Al
ver cómo la coacción y la agresión como forma de acción política -sea explícita
o como amenaza- comienza a tomar ciertos espacios del discurso político, surge
la pregunta ¿Dónde están los defensores de la Libertad?
Y
para no andar con rodeos, hablo de la Libertad entendida como el respeto que
cada individuo merece en cuanto dueño de sí mismo, de su persona, su cuerpo y
su voluntad. Es decir, para estar libre de agresión y coacción (salvo que
inicie la agresión contra otro).
¿Con
qué derecho unos y otros se adjudican la facultad de agredir a otros en nombre
de ciertos principios o fines? ¿Con qué derecho se atribuyen la potestad para
someterlos a su fuerza, y así llevar a cabo su voluntad particular? ¿Por
sanción divina, ley, por contrato, por mayoría, por tradición, por dialéctica,
por raza?
No
hay respuesta, porque en el fondo no hay justificación alguna. Excepto si
aquellos que justifican o aceptan algún tipo de imposición por fuerza sobre las
personas, se consideran dueños de otros como para someterlos a su criterio bajo
su fuerza, más allá de la legítima defensa propia ante una agresión.
Es
decir, la única justificación que existiría es que en el fondo sean unos
usurpadores, que aceptan y promueven el actuar coactivo de unos sobre la
voluntad de otros. Que en el fondo -y aunque algunos lo nieguen- se tenga una
pretensión y concepción autoritaria (mediante la cual aceptan aplicar la
coacción en ciertos contextos o según ciertos criterios o principios).
La
ética libertariana se opone a eso y juzga como ilegítima cualquier coacción contra
otro, a nombre de principios o fines, que vayan más allá de la legítima
defensa. Eso distingue la ética del libertariano de la de cualquier otro
individuo en el ecléctico espectro ideológico político. Y eso también lo aísla
de tal espectro.
Pero
eso que lo aísla, le permite entender que la pretensión autoritaria, que es la
ética de la violencia, no es exclusiva de un sector político; o de un tipo de
Estado u organización política; o de un contexto histórico según leyes mecánicas;
o de una clase social; o de un tipo de individuo; o de un tipo de raza, credo,
etc.
Le
permite entender que dicha pretensión autoritaria ha estado presente en todas
las épocas y sociedades, amenazante contra el individuo, la persona y su
voluntad.
Por
tanto, también le permite entender que el fondo de todos los asuntos y
problemas que se llaman políticos, han tenido su raíz en la pugna y tensión entre
Autoritarismo (el ejercicio de la pretensión autoritaria) y Libertad, la
defensa de la autonomía personal, que es la ética de la autoposesión.
Es
decir, estos dilemas tienen sus génesis en la tensión entre la ética de la
usurpación (el ejercicio injustificado de la fuerza por parte de unos sobre
otra persona); y la ética de la autoposesión (la defensa del individuo como
dueño de sí y su voluntad), que es la ética de la Libertad.
En
dicha tensión histórica, la ética de la usurpación ha triunfado de manera
nefasta por sobre la ética de la autoposesión, a costa de millones de vidas
humanas. La historia así lo demuestra.
Una
de las causas de dicho triunfo es que una gran mayoría de individuos, a lo
largo de la historia, se siente y se ha sentido con derecho para someter a
otros -por fuerza o amenaza en el uso de la fuerza- ya sea de manera individual
o colectiva, para imponer sus criterios, valores o fines particulares, por
medio de la fuerza.
Es
decir, una lamentable mayoría de personas ha visto y ve en la ética de la
usurpación, en la moral de la violencia, el modo de saldar conflictos y
desavenencias entre los diversos individuos.
Una
lamentable mayoría confía en la ética de la usurpación como el método para
imponer sus diversos fines y valores, según sus diversos criterios. Es decir, debido
a su pretensión autoritaria, valoran la coacción como modo de acción, para
imponer su voluntad. Son por tanto, antiliberales y también antipolíticos.
Y
entonces por ejemplo, no ha sido difícil que los usurpados y sometidos por un tirano,
en sus pretensiones de liberarse de sus usurpadores, una vez derrocados los
viejos déspotas, deriven en nuevos abusadores y opresores sobre otros
individuos para mantener su poder, y el orden que consideran justo.
Como
dijimos, y este es el punto central, la ética de la usurpación (la pretensión
autoritaria) siempre ha estado en tensión con la ética de la autoposesión, que
es la ética de la Libertad.
