La crisis educacional y las demandas estudiantiles son hechos
indiscutibles desde un punto de vista argumentativo. Son un tema político a
todas luces. Sin embargo, los actos de agresión y destrucción durante las
manifestaciones, por parte de encapuchados, como la quema de un bus, contrario
a lo que algunos pretenden, no son políticos sino delictivos.
La quema de un
bus del Transantiago durante la mañana del martes no es un acto político, sino
que es un acto netamente delictual. Lo mismo pasa con la destrucción de
semáforos, señalética, ornamentación pública, o el saqueo a tiendas –pequeñas
o de grandes empresas- que vienen ocurriendo desde hace meses.
Hay un elemento
esencial en aquellos actos, que tiene relación con un ethos más bien delictual,
y no político, donde la agresión es vista por lo pares como una expresión de
osadía, de fuerza egoísta, y sobre todo desafío a la autoridad. Pero no es un
desafío a la autoridad en términos políticos (y por tanto civiles como podría
serlo desde una posición ética -ácrata- en cuanto al poder mismo, e incluso
ideológica en cuanto a la obtención del poder). Es una jactancia en términos tribales,
para demostrar a la horda –momentánea- que se es el más fuerte o valiente de la
tribu.
Es decir, el
acto destructivo de los encapuchados es un acto no sólo animal, sino egoísta,
en cuanto su configuración responde a la satisfacción del impulso y del ego,
porque no se inicia necesariamente en la legítima defensa.
¿Por qué digo
esto? Porque esos energúmenos, probablemente no actúan de manera racional, sino
más bien pasional, movidos por impulsos e instintos del momento, en base a lo
que la turba le indica, o lo que ellos estiman que la turba valora como “un
acto heroico”. Ergo, bajo ningún punto de vista estarían actuando políticamente
como algunos han tratado de insinuar a lo largo de estos meses.
Contrario a lo
anterior, el actuar político es argumentación, por tanto exige el uso del
lenguaje -y por tanto de la razón que es lo que nos distingue de las bestias- de
manera individual, para llevar a cabo el diálogo con un otro que me reconoce
como interlocutor válido para tal acto (pues me considera dueño de mi cuerpo). Así,
sólo en y con el uso del lenguaje, la política es moral y sobre todo ética.
Por eso, el uso
de la coacción -que desconoce la autoposesión del individuo- siempre termina
por suprimir lo político, pues niega a la razón, y con ello la argumentación, dando
paso al actuar instintivo, que es animal. Por lo mismo, no existe esa cosa
llamada violencia política. Y la guerra no es su extensión por otros medios, sino
su supresión de manera brutal. Quien justifica sus acciones coactivas
llamándolas “violencia política”, no tendrá límites para ejercer la agresión y
derivará en nuevo déspota.
Si dijera que
una banda de ladrones o asaltantes, es una organización política, la mayoría
rechazaría tal afirmación. Y claro, la refutarían porque presumen que esa organización
criminal carece de un ethos político en todo sentido. Y efectivamente es así,
pues sus miembros se asocian en base a satisfacer sus impulsos egoístas -no
confundir con el individualismo- sin escatimar ninguna clase de consideración o
freno moral o ético con respecto a sus otros compañeros.
En una banda
criminal –organizada o espontánea- no se asocian para establecer acuerdos para
su convivencia como individuos racionales –y morales- como plantea –y presume- la
idea de un contrato civil. Así, si alguno de los miembros ve que sus deseos -o
impulsos- se ven mermados por la acción de los otros, no apela a la
argumentación sino que apela al uso o amenaza de la coacción, y por tanto, puede
llegar a asesinar a esos otros simplemente.
En una
organización civil y por tanto política, es el ethos político el que marca la
pauta, lo que implica derrotar al adversario sin asesinarlo, es decir, mediante
la argumentación. Esa también es una de las bases de la democracia.
Teniendo claro
esto, es fácil ver que quemar un bus, romper semáforos o patear y romper las
cortinas de los negocios, no es un acto político, sino delictual.
El problema
radica en que los interlocutores principales en torno al asunto educacional, parecen
no captar esta distinción, y terminan justificando de diversas maneras el
actuar coactivo –ilegal o institucional- en base a una lógica de empates, que
no es político, sino tribal. Y entonces todo se confunde. Y tarde o temprano, la política es derrotada por la violencia.
Para evitar más actos
de violencia y agresión, es momento de que todos seamos más políticos que
animales.
No hay comentarios:
Publicar un comentario