El canibalismo es quizás la expresión más pura de la latente propensión anti política del ser humano. No hay diálogo posible con quien está dispuesto en su más profundo interior, a desgarrarte y devorar tus entrañas.
Las imágenes de un soldado rebelde sirio, engullendo el corazón de un adversario muerto, muestran que la violencia como forma de acción política (sea cual sea su justificación), siempre nos puede llevar al filo de la barbarie.
Kant decía que lo que nos distingue de la existencia mecánica de los animales, era nuestra independencia con respecto a los instintos, gracias a la disposición natural hacia el uso de la razón que nos permite ser sujetos morales, y por tanto libres.
Sería esa tendencia, la que nos ha permitido a lo largo de los siglos, ir avanzando hacia formas más civilizadas y menos brutales de relacionarnos entre nosotros. Podríamos decir, tomando la tesis de Steven Pinker, que la violencia ha sido paulatinamente limitada, gracias al desarrollo de diversas reglas, prácticas y valores que han evolucionado en instituciones como el Estado de derecho, la democracia, el libre comercio y los derechos humanos, que implican finalmente, el respeto a la vida y la persona humana.
No obstante, como el mismo filósofo estadounidense dice: “La brutalidad no ha sido abatida”. Así, diariamente la prensa nos recuerda cuán largo es ese proceso de “humanización”, plagado de avances y retrocesos.
El acto caníbal en Siria, televisado a todo el mundo, nos debe poner en alerta sobre el constante riesgo al que está expuesta nuestra especie, de retornar hacia la peor forma de barbarie. Aquella donde la brutalidad contra otros se ejerce de manera racional y consciente.
Porque el corazón del enemigo caído, se devora ante las cámaras no sólo como una especie de capricho o fetiche personal, sino mientras se emiten mensajes de odio con claro carácter intolerante y sectario, llamando a masacrar a un grupo social determinado. Podríamos decir que la lucha revolucionaria contra un régimen supuestamente opresor, que era aparentemente el motivo que movía a ese soldado rebelde, ha derivado en barbarie pura, satisfaciendo sus instintos más bajos. Es decir, los supuestos altos fines han dado paso a meros actos de salvajismo. ¿Les suena la historia?
En ese sentido, el brutal festín humano nos muestra la necesidad de promover el uso de la fuerza dentro de ciertos límites -del derecho, el derecho internacional o de cierta ética- incluso en un proceso revolucionario o bélico (se esté o no de acuerdo con éste). Porque incluso la guerra o la rebelión –que siempre deben ser el último recurso- se deben regir por ciertas reglas para no terminar siendo una burda carnicería humana (como casi siempre ocurre).
Más importante aún, ese acto brutal nos plantea lo imperioso que es promover una ética que rechace la violencia indiscriminada y el asesinato en masa, como motor y eje de acción. Estemos en guerra o en paz.
Es fundamental promover de manera constante ideas que rechazan la coerción como medio para imponer fines, sobre todo cuando los límites legales y jurídicos que permiten controlar la acción coactiva del Estado (como los tribunales independientes) y los afanes violentos de otros grupos, se ven mermados o disminuidos en una situación de crisis política y social.
Porque la violencia y brutalidad contra otros, siempre las cometen y las han cometido seres humanos como uno. En nombre de diversos fines, con la excusa precisa para justificar la agresión contra otros. Los han llevado a cabo, sobre todo cuando el único freno a dichos actos de barbarie, ha sido su propia conciencia, su ética y su capacidad de autogobierno.
Difícil tarea la de promover una ética no violenta, pero necesaria para evitar retornos a la barbarie.
No hay comentarios:
Publicar un comentario