martes, 9 de junio de 2009

No votar, una forma de votar

En varios canales –sobre todo de TV pagada- se ha hecho habitual ver campañas donde se llama a votar a los no inscritos, para que “nadie hable por ellos”, se “Mojen por Chile”, y “se hagan grandes”. Sin embargo, detrás de estos mensajes se esconde la simple legitimación del orden isonómico existente a través del encauzamiento de las preferencias políticas de las personas.

Los (ahora) constantes llamados a inscribirse y votar -sobre todo por parte de algunos candidatos presidenciales- en el fondo sólo pretenden reemplazar la clientela electoral ya envejecida, para así asegurarse legitimidad futura, y de pasada de justificar la totalidad del sistema político imperante.

Estas invitaciones no pretenden ampliar o diversificar las opciones de participación de los ciudadanos, sino que (cual pastor con sus ovejas) encauzar por y hacia el buen camino del voto, sus preferencias políticas y electorales. Te invitan a participar, pero sólo votando, y no de cualquier forma.

Lo anterior, responde a la constante y oculta pretensión (una vez más) de que las opciones ofrecidas a los electores (las ofertas), sean menos de las que realmente podrían existir y estén dentro de la gama de lo posible y permitido en el sistema isonómico, es decir, la estructura electoral y partidaria.
Por ello el no votar, el votar blanco o nulo es sancionado, aún cuando deberían ser opciones válidas para expresar preferencias políticas de los ciudadanos. Contradictoriamente, te obligan a que te guste el sistema.

En este sentido, en el último año, el universo político ha dado señales claras de tal situación. En su interior la competencia política está más que controlada y restringida; y sus actores dominantes son claramente contrarios a cualquier innovación y nueva oferta y forma de hacer política (y eso que muchos se llenan la boca con esas palabras).

Las tecnologías del poder y el encauzamiento de los individuos

El encauzamiento de los individuos, mediante la restricción de las ofertas en el universo político se produce en diversas dimensiones, y a través del uso de variadas tecnologías -que Foucault llamaría de disciplinamiento-. En el fondo pretenden evitar el desarrollo de fisuras dantescas en el discurso constituyente del orden actual.

La más básica de estas dimensiones es la coacción física, cuya tecnología es la fuerza física. Si la persona no quiere votar, se ejerce la coacción estatal sobre ésta: se le multa o se le recluye.

Otra dimensión, claramente más subjetiva, es la apelación a los sistemas de creencia y situación de vida de cada persona, a través de “la incertidumbre de los castigos” en cuanto a su voto, sobre todo a no ejercerlo. Esto se hace en varios sentidos y espacios. A la gente se le dice que si no vota por éste, podría ocurrir tal cosa, o si no lo hace por éste otro, podría pasar esta otra cosa.

Lo anterior es la base de la lógica del mal menor y del discurso de la alternancia (Que coincidencia). Si no votamos por X vendrán los otros y con ellos el debacle. Si no votamos por los otros, los que ahora están nos llevarán a la hecatombe. El mensaje es el mismo, si no votan por nadie, todo se destruirá. En definitiva, es la apelación al miedo a la anarquía.

De la lógica anterior, también se desprende la apelación a la racionalidad del elector, que en el fondo también es un instrumento de disciplinamiento en torno al voto -léase locura versus razón- que se aprecia claramente a nivel de disciplina partidaria interna y también en cuanto al ejercicio de la ciudadanía.
Si alguien va a votar por X y no por la opción que se propone en la coalición, es un díscolo, un rebelde, o está loco. Si una persona no vota o vota nulo porque no le gustan las opciones, es un mal ciudadano.

En definitiva, si vota, debe votar por lo que se le ofrece dentro de lo “racional”, sea lo que sea, le guste o no. Nunca votar nulo, blanco, menos aún no votar. Sino, es irracional, utópico, un voto perdido, etc.

Que nadie hable por ti, ni tú, sólo nosotros


Las campañas para incentivar el voto han apelado a varios mensajes: Moja la camiseta por Chile, Házte grande (ambas del candidato presidencial Sebastián Piñera) y No dejes que otros hablen por ti (del canal de cable Vía X).

Todos estos mensajes tienen una característica en común (muy acorde a los sistemas de disciplinamiento): apelan al compromiso irrestricto de los electores con el voto.
Lo clave es que simultaneamente suprimen el deber de los candidatos con respecto al voto.
Así, nunca mencionan la obligación que deben asumir los elegidos con respecto al acto electoral, en cuanto a cumplir con el mandato posterior que eso les implica.

Ahí esta la clave del porque estas campañas son claramente un instrumento de encauzamiento y disciplina electoral, además de un modo de legitimación del orden político vigente: el único deber es votar. Cualquier otra expresión política –como no votar- no es válida.

Por lo mismo, cuando se habla de Mojar la camiseta, lo que se pretende es entregar total responsabilidad al elector, desligando de toda responsabilidad a los gobernantes, aún cuando son éstos quienes toman realmente las decisiones. Una vez más, el único deber del ciudadano es votar. Si no lo haces, no diste todo de ...

Por otro lado, Hacerse grande, también apela a la responsabilidad del elector, pero va mucho más allá. Implica que el votante debe aceptar, sin cuestionamiento alguno, las reglas del juego electoral imperante y dejar atrás las “bobadas” y rebeldías juveniles contra el sistema (como no votar, no inscribirse). En el fondo es un llamado a la conformidad, es decir, a convertirse ahora en el conservador del mañana.

No dejes que otros hablen por ti, es ciertamente un mensaje aún más contradictorio, tomando en cuenta que el acto del voto en sí implica la delegación del derecho a la palabra hacia un otro. Es decir, a que otro hable en nombre de uno, que es en definitiva la representación. He ahí porque la eliminación de la responsabilidad del electo en cuanto al voto es tan peligrosa.

Y que importante es tomar en cuenta todo lo anterior, sobre todo si se considera que mediante el voto se constituye un contrato sin garantía alguna en cuanto a su cumplimiento, y que sin embargo, es la forma de legitimar el actuar de los políticos y gobiernos.

Tal como en otro blog se plantea, con el voto legitimamos en nombre de otros, que ni siquiera han acudido a las urnas (niños por ejemplo), un contrato que ni siquiera han aceptado hacer.

Por eso, no votar también es una forma legítima de votar. Aunque al sistema en general no le guste. Pero sobre todo, si lo que nos ofrecen no nos gusta.

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