Para muchos hablar de no violencia como ideal y como forma de acción, suena a utopía, algunos lo ven como una cuestión imposible, otros como un discurso que esconde inacción. Qué equívocos más grandes.
Los mayores problemas de nuestras sociedades siguen relacionados directa o indirectamente con el uso (legítimo e ilegítimo) de la violencia o con la amenaza de su uso, ya sea por parte de los Estados, grupos armados, u otros grupos criminales organizados.
Aún hoy, en la mayoría de los casos, las personas, consciente e inconscientemente, en base a sus propios fines, dogmas o paradigmas, justifican el uso de la violencia contra otros, ya sea por parte de un grupo, una organización, o el Estado en cualquiera de sus formas y nombres.
Lo que muchos olvidan es que de esa forma conceden a otros individuos, muchas veces organizados para ejercer la fuerza, una especie de excusa ética para ejercer la violencia contra otros, que no obstante, ningún ser humano tiene, y que ninguno de nosotros tiene en realidad.
Detrás de eso se encuentra una falencia ética profunda que traspasa todo tipo de cuestiones y apreciaciones; el no reconocimiento de la autoposesión de las personas y con ello su valor supremo como individuos. Uno es dueño de su vida y su cuerpo, y su vida vale lo mismo que cualquier otra. Negar eso implica decir que uno puede ser dueño de la vida de otros, o que otros pueden ser dueños de la vida de nosotros.
Si reconocemos el derecho a la autoposesión de cada individuo y con ello su valor intrínseco como personas, concluimos que todos tienen derecho a estar libre de violencia y a la vez nadie -sea una persona o un grupo de éstas- tiene derecho a iniciar la violencia sobre otro bajo, ni directa ni indirectamente, ni bajo ninguna justificación (excepto en legítima defensa). El axioma de no agresión.
Para muchos lo anterior puede sonar a argumento filosófico poco práctico e incluso rebuscado, pero en sí es la base de una especie de decálogo, de una praxis realmente ética, que irónicamente es usualmente vista como universal muchas veces, pero técnicamente poco profesado en nuestra cotidianeidad diaria.
Muchos dirán, la no violencia es utópica porque siempre habrán personas violentas, crimen, fraude y violencia; y que por tanto es necesario el Estado y su fuerza monopólica para controlarlas (el argumento de Hobbes al que todos recurren sin distinción).
Y claro, es cierto que siempre habrá mentes más violentas o criminales. No obstante, también es cierto que es mucho peor si esas potenciales mentes criminales, llegan a tener a su disposición todo un contingente de recursos para ejercer violencia; desde personas entrenadas para matar o miles seguidores fanáticos dispuestos a morir bajo sus órdenes, hasta armas con capacidad de destruir sin discriminación.
Lo peor no obstante, es cuando esas mentes cuentan con el beneplácito o la justificación del resto de los seres humanos, para llevar a cabo sus actos e impulsos violentos más allá de la legítima defensa, a nombre de lo que sea.
Si juzgamos éticamente -como juzgamos el actuar de cualquier individuo- el actuar de los gobiernos o grupos que ejercen violencia de manera organizada, podemos ver que muchas veces actúan de manera criminal y que ejercen la violencia de manera ilegítima sobre otros individuos.
“El Estado habitualmente comete asesinatos masivos, que llama "guerras", y a veces "supresión de la subversión" Rothbard.
Pero, asesinar por una billetera es igual de aborrecible que un asesinato llevado a gran escala, por la seguridad, la patria, el pueblo, por la revolución, el bien común, el bienestar, o la raza.
Lo cierto es que ni el Estado, ni los gobiernos y sus instituciones, ni los gobernantes, ni las personas comunes, solas u organizadas, como individuos o como grupos, tienen el derecho a agredir a otros individuos. Eso sin importar el nombre que le pongan a sus acciones o la entelequia que digan defender.
Si juzgamos éticamente a todos por igual, las acciones violentas no son virtuosas.
“La no-violencia no es una virtud monacal destinada a procurar la paz interior, sino una regla de conducta necesaria para vivir en sociedad, que asegura el respeto a la dignidad humana”. Gandhi