Por
eso, a lo largo de la historia han sido habituales los altos y bajos en base a
los contrapesos y atomizaciones que el poder coactivo -en sus diversas formas
de organización- ha sufrido a lo largo de los siglos, por parte de los
individuos que se oponen a su injerencia totalitaria sobre sus cuerpos y
voluntades.
En
el contexto actual que vivimos como sociedad, después de algunos años de
apaciguamiento de las diversas pretensiones autoritarias, producto de la
valoración de la Democracia como modo de resolver conflictos, luego de las
nefastas experiencias totalitarias y autoritarias del siglo XX, la ética de la
usurpación nuevamente parece irse imponiendo, aunque de manera solapada en los
asuntos que llamamos políticos, sociales y económicos.
Y
tal como debería presumirse, sin depender del sector político, la clase o grupo
social, los fines que se digan defender, o cualquier otra distinción que se
aplique.
Como
primera advertencia, con esto no pretendo establecer una doctrina, ni
establecer un dogma, y menos una especie de manual para la acción. Tampoco
pretendo proponer un modelo social, político o económico. Sólo pretendo hacer
notar la importancia de ciertos principios, sobre todo al momento de hablar de
Política.
La
importancia de elevar ciertos principios se hace imperiosa sobre todo en un
contexto político, social-económico, y por ende histórico, donde en medio de la
contingencia y turbulencia de los hechos y cambios, la acción más impulsiva
parece imponerse por sobre el criterio de la razón y lo razonable. Donde la
brutalidad parece imponerse por sobre la
prudencia. Donde la fuerza se impone por sobre el diálogo.
Hoy,
la pretensión autoritaria se ha impuesto de manera transversal sin depender de
las posiciones contingentes, a partir de la tensión entre quienes defienden el
orden de privilegios vigente -impuesto en base a una pretensión autoritaria
previa- y quienes promueven cambios a dicho orden.
Muchos
dirán que los principios o fines que se contraponen indican que esa
transversalidad no es así. Que tal tensión es ficticia –como quizás dirán los
que quieren mantener el stato quo-; o que la tensión justifica todas sus
acciones, incluso algunas violentas -como quizás dirán los que quieren cambios-.
En
el fondo, sea cual sea el argumento que levanten, de alguna u otra forma terminarán
defendiendo cierta forma de imposición por fuerza sobre los individuos. Es
decir, terminarán justificando la ética de la usurpación y la violencia,
desconociendo el hecho irrefutable de que cada individuo es dueño de sí mismo,
su vida, su cuerpo y su voluntad.
Terminarán
negando el hecho irrefutable de que ningún individuo o grupo de individuos, por
numeroso sea, tiene el derecho a iniciar la fuerza contra otro, más allá de la
legítima defensa. Eso, aunque se digan de tal o cual lado del espectro
ideológico político, o aunque digan defender tales principios o tales fines.
En
ese sentido, y ante esos dilemas, que siguen siendo los principales dilemas
políticos, en estos tiempos, los llamados liberales parecen no saber hacia
donde establecer posiciones en cuanto a sus opiniones, críticas y apoyos.
Algunos,
creyendo apoyar la causa de la Libertad, terminan por apoyar las causas del nepotismo,
la plutocracia y el privilegio. Otros creyendo apoyar la misma causa de la
Libertad, terminan apoyando a potenciales nuevos déspotas y sus ansías
personales de poder, dando paso a la tiranía de la mayoría (la oclocracia), o
la dictadura basada en el culto a la personalidad, una autocracia.
A
diferencia de lo que ocurría cuando los liberales clásicos se oponían al
absolutismo y la casta de privilegiados que giraban en torno al monopolio autoritario
del rey, hoy parecen más desorientados.
Muchos,
víctimas de su confusión de principios, y una clara falta de un concepto claro
de Libertad, terminan apoyando a una u otra propensión autoritaria. De manera
directa o indirecta.
Otros,
un tanto más claros, terminan marginándose de la discusión política
contingente, optando por el aislamiento activo.
Esta
última posición es relativamente cómoda para la acción crítica, pero no
suficiente cuando principios como pluralismo, la tolerancia y contrapesos al
poder (basados en el principio esencial de respeto a la autoposesión del
individuo) comienzan a verse mermados en favor de tendencias autoritarias, de
manera transversal en el espectro y la discusión política.
