El muro de Berlín –en un modo hegeliano- marcó la materialización de la pugna entre dos credos. El recuerdo de su caída veinte años atrás sin embargo, nos indica que aún quedan muchos dogmas por derribar en el mundo actual.
La historia de la humanidad ha estado marcada por dogmas, entendidos como la asunción de una idea como verdad única, total e irrefutable, que se traduce en la noción de estar ubicado en una posición superior a la de otros individuos.
Dios, la nación, el pueblo, el Estado, la patria, la raza, el credo, la clase, la fe, son diversos dogmas que en forma aislada o mezclada, han marcado la vida de millones de seres humanos durante siglos. En su nombre se han hecho guerras, matanzas, conquistas, revoluciones e inquisiciones, donde muchos fueron sacrificados o se han sacrificado.
En el siglo XX, los dogmas también primaron de forma notoria en la historia del mundo. Un dogma -el nazismo- fue una de las causales de la Segunda Guerra Mundial. Luego, como si no se hubiera aprendido la lección, el mundo se “ordenó” en torno a otros dos dogmas que se disputaron en todas las formas el dominio mundial, y que prácticamente dividió por casi 30 años al mundo, con un muro de 155 kilómetros de largo en la ciudad de Berlín.
El muro -en un modo hegeliano- marcó la materialización de la pugna entre dos ideologías. Marcó la plasmación del dogma. Por lo mismo, para muchos, su caída en 1989 parecía marcar el fin del pensamiento dogmático. Así lo supuso Francis Fukuyama al hablar del fin de la Historia (asumiendo él su propio credo).
Sin embargo, el recuerdo de la caída del Muro veinte años atrás, nos indica que aún quedan muchos muros por derribar en el mundo actual. Es decir, el fundamentalismo intelectual continúa dominando el pensamiento de las personas, sobre todo cuando se trata de hablar de moral, de la historia, o de la verdad (si podemos hablar de ello).
Diariamente nos encontramos -tanto en los medios de comunicación como en cualquier lugar- con personas que apelan a alguno de estos dogmas, pues han asimilado una verdad única, ya sea desde el punto de vista moral, religioso, político, económico, histórico, étnico, biológico, natural o divino.
A través de sus dogmas dividen a las personas en términos absolutos entre buenos y malos, morales e inmorales, justos e injustos, creyentes y no creyentes, perfectos e imperfectos, civilizados e incivilizados, etc. Y sabemos que ese es el paso previo para sustentar cualquier forma de totalitarismo como el que dio origen a la Segunda Guerra y al Muro de Berlín.
Lo peor es que el dogmático, así como un adicto niega su adicción, niega su propio dogma, pues lo considera una verdad dada suprema, una naturalidad, una muestra del sentido común. Aceptar sus creencias como dogma sería dudar de éstas y por ende de su naturalidad y su condición irrefutable.
La caída del muro hace veinte años, con miles de personas rompiendo el concreto, sin distinción alguna, nos mostró que el dogma sea cual sea su vertiente, siempre conlleva el riesgo totalitario, pero también que antes que cualquier creencia somos seres humanos…
La historia de la humanidad ha estado marcada por dogmas, entendidos como la asunción de una idea como verdad única, total e irrefutable, que se traduce en la noción de estar ubicado en una posición superior a la de otros individuos.
Dios, la nación, el pueblo, el Estado, la patria, la raza, el credo, la clase, la fe, son diversos dogmas que en forma aislada o mezclada, han marcado la vida de millones de seres humanos durante siglos. En su nombre se han hecho guerras, matanzas, conquistas, revoluciones e inquisiciones, donde muchos fueron sacrificados o se han sacrificado.
En el siglo XX, los dogmas también primaron de forma notoria en la historia del mundo. Un dogma -el nazismo- fue una de las causales de la Segunda Guerra Mundial. Luego, como si no se hubiera aprendido la lección, el mundo se “ordenó” en torno a otros dos dogmas que se disputaron en todas las formas el dominio mundial, y que prácticamente dividió por casi 30 años al mundo, con un muro de 155 kilómetros de largo en la ciudad de Berlín.
El muro -en un modo hegeliano- marcó la materialización de la pugna entre dos ideologías. Marcó la plasmación del dogma. Por lo mismo, para muchos, su caída en 1989 parecía marcar el fin del pensamiento dogmático. Así lo supuso Francis Fukuyama al hablar del fin de la Historia (asumiendo él su propio credo).
Sin embargo, el recuerdo de la caída del Muro veinte años atrás, nos indica que aún quedan muchos muros por derribar en el mundo actual. Es decir, el fundamentalismo intelectual continúa dominando el pensamiento de las personas, sobre todo cuando se trata de hablar de moral, de la historia, o de la verdad (si podemos hablar de ello).
Diariamente nos encontramos -tanto en los medios de comunicación como en cualquier lugar- con personas que apelan a alguno de estos dogmas, pues han asimilado una verdad única, ya sea desde el punto de vista moral, religioso, político, económico, histórico, étnico, biológico, natural o divino.
A través de sus dogmas dividen a las personas en términos absolutos entre buenos y malos, morales e inmorales, justos e injustos, creyentes y no creyentes, perfectos e imperfectos, civilizados e incivilizados, etc. Y sabemos que ese es el paso previo para sustentar cualquier forma de totalitarismo como el que dio origen a la Segunda Guerra y al Muro de Berlín.
Lo peor es que el dogmático, así como un adicto niega su adicción, niega su propio dogma, pues lo considera una verdad dada suprema, una naturalidad, una muestra del sentido común. Aceptar sus creencias como dogma sería dudar de éstas y por ende de su naturalidad y su condición irrefutable.
La caída del muro hace veinte años, con miles de personas rompiendo el concreto, sin distinción alguna, nos mostró que el dogma sea cual sea su vertiente, siempre conlleva el riesgo totalitario, pero también que antes que cualquier creencia somos seres humanos…
1 comentario:
De un tiempo a esta parte me parecen absurdas estas diatribas contra "los dogmas"
Acaso decir que "ellos, con sus dogmas, son los culpables de las guerras" ¿no es otra forma de dividir el mundo entre buenos y malos? Acaso decir "es imperativo rechazar los dogmas" ¿no es un dogma?
Yo aprendí a no negar mis dogmas, sino a conocerlos y abrazarlos, aquí explico cómo
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