jueves, 24 de septiembre de 2009

DEBATE PRESIDENCIAL: MUCHO SLOGAN Y POCO CONTENIDO

El primer debate presidencial evidenció que algunos candidatos podrían ser animadores de televisión más que presidentes, pues repiten muy bien los slogan, pautas y libretos, pero carecen de contenido propio, no piensan por si mismos y lo que realmente piensan no lo dicen.

En primer debate presidencial 2009 permitió ver a los candidatos en una faceta más “real” -aunque algunos estaban al son del libreto- distinta a la imagen distante e inexpresiva creada para los miles de afiches y carteles de campaña que ya invaden las calles (aún cuando la ley lo prohíbe claramente).

Pudimos ver al ser humano inmediato, pensante, al animal político, y no la simple imagen publicitaria, de modelo sonriente y fotográfico.

Pudimos apreciar al individuo con todas sus imperfecciones, vacilaciones, aciertos verbales y agudezas intelectuales, y no sólo una imagen estática, corregida a punta de programas computacionales.

De alguna forma, aunque deficiente, el debate nos alejó un poco de la política del marketing y el cartel publicitario a la que nos tienen acostumbrados. Nos trató de llevar a través de las pantallas a la vieja y abandonada política, de las ideas, del diálogo y la asamblea (el ágora). Y en ese terreno, algunos de los candidatos mostraron profundas falencias y debilidades.

Mientras Arrate fue el más claro y agudo en exponer problemáticas y Enríquez Ominami el más preciso en sus propuestas, Frei y Piñera fueron ambiguos en casi todo, se enfrascaron en discusiones personalistas, con intervenciones sin mucho contenido, llenas de lugares comunes, frases hechas y mucho slogan.

Lo anterior tiene una explicación lógica. Frei y Piñera son candidatos de coaliciones que han dominado la institucionalidad política por 20 años, que han abandonado el desarrollo constante de contenidos, dando prioridad a la continuidad de esa misma institucionalidad. En ese sentido, Frei y Piñera son claramente autocomplacientes.

Así, en el fondo ninguno de los dos cuestiona la institucionalidad vigente. Lo consideran innecesario. Eso se apreció en la escasa autocrítica de Frei y en la ambigüedad de Piñera.

Por otro lado, Enríquez Ominami y Arrate, en mayor o menor medida, se plantean críticos de la institucionalidad vigente y eso les obliga a generar nuevos contenidos, y los coloca en contraposición con la Alianza y la Concertación.

Frei y Piñera representan la política sin ciudadanos, porque suprimen lo político en cuanto diálogo e ideas y lo reducen a elegir opciones según slogan. No consideran ciudadanos sino electores. Por eso el rechazo de ambos a los debates.
Arrate y Enríquez Ominami en cambio, necesitan generar el diálogo y las ideas pues necesitan convencer para tener apoyos, no pueden apelar a simples votantes sino que a ciudadanos.

En definitiva, el debate nos recordó que la política no es sólo la frase bonita o el cartel publicitario más grande, sino también la idea, el contenido, y sobre todo la crítica (y autocrítica) para ir mejorando y no paralizarse. Tal como decía Aristóteles, no hay régimen perfecto sino perfectible.

El debate nos mostró que en nuestra política aún prima mucho el slogan y poco el contenido.

martes, 22 de septiembre de 2009

LA REBELION DE LAS MASAS…IDIOTAS (FLAITES)

Los disturbios y peleas ocurridos en el parque O´Higgins durante las celebraciones de las fiestas patrias, son la expresión de una cultura de masas idiota y totalmente desbordada, carente de normas en cuanta vida social e individual. Una cultura de masas alienada, compuesta de una suma de individuos desprovista de toda civilidad.

Tal como decía Ortega y Gasset, “La vida pública no es sólo política, sino, a la par y aun antes, intelectual, moral, económica, religiosa; comprende los usos todos colectivos e incluye el modo de vestir y el modo de gozar”.

En las peleas en el Parque O´Higgins que mostró la TV, pudimos ver a un tipo de sujeto bastante identificable en cuanto modo de vestir y gozar, el “flaite”* cuya “cualidad común, es lo mostrenco social, es el hombre en cuanto no se diferencia de otros hombres, sino que repite en sí un tipo genérico…” según Ortega y Gasset.

Y esto no tiene relación esencial con clases o sectores sociales específicos, sino con comportamientos, con una cultura de masas antisocial que se ha hecho masiva y que es apreciable en los medios de comunicación, en las calles, en las artes y en la política.

Como dice el filósofo español, “la división de la sociedad en masas y minorías excelentes no es, por lo tanto, una división en clases sociales, sino en clases de hombres, y no puede coincidir con la jerarquización en clases superiores e inferiores”.

Por lo mismo, en las carreteras y en los barrios más pudientes de las ciudades anda mucho “flaite” en autos de alto precio, transgrediendo toda norma mínima de civilidad al volante en cuanto al resto o con sus vecinos. Ese sujeto antisocial -como dice el autor español- no es más que aquel petulante que se cree superior a los demás. Muchos son instruidos, pero sin embargo, son hombres masa (flaites) en todo sentido.

