La segunda década del siglo XXI parece iniciarse con nuevos bríos para libertad, donde el espíritu de los únicos y anónimos se alza nuevamente contra las ansias de los déspotas. El riesgo sigue siendo que termine derrotada por el despotismo de unos cuantos o de todos juntos. Por omisión o prepotencia.
Durante el siglo XX, los Estados, manejados por la apetencia de poder de unos cuantos, se enfrascaron en sangrientas guerras fratricidas, llevando al silencio eterno a millones de anónimos únicos. Desde las ruinas provocadas por la codicia de esos cuantos, se alzaron de manera nefasta, sendas dictaduras, bajo diversas etiquetas y fines, que simplemente escondían nuevas apetencias de poder de otros tantos.
La disputa entre voracidades se volvió eterna y brutal por años. La bomba asesina, lanzada para supuestamente apagarlas definitivamente, con su fuego incandescente, no sofocaría las codicias sino que despertaría un fuego aún más intenso, en las nuevas apetencias.
Bajo entelequias y etiquetas diversas, el despotismo desplegado, desde el más evidente hasta el más sutil, se esparció por el mundo, sometiendo a los únicos y anónimos, a los designios de diversos déspotas. Aquellos, en su mayoría amparados en la fuerza bruta y sobre todo en la complacencia de masas inconscientes que les concedía una superioridad autoimpuesta, se sentían con el derecho de disponer de los individuos y sus vidas como quien dispone de piedras, no como fines en sí mismos.
Como en los siglos anteriores, la libertad fue derrotada en todos los frentes, sin distinción. El despotismo nuevamente se alzó imparable por todos lados. Se impuso con fuerza en las mentes, escondido tras nuevos espejismos.
Comenzando el siglo XXI, el mundo parecía obnubilado bajo sus quimeras. El despotismo, el dogmatismo de diversa índole, y el abuso de poder, siempre traducidos en belicismo, nacionalismo, intolerancia, guerras y violencia, seguían presentes. Nunca se fueron. Se pudo constatar que las apetencias humanas de los déspotas, multiplicadas por la podredumbre del poder, seguían sometiendo a anónimos personajes, a los designios de codiciosos de diverso discurso, amparados en fuerzas diversas, y peor aún con la venía de muchos otros únicos, convertidos en borregos.
Lo seguimos constatando. No importa el paraíso que nos prometan ni a quién digan defender, ni cuantos los apoyen, siempre es el designio personal del déspota, el que se impone con la fuerza, sobre nosotros como fines en sí.
Aunque el despotismo siempre se siente triunfante y eterno, amparado en las apetencias de los déspotas de turno y la autocomplacencia de las masas convertidas en dictaduras de mayoría, las ansías de libertad de los únicos y anónimos nunca desaparecen, aunque parezcan derrotadas u olvidadas. Nunca terminan, siempre hay, en algún lugar, un espíritu radical dispuesto a defender su libertad.
La segunda década del siglo XXI parece iniciarse con nuevos bríos para libertad, donde el espíritu de los únicos y anónimos se alza nuevamente contra las ansias de los déspotas. El riesgo sigue siendo que termine derrotada por el despotismo de unos cuantos o de todos juntos.
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