Y
como siempre ocurre, el menoscabo final, al respeto al individuo y su
autoposesión ocurre de manera imperceptible al principio. Nadie parece percibir
el proceso de aniquilamiento de la individualidad. Y muchos entran en razón
cuando la coacción por parte de unos contra otros, se ha desatado sobre sus
cabezas.
La
supremacía de la pretensión autoritaria por sobre la Libertad, se produce de
manera paulatina.
Comienza
a través de las palabras, a nivel discursivo donde se avala el uso de la
violencia, y siempre termina por instaurarse como práctica indiscriminada,
mediante la ejecución de la agresión como un acto legítimo por parte de los grupos
organizados que se imponen. Todo con el lamentable respaldado de otros tantos.
Entonces, en desmedro de la ética de
la autoposesión, se impone la ética de la usurpación, que se esconde tras la
conquista y la esclavitud, por ejemplo.
Cuando
la pretensión autoritaria se comienza a imponer como práctica, la polarización entre
los individuos se asoma de manera paulatina. Y entonces, un signo de
individualidad y por ello de libertad, como es el poder pensar y opinar de
manera distinta a otros, sobre las cosas y la existencia, se va degradando.
El
pensamiento comienza a homogeneizarse y finalmente, se torna dogmático y colectivista.
Sin depender del lado del espectro ideológico político que digan ocupar los
líderes y sus seguidores.
Entonces,
el individuo queda suprimido, y entonces el pueblo, la nación o la patria, que
son distintas formas de colectivismo, someten su voluntad y pensamiento por
fuerza, según lo que dictan los nuevos déspotas de turno.
Y
entonces, la Libertad ha sido derrotada a favor del poder y el privilegio de
unos cuantos, que sin contrapesos alguno a su despotismo, se elevan a la
categoría de semidioses. Y con ello, la igualdad se vuelve una quimera.
Un
nuevo espacio para la Libertad
Los
cambios que hoy se viven, están poniendo en tela de juicio el orden vigente
desde hace más de tres o cuatro siglos. No se trata sólo de una tensión entre
modelos político-económicos sociales, como algunos pretenden al propugnar como
solución sus modelos particulares de Estado, o al defender el stato quo vigente.
Se
trata de un cuestionamiento al poder en general, y los diversos modos en que se
ha ejercido y se ejerce desde hace siglos. No se cuestiona (como en la vieja
discusión entre liberales y comunistas) el quiénes deben gobernar, sino la
legitimidad del gobierno mismo. Hoy pocos confían en el poder y sus estructuras.
Pero
hay algo importante. En el proceso de cambios vigente, también se cuestiona el
orden de inmunidades cuyo fundamento esencial es el poder político y su
monopolio sobre los individuos. Se cuestiona al Estado, sea cual sea el
apellido que le agreguen quienes lo controlan, y los órdenes políticos, sociales
y económicos que surjan de éste.
En
otras palabras, y esto deben tenerlo claro los Liberales, estos cambios, son
similares a los cambios surgidos siglos atrás, producto del agotamiento del
poder absolutista en Europa, y la lucha de las personas contra los privilegios
que algunas castas se adjudicaban en base a éste.
Las
crisis que se viven hoy en diversas sociedades, son una expresión contra la
estructura de privilegios que el poder gubernamental, sin depender del tipo de régimen
político, ha sustentado por varios siglos en distintas latitudes del mundo.
Pero
hay algo más importante que no se debe olvidar, en cuanto a esa lucha contra el
privilegio sustentando en el poder que iniciaron los liberales contra los
principios del absolutismo, y que luego otros derivados continuaron:
La
Libertad y con ello la Igualdad, siempre fueron derrotadas en cada una de sus
batallas.
Fueron
derrotadas por la codicia de los líderes, la ambición y vaguedad de principios
de sus seguidores, pero sobre todo por las ideas autoritarias nefastas que
surgieron en el camino, al alero de la ética de la usurpación, la moral de la
violencia.
Esas
ideas nefastas, que despreciaban al individuo como dueño de sí mismo, siempre terminaron
por imponer la ética de la usurpación, de la violencia, como arma contra el
privilegio; o como arma del privilegio.
Porque
no hay que olvidar nunca que el poder corrompe siempre. Y concentrado es
nefasto. Porque no hay ser humano ni líder infalible a su influencia, ni idea
infalible que se le acople. Siempre uno puede derivar en déspota o verdugo.