Así, el flaite es el nuevo prototipo de la cultura de masas, aquel individuo que carece de todo contenido político y social, y que opera como un hombre masa en cuanto puede hacerlo.

Este prototipo de “ciudadano” (si podemos llamarlo así) es producto de los medios de comunicación, el sistema educacional y los nuevos modos de consumo que operan actualmente.

Abundan en los estadios y barras de los equipos de fútbol, en los malls cada fin de semana, en las manifestaciones o actos públicos (a las cuales se suman sin saber el leiv motiv de éstos), y en cualquier evento masivo que implique aglomeración o muchedumbre.

El flaite es la materialización del ciudadano convertido en consumidor compulsivo e ignorante, pues no sólo carece de ideales o principios comunes sino que tal como dice Ortega y Gasset, “no se valora a sí mismo -en bien o en mal- por razones especiales, sino que se siente «como todo el mundo» y, sin embargo, no se angustia, se siente a saber al sentirse idéntico a los demás…”. (Punto aparte es que ésto parece no complicar a quienes tienen poder político o económico, sino que más bien les parece lo óptimo, pues el flaite es eficiente en cuanto deslegitimar -con su propio actuar- cualquier manifestación pública de ciudadanos responsables, fortaleciento entonces el discurso elitista de las elites gobernantes).

Los medios, sobre todo la radio, la televisión y la publicidad, han sobreexplotado la cultura flaite, sobre todo con los programas de “farándula”, los realities show y los programas juveniles, generando una homogeneización extraña que por un lado resalta la individualidad pero que termina por igualar a todos en cuanto vestimentas, música, gustos, intereses, pero sobre todo en la calaña de los contenidos.

Por lo mismo, la cultura flaite, esta nueva rebelión de la masa, se ha hecho cada vez más notoria e invasiva en varias dimensiones sociales. No sólo ha hegemonizado los medios abiertos como la TV o los diarios, sino que la mayor parte de los espacios públicos y en los modos de comportamientos de los sujetos.

Así, no es rato tener que escuchar música (aunque no nos guste) proveniente de estrambóticos celulares o desde autos con alto parlantes “enchulados”, sino también soportar muchas veces, la baja civilidad e incluso la cultura criminal de algunos individuos (que en su mayoría no saber estar en espacios públicos).

Así, lo que vemos cuando ocurren muchedumbres como las del parque O´Higgins es una suma de individuos “irracionales” en un sentido colectivo, que carecen de noción individual y a la vez de noción social. Son los idiotas en el sentido estricto de la palabra.

Lo que vimos en el Parque O´Higgins, años atrás un lugar tradicional donde las familias festejaban, es la expresión de una cultura de masas idiota y totalmente desbordada, carente de normas en cuanta vida social e individual. Una cultura de masas alienada, desprovista de toda civilidad.
*El flaite es un modismo usado en Chile para referir a sujetos marginales o de conducta mal educada o antisocial.

sábado, 12 de septiembre de 2009

EL VERDADERO CAMBIO

Los verdaderos cambios –no los de simple slogan- la mayoría de las veces se producen de forma imperceptible, silenciosa, sin aspavientos, ni violencia. La gente no los visualiza y generalmente las elites los detectan cuando éstos ya llevan bastante avance. El nuevo orden, el cambio legítimo y verdadero, no provendrá de las elites, ni de algún iluminado de turno, sino y como siempre debería ser, de los propios ciudadanos.

Desde inicios de la época moderna, el eje de casi todas las disputas políticas ha sido el cambio, entendido como la contraposición entre un orden político y social vetusto, desgastado y otro renovado, esperanzador y con futuro. (Antiguo Régimen versus la Revolución; absolutismo versus liberalismo; capitalismo versus marxismo, tradicionalismo versus modernidad, etc).

En esa misma lógica, en Chile la mayor parte de las disputas políticas del último tiempo han girado en torno al tema del cambio, que se ha vuelto el eje para definir la contraposición entre los candidatos y establecer sus diferencias.

Sin embargo, lo viejo y lo nuevo no son posiciones estáticas, ni absolutas sino contextuales, y el paso del tiempo y el discurso siempre se encargan de alterar o exacerbar esas percepciones.

En 1990 la Concertación representaba un posible nuevo orden en todo sentido (por eso su slogan “La Alegría ya viene”), mientras que el régimen militar significaba lo viejo, la continuidad del sistema dictatorial y los tiempos de mayor fractura política.

Luego de casi 20 años en el poder, ante la ciudadanía la Concertación ha perdido ese semblante novedoso, no sólo por el paso natural del tiempo, sino también por otros factores como la falta de nuevos liderazgos, una creciente tendencia a la partidocracia, y el mantenimiento de la institucionalidad autoritaria casi intacta.

En ese contexto, la Alianza ha levantado del discurso del cambio como foco central de su oferta política, no tanto por que ésta represente lo nuevo ni el cambio verdadero, sino más bien por una imperiosa necesidad, poder diferenciarse de la Concertación, porque de lo contrario no puede hacerlo en el contexto político actual.

