierten en un sistema de privilegio, y para nada meritocrático.
El detalle, es que aquellos que colocan las barreras de entrada, evalúan el conocimiento de los individuos, sin establecer o sin fijarse, si ese conocimiento está siendo adquirido –o entregado- de manera previa realmente. Que mejor ejemplo que las escuelas públicas municipales. Es decir, el control férreo y exigente aplicado al alumno, evaluado para ingresar al sistema universitario, no se condice para nada con el débil control en las etapas en que el evaluado se prepara para tal evaluación en la educación básica y media. El privilegio está asegurado desde la cuna gracias a nuestro sistema educativo.
Así, el sistema educativo en conjunto –sin tomar en cuenta el problema de qué entendemos por educación- se ha convertido y reducido- en un sistema que prepara netamente para responder un examen de dos días, al cabo de 12 años de escolaridad, que “supuestamente” determina el futuro de las personas en base a su acceso a las Ues tradicionales, mediante un certificado de “capacidad” que luego se publica en el diario.
Este ámbito, que en realidad es el de las certificaciones y reconocimientos, cuyo monopolio lo tiene el Estado, y quienes controlan sus entidades de conocimiento, y que validan un saber, son aspectos que pocos abordan a la hora de analizar y proponer soluciones a la crisis del sistema educativo de manera global. Sobre todo, a la hora de enfrentar el claro carácter elitista de la educación universitaria tradicional.
¿Qué clase de educación es esa que se centra en otorgar “certificados de capacidad” según el acceso de entrenamiento previo según capacidad de pago? ¿Por qué se ha hecho compulsivo en entrar a la universidad, sin valorar otras formas de conocimiento –sin tomar en cuenta otra cualidades- tan necesarias para el desarrollo de una nación y de las personas?
La respuesta está en el elitismo, tanto de quienes controlan el conocimiento, las certificaciones, el Estado y la productividad, como de aquellos que son excluidos por ese mismo sistema.
Ambos, mediante el falso discurso de la meritocracia, establecen y aceptan distinciones entre miembros de UES tradicionales, privadas buenas, regulares y malas, institutos profesionales, iletrados, etc.
Así, se reproduce el discurso de los “mejores” que accedieron al sistema ¿Por mérito? y que se sienten con el derecho de imponerse, discriminar, exigir privilegios, y establecer una batería de certificaciones y barreras de entrada para becas y otras dispensas, en desmedro de aquellos que quedaron fuera del sistema tradicional, por “su falta de mérito” y que se educan de manera privada a punta de endeudamiento.
Se estructura un sistema de dominio perverso que se ha reproducido de manera invariable a lo largo del tiempo. Así, el “mérito”, camufla el hecho de que el privilegio está asegurado desde la cuna gracias a nuestro sistema educativo.
No es raro entonces, que la mayoría de las personas –sobre todo aquellos cuyo único capital para heredar es invertir en educar a sus hijos- crean que el título profesional les permitirá a sus hijos, romper con ese elitismo anquilosado por décadas, que se reproduce invariablemente en el ámbito laboral, universitario privado y público, artístico y un largo, etc.
Lamentablemente, tal elitismo está sedimentado en las mentes de todos, incluso de los excluidos y sus representantes. Y surge la duda ¿Hasta qué punto, esto no es más que una pugna entre élites y no una lucha por una educación de calidad para todos?
La alternativa es colocar como eje central corregir la falla desde su raíz, es decir, en la educación básica y media, derribando esas barreras de entrada ficticias al sistema universitario, que las propias élites han impuesto.
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