Son tiempos agitados a todo nivel. Nadie podría negarlo. Vivimos una fase de cambio institucional. En ese punto es donde las personas debemos mirar con atención y ver cómo contribuimos a que esos cambios –necesarios- sean graduales -incrementales-, y sobre todo pacíficos.
La Democracia –como las sociedades y las personas donde se instala- no es un régimen estático sino dinámico, en cuyas oscilaciones pueden generar avances o retrocesos en cuanto sus principios fundantes –respeto de derechos individuales, civiles y políticos-.
Se debe tener claro que la Democracia es una institución formal (basada en procedimientos y leyes) e informal (cuyo sustento depende de una sociedad democrática y sobre todo de individuos con mentalidades democráticas). Y en ese sentido, sirve esencialmente para reducir la incertidumbre en cuanto a cómo se transfiere el poder político, quién lo ejerce y cómo lo hace.
La Democracia es fundamentalmente una limitación formal e informal que permite el cambio incremental (pacífico) y no discontinuo (violento) en la sociedad, y el ejercicio del poder de manera limitada y no autocrática.
Y aquí está el meollo del asunto. Hoy la Democracia a nivel formal e informal (en diversas latitudes) vive procesos de cambio profundo. Las clases políticas tradicionales –con sus partidos y modos de hacer política y ser gobierno- se encuentran deslegitimadas, mientras los ciudadanos, en general -de manera individual u organizada- parecen exigir mayor coherencia, transparencia, y también mayor autonomía en cuanto al poder.
La incertidumbre es creciente en ese sentido. Comparable con otras fases de cambio que luego quedan como trazos divisorios en las líneas de tiempo escolares. Nadie sabe hacia dónde llevarán los movimientos ciudadanos. Los individuos, y con ello las sociedades, enfrentan dicha fluctuación. No tenemos certeza de nada en términos estrictos. Cualquiera que dé un pronóstico, es sólo un soberbio.
Lo que sí podemos hacer es plantear ciertos consensos mínimos. Y es en ese punto es donde las personas debemos mirar con atención y ver cómo contribuimos a que esos cambios –necesarios- sean graduales –incrementales-, y sobre todo pacíficos.
Y entonces se hace necesario, no sólo hablar de Democracia en términos de limitaciones formales (constitucionalmente) como se ha hecho, sino también informales, es decir en cuanto a las normas de comportamiento no escritas, convenciones sociales, y sobre todo autogobierno, que cada cual promueve y ejerce en sus espacios inmediatos.
¿Por qué es importante esto?
Porque las ideas, prejuicios, mitos y dogmas (ideologías y credos), juegan un papel esencial al momento de determinar cómo interpretamos el medio, y con ello el cambio institucional, sobre todo porque prescriben a los individuos cómo debería ordenarse ese medio.
La fase de cambio institucional en curso, de alta y creciente incertidumbre, ofrece la oportunidad de establecer un cierto consenso mínimo en cuanto a la Democracia a partir del cual construir y establecer acuerdos. Pero, también conlleva el riesgo de dar paso al populismo o el caudillismo, e incluso el autoritarismo y la autocracia.
La idea es promover y hacer prevalecer lo primero.
Entonces se hace relevante el tema de las ideas y principios que se promueven. Porque las ideas que prevalezcan en cuanto a las actuales exigencias sobre Democracia, determinarán el carácter de los nuevos incentivos y oportunidades, y con ello, si el cambio institucional será gradual y pacífico, sin altos costos, y por tanto beneficioso para todos en corto y largo plazo.
Para eso, es necesario no sólo promover normas formales en cuanto a la Democracia, sino promover fuertemente principios y limitaciones democráticas, que contribuyan a la promoción de una sociedad democrática, compuesta por individuos democráticos.
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