En otras palabras, sin el slogan del cambio, la Alianza es igual que la Concertación en cuanto alternativa electoral, pues sus planteamientos no van más allá de criticar el tiempo que lleva la Concertación en el poder (la misma idea era la alternancia) y la forma en que han administrado el orden político imperante (mediante la simple apelación a traer a los mejores para gobernar).

Si nos abstenemos de esos dos factores, la Concertación y la Alianza no se diferencian en mucho sólo que uno quiere mantener el poder y el otro llegar a éste. Es una diferencia de forma, no de fondo. Y eso, los ciudadanos lo notan cada vez más.

En otras palabras, ambas coaliciones representan el viejo orden político (que es el imperante hoy día) que sigue siendo el orden institucional estructurado y planificado durante el régimen militar, con un sistema electoral tutelado que ha mantenido a las mismas elites políticas por 20 años, que ha fortalecido un sistema partidocrático, y ha dado paso a una oligarquía buró-empresarial transversal.

En forma creciente, para más ciudadanos, ambos sectores (la Concertación y la Alianza) representan a quienes por 20 años han hegemonizado la política en cuanto representación y han hecho usufructo del sistema político y electoral para beneficio propio.

Ambos sectores encargan un orden institucional que pierde creciente validez, porque es cada vez menos representativo, está cada vez más viciado en su interior, y no es más que una oligarquía isonómica, donde existen derechos civiles iguales, pero no derechos políticos iguales.

La gente lo sabe, y la prensa de vez en cuando lo hace notar.

Los otros candidatos, aún cuando proponen cambios, terminan por validar la misma estructura institucional al entrar en el juego electoral, y también al desarrollar en sus propias organizaciones, los mismos vicios y prácticas que critican.

En otras palabras, los candidatos se convierten en las opciones que el sistema ofrece y permite y no las opciones que los ciudadanos pretenden o consideran.

Por eso, muchos ciudadanos no votarán por ninguno de los candidatos en estas elecciones y quizás en varias más. Ese es y será el verdadero cambio. Esa es la verdadera revolución. Esa es la forma de cambiar el fondo y no sólo la forma.

El nuevo orden, el cambio legítimo y verdadero, no provendrá de las elites, ni de algún iluminado de turno, sino y como siempre debería ser, de los propios ciudadanos, de forma silenciosa e imperceptible.

jueves, 3 de septiembre de 2009

LOS VOTANTES PERDIDOS

Los resultados de la encuesta CEP julio-agosto no aportan nada nuevo, excepto –y de forma involuntaria- que el número de gente que no votará por nadie está aumentando.

Cifras más cifras menos, millones más o millones menos en campaña, el escenario político parece no alterarse mayormente. Las intenciones de la gente parecen estáticas, y los candidatos parecen no ganar adeptos –a pesar de la cantidad de dinero gastado, carteles pegados y spot grabados- sino más bien conservar los ya adquiridos.

El votante chileno es conservador, no es innovador ni muy variable. Sin embargo, hay un fenómeno que ninguna encuesta, incluida la CEP, quiere mostrar, aunque es patente, el aumento de gente que no votará por nadie, ya sea por no estar inscrito o porque nadie lo convence.

Y no quieren decirlo ni mostrarlo porque el efecto sería arrollador. Sí, porque la gente aún cuando vota de manera conservadora o rígida, es susceptible ante ciertos mensajes. Y decir que aumentan los que no votan por nadie, es un mensaje es claro: no son pocos los que consideran que la clase política no está a la altura…

Probablemente muchos ciudadanos opinan eso, en sus casas, en sus trabajos, en los asados, en la sobremesa. Y sin embargo, probablemente votarán por algún candidato, simplemente porque asumen -inconscientemente- que eso es lo lógico. No votar es un desperdicio, una irracionalidad.

¿Y si varios lo hacen? ¿Están todos locos? No necesariamente. Probablemente varios ya hacen un diagnóstico del entorno político, libre del fervor ideológico-partidario, o de la errada exaltación cívica que indica que lo bueno es votar por lo que hay (algunos votan por x candidato, más por una mal entendida obligación cívica que por convicción política).

Si uno analiza los resultados de la CEP y más aún, cree en ellos, prácticamente no hay alteraciones en las preferencias de los electores. Si entendemos la política como convencimiento del otro ¿Qué clase de políticos son éstos, que no convencen a nadie? ¿Realmente hacen política?

Quizás por eso, el número de gente que no votará por nadie crece silenciosamente mientras son más los que ven el acto de votar por nadie como algo válido y razonable. Porque no hay política.

Por eso, quienes necesitan de la legitimidad del ciudadano a través de su voto, le ofrecen poder desesperadamente, en campañas de TV, en radios, en carteles y gigantografías publicitarias, como si fueran consumidores. Pero no hay política ¿Publicidad engañosa entonces?

Los ciudadanos comienzan a darse cuenta que no hay política, sino otra cosa extraña.
Por eso, los resultados de la encuesta CEP julio-agosto no aportan nada nuevo, excepto –y de forma involuntaria- que el número de gente que no votará por nadie está aumentando calladamente. Esa es la verdadera revolución silenciosa.