En su
respuesta a mi
interlocución a su artículo "El
error liberal y la politicidad de la familia", Gonzalo Letelier por
fin aclara el punto central de toda su elucidación: no todo es familia. Por
tanto, “se trata de proteger las familias reales y concretas tal como son”,
lo que implica que las políticas sociales deben centrarse en “el bien social
que constituyen los hijos y los padres” en tanto familias.
Su crítica a la subsidiariedad
negativa liberal centrada en el individuo como agente moral, apunta
esencialmente a que ésta obvia que la sociedad también es una entidad moral que tiene fines, sin
los cuales no se constituiría como tal, y donde la familia sería el medio
necesario para aquello. Soslayar esto, descompondría el concepto de familia tradicional
o convencional, entendido como hijos y padres.
Letelier se centra en dos supuestas afirmaciones mías para
construir su respuesta. Primero, que “los liberales creen que las sociedades
son sólo eso: relaciones libres entre individuos”; segundo, que “las sociedades
no tienen inteligencia ni voluntad”.
La primera alusión es incorrecta, pues en ningún caso afirme
aquello, sino que: la familia es un espacio surgido de la libre interacción
entre individuos (excepto si alguien es obligado a convivir con otro para “formar
familia”), que compete exclusivamente a sus componentes. La familia es una
institución que al igual que el lenguaje, surge en el proceso constante y
espontáneo de interacción entre personas, sujetos o individuos.
Los liberales tienen claro que en la sociedad existen
relaciones de dominación que no necesariamente surgen de la libre interacción
sino de la coacción o la amenaza en el uso de la fuerza. De hecho, luchan
contra éstas, promoviendo la mayor cantidad de relaciones originadas de mutuo
acuerdo –lo que implica el respeto y cumplimiento de los mismos-.
Lo anterior no significa necesariamente que los liberales
crean que la sociedad surge de un contrato social, donde supuestamente los
individuos atomizados constituyen la sociedad al dejar su estado de naturaleza.
En general el contractualismo es visto por los liberales como un mecanismo, y
no como un hecho histórico.
No obstante, tienen claro que muchas instituciones y
convenciones sociales en realidad han surgido del proceso espontáneo de
interacción entre los sujetos. Como la familia, que seguirá existiendo “y flotando”.
Y eso no se debe ni deberá a un acuerdo o elección de la sociedad.
En cuanto al segundo punto: Si como Letelier -aceptando el punto
de vista liberal- dice: “las sociedades no tienen inteligencia ni voluntad”. Surge
la duda ¿Cómo entonces las sociedades definen sus fines como él plantea? ¿Cómo
eligen y actúan sin inteligencia y voluntad como él afirma?
Decir que algo no tiene inteligencia ni voluntad pero elige
como un todo, es un oxímoron.
Letelier plantea que “las sociedades existen porque muchos
quieren lo mismo y deben ponerse de acuerdo en cómo obtenerlo. Esos acuerdos no
pertenecen a cada uno de los miembros en particular, sino al todo como tal”.
En este punto, Letelier parece contradecirse su crítica
inicial al contractualismo. Extrañamente también, al mismo tiempo que cuestiona
la idea de voluntad general de Rousseau –siempre dudosa en cuanto a la libertad-
plantea una especie de supuesta voluntad colectiva, pues dice que hay “decisiones
colectivas cuyo sujeto es la sociedad y que, por lo tanto, son vinculantes para
todos sus miembros”.
Según Letelier, esas decisiones vinculantes para todos,
estarían ligadas con los fines de la sociedad, sin los cuales la sociedad no
podría constituirse, por lo que la neutralidad estatal que promueve el
liberalismo es impracticable. Por tanto, Letelier afirma que “ninguna sociedad
puede ser realmente neutral respecto de los fines por lo que existe ni respecto
de los medios necesarios para conseguirlos”.
Pero hay un detalle. La neutralidad que promueven los
liberales refiere al Estado, el monopolio de la fuerza organizada, y no a la
sociedad, que es el conjunto de interacciones entre sujetos. Estado y sociedad
no son lo mismo.
Como no son lo mismo, entonces la neutralidad estatal se hace
necesaria. Sobre todo en sociedades –ya constituidas- cuya interacción es tan
compleja, que han cruzado el umbral de la primitiva homogeneidad tribal. Es
decir, en sociedades abiertas donde sus miembros particulares (personas
individuales de la especie humana) actúan en función de fines propios, muchos y
diversos; comunes o contrapuestos a los de otros sujetos. La neutralidad
estatal entonces es necesaria y viable.
Como Estado y sociedad no son lo mismo, el liberalismo no considera
a la familia un instrumento, menos “un medio necesario para todo fin realmente
social”. Pues eso sería finalmente instrumentalizar a la familia y sus componentes,
en función de supuestas decisiones colectivas, que en realidad son decisiones
tomadas por sujetos que ejercen el monopolio de la fuerza, en nombre de la
patria, el pueblo, la voluntad general o el bien común.
A quienes se consideran liberales o siguen sus preceptos, les
interesa la familia, por una razón más importante que considerarla un tema
público. Les interesa la familia porque todos nacemos y hemos crecido en
familias, en las cuales nos vamos constituyendo como personas únicas -fines en
sí- libres de formar nuevas familias.
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