El
poder siempre requiere contrapesos y frenos.
La
Democracia
El
poder corrompe, y el poder concentrado y absoluto corrompe aún más. Así, muchas
veces se torna brutal, sanguinario, criminal. Lo peor, con el beneplácito o la
concesión por omisión de muchos.
El
absolutismo, que fue la culminación de un proceso de concentración material e
ideológica del poder y clara manifestación de la ética de la usurpación (la
pretensión autoritaria) suprimió al individuo y su voluntad particular. Redujo
a la persona humana y la convirtió en una carga y a la vez en un material del
propio poder, crecientemente corrupto de los autócratas.
La
supresión del individuo, de su voluntad, permitió por siglos hacer creer a los
hombres y mujeres que eran meros recursos de la voluntad de sus gobernantes. Incapaces
de constatar la propia corrupción de éstos, se dejaron llevar por su codicia
liberticida, creyendo que lo que hacían esos déspotas era virtuoso.
Pero
lo cierto es que no hay individuo, ni familia o grupo virtuoso, o que este
libre de los influjos nefastos del poder concentrado y vitalicio. Por eso, el
poder siempre, sin importar el carácter u origen del gobernante, o los fines
que diga defender, requiere contrapesos.
A
eso se opusieron los liberales clásicos cuando comenzaron a cuestionar el
derecho divino de los reyes y el absolutismo autocrático que con éste
justificaban. Revitalizando el valor del individuo, su autoposesión, como valor
central para la sociedad y el ejercicio del poder.
El
liberalismo se plantea no con el objetivo de cambiar la dual y problemática
naturaleza humana, sino planteando contenciones a los instintos más dañinos que
afloran de ésta cuando se ejerce el poder en cualquiera de sus formas.
En
esa búsqueda por contener los vicios humanos en torno al poder, entre los que
se encuentra el uso injustificado de la fuerza sobre las personas, surge como
alternativa la Democracia moderna y todo lo que implica.
Es
decir, la Democracia surge esencialmente como un modo de contención a la ética
de la usurpación, que por siglos venía ejerciendo su dominio y se expresaba primero
en la barbarie y el saqueo; y luego en la conquista militar, la autocracia y la
esclavitud.
Los
principios que sustentan el surgimiento de la Democracia, brotan principalmente
como un modo de evitar los vicios y abusos acaecidos durante el absolutismo en
contra del individuo, y por tanto como una forma de evitar los vicios de nuevas
concentraciones de poder, sea religioso, político, o económico. Ese es el
propósito con que surge la democracia moderna. No es otro.
Surge
como una revaloración de la voluntad individual, de la razón individual, y no
como una valoración colectivista de la sociedad, como muchos mal entendieron al
hablar de voluntad general como una totalidad que se imponía sin contrapesos
sobre el individuo, lo que es finalmente una especie de nueva religión
absolutista.
Por
tanto, tampoco surge como una especie de panacea que convierte la vida terrenal,
en un Edén.
La
democracia es un modo de frenar al poder, que es el poder que ejercen los seres
humanos, de distribuirlo y atomizarlo. Es una forma de frenar la supremacía de
la ética de la usurpación. Por tanto, no es un modo de imponer voluntades según
el número de individuos que apoyan una causa, o según la capacidad de imponer la
fuerza sobre otro grupo minoritario, que es finalmente otra forma de poder
concentrado y absolutista.
La
Democracia es un modo de respetar voluntades diversas, para permitirles a las
mismas, dialogar en cuanto los asuntos públicos y resolver de manera pacífica
sus desavenencias y diferencias. Es por tanto el modo –perfectible- de fomentar
la ética de la autoposesión de cada individuo.
Ese
es el ideal democrático. No obstante, la Democracia nunca es perfecta sino
perfectible. Es el menos malo de los regímenes de gobierno. El más cercano a
respetar o promover la ética de la autoposesión, y por tanto la Libertad.
Hoy,
en esta fase de tensiones, donde la ética de la usurpación –que es la ética de
la violencia- comienza a posicionarse, quienes valoran la Democracia deben
levantar la ética de la autoposesión como principio fundamental.
Sí
se es débil en promover la ética de la autoposesión, la ética de la usurpación
puede y podría terminar siendo usada por aquellos que quieren mantener el stato
quo vigente que les garantiza prebendas; o por aquellos que creen luchar por
algo nuevo.
