El primer debate presidencial evidenció que algunos candidatos podrían ser animadores de televisión más que presidentes, pues repiten muy bien los slogan, pautas y libretos, pero carecen de contenido propio, no piensan por si mismos y lo que realmente piensan no lo dicen.
En primer debate presidencial 2009 permitió ver a los candidatos en una faceta más “real” -aunque algunos estaban al son del libreto- distinta a la imagen distante e inexpresiva creada para los miles de afiches y carteles de campaña que ya invaden las calles (aún cuando la ley lo prohíbe claramente).
Pudimos ver al ser humano inmediato, pensante, al animal político, y no la simple imagen publicitaria, de modelo sonriente y fotográfico.
Pudimos apreciar al individuo con todas sus imperfecciones, vacilaciones, aciertos verbales y agudezas intelectuales, y no sólo una imagen estática, corregida a punta de programas computacionales.
De alguna forma, aunque deficiente, el debate nos alejó un poco de la política del marketing y el cartel publicitario a la que nos tienen acostumbrados. Nos trató de llevar a través de las pantallas a la vieja y abandonada política, de las ideas, del diálogo y la asamblea (el ágora). Y en ese terreno, algunos de los candidatos mostraron profundas falencias y debilidades.
Mientras Arrate fue el más claro y agudo en exponer problemáticas y Enríquez Ominami el más preciso en sus propuestas, Frei y Piñera fueron ambiguos en casi todo, se enfrascaron en discusiones personalistas, con intervenciones sin mucho contenido, llenas de lugares comunes, frases hechas y mucho slogan.
Lo anterior tiene una explicación lógica. Frei y Piñera son candidatos de coaliciones que han dominado la institucionalidad política por 20 años, que han abandonado el desarrollo constante de contenidos, dando prioridad a la continuidad de esa misma institucionalidad. En ese sentido, Frei y Piñera son claramente autocomplacientes.
Así, en el fondo ninguno de los dos cuestiona la institucionalidad vigente. Lo consideran innecesario. Eso se apreció en la escasa autocrítica de Frei y en la ambigüedad de Piñera.
Por otro lado, Enríquez Ominami y Arrate, en mayor o menor medida, se plantean críticos de la institucionalidad vigente y eso les obliga a generar nuevos contenidos, y los coloca en contraposición con la Alianza y la Concertación.
Frei y Piñera representan la política sin ciudadanos, porque suprimen lo político en cuanto diálogo e ideas y lo reducen a elegir opciones según slogan. No consideran ciudadanos sino electores. Por eso el rechazo de ambos a los debates.
Arrate y Enríquez Ominami en cambio, necesitan generar el diálogo y las ideas pues necesitan convencer para tener apoyos, no pueden apelar a simples votantes sino que a ciudadanos.
En definitiva, el debate nos recordó que la política no es sólo la frase bonita o el cartel publicitario más grande, sino también la idea, el contenido, y sobre todo la crítica (y autocrítica) para ir mejorando y no paralizarse. Tal como decía Aristóteles, no hay régimen perfecto sino perfectible.
El debate nos mostró que en nuestra política aún prima mucho el slogan y poco el contenido.
En primer debate presidencial 2009 permitió ver a los candidatos en una faceta más “real” -aunque algunos estaban al son del libreto- distinta a la imagen distante e inexpresiva creada para los miles de afiches y carteles de campaña que ya invaden las calles (aún cuando la ley lo prohíbe claramente).
Pudimos ver al ser humano inmediato, pensante, al animal político, y no la simple imagen publicitaria, de modelo sonriente y fotográfico.
Pudimos apreciar al individuo con todas sus imperfecciones, vacilaciones, aciertos verbales y agudezas intelectuales, y no sólo una imagen estática, corregida a punta de programas computacionales.
De alguna forma, aunque deficiente, el debate nos alejó un poco de la política del marketing y el cartel publicitario a la que nos tienen acostumbrados. Nos trató de llevar a través de las pantallas a la vieja y abandonada política, de las ideas, del diálogo y la asamblea (el ágora). Y en ese terreno, algunos de los candidatos mostraron profundas falencias y debilidades.
Mientras Arrate fue el más claro y agudo en exponer problemáticas y Enríquez Ominami el más preciso en sus propuestas, Frei y Piñera fueron ambiguos en casi todo, se enfrascaron en discusiones personalistas, con intervenciones sin mucho contenido, llenas de lugares comunes, frases hechas y mucho slogan.
Lo anterior tiene una explicación lógica. Frei y Piñera son candidatos de coaliciones que han dominado la institucionalidad política por 20 años, que han abandonado el desarrollo constante de contenidos, dando prioridad a la continuidad de esa misma institucionalidad. En ese sentido, Frei y Piñera son claramente autocomplacientes.
Así, en el fondo ninguno de los dos cuestiona la institucionalidad vigente. Lo consideran innecesario. Eso se apreció en la escasa autocrítica de Frei y en la ambigüedad de Piñera.
Por otro lado, Enríquez Ominami y Arrate, en mayor o menor medida, se plantean críticos de la institucionalidad vigente y eso les obliga a generar nuevos contenidos, y los coloca en contraposición con la Alianza y la Concertación.
Frei y Piñera representan la política sin ciudadanos, porque suprimen lo político en cuanto diálogo e ideas y lo reducen a elegir opciones según slogan. No consideran ciudadanos sino electores. Por eso el rechazo de ambos a los debates.
Arrate y Enríquez Ominami en cambio, necesitan generar el diálogo y las ideas pues necesitan convencer para tener apoyos, no pueden apelar a simples votantes sino que a ciudadanos.
En definitiva, el debate nos recordó que la política no es sólo la frase bonita o el cartel publicitario más grande, sino también la idea, el contenido, y sobre todo la crítica (y autocrítica) para ir mejorando y no paralizarse. Tal como decía Aristóteles, no hay régimen perfecto sino perfectible.
El debate nos mostró que en nuestra política aún prima mucho el slogan y poco el contenido.