Cualquiera
sea el caso, en caso de imponerse la moral de la violencia, la Libertad y la
Democracia, serán usadas como principios de manera vacía, y serán por el
contrario camuflajes para el autoritarismo, la dictadura, la brutalidad y el
crimen contra los individuos.
La
ética de la autoposesión debe promoverse para encauzar los cambios de una
manera ética, mediante la cual se respete al individuo, a cada persona, y su
voluntad y todo lo que ello implica.
Los
liberales hoy más que nunca, deben promover la ética de la autoposesión, en
respuesta a la ética de la usurpación, que es la moral de la violencia.
5 comentarios:
¿Dónde están los defensores de la Libertad? de seguro ya sólo defienden lo que les conviene.
Quien justifica la violencia lo hace creyendo ser dueño de una única verdad que en su mente lo deja como el bueno contra el malo, cree que solo lo que él defiende es lo justo y que por ende el resto debe aceptarlo con SI, sin protesta. Lo interesante es que esta actitud o modo de actuar no pertenece a cierto sector, de la A a la Z, cada cual cree tener poder absoluto amedrentando a otros que sumisos, por cansancio o por olvido de su autonomía se dejan dominar.
Es patético y ridículo el nivel de agresiones, unos tratando a otros de violentos e intolerantes, de una manera violenta e intolerante.
La vergüenza ronda, cuando creemos confiar fielmente a una verdad que es manipulada por otros para sus satisfacciones, al abrir los ojos comienza la paranoia, la incredulidad y ese arrepentimiento molesto de haber defendido alguna vez a quienes hoy solo se benefician bajo los votos de una mayoría que quería cambios.
Esa manía de querer tener una sola verdad y de no trabajar aceptando diferentes puntos de vista, diferentes verdades para un solo fin, hace a esta sociedad ilógica, casi inhumana, pues se olvidan que tratan con personas, se olvidan de lo básico: El respeto.
“La democracia es un modo de frenar al poder” por un instante, luego quienes asumen en poder se vuelven a contactar con sus vicios, parece ser algo cíclico y cuando no se quiere ser corruptible se le debe quitar del camino, pues hay muchos que obtenido el poder quieren parte de él.
Mi humilde opinión.
Sus puntos han sido neutrales. Se agradece.
Todo este discurso descansa sobre la concepción de individuo, pero ¿quién define qué es un individuo? ¿Qué magia habita en un individuo que lo hace diferente de una cosa?
La ética que plantea el artículo parece simple y universal, pero sólo porque se predica a quienes ya han sido convertidos. Por el contrario, hay en ella ambigüedades insalvables que impiden tomarla en serio.
Estimado Pato, que bueno tenerte de vuelta por estos lugares. Y que bueno tener tu opinión.
El carácter individual del ser humano, o la persona en su acepción actual ha sido tema desde hace siglos, a cuya evolución han contribuido los estoicos, Boecio, Tomás de Aquino, Samuel Pufendorf, Kant, entre otros.
Así, toda persona humana es un individuo de la especie humana, una singularidad. La persona humana es aquel animal racional que adquiere determinados rasgos que lo individualizan al existir como realidad concreta.
Qué diferencia al ser humano individual de una cosa, su autonomía.
Esto es una discusión que podemos abrir.
Me gustaría saber ¿Cuáles son las ambigüedades insalvables que impiden tomarla en serio?
Un abrazo
Un gusto comentar, si a uno lo reciben tan bien.
Mencionas a varios filósofos y citas la definición del Código Civil ¿Cuál de ellas será? es importante, porque cada concepto viene dentro de un marco filosófico que tiene consecuencias.
La autonomía del ser humano, por otro lado, es también un concepto discutible. Un materialista estricto, por ejemplo, la negará completamente diciendo (sin pruebas, por cierto) que no es más que el resultado de fenómenos eléctricos en el cerebro.
Esos son el tipo de conceptos que debemos determinar para responder las preguntas que plantea el artículo.
Pato, claro que podemos discutir las ideas y conceptos.
Esa es la idea.
En cuanto al materialista, él mismo estaría en un dilema, pues su opinión tampoco sería autónoma, sino que producto de procesos eléctricos en su cerebro.
¿Qué validez tendría entonces?
Sigamos con el tema.
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